Estaba entrando la noche cuando encontré al hombre que me destrozó la vida. Había sido un día bastante malo, un largo viaje hasta la ciudad para una entrevista de trabajo a la que llegué tarde, y antes de regresar a mi casa decidí tomar algo en un bar de carretera a pocos kilómetros. No hace falta ni describir el lugar, era la escena exacta de un bar de carretera común, tanto que podría jurar que ya había estado en él aunque sabía que no. No estaba lleno, pero había suficientes clientes para que no te fijes en nadie en particular, así que me senté en la barra y pedí un café largo. Fue entonces ojeé a mi alrededor, es una costumbre que adquirí con la cojera ya que suele funcionar para que dejen de mirarte, que lo vi sentado en una mesa. Estaba solo, tomando una cerveza a unos diez metros, era él.
O eso me dije cuando le vi. La realidad es que pasaran muchos años y durante estos la imagen que tenía de su rostro en mi memoria se había alterado. Pero no la podía olvidar, es difícil olvidar una cara mirándote desde arriba mientras te mueres. Esperé a que llegara el café y pregunté por el baño, tenía que pasar por al lado de su mesa, era perfecto. Lo hice fingiendo la mayor indiferencia, para cualquiera que viera la escena, jamás se habría imaginado la realidad que escondía nuestro casual cruce de miradas. Nada más llegar al baño tuve que quitarme el abrigo y mojarme la cara. Era él, no importaba el tiempo que pasara, esa mirada era la suya, era él. Mi cuerpo reaccionó antes que yo mojando mi camisa, hasta el punto que tuve que quitármela para secarme el sudor antes de que se notase; necesitaba calmarme. Era mucho tiempo el que había esperado por esto, tanto que en realidad no estaba preparado, no sabía lo que hacer. Tenía que pensar y hasta entonces aparentar normalidad. Vestí la camisa de nuevo y volví a mi lugar en la barra. Sentado en el taburete, con el abrigo descansando sobre mis piernas, eché el azúcar en el café y llamé a la camarera con disimulo. Al venir le pregunté por el hombre de mi interés, mentí diciendo que se parecía a un antiguo compañero de clase pero que habían pasado muchos años, que me gustaría saber si lo había visto más veces. Para mi sorpresa dijo que era un habitual y se llamaba Héctor.
Eso era un comienzo, por fin sabía el nombre de quien recibió mi odio durante años. Pero eso no era suficiente, ni tampoco justo, ¿después de lo que hizo lo único que recibo es su nombre? Aunque en realidad no se trataba de lo que yo recibiera, sino de lo que él debía recibir. Tomé el café de un trago y pedí una cerveza. Luego otra y otra más, las necesarias para reunir falso valor mientras él no se marchaba. Al fin vi que se acercó a la barra para pagar, entonces me puse mi abrigo y me fui primero, había ido pagando cada consumición al momento de pedirla para adelantarme en ese momento. Lo esperé subido a mi coche, se tambaleaba un poco cuando le vi montarse al suyo, y lo seguí. Esperé hasta que llegamos a una carretera poco transitada y lo adelanté. Gané distancia hasta que le perdí de vista y dejé el coche ladeado en medio de la carretera, como si de un accidente se tratase, dejando poco espacio libre. Se detuvo y al acercarse a mí preguntando de mal humor qué había pasado, ya lo estaba esperando con la pata de cabra escondida a mi espalda. Solo fueron necesarios dos golpes para que perdiera la conciencia. Lo até y subí al maletero. Dejé su coche escondido lo mejor que pude y me lo llevé.
El plan ni se le podría llamar así. Era inexistente, consistía en una única idea, que él también recibiera lo que debía. Fui por varios desvíos que ni me sonaban hasta llegar a un lugar que parecía no conocer nadie. Lo bajé del maletero y le hice escucharme. Le pregunté si recordaba una noche-hace ya diez años- en la que atropelló a un hombre, se bajo del coche para mirarlo y lo abandonó a su suerte. Si había pensado alguna vez durante todo este tiempo, en ese hombre que apenas salió con vida esa noche, que tuvo que someterse a múltiples operaciones con los años para lograr andar aunque fuera con una marcada cojera. Y se hizo el tonto, fingió no saber nada, insistiendo en que no era él. Y la pata de cabra igualó las cosas. Héctor también recibió algo en la misma pierna derecha que me recuerda cada mañana lo sucedido. O eso habría hecho, si no fuera porque cuando iba a tomar el café me puse nervioso y lo tiré por la barra, evitando esa oscura realidad. Me quedé avergonzado, intentando ayudar a secar el desastre con unas servilletas decididas a no hacer su trabajo, mientras la amable camarera me decía que no pasaba nada.
