La Expiación de la Luz (II)


La lancha rebota contra la ola que crea con su avance, en ella intenta tranquilizarse Gachas, uno de los cocineros de la expedición y voluntario para la misión. Nadie esperaba que él fuera el primer voluntario, pocos recuerdan su verdadero nombre, pero todos conocen a Gachas. Es el cocinero favorito, se preocupa por los gustos, las creencias e intolerancias, y le llaman Gachas porque es un plato que según sus palabras «No haré jamás». Pero ahora ese hombre viaja a bordo de la lancha motorizada hacia un destino dudoso. Pasó todo el tiempo hasta la aparición del sonido violeta repitiéndose dos cosas: La primera, el plan; la segunda, que todo saldría bien.

Avanza rápido y directo a su objetivo, el cual no tiene una forma determinada, lo único que se ve es un intenso resplandor violeta. Y como criaturas que es mejor no conocer agitan el agua a su alrededor. Está alcanzando la zona crítica, fácilmente reconocible por el alboroto del agua, y ciertas partes vivas que sobresalen en ocasiones a la superficie. Detiene el motor para intentar calmarse antes de lanzarse al peligro, pero no tiene tiempo a ello, porque una inmensa criatura no lo ha visto. Algo similar a una gigantesca anguila sale del fondo llevándolo sobre su espalda. El cocinero se agarra al bote aterrado, mientras este viaja a lomos de una monstruosidad marina, la cual avanza entrando y saliendo del agua y avasallando a todo aquello que la interrumpa. La lancha se desliza por la suave y húmeda piel de la anguila, solo resiste sobre esta gracias a su inmenso tamaño, pero está acercándose al portal y sin esfuerzos. Gachas logra ver a muchas criaturas por la potencia que su montura genera en la embestida, y sin duda está asustado por la opción de caer junto a ellas, pero este miedo se suaviza por lo que llega a sus oídos. El ruido que lo genera todo. Un sonido capaz de hacerle sentir el mismo amor que en el abrazo de sus hijas, o en el beso lento de su esposa, de generar la sonrisa inevitable al verse. Un amor que le hace derramar lágrimas mientras la anguila cruza el resplandor.

Mientras el sonido se cierra llevándose la lancha el equipo de búsqueda avanza entre los árboles. En cuanto informaron de los planes y pidieron los voluntarios, se hizo un silencio importante. Nadie daba el paso de ofrecerse, no porque no quisieran, había al menos veinte corazones pensando en hacerlo, pero hace mucho más que solo querer para ser capaz de ello. Así que, antes incluso de que el noble cocinero diera el paso, dos personas lo hacían para la búsqueda. La primera fue el médico Álvaro Otero, siempre estuvo dispuesto a dar ese paso; y la que lo siguió fue la soldado Verónica Rodríguez, solo siguió un impulso que no deseaba frenar. Y sumándose los dos capitanes se formó el equipo de búsqueda.

Avanzan entre el que, para su sorpresa, es un bosque de fraga. O al menos es un intento de ello, ya que algunos árboles y plantas no encajan, pero tampoco encajarían en otra clase de bosque. Llevan algo más de un kilómetro andado cuando el cambio comienza. Al inicio es algo sutil, un ligero cambio en ciertas coloraciones, un poco más de vida en algunos troncos... Pero termina por ser un cambio imposible de negar, un salto a la pasión: Todo se tiñe de rojo. Del mismo modo que primero lo vivieron con el marrón ahora lo repiten con el rojo, pero eso no hace que la sorpresa sea menor, sino todo lo contrario. Ya daban por sentado que no se separarían del color anterior, y ver como una nueva aura los rodea hace que algo palpite en su interior.

Es precioso... –Verónica acaricia un tronco ensimismada.

Sí, mucho mejor que la playa. –La capitana le sonríe coincidiendo con sus gustos.

¿Cuántos colores creéis que habrá en la isla?

No lo sé, pero deberíamos informar de esto a la base. –Álvaro responde con lo correcto, pero aún así mira brillante a su alrededor.

Sí, ocúpate tú Álvaro.

El chico saca la radio e informa al otro lado a Julio Hernán. Este se sorprende menos que los demás, aunque le ayude el hecho de no ver el bosque en persona, y a cambio le cuenta sobre el éxito del cocinero cruzando el portal. Solo intercambian algunas palabras de cortesía más y terminan la comunicación, no importa que lo haya criado, mientras estén trabajando es uno más.

