Llamar al demonio no es fácil


 

Un día Armando se cansó de que lo mandaran con el demonio y decidió encontrarlo él mismo. No me importa si consideras esa decisión drástica o precipitada, lo que haga con su vida es tan solo cosa suya, yo no hago más que contártelo. Pero si tuvieras la mala suerte de ese hombre comprenderías su decisión. Lo curioso es que ha fallado en todo lo que se propuso en su vida hasta ahora, pero aquello que podría poner en riesgo todo lo que conoce, va y lo logra. De hecho todavía no lo ha logrado, ha conseguido descubrir el ritual digno de película de serie B y está a punto de hacerlo, pero te adelanto que lo va a lograr desde aquí.

Con las manos empapadas en zumo de limón y sangre de vaca recita las palabras «Por la muerte del tiempo ruego tu presencia», da una palmada y las baja decidido a ponerlas sobre el símbolo del suelo y con ello sellar la llamada. Aunque estaba claro que a él no le saldría bien a la primera. El sonido del timbre es lo que lo interrumpe, y a punto está de dejarlo correr, pero tras sonar otra vez sabe que no va a dejar de hacerlo hasta que atienda la puerta. Lava las manos para borrar el aspecto de asesino en serie. Observa la cocina: con la persiana bajada para conseguir oscuridad a las diez de la mañana, plagada de velas y con el símbolo más caótico que logró dibujar en el suelo; cierra la puerta y se apresura en llegar a la entrada. Abre la puerta tan solo un palmo para dejar clara sus pocas ganas de visita y se asoma encontrándose a la vecina de enfrente. Una anciana que no supera por mucho el metro cincuenta y que solo ha visto dos veces desde que se mudó hace una semana; la primera al volver de la compra donde fue ignorado, y una segunda para recibir una advertencia sobre el volumen de la música.

¿Se te ve la televisión?

¿Perdón? –Podría parecer sorpresa, pero de verdad que no la escuchó.

Que si se te ve la televisión, la mía hace como–hace unas líneas en el aire con las manos–y no se me ve.

Pues supongo que sí se vera, estaba ocupado y no la encendí...

Ven, te enseño, igual puedes arreglarla.

Se da la vuelta dejándolo con la palabra en la boca. Opta por seguirla, porque tiene la seguridad de que si cierra la puerta volverá a timbrar, y ya es bastante difícil invocar al demonio como para que no dejen de incordiarte. La sigue desde un par de metros y reconoce al instante que es una casa de abuela. Fotos de familiares diversos por las paredes, todo lo que puede ser decorado por ganchillo así lo está, y un ejército de figuritas custodia el lugar. Se pregunta qué pasarías si moviera una de lugar, ¿reaccionaría como la maníaca de “Misery”? No lo parece, lo más seguro es que no se diera de cuenta en días. Llegan al televisor y como la anciana lo había descrito, en la pantalla solo se ven cientos de líneas blancas y negras.

Puedo intentar echarle un ojo, pero no sé mucho de esto... –Se ofrece Armando intentando acabar cuanto antes.

Ya que te ofreces, estaría genial... Espera, te aparto las cosas para que puedas mirar tranquilo.

Tras ver como la metódica señora aparta cada figura buscándole un nuevo lugar, se coloca tras el televisor, y no tiene idea alguna de lo que hacer. Deja pasar unos segundos y hace el único movimiento para el que alcanzan sus conocimientos: Desenchufa el cable de la antena, lo mira con intensidad, y vuelve a enchufarlo.

¡Oh! Ya se ve, eres muy bueno en esto.

No se crea, solo hice lo que pude, ¿mejor ahora? –pregunta saliendo tras el televisor y mirando a la pantalla.

Sí, mucho mejor.

¿Quiere que le busque más canales o algo? –pregunta sin saber muy bien la razón, eso lo retrasaría más, pero ya lo ha preguntado.

No te preocupes por eso, yo solo veo “Historias de una muerte” y esos programas. Ya sabes, donde cuentan asesinatos y cómo los descubren. –Vuelve a hacer un gesto con las manos que no logra entender, pero decide que este prefiere no entenderlo.

Sí, creo que sé cuales dice. Pues si todo está bien vuelvo a mi piso...

La sonrisa embobada de la señora mirando al televisor es respuesta suficiente y regresa sobre sus pasos hasta casa. Cierra la puerta y respira hondo, no ha perdido tanto tiempo, y es mejor no recibir interrupciones cuando todo haya empezado. Regresa a la cocina y empapa de nuevo las manos en zumo de limón y sangre de vaca. Repite la oración en voz alta.

