Decantarse por lo colosal


Hoy una decisión será tomada, lleva demasiado tiempo acercándose hasta su inevitable destino, hoy se tomará una decisión.

El hombre a cargo de hacerlo está lejos de saberlo, tan solo observa el mar, vestido con su bañador como la mañana anterior. Sin importar sus arrugas todavía hay muchas cosas que desconoce, como la razón por la que sonríe mientras ve las olas, el porqué no deja de pensar en aquel día, o como todo encajará en el próximo minuto.

Tantos años y recuerdos lo alejan de aquel día que no debería recordarlo. Y puede que no lo haga, al menos con nitidez, pero sí tres cosas han saltado entre memoria. La promesa de recorrer todo lo que pudieran sobre ruedas, que hacía tanta calor como esta mañana, y el rostro que ha vuelto a mirarlo esta mañana. Tal vez ella no recuerde aquel día, al igual que para él había quedado enterrado en lo profundo. Es cierto que hace tiempo habían bromeado sobre ello, en algún punto que no alcanza a recordar, pero todo pesaba demasiado para que cuatro ruedas pudieran mover la carga.

Y la vida siguió.

A estas alturas, si no se hubiera vuelto lento, vería como algo sucedía en el cielo. Porque en algún punto de su vida que no logra identificar comenzó a avanzar despacio. No como algo negativo, ni tan siquiera ligado a la edad, tan solo fue así. Pudo seguir creciendo como persona, tomando sus decisiones y viviendo con plenitud. Mientras las cosas tenían un nuevo ritmo, uno más lento. En su ya conocida velocidad algo se estrelló contra el mar ante sus ojos. Con el tamaño suficiente para parecer una explosión y que las gotas cayeran sobre él pensando que ahora eran lluvia.

La decisión ha llegado.

Su sorpresa también está de vacaciones y la visita al mar no es alterada en absoluto. Sabe que algo viene en camino, al fin puede notarlo: la sonrisa al ver las olas. No estuvo la mañana pasada ni recuerda cuando estuvo antes. No porque fuera infeliz sino porque algo estaba cambiando y ahora es tan grande que al fin puede verlo. El ser avanza pisando con fuerza el fondo marino y barriendo la superficie con su colosal torso.

La noche anterior estuvo hablando con su esposa del tiempo que no hacían unas vacaciones familiares. De lo feliz que la ponía que el negocio de su hija al fin diera los frutos como para poder respirar. Lo que necesitaban todos un poco de tiempo. Tiempo. Eso era entre lo que estaba enterrada la promesa en su cabeza. Demasiado tiempo intentando que las cosas dieran frutos y poder respirar. Ahora tiene sentido que pueda sonreír ante el mar. Hacerlo con plenitud mientras la colosal decisión se frena ante él. Con su cuerpo formado por un acero incapaz de hacer daño que se desvanece mientras esta se inclina para mirarlo a los ojos. Dejando al descubierto su piel formada por el propio mar, si este fuera amarillo y brillante como el cielo de aquel día, con las algas y la escamosa vida nadando impasible por su interior. El hombre cruza la mirada con los ojos que cargan una verdad que reconoce bien.

Alzando los brazos ofrece el abrazo a la gran decisión. Esta eleva los suyos como respuesta inundando todo a su alrededor, haciendo que el mar sea quien lo rodee sin dejar rastro de este hecho. Ninguna prueba más allá de la dichosa sonrisa entre las arrugas. Porque las grandes decisiones a veces son muy pequeñas. Y ahora debe regresar junto a su esposa y hablar, estas deben ser las últimas vacaciones, es hora de retirarse y recorrer todo lo que puedan sobre ruedas.


Diego Alonso R.


 

Comentarios

  1. Es un síndrome, si es que se le puede llamar así, que también aqueja a surfistas arriesgados. Aquellos que van en busca de la gran ola.

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    1. ¡Gracias por leer el relato! Y por compartir tu interpretación, un saludo.

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