¿Qué estás haciendo? –Violeta sorprende a Verónica y esta da un disimulado bote.

Estoy cortando un trozo de la rama, así si cambiamos de color, veremos si en la rama se mantiene el rojo o se adapta. –Amal pasa un brazo sobre los hombros de la soldado sin notar que se sonroja.

Muy buena idea, sin duda eres la compañía que necesitamos.

No es para tanto, capitana. –Se levanta y mantiene erguida en un intento de recomponerse.

Vamos, no hace falta que seas tan correcta, mira la clase de misión que tenemos. –Levanta sus manos señalando el nuevo ambiente que los rodea–. Por cierto, eres la chica que vino a avisarme de la desaparición, ¿verdad?

Sí, capi..., Violeta. –Amal, sonríe con la corrección y eso hace que la soldado se relaje un poco.

Pues gracias por venir, no es fácil dar este paso.

¡Venid todos! No sabemos cómo nos puede afectar esta zona, es mejor estar en grupo –grita Foldán a lo lejos.

El camino no causa más problemas de los que causaría una camina por otro bosque salvaje. Ante ellos se cruzan algunos animales, todos con su coloración rojiza, pero nada fuera de lo común. Tardan un poco en cruzar un pequeño río y siguen avanzando pacientes y charlando de todo menos de la isla. Hasta que el mundo de Alfredo Foldán se detiene. Unos metros más adelante reposa la causa por la que vino a La Expiación de la Luz. Mira a sus compañeros sorprendido, pero ellos solo le sonríen y le hacen gestos para que vaya. Deja caer su mochila y demás lastres, hasta que llega a su lado y se arrodilla. «¿Qué hace aquí?», se pregunta por un segundo tan breve que se olvida de pensar la respuesta. Está tan hermosa como siempre. Extiende su mano temblorosa y se calma al acariciarla, desciende por su rostro hasta detenerse en su cuello a la par que ella abre los ojos. Se miran despacio, compaginando sus respiraciones, mientras la mujer se eleva hasta su altura. Y se abrazan. Alfredo la aprieta contra él temiendo inconsciente perderla de nuevo, siente el contorno de su cuerpo a través del vestido, y llora con los ojos cerrados por sentir de vuelta el calor de su esposa. Por tener entre sus brazos a la mujer que quiere desde que sabe lo que significa querer.

Los abre de pronto alarmado.

Le gustaría que fuera ella, le gustaría más que nada en este mundo, por eso se dejó turbar por la emoción. La dicha de encontrarte con aquella persona que amaste y no está, es demasiado grande para pensar con claridad. Está muy lejos de ser ella, la imagen es prácticamente exacta, pero hay un error: No huele igual. Puede parecer algo tonto, pero cuando compartes tu vida con una persona, reconoces hasta su olor. Y esa es la clave que hace a Alfredo reaccionar. Intenta separarse de su abrazo pero ella no le deja, tira con más fuerza y ella hace lo propio.

Te he echado de menos.

Parece la voz de su esposa, pero él sabe que no lo es, se trata de una mera copia incapaz de engañarlo. Los muertos no vuelven del otro lado. Y al tirar con más fuerza, siente un dolor punzante en la espalda que le hace despertar por completo del encanto. Aquello que lo abraza es muy distinto a la imagen original. Un ser delgado y rígido, sigue la vista desde su espalda, y ve como el final de este se pierde en un profundo agujero al que lo intenta arrastrar. Hace uso de la fuerza, mete los brazos entre ambos y empuja separándose, pero en el proceso las espinas clavadas en su espalda le desgarran la piel. Al separarlo ve lo que parece su cabeza, no es más que una bola perfecta llena de blandos orificios por las que sale una especie de vapor, con el olor por el que logró ver la falla. Alfredo no duda, y apretando los dientes, empieza a asestar cabezazos a la criatura. De ella salen otro par de brazos y se le clavan mientras intenta hundirse sin abandonar a su presa, pero él no abandona en su insistencia tampoco, y a base de golpes empieza a resquebrajar su cabeza. Así consigue que entre un agudo chillido lo suelte y se hunda en solitario hasta perderse. Alfredo cae exhausto hacia atrás y respira con dificultad por el enfrentamiento.