Por la muerte del tiempo ruego tu presencia.

Da una palmada seca y pone ambas palmas en el círculo de invocación. Pasa tres segundos inmóvil a la espera de un gran suceso que no llega e intenta levantar las manos descubriendo que no puede. Es consciente de que ha funcionado. Las velas se apagan dejando que el refulgir verdoso del círculo lo ilumine todo. De su mismo centro brota con energía un montón de humo que viene habitado, extremidades gigantescas lo atraviesan todo recorriendo la cocina, un gemido áspero resuena por cada rincón de la misma hasta que la escena se detiene de golpe. Armando tiembla en el lugar esperando descubrir como reaccionar ante todo esto. Entre el humo un rostro aparece a menos de un palmo del suyo, lo que lo asusta de tal manera que retrocede pudiendo al fin liberarse del hechizo, chocando contra la encimera y viendo como las velas se encienden de nuevo. En medio del círculo una criatura sin un cuerpo definido lo observa. Las sombras que conforman su aspecto no dejan de vibrar y moverse libres, dando tan solo un contorno y rostro cornudo al demonio, del cual lo único definido por completo son sus ojos, del verde más intenso con el que se podría mirar.

Oye, ¿podrías levantar la persiana? Esto es muy tétrico –habla por primera vez con voz humana.

¿Eh? –Es la única respuesta que logra articular ante la idea de haber logrado invocar a un demonio real.

Que si puedes dejar entrar algo de luz –responde señalando la persiana con un cambiante brazo.

Pero en el libro dice que eso te mataría...

¿Que dice qué? Pásame eso. –Armando obedece dejando el libro dentro del círculo–. Menudo montón de mierda, no sé ni como lograste llamarme, la sangre de vaca no hacía falta, ¿como querría que hicieran daño a un animal para llamarme? –Le echa una mirada de reproche.

La conseguí en el carnicero, no sería capaz de hacerle daño a... –Pero no logra terminar la frase antes de que el demonio pierda el interés y vuelva al libro.

Este libro es muy ofensivo, escucha esto «El diablo alcanza los cuatro metros, posee una cornamenta capaz de intimidar al mayor de los valientes, y sus ojos brillan con el rojo de la sangre...», ¿te parezco así en algo?

La verdad es que no mucho... –Sigue confuso, el demonio no es para nada lo que esperaba, y no acaba de decidir si lo prefiere, o le asusta más de este modo.

¿Verdad? Soy mucho más guapo de cómo me describe. Bueno, ¿subes la persiana entonces?

Como quieras. –Levanta la persiana observando la reacción del demonio cuando le da la luz del sol, todavía temiendo por la seguridad de su recién invocado, pero este no hace otra cosa que deleitarse con la luz.

Joder, esto está mucho mejor –dice desplegando un número impar de extremidades.

Perdone, ¿ahora que se supone que...? –Intenta interrumpirlo nervioso.

Lo primero, tutéame, me haces sentir viejo y no me gusta. Y lo segundo, ahora toca hacer el pacto.

El sonido del timbre hace que ambos miren dirección a la entrada. No solo porque no es el mejor momento para que suene, sino porque no deja de hacerlo, el intervalo entre un pitido y el otro no supera los cuatro segundos.

Creo que deberías ir –sugiere el demonio sintiéndose extrañamente confuso.

Armando asiente y tras lavarse las manos deja al demonio en el círculo de invocación. No se siente cómodo atendiendo una visita con un demonio en casa, que debería estar atrapado dentro del círculo, pero ya no se fía mucho de la información del libro. Abre la puerta de la misma forma que antes, tan solo un palmo para mostrar su rostro nervioso, y ahí está de nuevo la anciana de enfrente.

Perdona, ¿te pillo durmiendo? Tienes la cara rara.

Más o menos, iba a echarme un rato. –No es verdad, pero si así deja de timbrar al menos un par de horas estará bien.

Entonces no te entretengo mucho. Toma –le pone un táper a la altura de la cara–, son unas croquetas que tenía hechas, por ayudarme con la televisión.

Gracias, pero no hacía falta... –Tras el detalle se siente mal por la mentira que le acaba de decir.

Sí hacía falta. Por cierto, ¿crees que el vecino de abajo tendrá un cable de esos nuevos?

Pues no lo sé... –Por no saber, no sabe ni de qué vecino está hablando.

Tiene un taller, así que igual también tiene un cable de esos.

No creo que tenga mucho que ver una cosa con la otra.

Yo voy a probar igual –confirma tras un momento de duda yéndose escaleras abajo.

