La caja muda

 

[Recomendación: reproducir esta canción de fondo cuando suene música en el relato]

Un baile arítmico frente al horno da inicio a la mañana. Los pies deslizando por la plaqueta mientras la masa fermenta, los brazos agitándose con las pepitas de chocolate haciéndose un manjar, un par de saltos rompiendo toda elegancia que la radio intenta aportar a la cocina. La suma a la balanza en contra de lo que arrastra el mundo a su vida. Se marcha escaleras abajo dejando el horno hacer su labor y la emisora animando una casa sin vida.

Recoge el correo y acaba todo sobre la mesa de la cocina. Facturas, publicidad y un misterio cuadriculado. Se da un segundo para revisar las facturas que apenas puede pagar, sube la música en un suspiro dejándolas a aun lado. Se fija en la pequeña caja y con el cuchillo usado para los sandwiches rompe la cuerda que la rodea. En su interior una nota emerge: “Lo siento”. Tras ella sale a luz una cajita de madera sin adornos. La abre y una figura humana tallada con torpeza da vueltas sin provocar música alguna. Una caja de música muda.

Acompañando al bailarín del silencio el hombre se levanta para girar sobre sí mismo dando inicio al estribillo en la radio.


Woah come with me now

I'm gonna take you down


Sube el volumen de la canción mientra demuestra que nunca aprendió a bailar pero sí fue capaz de aprenderse la letra.


Woah come with me now

I'm gonna show you how


La alarma del horno rompe el momento avisando que las galletas ya están listas. Con un par de trapos y los acordes bajo sus pies saca la bandeja dejándola sobre la encimera. Guarda las galletas todavía calientes, y mientras se quema probando una, aparta la caja junto a las facturas haciendo que el hombrecito deje de girar.

Al llegar al bar detiene la canción en sus auriculares, es la tercera vez en lo que va de mañana que escucha “Come with me now” de Kongos. Cosa nada extraña en él, todas las semanas sufre la obsesión por una canción cualquiera.

Cruzando el umbral el tiempo se ralentiza hasta regresarlo a la realidad de un día corriente. El mundo comienza a desperezarse con algunas mesas ocupadas por trabajadores en busca de un café para acallar al sueño y otras voces. Se acerca a la barra y deja el táper todavía templado. Apenas espera hasta que la dueña aparece, le llevará unos diez años y aparenta portar la energía de todo el pueblo en sus hombros.

Justo a tiempo con la tentación –saluda mientras prepara la bebida que sustenta a la clase obrera.

Igual es un título muy grande para unas galletas, Amara.

No para estas, nuestros desayunos no serían igual –deja el pocillo sobre la barra junto a un pequeño sobre–, dame un momento.

Coloca algunas galletas en pequeños platos y las reparte entre las mesas como una ofrenda a la rutina. El intento de repostero no puede evitar sonreír al ver a la gente comiendo su obra con placer. Saborea parte del café mientras la mujer regresa.

Ahí tienes lo de siempre y un poco más. –Frena una interrupción moviendo sus manos ante él–. No me digas nada, sí hace falta. De hecho, ¿has pensando lo que te dije?

Lo estoy pensando, ¿pero sabes el trabajo que da algo así? –Gira la cuchara dentro del pocillo semivacío como si intentará desgastarlo.

Mira a tu alrededor, sé el trabajo que da un negocio, pero no tienes que empezar con todo. Hay muchos negocios que les interesan tus dulces, creételo Agustín. –Una sonrisa sincera se habría contagiado en el rostro del hombre si estuviera mirándola.

Yo no lo tengo tan claro, pero se agradece. –Deja la cucharilla y guarda el sobre en un bolsillo de la chaqueta.

Está bien. Y ya sabes que mañana no abrimos, ¿pero pasado me traes otra ronda?

Cuenta con ello.

Perfecto, mis clientes no quieren pasar sin tus galletas.

¿Solo tus clientes?

Bueno, dejémoslo ahí.


Aunque el camino a casa está lleno de dudas una simple sonrisa termina por tomar su rostro. La cual dura los metros restantes hasta ver una silueta ante el portal de su casa. Plantado ante el edificio de tres plantes, el dueño lo espera. Tan solo para recriminar con desgana que las reformas de la segunda planta no están terminadas, pese a que su tía le había dicho que era un trabajador rápido, que se de prisa ya que traerán los muebles pronto. A lo que Agustín tuvo que cambiar la sonrisa por una falsa digna de un actor mediocre. Con ella decirle que estará a tiempo, al igual que el dinero del alquiler para el cual todavía no es día de pago, ya que el desganado no perdió la ocasión para recordárselo antes de marcharse.