Me quedé esperando el nuevo café pensando en lo cerca que había estado de ir por un mal camino. Sin duda tenía que hacer algo, pero no eso, decidí intentar que pagara de forma legal. Así que tras el nuevo café me marche al aparcamiento a esperar. Era hora de recopilar información. Lo seguí manteniendo la distancia hasta que llegó a un hotel. Esperó en la puerta fumando hasta que una joven apareció y subieron juntos. Un par de horas después se fue de allí y seguí mi función hasta que llegó a casa. Bajé del coche y aprovechando el arropo de la noche observé por las ventanas, llevándome una sorpresa al ver a su familia, dos niños pequeños y una mujer. Otra mujer. Me fui al hotel más cercano que encontré para pasar la noche. Es cierto que la idea era llevar mi venganza por la vía legal, pero siendo honesto, ¿qué podría conseguir por ese camino? Hacía diez años del incidente, no había pruebas ni testigos, fue un atropello nocturno cerca de un pueblo cuya palabra le viene hasta grande. No podría conseguir nada de esa forma. Pero existían otras formas de venganza, no tan legales, tampoco tan agresivas, pero sin duda dolorosas.
Durante las dos siguientes semanas hice un trabajo de detective que no sabía que podía hacer. No es sencillo pasar desapercibido cuando llamas la atención a cada paso, pero me las ingenié para lograrlo. Cada semana veía a la misma chica, siempre en el mismo hotel de mala muerte, y siempre en la misma habitación. Cosa que no me costó mucho averiguar con un dueño tan abierto a un ingreso extra en metálico. También supe quien era la joven, una chica de diecisiete años, de ella prefiero no decir nada más. Tras las dos semanas fui antes de tiempo al hotel, reservé la habitación pegada a la suya, y mientras no llegaban me colé dejando una cámara escondida. La recogí después de la sesión de esa noche sabiendo que tenía mi venganza en la mano. Al día siguiente, fui a su casa cuando sabía que no había nadie, me colé y dejé el vídeo en bucle puesto en el salón. Conocía sus horarios y su mujer llegaría primero.
A estas alturas no sé si debería aclararlo, pero no me considero buena persona, tampoco creo que sea el diablo. Pero soy consciente de ello. Podría hacerlo de otra forma, no convertir a su esposa en un daño colateral, ese famoso término para evadir responsabilidades. Pero si sirve de algo, lo que hice fue tomarme ese segundo café y salir a fumar. No era ningún detective, me habría visto seguirlo, puede que incluso chocase con él de puro nerviosismo. Tal vez no tenga mujer ni familia de ninguna clase esperándolo, y puede que tampoco haga nada semejante al hotel, que no tenga nada con lo que cobrar mi venganza. Puede que tampoco deba tener una.
Tardé dos cigarros más en decidir que lo mejor era hablar con él. Tal vez escuchar sus razones me ayudara a pasar página, o puede que al tenerme delante se disculpase, no tenía idea pero hablar podría ser el paso más razonable. Así que volví a mi sitio en la barra y pedí dos cervezas. Sentarme, dejar las cervezas, decir quien soy. Un plan sencillo sin ningún objetivo más allá que intentar avanzar. En cuanto llegó la comanda me levante para evitar que el valor se esfumase. Fui hasta la mesa, me senté dejando una cerveza ante él, me presenté y esperé alguna reacción bebiendo un trago. De primeras no me reconoció, lo cual entendí, ahora tengo una cicatriz y la cara limpia de sangre en comparación a cuando el me conoció. Así que le digo más sobre mí y lo que pasó esa noche, haciendo que su rostro cambie, se tensa por un instante y confirmo lo que sabía. Héctor es el hombre que me destrozó la vida. No intenta fingir ser otra persona, tampoco disculparse, acepta lo que hizo de la forma más anodina. Como quien admite haber aplastado a una mosca. Y se levanta sin notar que yo había perdido todo razonamiento, agarrando la cerveza y rompiéndola contra su rostro. Antes de que los demás clientes me pudieran agarrar ya había pisoteado su cabeza, como quien aplasta a una mosca.
Esa fue la imagen que vi en el amarillo de las cervezas ante mí. La realidad que me asustaba, que fuera el monstruo que siempre imaginé, que no supiera enfrentarme a él de otra forma. Así que bebí mi cerveza y seguí observando la segunda. Mientas bajaba la espuma vi otros caminos, en los que me sentaba y tan solo decía lo que sentía para marcharme, en los que lo insultaba armando un escándalo y me iba también, en los que le perdonaba pero era una gran mentira. Vi que no podía hablar con él, aunque sí había una cosa que quería decirle.
Me resigné y tras pagar la cuenta dejé la cerveza sin beber en la barra. Me fui de vuelta a mi coche, esta vez de verdad, quedándome en el aparcamiento sin atreverme a arrancar y marcharme. Hasta que lo vi salir del bar, no se tambaleaba como había imaginado, pero sí había algo diferente en su andar. Fue hasta su coche cojeando de su pierna izquierda. No pude evitar reírme. Por primera vez sentí la fuerza para decir lo que quería, mientras le miraba subir al coche, aunque no pudiera escucharme.
–No te perdono pero seguiré adelante.
Diego Alonso R.
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