La incertidumbre de mirar adelante



Alberto Varela entra en casa convencido de tomar hoy su decisión. Está llegando al final de la peor semana que ha vivido en mucho tiempo, es lo que tienen las decisiones importantes, no te dejan descansar. Porta lo que él considera que será la clave, aquello que le dirá qué hacer con su vida, aunque tal vez no debería estar tan seguro. Cruza el umbral de la puerta, y luego la cocina hasta llegar a la mesa, ahí deja la caja y se sienta. Está nervioso y tiene un leve temblor en sus manos. La caja ante él es sencilla: de madera lisa y con un lirio en relieve sobre la tapa.

Contiene un cegador.

No es un hombre que ignore la magia, pero tampoco es un usuario de esta. Sabe que el mundo está lleno de ella y la humanidad aprovecha sus beneficios, pero nunca le ha gustado depender de algo que no es capaz de entender. Así que, cuando su amigo le comentó esta opción, no estaba del todo seguro. Pero se siente bloqueado y toda ayuda es bienvenida. Así que se fue de compras y regresó con un cegador y con menos dinero. Se decide a abrir la tapa y observa el objeto, viene envuelto en papel de burbujas y demás protecciones, lo saca con cuidado y lo deja sobre la mesa. Es un cegador clásico; formado por un cráneo de gran felino con una flor en relieve, un lirio en esta ocasión. Alberto coge el sobre que lleva en la boca y saca una pequeña tarjeta.

Recuerda: No te dejes engañar por lo que el futuro pueda depararte.

Muestra tu amor al cegador, pregunta, y mantén el contacto.”

Las dudas que atormentan a nuestro hombre son las que suelen atormentar a la mayoría de los mortales: amor y dinero. Aunque tal vez ser un poco más específico estaría bien. Su vida no es la de un protagonista, pero sí la de alguien feliz, una vez que lo piensa bien. Trabaja como cocinero en “Las Tablas” -un bar de su pueblo- y lleva un año en una relación. No parece estar debatiéndose entre ningún dilema, pero hay un dilema, sino no estaría sentado ante un cráneo hechizado. Le han ofrecido trabajar como cocinero en un buen restaurante de Santiago. No quiere pasarse la vida trabajando en “Las Tablas”, solo trabaja ahí para ahorrar y montar su propio restaurante, así que lo lógico sería aceptar el trabajo y mudarse. Por otro lado; estaba apunto de pedirle a Eva, su pareja, que vivieran juntos. Y es aquí dónde el conflicto de caminos empieza: Alberto desea ese trabajo, pero sabe que ahora Eva no se irá del pueblo.

Inspira y exhala varias veces, tomándose su tiempo. Por fin se decide a empezar y muestra el amor al cegador dándole un beso sobre el lirio en relieve.

¿Qué sucederá si renuncio al trabajo para quedarme aquí con Eva?

Rodea al cegador con sus manos y espera. Espera. No sabe qué debería suceder exactamente, ni cuánto tiempo tardará en suceder. Entonces empieza. Siente un hormigueo en las manos, el cual no se extiende por sus brazos, si no que avanza por ellos. Llega a su cabeza y el hormigueo alcanza sus ojos, es molesto y le hace pestañear; y al fin las imágenes aparecen.

No deja de ver a través de sus ojos, la cocina sigue en el mismo lugar, pero nuevas imágenes se superponen a su visión natural. Es un poco difícil centrarse, pero nadie dijo que ver el futuro sería sencillo. Se ve haciendo la mudanza, entonces Eva acepta ir a vivir juntos, eso le hace sonreír. Pasan la primera noche con pizza y un colchón. Los días avanzan y el piso va cogiendo forma, se parece a un hogar. Las escenas son rápidas y se esfuerza por mantenerse centrado. Parece estar de peor humor. Tras los meses se da cuenta que odia su trabajo, pero sigue en él, necesitan el dinero. Cada vez ambos llegan más tarde a casa, el hogar empieza a hacerse poco apetecible. Un día discuten, lo hacen a gritos y sin que ninguno diga el motivo, solo necesitan gritar a alguien. Se quieren menos, no se buscan, y los gritos se hacen costumbre. Al final termina por explotar contra su propio jefe y es despedido.

Discuten más fuerte que nunca y se culpan de todos sus males. Estoy atrapado aquí por ti, nunca quiero volver a casa, me jodiste el futuro, me cabreas; son cosas que se gritan. Alberto solo desea separar sus manos del hechizo del lirio, pero no puede dejarlo aquí, algo debe mejorar. Sigue observando, están más mayores y siguen juntos, pero no se miran mucho. Ya no recuerdan el cumpleaños del otro. Sigue avanzando, cada vez va más rápido, necesita verlo. Nunca llegan a dejarse, tampoco llegan a quererse, no como antes; como ahora. Ella muere primero, pero a él ya no le importa.