Recuerda entonces a sus compañeros, es imposible que estuvieran viendo la escena sin inmutarse, y en efecto tiene razón: Todos están bajo las garras de esas criaturas. Alfredo se levanta y corre hacia la persona más cercana, pasa por su mochila, y agarra una pequeña hacha antes de alcanzar al joven médico. Ante él la imagen de sus padres se rompe entre mortales heridas, y despierta gritando, con su capitán separándole de la trampa. Ambos corren para liberar a sus compañeras, pero al llegar a Violeta ven que ella ya está luchando, por lo que Alfredo la ayuda y el joven continua hasta la integrante restante. La mujer tiene más de medio cuerpo hundido en la tierra. El médico se tira al suelo y la agarra, pero cuanta más fuerza hace en contraposición, la criatura hace lo propio, generando heridas más profundas en Verónica.

¡Despierta! ¡Verónica, maldita sea! –pero ve que es inútil, no logra despertarla–. ¡Ayuda! Rápido.

Los capitanes llegan e intentan ayudar, pero si tiran le hacen más daño, y tampoco pueden golpear bien a la criatura. Es solo cuestión de tiempo. Pero entonces Álvaro se levanta y busca en su mochila a la desesperada. En cuanto encuentra lo que busca se tira de nuevo al suelo y clava en el pecho de la chica un pequeño aparato circular, luego clava otro en su pecho, y en ese instante ambos objetos comienzan a brillar de un intenso azul a la par que una corriente de luz se genera entre ellos dos.

Ahora, ¡tirad con todo!

Los capitanes se miran un instante dudosos, pero hacen caso y tiran con tantas fuerzas les quedan. La criatura no quiere soltar a su presa, y saca el segundo par de brazos agarrando a Verónica por el cuello, pero las heridas no se generan, ni tan siquiera sale una gota de sangre. No en ella. Ante la mirada preocupada de todos el cuello de Álvaro comienza a sangrar, del mismo modo que bajo su camiseta más manchas de sangre aparecen. Siguen tirando con más fuerza hasta que consiguen generar el espacio para asestar un par de hachazos a la criatura, que ante el dolor cesa en su intento y pueden liberar a su compañera del agujero. El joven cae sin fuerzas hacia delante pero Foldán logra cogerlo a tiempo, las heridas son abundantes y la pérdida de sangre no cesa. Golpea con cuidado su rostro para intentar que mantenga la consciencia mientras no deja de hablarle.

Aguanta chico. Has hecho una locura, pero ha funcionado, la hemos sacado, ¿vale? Ahora solo aguanta, te curaremos, pero no te duermas.

La consciencia de Álvaro se pasea por la línea de los dos mundos mientras la capitana busca lo necesario en la mochila. Tarda poco teniendo en cuenta la situación y empiezan a atenderlo. Rasgan su camiseta y tiemblan al ver las heridas que plagan su cuerpo. La criatura no solo clavó docenas de espinas como garras, sino que con ellas rasgó todo cuanto pudo en la lucha. Mientras Alfredo limpia su cuerpo para lograr ver donde termina cada herida, Violeta las quema para cerrar su sangrado. No es la mejor de las atenciones, sin duda es bestia cuanto menos, pero ninguno de los dos es un experto y está su vida en juego, no hay tiempo para delicadezas. Con las primeras heridas Álvaro se retorcía pero ahora apenas cambia su gesto. Cuando acaban de bloquear todo el sangrado el chico ya no responde. Lo tumban y mientras Alfredo intenta reanimarlo, Amal le administra una inyección para hacerle despertar. Pasan dos minutos y no hay respuesta, a los cinco tampoco, llegando a los nueve minutos Alfredo empieza a llorar. Pero continua intentándolo con la vista nublada; cuenta los segundos y comprime el pecho del joven Álvaro.

Sigue mientras escucha como despierta Verónica. Amal interviene y en cuanto la joven es consciente de lo que sucede, comparte el miedo con los demás. Los tres están pensando lo mismo, que no abrirá los ojos, pero ninguno quiere ser quien lo admita. La respiración de Foldán ya es muy pesada, no puede seguir mucho más...

Alfredo, él...

No lo digas. –Corta las palabras de Violeta sin apartar la vista del joven–. Por favor, no lo digas.