En cuanto entra al portal se apoya en la pared para tomarse unos segundos, o tal vez unos minutos, el tiempo suficiente para insultarlo hasta que la rabia sale de sus venas sin envenenarlo.


Saborea las galletas con las que ha perdido la tarde, o con las que ha logrado salvarse de romperse, limpia las migas de su uniforme de guardián y observa la oscuridad alrededor del matadero. Un lugar dedicado a terminar con la vida no parece el más agradable para pasar la noche, pero no se puede negar que tendrás tiempo sin que te molesten, a terminado por sacar algo en positivo de sus noches. Saca el móvil para responder mensajes antes de empezar el turno, nunca pasa nada, pero prefiere mantener cierto grado de responsabilidad durante este. Cada vez le cuesta más responder a sus amistades, no porque hayan dejado de importarle, sino porque la vida se ha hecho cada vez más pesada. Ha sido un año largo. Deja para el final a su tía, la única para la que se toma el tiempo de responder en audio, la última madre que le queda. Gracias a ella tiene un lugar en el que vivir, le consiguió un alquiler bajo a cambio de hacer la reforma de la segunda planta. Hace mucho que aprendió a usar las manos porque no tenía nada más, aunque no le gusta usarlas de esa forma, él prefiere hacerlo delante del horno. Pero no es momento de pensar en ello, los mensajes han sido respondidos y el turno empieza, así que se despide de la oscuridad y entra al matadero.

Zapatea bajo la mesa, con las pantallas iluminando los garabatos de la libreta que intentan convertirse en logo. Tacha y empieza de nuevo, para volver a realizar el mismo proceso otra vez. Deja caer el bolígrafo y mira las imágenes de las cámaras ante él. No ve nada de lo que estas le muestran, tan solo piensa que no está preparado para montar su negocio de repostería, no sabe ni el nombre que debería usar como para saber el símbolo que le representará. Se deja caer en la silla hasta que una nueva canción da inicio, anota un nombre en la libreta y regresa su mirada a las pantallas recordando que debería hacer una ronda. Deja la habitación con un “Te recuerdo” escrito en la libreta.

Linterna en mano recorre los pasillos creando con la música su propio ambiente. Hace muchos turnos que el lugar dejó de darle miedo, las únicas noches duras fueron las primeras, porque tras superar el impacto inicial que genera recorrer estos pasillos tuvo que afrontar la dureza real del trabajo, soportar las noches consigo mismo. Y como lleva haciendo un año, usa la música como cuerda a la que sujetarse, sin importar que la soga esté en su cuello.

Llegando al segundo estribillo de la canción pasa ante la cámara frigorífica y se detiene sin razón. Al igual que no hay razón para abrir los ojos en plena noche pero sientes la necesidad de hacerlo. Deja un auricular colgando fuera de su oreja y algo parece acompañar a la música, un coro lejano que sería mejor no conocer se oculta tras la puerta frigorífica. Se acerca a ella quitando al fin el segundo auricular y dejando su oreja reposar contra el metal. Sin duda algo suena dentro. Aquí debería venir un momento de tensión, el miedo a que alguien se haya colado dentro del lugar que debe vigilar, pero nada de esto sucede. Nadie se encerraría en la cámara que te dejaría como un carámbano. Abre la puerta recibiendo un golpe del silencio. Una pasada de linterna le muestra los gorrinos colgando y decide entrar. Está seguro que ahí algo estaba sonando. Esquiva los cuerpos intentando no rozarlos hasta alcanzar el centro de la cámara. “Cálmate, no era nada”, se dice antes del desastre.

El sonido de los auriculares parece llenar la cámara pese a no haber aumentado el volumen. Los ritmos hacen vibran el aire hasta que consiguen la respuesta. El coro regresa a su puesto mostrándole la realidad que hace un momento ocultaba el acero, los cerdos colgados chillan al unísono, con ritmo claro ignorando la realidad de su muerte. Agustín permanece en el centro del espectáculo inmóvil bloqueado por la propia realidad hasta que el miedo toma el control y le da una única orden: corre. La cual obedece sin pensar, tropezando con varios cuerpos que siguen chillando sin errar en el ritmo, cerrando la puerta tras de sí logrando escuchar al último de ellos empezar la frase “Come with...”.


