Primer visionado

 



Había entrado en el bar sin saber que iba a chocar con la mala suerte, atravesarla por en medio, y terminar en el almacén atado a una silla. Allí la jaqueca fue su compañera inicial, luego las arcadas que no llegaron a nada, y al final la figura de túnica blanca. No dejaba de hablar mientras trasteaba alrededor de un televisor. El secuestrado tan solo le llegaban parte de sus palabras.

«Prueba de liberación número...»

«..con ello regresará...»

Tras terminar su labor la figura fue directa a él, agarrándolo de la cara y diciéndole con una sonrisa: «Hazlo bien». Aun con la cara pintada de rojo pudo reconocerla; era la camera del bar. No articuló palabra de vuelta, tan solo se quedó observando como ella apagaba la grabadora que llevaba como colgante, y se marchaba canturreando. Con el cerrar de la puerta lograría reaccionar un poco, tenía que esforzarse para todo, hasta para llegar a la conclusión de que estaba jodido. Porque fue ahí cuando notó que estaba atado. La silla era de madera, robusta, y con correas en tobillos y muñecas. La rodeaba un círculo de tiza en el suelo, el cual se unía por una corta línea, con el círculo que rodeaba al televisor ante él. Por lo demás solo era un almacén común, lleno de cajas, botellas, muebles viejos y suciedad. Ahí su mente logró desperezarse lo suficiente y brotaron todas las palabras que no había dicho. Distrayendo su atención de la televisión ante él, del VHS instalado sobre esta, o como la cinta que encaja en la ranura terminó de entrar sola para empezar a reproducirse.

El ruido blanco llamó su atención sobre el verdadero problema.

El televisor era pequeño. La imagen en blanco y negro. Y la habitación que mostraba en la imagen estaba casi vacía. En medio de ella colgaba del techo una gran pupa, formada por vendajes, que no fue capaz de retener su atención. Volvió a su secuestro y a llamar a la mujer de blanco con una desesperación creciente. Tirar de las correas buscando a su alrededor la forma de huir. Mientras que en la pequeña sala del televisor los vendajes fueron cayendo, dejando la forma de la pupa a la vista, con el tamaño de un caballo adulto y formada por docenas de bocas. El hecho de que en ese momento la imagen se volviera a color hizo que su mirada se posase en la televisión. Pudo percibir que la pupa palpitaba y parecía estar creciendo, duda que se aclaró al instante, ya que su tamaño se desbordó como un río llenando toda la habitación. Tan solo para volver a su tamaño original y dejar al hombre sin poder apartar la mirada. Porque la pantalla del televisor explotó por el impacto de la pupa. Estaba claro que algo no estaba bien. De la imagen brotaba un olor agradable, a madera cortada y café recién hecho, un olor que no encajaba con su aspecto.

El hombre miró las bocas fundirse en una como quien ve un accidente de tráfico. Esta se abre despacio para escupir sobre el suelo una nueva vida, llenando la estancia real con un olor tan intenso que marea al hombre. Las cosas cambiaron. No apartaba la mirada del cuerpo tirado bajo la gran boca. No lo hacía por curiosidad, ni morbo, ni tan siquiera porque dudase de su existencia. Estaba seguro que si apartaba la mirada, si osaba pestañear, moriría en ese instante. La criatura se desperezaba mientras lograba entender su propia forma, cambiando su tamaño sin control hasta que logró erguirse decidiendo su aspecto. Forma humanoide y alta, con la piel semejante al alquitrán, llena de las mismas bocas que llenaban su pupa.

El ser le estaba mirando sin necesidad de poseer ojos. El cuerpo del hombre reaccionó al pánico de lo que está por encima de uno; el sudor empapó la ropa, el temblor de su cuerpo intentó no llamar la atención, los pensamientos frenar para no desbordarse. Hasta que la criatura se movió y su cuerpo gritó en forma de arcada, trayendo el vómito que echó ante la silla, y un único pensamiento tomó el control: huye.