La capitana aprieta los dientes y aparta a Alfredo, este se cabrea, pero se frena al ver que ella lo sustituye. Y continúan hasta alcanzar los quince minutos. Los quince minutos más agotadores que los tres han vivido en mucho tiempo. Me gustaría decir que valieron la pena, que tras semejante muestra de afecto y esfuerzo lo reanimaron, pero no en esta historia. El hecho es que al alcanzar el cuarto de hora se detienen, exhaustos y rendidos, Álvaro Otero ha muerto.

Tras tratar sus heridas y recomponerse lo justo para poder avanzar, siguen a través de la zona roja apoyados entre ellos, lo más cerca posible, sin perder el contacto para nada. Juntos para evitar que ninguno se marche y repitiéndose entre ellos que lo que ven es falso. Los seres que aman siguen acompañándolos durante todo el trayecto, al inicio llamándolos, luego rogando por su cariño, llorando por ser abandonados... Y cuando nada de esto funciona las visiones se tornan en horror, las personas que más han querido en sus vidas se cruzan por todos lados, sufriendo y gritando entre tormentos. Pero el grupo sigue avanzando, agarrándose más fuerte, gritándose que todo es una ilusión, llorando aun sabiendo que es falso. Y tras un tiempo imposible de calcular por alguien con corazón, dejan el territorio rojo a sus espaldas.

Al fin llegan a una nueva zona y por tanto a un nuevo color. Pero no tienen las fuerzas necesarias para continuar, así que se quedan en la franja entre ambos lados, parar recuperar la compostura e informar al campamento. Por una parte la pequeña parada es para esto, pero no es la verdad al completo, la realidad es que no se atreven a continuar. Lo vivido en la playa o el bosque fue horrible, eso sin duda, pero estarían dispuestos a regresar para no enfrentarse a lo que tienen delante. Un gran abismo los separa del otro lado, y sobre este se mantiene un imponente puente, de metal recio y decorado con extraños insectos. Todo ello sumergido en un silencio en el que nadie quiere adentrarse. Dependiendo de a que zona se mire, puedes toparte con un negro que no diferencie forma alguna, o con uno que te permita ver los detalles . Pero lo más extraño es que en esta ocasión sí puede verse el próximo color, al final del puente, tras superar el abismo, espera paciente un verde intenso.

Así que esperan, intentando pegar las piezas que les quedan, esperan.

Equipo de búsqueda contactando a base, ¿nos recibís, base? –La voz de Alfredo suena monótona, como suele sonar al pronunciar esas palabras.

Aquí base, ¿cómo lo lleváis? Habéis tardado mucho en contactar. –Es la voz de Julio Hernán, con la misma pasión de siempre.

Ya hemos salido de la zona roja, estamos recuperándonos al límite de la siguiente, esta nueva zona es negra. –Alfredo sujeta el micro con fuerza, midiendo cada palabra, pensando en cómo debe decirlo.

Bien, al menos estáis avanzando. ¿Tuvisteis muchos problemas en la zona anterior?

La verdad es que sí. –Intenta seguir, pero se bloquea creando un largo silencio.

¿Qué pasa? ¿Foldán?

Algo nos atacó –comienza sin detenerse–, una especie de criaturas que creaban ilusiones. Habían atrapado a Rodriguez, estaban apunto de llevársela, y no podíamos salvarla sin que la destrozaran. Álvaro intervino. Usó el unor con ella y le salvó la vida, pero fueron demasiados daños para él... Te juro que intentamos reanimarlo, Julio, lo juro... Lo siento.

No llega palabra alguna desde el otro lado. Solo un sollozo que hacía ya mucho que nadie escuchaba. No hay gritos ni subidas de tono, solo el llanto calmado y profundo, tanto que uno puede sentir como tiemblan sus hombros. Son las lágrimas de un padre con distinta sangre. Unas pisadas llegan a su lado y un murmullo se mezcla con el llanto, unos segundos después alguien responde.

¿Le pusisteis las monedas? –Es la voz de Marcos Ruiz.

Sí.

Hicisteis lo correcto, ¿hay algo más? –Foldán duda si plantearle sus dudas sobre el puente, pero no cree que sea el momento.

No, eso es todo.

Está bien, hablamos en la siguiente transmisión. –Hay un pequeño silencio antes de continuar–. Y Foldán, no fue tu culpa, él lo sabe.