Armando mira las croquetas más confuso de lo que estaba en mucho tiempo. Hoy es un día raro, lo peor es que no es el día más raro de su vida, para que te hagas una idea. Regresa a la cocina para encontrarse al demonio tomando el sol en una hamaca de sobra enganchada en ningún lugar.

Aquí estás, como te decía... Espera –se interrumpe mirando el táper–, ¿eso son croquetas?

Sí, me las trajo la vecina, ¿quieres?

Por favor, hace demasiado que no las pruebo.

Todas tuyas, disfrútalas. –Deja el táper en el círculo donde el demonio lo abre al instante y empieza a comer haciendo muecas demasiado difíciles de describir.

Estábamos hablando del pacto. –Intenta reconducir la conversación al origen.

Claro, el pacto. Dime, ¿por qué me has llamado? –le pregunta señalándolo con una croqueta.

Porque todo me sale mal y estoy cansado.

Entiendo, quieres tener la mejor buena suerte del mundo, que lances un dardo sin mirar y des siempre en el centro. Puedo hacerlo, solo véndeme tu alma y... –Se corta lanzando una croqueta para atraparla en el aire.

No, eso no es lo que quiero. No me importa fallar, que las cosas salgan mal a veces, o tomar malas decisiones... No quiero que todo salga bien porque sí. –El demonio deja de comer, pero es la primera vez que Armando expresa esto en voz alta y no presiente el cambio–. Creo que solo quiero poder vivir de verdad. Tener la opción de matarme contra el muro o atravesarlo y ser feliz. Porque ahora la segunda opción no existe...

Libérame y estaré a tu lado –le corta decidido–, haré que tengas la opción de guiar tu vida. –Por primera vez desde su llegada está serio.

¿Ya está? ¿Así de fácil?

Sí, no todo tiene que ser complicado, solo dame la mano –responde extendiéndola.

Y el timbre interrumpe antes de que Armando pueda decidir cerrar el pacto. De nuevo con el mismo intervalo inferior a cuatro segundos. El proceso se repite sin que ninguno de los dos se sorprenda y abre la puerta para encontrar a la anciana.

¿Podrías mirarme la televisión? Vuelve a hacer el –termina la frase haciendo de nuevo las líneas en el aire–.

Ahora mismo me pilla –ve una sombra en los ojos de la anciana y cambia la frase sin pensarlo–liado, pero podré hacer un momento para mirarle la televisión.

Genial, vamos. –Resuelve con una sonrisa para regresar veloz a su casa.

Recorre la guarida de las figuras hasta el salón y para su sorpresa la televisión está funcionando. Ve de reojo la cara de disgusto que la mujer intenta esconder y le rompe la situación. Revisa el salón con la mirada, notando que los muebles tienen polvo pero las fotos de sus familiares no, y al fin logra comprender lo que está pasando en realidad.

Está claro que el cable de la antena está mal, la señal no deja de irse y volver sola, le echaré un vistazo si no le importa –dice para cubrirla y ella asiente conteniendo su expresión.

De nuevo repite el mismo sistema de quitar y poner el cable, aunque no haga falta, y la televisión sigue funcionando.

¿El vecino tenía un cable nuevo? –pregunta tendiendo un puente a la anciana.

No, bueno, yo creo que sí tenía pero no quiso dejármelo. Es un hombre muy borde, tenías que ver cómo me habló –dice negando con la cabeza molesta.

¿Qué le parece entonces si voy a comprarle un cable nuevo? Se lo cambio en un momento y podrá ver más tranquila sus programas de asesinatos.

¡Eso estaría genial! Muchas gracias, tú si eres un buen hombre –responde gesticulando en exceso.

No es nada, voy un segundo a mi piso y salgo a comprárselo, usted espéreme aquí.

Claro, ve sin prisa. Mientras preparé un bizcocho, te vendrá bien para después, que estás muy delgado –afirma yéndose ya para la cocina.

Armando regresa a su piso y encuentra al demonio acabándose las croquetas.

Aquí estás de nuevo, ¿entonces aceptas? –Mira la mano pensativo antes de responder.

Antes tengo una duda, ¿podrías hacer una cosa más por mí?

Eso depende del qué –responde arqueando una sinuosa ceja.

Haz que la anciana de enfrente deje de sentirse sola.

Trato. –Sonríe el demonio ofreciéndole la mano de nuevo.

Trato –repite Armando estrechándola.


Diego Alonso R.

Comentarios

  1. Yo creo que el demonio convertirá a Armando en el esclavo de la abuela.

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    1. No sería una forma descabellada de cumplir su deseo. ¡Y un saludo!

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