El techo con humedades le dice que ha despertado otro día más. Sin importar la pesadilla pasada que ahora mismo no recuerda, ni la vivida durante el año pasado que no logra olvidar. Tan solo importa que el despertador no ha sido suficiente para despertarlo y el día ha pasado sin que fuera su decisión. Se despereza mientras prepara un café como recurso para seguir y es consciente que no le quedan ingredientes, que ha gastado demasiado la tarde anterior cuando intentaba despejarse, por lo que sale a la compra llevando tan solo la cartera y las llaves. No vuelve en sí hasta que deja las bolsas sobre la mesa de la cocina. Es en ese momento que el escudo que su mente había plantado durante la noche termina por rajarse haciendo que se desplome sobre la silla. Las manos tiemblan, el recuerdo de los chillidos regresa, el sabor del vómito tras el pánico en la oficina, las ganas de salir corriendo sin saber a donde. Y entonces ve la caja de música al lado de las facturas.

Estira su mano hasta ella sin notar que al agarrarla los temblores cesan y la abre dejándola sobre la mesa. De nuevo el tosco hombrecito gira en silencio. De alguna forma al verlo es consciente de tres hechos que no se plantea poner en duda. Tan solo sabe que es así y no es tan tonto como para negarlo. Como cuando sabes que tienes hambre o que quieres a alguien. Es mejor aceptarlo y seguir. El primero de ellos es que lo sucedido la noche anterior es verdad y que debería estar preparado para más. El segundo es que el cerdo estaba cantando “Come with me now”. Y el tercero tuvo la desgracia de olvidarlo. Pero con estos hechos su cordura fue capaz de sostenerse, ignorar las llamadas del dueño del piso, y prepararse para otra noche de trabajo.


El desgaste del lápiz es el único sonido que llena la oficina. Si ignoras el zapateo nervioso, el vibrar del flexo y el sofocante tragar de saliva. Ha llenado cuatro páginas de su libreta detallando como sería su negocio de repostería. Sigue sin confiar en sí pero la esperanza de algo mejor ahuyenta al miedo que le sigue gritando que huya. Es la hora de hacer una ronda y, sabiendo que ha ignorado las dos anteriores, revisa las pantallas buscando cualquier detalle que le ayude a no tener que hacerlo. Por supuesto que no encuentra nada fuera de lugar, lo que le asusta más, ya que no puede agarrarse a nada para romper sus rondas rutinarias. Cierra la libreta, agarra la linterna y se repite varias veces que no pasará nada antes de salir. Tiene razón, no pasa nada durante varios pasillos y salas. Tan solo el miedo a los rincones oscuros en los que nada acecha y la paranoia con escuchar más pasos de los que deberían ser los suyos.

Nada sucede hasta que sucede: la melodía llega hasta sus oídos. Proviene de lejos, de algún lugar del matadero a muchos pasos de eistancia. Y así desea que siga, toma la rápida decisión de no ir a comprobarlo, sino de dar la vuelta y regresar a la oficina. No corre porque no se ve capaz, las piernas tiemblan de tal forma que parecen apunto de romperse en el próximo. Y la música continúa avanzando, porque puede escucharla más cerca. La letra ha empezado a ser cantada lo que le hace frenarse. Ya no suena tras él, sino delante. Al final del pasillo, girando la esquina. Una frase tras otra la voz recorta la distancia, tan solo debe esperar una frase más y podrá ver al portador de la canción. Es ahora cuando el miedo, a sabiendas que ya solo él puede salvarlo, toma el control de nuevo haciendo que corra en dirección opuesta. Apenas logra iluminar sus pasos con la linterna, no sabe hacia donde gira ni cual es su meta, tan solo corre intentando crear distancia con la música. Que de alguna forma parece mantenerse siempre a la misma. Termina en una pequeña sala usada como almacén, un error que le deja sin salida, porque la sintonía se acerca a la puerta.


El mismo techo con humedades de los últimos meses le saluda en su nuevo día. El sueño no se va por mucho que se lave la cara, pone algo de música para evitar dormirse, y enciende el horno. Tiene que dejar listo el encargo de Amara. Prepara la masa sin procesar nada, no necesita mirar la receta, calcular las medidas ni tan siquiera pensar. Es algo que lleva haciendo mucho tiempo. Deja la horneada en proceso mientras descansa en la silla. El olor a galletas termina por llenar la cocina y le recuerda a su madre, ese olor siempre lo hace. Con ella aprendió a cocinar, pero esto no lo hace por ella, aunque la eche de menos cocina para sí mismo. Es el vibrar del teléfono lo que le despierta en la silla, de nuevo el casero y de nuevo le cuelga. Tiene otras cosas en mente, como apagar el horno corriendo antes de que las galletas se quemen. De alguna forma logra terminar el encargo y reunir las fuerzas suficientes para hacer la entrega.