Discuten durante bastante tiempo si cruzar el puente o no. Por una parte, el hecho de que exista semejante construcción en la Expiación ya es algo a tener en cuenta, pero que encima rompa las reglas cromáticas que parecían ya establecidas es algo mayor. Así que optan por hacer un pequeño experimento-y grabarlo para su regreso-que no consiste en otra cosa que lanzar la rama recogida en el bosque rojo al puente. La encargada del lanzamiento es la propia Violeta, la cual hace con ganas. La rama aterriza contra los adoquines que decoran el suelo del puente con un gran estruendo, y tras eso no sucede nada más por unos instantes, hasta que el rojo de la rama se esfuma como si de humo se tratara, dejándola negra carbón. Este hecho hace que el miedo aumente y la discusión dure más tiempo todavía, pero al final llegan a una sencilla conclusión: Tienen que cruzar, porque rodearlo llevará más tiempo, y cuanto más estén caminando por la isla mayores son las opciones de no regresar.

Los primeros pasos en el puente se sienten extraños. La sensación al pisarlo es que podría soportar el peso del planeta entero, pero con cada paso suena un metálico eco. Siguen caminando hasta llegar a la rama, y al alcanzar ese punto sus cuerpos sufren el mismo efecto que esta, los colores se desprenden de ellos en forma de un bello humo. ¿Qué efecto tiene sobre ellos? La misma pregunta se están haciendo todos. Y es que se notan extraños, aunque no parezca suceder nada a su alrededor. Violeta intenta hablar y es entonces cuando todos se alarman, no puede hacerlo, no sale voz alguna de ella. Los tres han perdido sus voces, pero no importa, deben calmarse. Alfredo les hace un gesto para indicarlo y que sigan avanzando, lo más seguro es que el efecto se pase al salir del puente. A medida que avanzan sus pasos se hacen más lentos y el eco del metal más intenso. Todo en ellos se siente más pesado. Y aquello que debería ser natural y sencillo, como respirar, ahora necesitan un gran esfuerzo para hacerlo a medias. La primera en detener sus pasos es la soldado Rodríguez, pero ninguno se da cuenta hasta llevarle varios metros de ventaja. Es Violeta la que gira su rostro para mirarla, derramando lágrimas por una razón que no acaba de entender, y ve como su compañera observa sus propias manos inmóvil. Desea volver atrás, caminar hasta su lado, abrazarla, y cruzar por fin ese puente. Pero no lo hace. Se sienta en el suelo, dejando tan solo el eco de los pasos de Alfredo.

El tercer y solitario eco también termina regresando el puente y el abismo a su silencio habitual.

Al voltear ve como sus camaradas han quedado atrás, y al igual que Amal desea caminar hacia ellas, pero tampoco lo hace. Se queda en el sitio y se sienta exhausto, pero su respiración está normal, no es esa clase de cansancio. Él ya conoce este sentimiento, esta sensación de que algo no está bien, de que no puedes. Hunde la cabeza entre sus brazos recordando lo que una vez fue todo, y dos salados surcos le calientan la cara, porque sabe lo que ahora no es. Recuerda las dos sonrisas en el cruce de miradas, la doble y lenta respiración, el tiempo funcionando diferente. Incapaz de hacer otra cosa grita en un silencio demasiado grande, golpea el suelo, y se maldice por cada pequeño hecho. Luego se levanta con más esfuerzo del aparente y regresa sobre sus pasos hasta alcanzar a Violeta. Ella lo mira desde el suelo confusa por el desborde que siente, pero al recibir el abrazo le devuelve el más fuerte que dio ninguna vez, y se deja levantar. Avanzan juntos, apoyados entre ellos, con el eco de sus pisadas sonando a la par. Logran alcanzar el límite del puente y Alfredo se separa, dejando a la capitana ahí y regresando de nuevo. Esta vez tiene que caminar mucho más atrás y le cuesta lo suyo. Se detiene en medio del puente, agarrado a la barandilla y mirando al vacío, pensando en lo que podría ser. Se sorprende a sí mismo dando un paso hacia este y se muerde obligándose a frenar. Continua hasta alcanzar a Verónica, la cual no reacciona a su abrazo, ya no llora tampoco; solo respira. La coge en brazos y avanza con el paso más firme que puede permitirse. Es lento pero constante, y aunque algunas veces se sorprende dudando, continua caminando. Al llegar al final la deja en el suelo, al lado de Violeta, y se sorprende al notar que la mujer lo estaba agarrando con fuerza. Las acerca entre ellas y les señala la salida, la cual apenas está a tres metros. Observa calmado como lo recorren juntas, y luego se da la vuelta.