Alberto separa las manos del cegador y las imágenes cesan. Durante varios minutos no hace otra cosa a excepción de llorar. Esto no puede estar bien, no, la magia no es de fiar. Lo repite varias veces, primero en su cabeza, luego en voz alta para poder oírlo. No quiere creer que Eva y él puedan compartir una vida semejante. Jamás la culparía de sus propias decisiones,¿no? Suceda lo que suceda es cosa suya, solo suya. Pero para algunos es demasiado difícil cargar con el peso que se ponen, ¿será una de esas personas? No.

Se centra de nuevo en el cegador para su próxima pregunta y nota que está cambiado. Está lleno de manchas, como si se tratase de un piso de veinte años lleno de humedades. Besa de nuevo el lirio y hace su pregunta.

¿Qué sucederá si dejo a Eva y acepto el trabajo?

De nuevo coloca las manos y espera. Esta vez sabe lo que viene pero el picor en los ojos es más intenso que antes. Y de nuevo un montón de escenas se mezclan ante su mirada. Los dos están llorando. Llega a la ciudad y se instala en un apartamento, la primera noche come una pizza congelada y apenas duerme, la echa de menos. El trabajo es genial, un buen restaurante y un buen equipo. Los días avanzan y cada vez se le da mejor su trabajo. Llama mucho a casa, le ayuda escuchar una voz conocida. La echa de menos y piensa en llamarla muchas veces, pero nunca llega a hacerlo, cree que será peor. Pasa mucho tiempo solo, todo el que no está en el restaurante. Llega un día en el que lo invitan a salir, pero miente diciendo que está muy ocupado, y rechaza la oferta al instante. No sabe por qué lo hizo, piensa mucho en ello y no logra explicárselo. El tiempo pasa y el trabajo no le divierte, los compañeros no le sonríen tanto, deja de ver al equipo como algo bueno. Solo hace su trabajo y recibe su salario. Ya no llama a casa, hace mucho que no lo hace. Una noche se despierta y llora sin motivo aparente. En este punto las manos de Alberto tiemblan, pero al igual que antes, no puede apartarlas y sigue viendo. No tarda mucho en terminar. Pasa varios días sin ir a trabajar, su jefe se preocupa y llama a la policía. Encuentran su cuerpo en el sofá.

Esta vez el llanto es interrumpido por una gran arcada. Se levanta y llega como puede al fregadero, le pitan los oídos con cada arrancada del vómito. Se limpia y regresa a la silla aturdido. Ese no puede ser su futuro, sus futuros. Se niega a ello. Empieza a llorar al recordar lo que acaba de sentir y se lleva las manos a los ojos. Le escuecen como si los hubiera restregado contra un limón abierto. Pero da igual, sus ojos no son lo que más le importa en este momento. ¿Qué puede hacer? Mira de nuevo a la calavera y se asusta con lo que ve. Las manchas se han extendido hasta casi hacerla negra y un montón de grietas están formándose por todos lados. No durará mucho más, tal vez otro uso. Pero sigue sin saber qué hacer, ahora menos que antes. Parece ser que los dos caminos terminan en desdicha. Juguetea con la tarjeta pensativo: si elige el trabajo y la deja, terminará mal; si renuncia al trabajo y sigue con Eva, terminará mal. Pues vaya ayuda el maldito trasto,¿para esto tienen la magia? No es más que una porquería. Tira la tarjeta sobre la mesa y la lee de nuevo. Espera. Ha visto dos futuros que pueden suceder pero,¿son los únicos futuros? No estaba pensando con claridad, todavía tiene más opciones. No quiere pudrirse en su actual trabajo, pero está claro que no quiere dejar a Eva...

Da un beso en el lirio de nuevo.

¿Qué sucedería si me quedo con Eva y monto mi propio restaurante?

Estira sus manos para agarrar la calavera pero esta vez se frena. No por miedo a lo que pueda ver, si no por miedo a lo que no está viendo. Estaba tan cegado por todos sus futuros que dejó de pensar en lo que siente: le escuecen los ojos. Al darse cuenta de lo que está sucediendo se levanta y con la silla golpea el cráneo hasta destruirlo. Luego, con la escoba y algún trapo, guarda los restos en la caja. Se marcha al baño a lavarse la cara y el gua alivia el picor, o mejor dicho, lo hace más llevadero. Al mirarse en el espejo ve que sus ojos están marcados con algunos puntos de sangre, pero a la vez no puede evitar sonreír; ya ha decidido el camino que tomará.


Diego Alonso R.


Comentarios

  1. Creo que si me pasa a mí, no me sometería a ningún tipo de magia desde el principio. Prefiero que la vida me sorprenda; o me decepcione. En todo caso, seguro que no es tan traumático.

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    1. Eso es lo bueno de que todos seamos tan diferentes, que cada persona tomaría un camino. Gracias por leer, un saludo.

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