Al regresar a casa nota el escenario post guerra que ha dejado. Lento y con una capa de niebla en su cabeza recoge y limpia la cocina. En la calle, a donde ha llegado sin ser muy consciente, mientras tira la basura, recibe una llamada diferente. La dueña del bar por primera vez tiene una queja de su repostería, están saladas hasta lo incomible. Al recibir la noticia se frena en plena calle, no por la sorpresa que esta le podría causar, sino porque algo llega hasta sus oídos. Un recuerdo mueve los dedos y apenas logra reaccionar para esquivar el coche que pasa a pocos metros de él sin frenar. Mientas el loco motorizado se aleja la melodía que emana de sus ventanas sigue haciendo mella. Logra volver en sí para disculparse con la mujer y prometerle que hoy mismo hará otra tanda, que es algo que no se repetirá. Regresa pensando en cumplir su palabra cuando se encuentra con el indeseado casero en la puerta.

Cuando entran en casa el dueño del edificio ya había pronunciado cuatro frases capaces de enfadar a una estatua. Lo sigue hasta la cocina y ahí espera mientras Agustín va a buscar el dinero del alquiler, el cual proviene de varias rondas de sus galletas. Al regresar a la cocina encuentra al hombre observando la caja musical, que gira sin emitir sonido alguno. Este recibe el dinero y mientras lo cuenta sigue pronunciando bazofia, que ha echado un ojo al segundo piso y todavía no está listo, ignorando por completo que un solo hombre está haciendo el trabajo de cuatro. Mentando a su tía en el proceso y lamiendo sus dedos al contar casualmente en ese mismo momento. Pero Agustín ha dejado de escucharlo. Su mirada se mantiene en la caja, y el tosco hombre que no deja de girar, mientras un recuerdo hace que su mente no pueda mantenerse más tiempo dormida. Rompe su último mecanismo de seguridad basado en el agotamiento para rellenar las horas de recuerdos que le faltan.

Empieza a susurrar sin que el casero lo perciba en su vorágine de ego y desprecio en forma de palabras.

Woah come with me now
I'm gonna take you down


Toma forma en su mente la puerta del almacén y el ser que se presenta cantarín en su umbral. Los pasos torpes que daba en su dirección sin que él no dejase de iluminarlo con su linterna aterrado con perderle de vista.


Afraid to lose control
And caught up in this world


La madera, la carne muerta y la voz que formaban a su visión.


I've wasted time, I've wasted breath
I think I've thought myself to death


Su voz se eleva hasta que el egocéntrico recae en ella y se molesta por su falta de modales. Menciona lo estúpido que siempre le ha parecido y como esto es la gota que colma el vaso. Que nunca debió meterle en casa solo porque una vulgar se lo haya pedido.


I was born without this fear
Now only this seems clear


Cantando a tal volumen que en otra ocasión le habría dolido la garganta, pero al fin recuerda el tercer hecho que había olvidado, él es el tosco hombrecito y es la hora de girar.


I need to move, I need to fight
I need to lose myself tonight


Sonríe ante el rostro enfurecido del casero que se acerca al suyo. Ya ha saltado a los insultos, a las amenazas de gallo decidido a imponerse.


Woah come with me now
I'm gonna take you down


Antes de que el casero reaccione el puño del tosco hombrecito se eleva...

Con el primero hace que se calle.

Con el segundo aparece la sangre.

Con el tercero acepta su destino.

Con el cuarto ya no se detiene.



Diego Alonso R.


Comentarios

  1. Es un relato inquietante, con el que consigues mantener la atención sin desviar un momento la vista de la pantalla. Una combinación ágil de las diversas actividades del protagonista, con su proyecto de repostería siempre presente y único motor de su azarosa vida. Reflejas muy bien la personalidad y el grado de exigencias al que está sometido Agustin. Un pluriempleado que lo único que necesita en la vida es escapar de sus miedos que le arrastran hacia malos sueños recurrentes y que esa liberación le permita dedicarse de lleno a elaborar la mejor receta de galletas del mundo.
    Enhorabuena por el relato. Es fantástico.
    Te invito a comentar alguno de los míos en marcosplanet.blog
    Saludos cordiales.

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    1. Muchas gracias por compartir una visión tan elaborada del relato. Espero que futuras historias te gusten de la misma forma. Echaré un ojo por tu blog ¡Un saludo!

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  2. Las galletas debían de estar buenas, porque parecen bastante importantes para Agustín que refleja a menudo sus galletas.
    A pesar del sueño sinuoso una y otra vez en su agitada vida creo que en el fondo Agustín es un bonachón que sueña con hacer las mejores galletas, quizás porque le encantan.
    Un relato atrayente. Un abrazo

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    1. De seguro que sus galletas estarán muy buenas. Tienes una visión de Agustín muy acertada, ¡muchas gracias por comentar! Y un saludo.

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