Nervios



Miro el reloj de la pared y veo que han pasado dos horas. Froto las manos contra el vaquero intentando limpiar el sudor, no estaba tan nervioso desde..., bueno, no recuerdo haber estado tan nervioso en toda mi vida. Llevo meses preparándome para esta espera, pero es muy diferente la idea a la realidad. Imaginaba que sería capaz de silenciar los miedos de mi cabeza con algo de música o alguna lectura; pero no es así. Los auriculares no duraron en mis oídos ni media canción. Sé que hay tantas, tantísimas cosas que podrían torcerse. Alma podría sufrir una hemorragia o podría darse un prolapso del cordón umbilical; en Internet dice que hay casi un veinte por ciento de posibilidades de que haya complicaciones durante un parto. Ya, no siempre se debe hacer caso a Internet, pero saber eso tampoco es que me calme ahora mismo. Debería pensar en otra cosa, despejar mi mente de las dudas y los miedos pero, ¿en qué puede pensar uno en un momento así? Apoyo la espalda contra el respaldo y la cabeza contra la pared, cierro los ojos he intento despejar la mente. La sala de espera está vacía y es muy tarde, por lo que apenas hay ruidos en esta ala del hospital, el único sonido que escucho con claridad es el “tic-tac” del reloj. Me concentro en él mientras parece que su volumen aumenta y se acerca a mí...

¿Señor García? –Abro los ojos sobresaltado y vuelvo a la sala de espera.- Lo siento, no quería asustarlo.

No se preocupe, no se preocupe... –Lo miro mientras me levanto y estiro la espalda, es un hombre bajo y calvo, lleva un tupido bigote que hace de su cara una imagen simpática–¿Qué decía?

Preguntaba si es usted el señor García. –Entiendo al momento de lo que esto significa.

Sí, soy yo. ¿Está todo bien? –Busco en su rostro alguna sutil mueca que me indique el resultado antes de que lo diga.

No se preocupe, todo está bien. Su esposa a dado a luz a una niña sana.

¿Puedo verlas? –Noto la boca seca al terminar la pregunta.

Claro, sígame.

Lo sigo en silencio a través de un par de pasillos por donde empieza a ver algunas personas, giramos a la izquierda y veo que estamos en una zona llena de habitaciones, voy leyendo los números mentalmente hasta que el doctor se detiene ante la número treinta y cinco. Abre la puerta y acompaña un “felicidades” con un sencillo gesto para que entre. Al hacerlo cierra la puerta tras de mí sin añadir nada más. Camino y veo que la primera cama de la habitación está vacía, una cortina verde y gruesa la separa de la segunda, tras la cual sale toda la luz del cuarto.

Ahí deben estar mi esposa e hija.

Inspiro con fuerza para reunir el valor de continuar, no es que tenga miedo, es que sé que este es un momento crucial en mi vida y quiero que todo salga bien. Sigo caminando y apenas al dar tres pasos mi hija empieza a llorar. Me detengo emocionado. He imaginado el momento dónde la veo por primera vez tantas veces, pero jamás pensé que primero la escucharía, pero es que no sería capaz de imaginarme un sonido como este. Mis ojos empiezan a humedecerse por la emoción y llevo una mano al rostro para limpiar las posibles lágrimas. Sigo escuchándola sin avanzar, su llanto es suave y agudo, casi una melodía para mí.

Comienza a llorar con más fuerza y algo no está bien, no escucho a nadie consolarla, solo sus llantos. Doy otro paso dudoso de qué está pasando y mi hija pasa de llorar a gritar, lo hace desgarrando la voz y antes de pensar en nada estoy corriendo. Aparto la cortina de golpe, decidido a ayudarla en lo que sea, pero me freno en seco al ver la escena.

Alma tiene a nuestra hija sobre su regazo y usa las dos manos para agarrar el cuchillo con el que la está abriendo en canal. Mi mente se bloquea. Esto no puede estar pasando, ¿por qué haría esto a nuestra hija? Tengo que detenerla, aun la escucho llorar, estoy a tiempo... Pero no puedo. No es porque no quiera hacerlo, todo lo contrario, quiero quitarle el cuchillo de las manos y llevar a nuestra hija con quién pueda salvarla; pero no puedo. Mi cuerpo no reacciona, soy incapaz de moverme.

No parece verme, o más bien no parece importarle, ella continua cortándola. Deja el cuchillo e introduce la mano a través de la herida que ella misma acaba de hacerle. Los gritos de mi hija se hacen insoportables. Tengo que hacer algo, tengo llamar a alguien. Me esfuerzo por hacerlo, quiero gritar con todas mis fuerzas, pedir ayuda. Pero lo máximo que logro es que mi mandíbula tiemble. Mientras tanto veo como hurga hasta encontrar lo que busca, entonces tira con fuerza haciendo que llore con más fuerza, con la otra mano coge el cuchillo y corta parte de su intestino. Lo saca y me lo ofrece sonriente pero al ver que no le respondo hace una mueca y se lleva el trozo de intestino a la boca. Lo mastica sonriente y masticando con fuerza. No lo resisto más, no entiendo que está pasando, solo quiero que pare. La vista se me nubla por las lágrimas. Bajo la mirada a nuestra hija la cual no ha dejado de llorar, pero apenas le quedan fuerzas para seguir.

Me está mirando. No hacia mi dirección, me está mirando a mí. Ella tampoco entiende qué está pasando, lo veo en sus ojos, solo quiere ayuda. Levanta una de sus minúsculas manos hacía mí, intento levantar la mía pero antes de lograrlo veo como el cuchillo desciende cortando su brazo.

Y por fin puedo gritar.

Me recuesto de pronto en la cama, todavía gritando y llorando.

Miro a mi alrededor y solo veo a mi esposa asustada, pero estamos en nuestro cuarto y ella todavía está embarazada. Al darme cuenta de que todo ha sido una pesadilla lloro con más fuerza. Ella no entiende qué pasa, no lo ha visto, pero aún así me abraza.



Diego Alonso R.

Comentarios

  1. Intrigante relato, con mucho enganche. Enhorabuena Diego. Un saludo de ANTIGÜEDADES DEL MUNDO

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  2. Horas antes del parto, conviene haber llamado antes a la policía.

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