¿Eres el último plato? (II)

 


Primera parte


No sabe el tiempo que lleva sentada en las escaleras, pero al levantarse necesita estirarse al igual que tras un largo viaje. Observa el portal sorprendida de que nadie más bajase, esperaba un aluvión de vecinos y voces en discusión buscando una respuesta, pero solo se encontró una recepción vacía de vida. Las dudas sobre si alguien más está viendo lo mismo que ella siguen resonando con fuerza, por lo que tras mucho pensarlo, decide ir en busca de la confirmación de otro par de ojos.

Sube las escaleras hasta la primera planta en la que vive y timbra al vecino de la puerta C. No consigue respuesta, por lo que vuelve a timbrar y espera, teniendo de nuevo el mismo resultado. Repite y coloca la oreja en la puerta esperando escuchar algún movimiento. Con la cabeza inclinada ve todo el rellano, y al fondo de este, las escaleras y su correspondiente hueco, por el que ve una mancha caer. Se separa de la puerta despacio y, cuando su mente procesa lo que acaba de ver, corre hasta la barandilla para asomarse al hueco. El cadáver de un hombre decora el suelo. Aparta la mirada de las vísceras y sangre resultantes del impacto. Hasta que una serie de crujidos llaman su atención y se asoma sin todavía decidirlo. La escena del cadáver levantándose entre espasmos y gemidos la congela en varios aspectos: es incapaz de moverse, su mente no logra generar pensamiento alguno, y sin quererlo ha dejado de respirar.

El muerto parece intentar cambiar los gemidos por palabras que apenas logra articular, de hecho solo repite la misma, revolviéndose furioso hasta que logra pronunciarla con una claridad que la descongela de golpe.

«Salir».

La repite una vez más, como asegurándose que es capaz de pronunciarla, luego eleva el tono hasta convertirlo en un grito. Continua gritándola con fuerza hacia el hueco por el que acaba de caer, cruzando su mirada con la de la mujer. La cual se aparta de la barandilla a tiempo de ver como el muerto comienza su carrera escaleras arriba. Corre a la puerta de su casa siendo también la más cercana a las escaleras, pero el cadáver logra llegar antes de que abra la puerta, da un paso atrás con el puño preparado... Y el muerto atraviesa el rellano ignorándola para seguir subiendo a la siguiente planta.

¿Alma? ¿Qué haces?

Al ver la puerta abierta y al joven todavía a medio despertar entra en su casa apartándolo de un empujón. Cruza casi corriendo la entrada y se detiene en el salón mirando el espacio donde deberían estar las ventanas. Él llega unos segundos después hablando entre molesto y confuso.

¿Qué demonios te pasa? Esa no es forma de entrar en casa de nadie.

Las ventanas.

No tienes derecho a entrar así en mi casa, ¿sabes?

Qué mires las malditas ventanas –dice girándolo a la fuerza.

No están. –Es la primera frase en la que suena despierto del todo.

Ese no es el único problema Marcos –el joven le responde con un gesto de duda–, será mejor que nos sentemos.

La conversación que mantuvieron en el salón se podría resumir en un intento por mantener la cordura aceptando varios hechos imposibles. Marco no daba crédito a las palabras de Alma, los muertos no se levantan y los edificios no cambian de ese modo. Pero solo tenía que mirar a donde deberían estar las ventanas, o ver la luz que llega de ninguna parte, para volver a aceptar la peculiar realidad. Y ambos, vestidos con la ropa más cómoda y prescindible que tenían, decidieron seguir subiendo. ¿Por qué? Pues porque por abajo no hay salida y solo hay dos direcciones que seguir. Además, por el camino encontrar a algún otro vecino estaría bien, tal vez incluso consiguieran alguna respuesta.

Y así llegaron a la tercera planta.

Llevamos varios minutos y nadie responde –dice mientras toca el timbre de nuevo.

Tendremos que seguir subiendo, pero es raro, ¿dónde está todo el mundo?

No lo sé, pero prefiero no pasar mucho más rato quieto. No me gustaría encontrarme algo como el hombre que viste.

Calla, vamos para arriba –responde conteniendo un escalofrío.