Podría decir que no sabe porqué regresa en esta ocasión, pero es mentira, lo sabe muy bien. Nunca tuvo pensado volver de la isla. Solo vino porque no le quedaba nada donde estaba, ahora solo anhela regresar al lado de quien ya no está, y eso es lo que está haciendo. Avanza más rápido y se de tiene en el medio del puente, al límite que la barandilla crea, observando lo que hay más allá. Se toma unos segundos donde respira con calma, mira a sus compañeras mientras recuperan sus colores, y salta.

Se despierta sorprendido de hacerlo. Y todavía lo hace más al ser consciente de su entorno, no está en el fondo lúgubre de un abismo de pesadilla, sino en la cima de la montaña. En la cual cientos de barcos de todos los tamaños y eras se abrazan entre tonos de violeta que no sabía ni que existían. Lo observa todo desde el punto más alto, desde el cual no solo puede ver toda la historia que lo rodea, si no las vidas que lo esperan al fondo de semejante lugar. La plataforma en la que despertó tiene apenas cuatro metros cuadrados y es un círculo perfecto. Está rodeada por cristales grandes como puños que empiezan a brillar y emitir una calor agradable. De todos ellos nace en vertical un haz de luz que se abre creando una ventana. Y le muestran una visión de sus destinos, épocas y lugares diferentes del mundo, las opciones que cada camino elegido le ofrece. Justo ante él, sin tener que buscar, encuentra lo que buscaban; ve como los cuatro barcos descienden sin explicación por la montaña, cruzan la isla y alcanzan el agua. Pero la curiosidad que todo persona lleva en su interior le hace mirar a su alrededor, solo una pasada rápida por los otros caminos. Observa maravillado algo que no es capaz de explicarse hasta que encuentra la ventana a su espalda. No es otro lugar más que su hogar, pero no es aquel que lo espera a su regreso, es uno donde ella vive. Puede ver como su esposa prepara un café al ritmo de la música, y como baja luego el volumen de esta para poder leer en el sofá, y sin darse cuenta extiende la mano hacia esa ventana. Pero se detiene. Gira la cara y mira la salvación de sus compañeros, es consciente de la decisión, del mismo modo que es consciente de que no es esa clase de persona, no puede abandonarlos a su suerte. Así que camina intentando mantener su decisión y cruza el haz de luz. Al instante aparece sobre la cubierta de La Señora y tras él los otros tres barcos. Por todos lados empiezan a salir miembros de la expedición confusos y asombrados por el lugar donde se encuentran, algunos intentan hablarle pero Alfredo Foldán no los escucha. Él sigue mirando la plataforma varios metros atrás, donde los haces de luz se encogen desde los cielos, mientras desaparecen llevándose todo...Y en cuanto los barcos comienzan su movimiento lo decide.

Violeta Amal y una soldado esperan en el puente. Recogedlas y aseguraos de llegar a la orilla.

Es lo único que dice a aquellos que se encuentran a su alrededor antes de salir corriendo. Cruza la larga cubierta, sube las escaleras hasta la segunda, y cogiendo impulso con la barandilla salta al siguiente barco. Cae sobre Boros perdiendo el equilibrio y rodando varios metros. Pero se levanta ante la sorpresa de todos y continua decidido. Aparta a manotazos a todo aquel que se cruza en su camino, y sin perder de vista la plataforma llega al límite del barco. Repite la maniobra ignorando los gritos de los demás y salta sobre El Pinto. Esta vez la caída es peor y se hace daño en la pierna derecha. Se esfuerza por levantarse tragándose el dolor y arranca de nuevo su marcha. Los haces violetas apenas sobrepasan la plataforma, está apunto de perderla por segunda vez y no está dispuesto a dudar del intento. Solo puede seguir corriendo. Y eso mismo es lo que hace hasta alcanzar la barandilla. Salta con menos fuerzas que la vez anterior y apenas alcanza la plataforma. Queda colgado de ella, mientras las luces alcanzan las ventanas, y estas empiezan a replegarse tragándose todo destino.

Grita para sacar las fuerzas que ya no tiene. Sube a la plataforma. Corre tambaleándose los últimos cuatro metros.

Y alcanza aquello que había perdido. 


Diego Alonso R


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