Seis manos y tres noches

 


Las manos de su hija apretando su cuello hizo que saliera del sueño. Sin encontrar el rostro sonriente de esta ante él, tan solo una inexpresiva silueta en la oscuridad, montada sobre su cuerpo y asfixiándolo, intentando terminar con su vida en la primera noche. El intento de hablar fue inútil y se encontró con una resistencia poco usual para la corta edad de su hija. No fue hasta que el aire de sus pulmones se fue, dejando el camino libre para que su vida también le dejase, que reaccionó apartándola de un empujón haciendo que la niña cayese contra el suelo entre la tos desesperada de su padre. Al llenar su pecho fue consciente que su pequeña homicida estaba impasible sentada en el suelo, su esposa hacía lo propio desde la cama, mirando la escena como quien ve la lluvia caer. Entonces despertó sobresaltado y con la tos que solo había sentido hacía un instante. Podría haber quedado en una horrible pesadilla fruto de la fiebre, si no fuera porque al entrar en el baño, se encontró con las marcas de los pequeños dedos alrededor de su cuello.

No había sido una pesadilla, sino la primera de tres noches, en la que terminaría matando familia.

El desayuno pudo ser el segundo más tenso de su vida, con la risa de su hija haciendo que el bello de sus brazos se erizase como la advertencia de un gato, con la preocupación de su mujer por su mejoría poniéndolo de mal humor por la impasibilidad de la noche anterior. Sabiendo que no tenía sentido que todo eso fuera real, más con la prueba de ello como su nuevo collar, tan solo los comentarios de su hijo sobre el examen de ese día le dieron un momento de paz. Al quedarse solo en casa las dudas siguieron invadiendo su cabeza, viendo cada detalle sin poder evitarlo, deseando encontrar una muestra de su falsedad logrando reforzar su realidad. Hasta que el dolor de cabeza le hizo tumbarse en el sofá, la fiebre había vuelto como los días anteriores, y una sombra cruzó por su memoria. Un resorte le hizo sentarse clavando su mirada en la puerta del salón, esta vez el marco de la puerta estaba vacío, pero recordaba que la tarde anterior no era así.

Era el día en el que irían a la antigua casa de su tía, mujer que lo único bueno que había hecho por él era morirse y dejarle su casa, la cual ahora usaban como casa de campo familiar. Pero a causa de la fiebre se quedó atrás dejando que su familia fuera a disfrutar del plan sin él, pasando la tarde atado al sofá por los sudores y el trapo húmedo sobre su frente. Tan solo una cosa le sobresaltó en todo el día, el momento en que una sombra cruzó la puerta en dirección a las habitaciones, pero que agotado por la calor de su cuerpo decidió ignorar decidiendo que no era real y volviendo al sueño hasta el regreso de su familia. Pero ahora el recuerdo generaba una duda en su mente, ¿era real? En lugar de una respuesta tan solo tenía otra preocupación sobre la estabilidad de su realidad. Necesitaba muchas cosas y la única calma vino en forma de cerveza en su nevera. Se tomó la mitad de un trago y la otra con calma sentado en la mesa de su cocina, hasta que ignoró el último trago para seguir el camino que había seguido la sombra el día anterior. No tenía idea de su rumbo exacto o tan siquiera de su existencia, tan solo estuvo dando vueltas por su casa buscando algo sin saber el qué, hasta que agotado se sentó sobre la cama de su hija. Estaba sudando y arrepentido de la cerveza anterior, entre otras cosas, hasta que haciendo caso a un impulso se arrodilló en el suelo para mirar bajo la cama.

No parecía haber nada importante, varios calcetines desparejados, un par de juegos de mesa olvidados, bastante suciedad y entre todo ello algo que le hizo temblar. Apenas tuvo el valor de estirar la mano para agarrarlo y ponerlo sobre la cama. Un cráneo de algún animal, tal vez un felino, con una pequeña flor negra naciendo de su cabeza. Sin procesar el hecho y con la torpeza que otorga el miedo fue en carrera hasta su propia cama y luego a la de su hijo. Formando así la triada de cráneos florales. Le habría gustado pisotearlos hasta que no quedase nada de ellos, pero tan solo tuvo el valor para meterlos en una bolsa y tirarlos en un cubo de basura en la calle. Esa noche no iba a dormir sin importar lo que sucediera. Era algo que tenía claro mientras miraba al techo de su cuarto, lo tenía claro incluso antes de voltearse y ver su nueva vida. El rostro de su mujer tumbada a su lado con la mirada muerta, con la silueta de sus hijos esperando en la puerta. No fue capaz ni de pensar, tan solo mantenerse inmóvil intentando no sentir terror por su familia. Hasta que la segunda noche pudo terminar sin nuevas marcas en su cuerpo.