Los tirones le habrían dolido en otra ocasión, pero no en esta, habría estado dispuesto a morder su propio brazo si eso le permitiera huir. No tenía tiempo, por lo que mordió las correas. Tras la pantalla la criatura dio el primer paso cayendo al suelo y comenzando un lento cuadrupeo. El ritmo era torpe, tal vez el sacrificio tendría una oportunidad. Las bocas se abrieron liberando sus voces, torpes y gritonas, algunas se atragantaron al nacer nuevos brazos de su interior. Estos se unieron al movimiento de la criatura aumentando su paso.

El hombre renunció a todo plan más allá de revolverse y tirar con fuerza. Con la suerte que los anteriores sacrificios hicieron lo mismo, debilitando con el tiempo las correas, cediendo ante su desesperación la de su muñeca derecha. No pudo contener sus temblores al intentar desatar su mano izquierda, encontrándose con una dificultad que no tendría en otro momento, conteniendo la respiración ante la sorpresa de lograrlo. Y liberando el aire en un grito sordo al sentir que algo le agarró ambas muñecas. Dos alquitranadas y fuertes manos le inmovilizaban poniendo las suyas contra el respaldo de la silla. Siguió con la mirada el origen de los oscuros brazos, viendo que llegaban hasta su propio abdomen, en el cual una larga boca se atragantaba dándoles un lugar por donde salir.

El ser de la televisión se había detenido a ver el espectáculo. Si el hombre fuera capaz de llevar la cuenta habría notado que ahora la criatura tenía dos brazos menos. Se puso en pie dejando que varios de sus brazos imitaran a sus piernas. Y todas las bocas que estaban libres, que no habían dejado de gritar, guardaron silencio, comenzaron a moverse cada vez más similares hasta encontrar el mismo movimiento, y las voces regresaron. Todavía eran torpes, una mala imitación de cientos de voces, con tonos dispersos, incapaces de pronunciarse en un idioma de nuestro mundo. Y una de ellas dio un grito de dolor como respuesta al acto del hombre. Había mordido el brazo a su derecha intentando liberarse, como un perro de presa seguía apretando, ignorando el sabor a café quemado. Hasta que la negra biscosidad que brotaba de este le llenó la boca comenzando a ahogarlo, tuvo que soltar entre toses y arcadas, sin notar que la criatura perdía otro brazo. La tercera mano salió de una nueva boca, formada en su pecho, tapándole la boca y dejándolo sin la opción de mover su cabeza.

La batalla por respirar se había iniciado. El sonido se iba abovedando a medida que su vista se nublaba. No fue capaz de ver como las demás bocas se mudaban a su cuerpo, gritando dispares en un coro que fingía humanidad, diciendo todas las mismas palabras: «» y «Yo». El ser casi había alcanzado la pantalla, más semejante a una persona que en ningún punto, una figura negra chapapote con una sonrisa en su rostro. La que de verdad era suya, la única que no parecía humana. Lo último que el hombre pudo ver antes de perder la consciencia.

Al volver en sí la imagen del televisor no era más que ruido blanco. No podía moverse, atrapado por las manos, incapaz de controlar su cuerpo, que no dejaba de crecer y encoger por partes. Rodeado de voces, de olor a madera y café, perdía su cordura. Hasta que todo cesó, dejándolo sudado y sofocado, tan solo capaz de seguir respirando. Sin ser consciente por el agotamiento que las voces no sonaban igual, fue ese hecho, el último acto que hizo como persona. Darse de cuenta de que seguían diciendo las mismas dos palabras, ahora al unísono, todas con la misma voz. La suya propia. No logró entenderlo, no tuvo ninguna revelación, tan solo escuchó su voz multiplicada y desapareció. Dejó su cuerpo a una nueva vida. Una que ya no mostraba su rostro alquitranado, que sonreía limpiando las lágrimas que había dejado el huésped anterior, una sonrisa que imitaba la humana a la perfección.


Diego Alonso R.


Comentarios

  1. No pienso fiarme de ninguna camarera. Sólo aceptaré que me sirvan camareros.

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    1. Mucho cuidado, puede que eso sea incluso peor... ¡Un saludo! Gracias por comentar.

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