¿Eres el último plato?


 

No es un mal día, pero tampoco uno bueno, es tan solo un día más. Uno de esos en los que el silencio ocupa hasta los recovecos más recónditos del edificio, en los que cualquier cosa podría pasar pero lo más seguro es que nada suceda. No es un día donde comenzar una gran historia, de hecho, esta historia no será grande. Más bien un recuerdo indeseado en aquellos que logren sobrevivir al final, si es que alguien lo logra. Pero el caso es que entre todo ese silencio hay un sutil sonido naciendo del acorde movimiento a una sintonía embotellada. Una mujer se desliza por el salón al ritmo de “5 Sentidos” de Dvicio, vestida con bragas y calcetines, disfruta de la música desde sus auriculares. La larga melena negra se agita con el enlace de los pasos, hasta que una duda alcanza a su portadora frenándola y volviendo a obedecer a la gravedad.

Se quita los auriculares para prestar atención al mundo que la rodea. Nota la calma y decide volver a su canción, pero cuando la cercanía de la música casi la atrapa, lo escucha de nuevo. «¿Están llamando a la puerta?» piensa mientras se dirige a la entrada, hoy no piensa recibir a nadie, pero al menos quiere saber a quién dejará esperando. Al mirar por la mirilla no ve a nadie, tan solo el rellano vacío, pero con la luz encendida. Se habrá marchado ya. Intenta regresar a su plan pero se detiene antes de llegar al salón, acaban de tocar a la puerta sin ninguna duda. Se voltea rápido para llegar a tiempo, pero al mirar de nuevo no ve a nadie. Y con el ojo todavía sobre la mirilla vuelven a golpear la puerta. Retrocede asustada apenas capaz de contener un intento de grito y la observa dudosa mientras golpean desde el otro lado. «¿Alguien está golpeando la puerta agachado?» es la duda que se plantea para intentar explicarlo. ¿Pero quién haría eso? Y sobre todo, ¿por qué? Ninguna de las preguntas la tranquiliza y todavía menos las respuestas que se le ocurren. Pero los golpes se detienen y sin procesar la idea corre a vestirse con lo primero que encuentra. En cuanto termina regresa a la entrada y abre la puerta de golpe. No encuentra otra cosa que el rellano de siempre. Regresa a su plan pero la música ya no le llega, su humor se ha inclinado y no es capaz de redirigirlo, por lo que recorre la casa saltando de una canción a otra. Hasta que desiste en su intento de recuperar el momento y ahí se da de cuenta por primera vez.

Las ventanas han desaparecido.

El golpe de irrealidad la golpea en seco. No es que algún peculiar ladrón se haya llevado las ventanas sin que ella lo notase, sino que donde deberían estar ahora no hay más que pared. Y lo más extraño de todo, y lo que ayudó a que tardase tanto en notarlo, es que en la habitación sigue habiendo luz natural de alguna forma imposible. Sin acabar de comprender bien lo que está pasando siente la necesidad de ver el exterior. Sale corriendo del piso y bajando las escaleras de a dos alcanza el portal. La imagen hace que necesite sentarse en el último escalón, ya que donde debería estar la puerta y el ventanal que la rodea, la pared se extiende borrando la salida.


Diego Alonso R.




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