Mientras su familia desayunaba volvió en sí para encontrarse tumbado en su cama. La locura estaba creciendo demasiado rápido y era consciente de ello, no podía derrumbarse en una realidad como esa; debía ser culpa de la fiebre se dijo de nuevo. Todo culpa de algo tan físico como eso, sin duda no podría haber otra causa, estaba dispuesto a ignorar el hallazgo del día anterior con tal de mantenerse cuerdo un poco más. Lo repetía en su mente de camino al desayuno, hasta que se detuvo un paso antes de entrar, en el reflejo de la puerta de la cocina pudo ver lo que terminaría por romper toda decisión. Los tres miembros que compartían su techo estaban inmóviles, mirando al vacío en silencio, carentes de toda humanidad. No fue hasta que él cruzó el umbral de la puerta que se activaron para fingir normalidad, para hablarle mientras pillaba las llaves de casa y cerraba la puerta a sus espaldas sin responder a nada. Con todavía las zapatillas puestas se montó en el coche y se puso rumbo a una respuesta. O tan solo estaba poniendo distancia con lo que le esperaba en casa, es algo que él mismo no tenía claro, pero los kilómetros fueron sucediéndose hasta llegar a un destino.

Se detuvo ante la casa de su tía. No entendía que estaba pasando, eso era lo único que tenía claro, todo lo demás era una maraña de dudas y miedos que crecía acelerada. El intento de asesinato a manos de su hija, los cráneos bajo la cama, la sombra en el umbral, el comportamiento de su familia. Era demasiado para ser excusado por las desvaríos de la fiebre. Necesitaba una explicación, algo a lo que agarrarse para ser capaz de soportar otra noche más, para no aceptar que se había vuelto loco o que estaba en una pesadilla. Y todo había sido tras ese día, donde se quedó en casa y su familia fue a casa de su tía. Seguía refiriéndose así al lugar aunque ahora le perteneciera. Estuvo varias horas revisando cada habitación, abriendo los armarios, mirando tras los muebles, buscando lo que necesitaba sin saber bien lo que era y encontrando tan solo la decepción. No había nada fuera de lugar, tan solo la casa que había reamueblado junto a su esposa.

Sentado en el suelo de la cocina miraba al suelo, carente de todo pensamiento, había superado todo límite para poder razonar. Solo dos noches habían sido suficientes para quebrar a este hombre. Para convertirlo en un cascarón que temblaba como cuando de niño había espiado a su tía, encontrándola degollando a un gato mientras pronunciaba palabras que no entendía, como cuando le preguntó por ello a la noche y supo que esta le provocaría otra cicatriz. Estuvo a un minuto de aceptar lo que parecía su final hasta que logró verla. Se acercó gateando y puso su mano sobre la marca. En la esquina del marco, a ras de suelo, parte de una pequeña mano se dibujaba con sangre seca. Pudo reconocerla al instante, tenía la misma marca sobre su cuello. Y eso fue todo lo que necesitaba para que su mente hilara la historia.

De camino a casa la idea se agarraba con más fuerza. Todo era culpa de su tía, o de alguno de sus extraños amigos, eso daba igual. Ya lo descubriría, pero se habían llevado a su familia y dejado algo en su lugar, tres seres vacíos. La última jugada de esa maldita bruja por terminar de joderle la vida. Pero no lo iba a permitir, aunque fuese una locura estaba dispuesto aceptarla, si era honesto consigo mismo esto no era lo único imposible que había visto antes. Tal vez por eso todo fuera tan rápido, porque no había una realidad que romper, sino solo aceptar que su vida nunca había sido normal. Ahora estaba claro, tenía que encontrar a su familia, y lo primero era librarse de los sustitutos.

Durante la cena hizo la peor actuación de las cuatro marionetas que habitaban el hogar. Fue el primero en irse a la cama, con el metal preparado bajo la almohada, con la clara imagen de lo que vendría. Fue al meterse en cama su mujer y apagar la luz que hizo el primer movimiento, ella apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando el filo recorrió su garganta. Y mientras veía como se desangraba tuvo un pequeño momento de sorpresa al ser consciente de lo fácil que había sido, de lo poco que le importaba mirarla aún con lo mucho que se parecía a su querida esposa. La siguiente fue la pequeña, la cuál no tuvo ocasión de defenderse, no era rival para el peso de su padre ni las puñaladas que atravesaron su ligero cuerpo. El adolescente fue el último. Este lo esperaba sentado sobre su propio escritorio, con el rostro sin sentimiento alguno y el metal también en su mano. «Sí que se parece a mí», dijo el hombre para sí antes de terminar el trabajo.

Con los tres cuerpos sobre la cama de matrimonio se vendaba los cortes del brazo y el costado. La primera fase casi había llegado a su fin, ahora debía probar que esas cosas no eran humanas, cosa que hizo con la ayuda del cuchillo y un machete. La sonrisa se formó al ver las cuerdas que unían extremidades y torso como las marionetas que eran. Había hecho lo correcto se decía, ahora debía encontrar a su verdadera familia, aunque eso debía esperar. Por alguna razón, al igual que en el primer ataque, el sueño le invadía. Buscaría a su familia cuando despertase, ahora debía descansar, aunque fuera sobre los cuerpos de los impostores. Así terminaría la tercera noche.


Diego Alonso R.


Comentarios

  1. Ya dicen que la familia no se elige, pero al menos te puedes librar de ella.

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  2. Mientras tenga el síndrome de Capgras, ninguna familia será verdadera.

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    1. Gracias por comentar y compartir tu visión del relato. Un saludo.

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