Subiendo las escaleras imaginan el mismo resultado en la tercera planta, por eso ver a una mujer golpeando una puerta entre lágrimas los sorprende, aunque eso no es de todo cierto. No solo los sorprende encontrar esa escena, sino el hecho de que no fueron capaces de escucharla hasta que entraron en el rellano de la planta, hasta entonces la veían como una escena dramática de cine mudo.

¿Hola? –se aventura Marcos a hablarle dudoso y es ahí cuando la mujer nota su presencia.

¡Oh Dios! ¿Sois reales? –La mujer se levanta despacio con la ayuda de la pared.

Claro que lo somos. Además te conozco, ¿no eres Marta? Del entresuelo; me devolviste algunas prendas que me cayeron del tendal.

Eres el chico que vive encima de mí –avanza claramente conteniendo la emoción–, entonces sois de verdad, no estoy sola. ¿Pero por qué no me respondisteis? Llevo aporreando las puertas mucho tiempo y nadie responde.

No te habíamos escuchado hasta ahora, algo muy extraño está pasando en este lugar, hemos decidido que...

En este punto Alma deja de escuchar la conversación. «¿Fue ella la que aporreó mi puerta antes?», es el pensamiento que la inquieta, porque de ser así, fue incapaz de verla aunque la tenía delante. Tampoco fueron capaces de escucharla hasta entrar en el rellano, ¿qué más puede hacer el edificio? Si no tienen cuidado podrían acabar desperdigados y, la verdad, no es una idea que le haga ilusión.

Deberíamos seguir subiendo sin separarnos –propone entrando en la conversación de golpe.

Todos aceptan y tras dejar pasar un momento para que la mujer se calme continúan la subida. La cuarta planta rompe el esquema hasta el momento. No hay nadie en ella, por no haber, no hay ni las puertas suficientes. Ya que solo hay dos, una a cada lado; la izquierda amarilla y la derecha roja.

¿Y qué se supone que hacemos ahora? –pregunta el joven mientras acaricia la puerta roja.

Supongo que lo mismo, igual tras ellas no hay más que un piso normal. No tenemos forma de saberlo –duda Alma acercándose a él.

No sé, a mi no me gusta mucho la idea.

Ni a mí, pero no tenemos muchas opciones.

El ruido del timbre a su espalda hace que los dos se giren de golpe. La vecina del entresuelo ha escogido la puerta amarilla por su cuenta, y llegan a tiempo para ver como se abre sola ante ella. «Qué demonios estás haciendo», le gustaría gritar a la joven que todavía la observa confusa, pero no tiene tiempo a ello, porque la mujer cruza el umbral de la puerta sin esperar palabra alguna.

El grito y el crujir húmedo que siguen hace que ambos den un paso atrás.

Al otro lado de la puerta solo son capaces de ver oscuridad, pero tampoco quieren saber lo que hay en ella. Intentan volver sobre sus pasos descubriendo que la escalera de bajada no está. Y aunque ambos se alarman no se atreven a hablar, no quieren atraer a lo que sea provocase ese grito, por lo que intercambian señas para ir hacia el ascensor. Abren la puerta encontrando que la pared se extiende tras él y al cerrarla los pasos se acercan a ellos.

Tres pasos y un arrastrar, tres pasos y un arrastrar, tres pasos y un arrastrar...

No tienen otra opción que ir por el único camino que tienen a la vista, las escaleras para la próxima planta, pero para ello deben acercarse a la puerta. Asienten entre ellos en una silenciosa decisión que se trunca al percibir una silueta entre la oscuridad. Ambos inician la carrera al mismo tiempo, pero antes de que toquen el primer escalón media docena de brazos, largos y viscosos como tentáculos, los alcanzan y se enredan en sus piernas. Patalean, gritan y golpean intentando zafarse del agarre. Pero es inútil, cuanto más se revuelven más fuerte aprietan, forzándoles a gritar de dolor y miedo. Están apunto de cruzar la puerta amarilla cuando el hacha desciende cortando el primer brazo. Antes de que ninguno reaccione el filo baja dos veces más y el monstruo los libera entre gritos que es mejor no describir.

Por el susto o la sorpresa, reaccionan demasiado lentos y casi son levantados por el hombre del hacha, el cual no deja de repetir la misma frase.

Subamos antes de que salga.


Diego Alonso R.


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