Cuarta Reina


Las luces colorean la plaza sin compensar la sombra que descansa en medio. Sentada sobre un banco coge la forma de un hombre pensativo. El cual ignora la armonía que esta época ha formado a su alrededor. El frío arropa al pueblo y hace que el vaho se forme entre las risas de la gente haciendo cola ante el puesto de churros, los que se hacen fotos al lado de la decoración navideña, y de los que tan solo pasan el tiempo de las vacaciones invernales. Un ambiente que sobrevive gracias a ignorar la realidad sentada en ese simple banco de madera.

Apenas superando la treintena y con la apariencia de quien carga demasiado en sus hombros. Observa a través de todo hasta que su vista alcanza una ventana al otro lado de la plaza. A la altura del tercer piso, se mantiene encendida con una luz anaranjada, decorando la fachada junto al resto y logrando con su vista que las manos del observador se aprieten nerviosas. Quiere subir si no temiera lo que hay en su interior, si tuviera el valor de afrontar los hechos y su realidad. Se levanta decidido para titubear antes del primer paso y dejarse caer de nuevo en el banco. Esconde la cara entre sus manos mientras suspira.

Al levantar la mirada nota que hay alguien a su lado, ya no es el aislado dueño del banco, una mujer lo acompaña rompiendo su ambiente apesadumbrado. La ignora volviendo a hundir la cabeza, observando sus propios pies, pero no es capaz de concentrarse. El tarareo de la mujer lo distrae. La observa de reojo; es alta y va envuelta en un abrigo varias tallas mayor de la suya, con la melena negra cayendo por todas partes. Se esfuerza por ignorarla, esperando que se vaya y pueda regresar a su lucha silenciosa. Pero los ruidos de esta continúan cuando entre tarareos saca una bolsa llena de churros. Logrando que se intercalen los cantos con la comida y dejando a las sombras del banco dudando si ese es su lugar. El hombre evita mirarla y regresa su vista a la tercera planta.

  • Una pena que no quedara chocolate caliente.-Dice la mujer sin que él voltee la mirada.-Siempre me ha gustado, pero así también están buenos.

No tiene ganas de entablar conversación con nadie, ya tiene suficiente con lo suyo para soportar la falsa amabilidad de una desconocida. Tiene un objetivo para esta noche y debe enfocarse en ello. Pero la visión de un churro ante su cara lo distrae sin que pueda evitarlo.

  • ¿Quieres uno?-Escucha desde su izquierda sin apartar la vista.

  • No.

  • ¿Seguro? Están buenos y me vendría bien ayuda para acabar la bolsa.-Dice moviendo el churro sin apartarlo.

  • No, gracias.

  • Está bien.-Aparta la comida y por lo que sonó a continuación fue devorada.-¿Qué estás mirando?

  • Nada.-Responde sabiendo que seguirá insistiendo pero con la esperanza de equivocarse.

  • Pues para ser nada estás muy atento.-Y no se equivoca.-¿Es a ese edificio?

Nota la mejilla chocar con la suya y se aparta como acto reflejo. Por primera vez la mira de forma directa y la vista le sorprende. No sería capaz de describirla, no porque su habilidad para ello sea nula, sino porque sus facciones no parecen quedarse en la memoria.

  • ¿Qué estás haciendo?-Dice intentando recomponerse.

  • Pues comer y charlar, ¿quieres?-Acerca su bolsa de churros.

  • Ya te dije que no. Mira, hay muchos bancos en este parque, ¿puedes dejarme tranquilo?

  • Pues resulta que no.

  • ¿Qué? Está bien, todo tuyo, quédate con el banco.-Intenta levantarse hasta que una mano le frena.

  • Espera, deja que me presente. Soy la Cuarta Reina.-Afirma sonriente como si eso fuera suficiente explicación.

  • ¿Quién?

  • ¡Ah! Dame un momento.-Baja un tanto la cremallera del enorme abrigo y tras hurgar en su interior saca una pequeña corona de madera y la pone sobre su cabeza.-Ahora mucho mejor.

  • Sigo sin entender nada, pero da lo mismo. Ya tengo suficiente.-Su paciencia se acaba. Y hace el intento de levantarse de nuevo.

  • Te he dicho que esperes, tengo que ayudarte. Es tu primera Navidad tras el incidente, ¿verdad?

  • ¿Cómo sabes tú...?

  • Está bastante claro, con todo esa-hace un gesto con sus manos alrededor del hombre-aura de que el mundo no tiene color a tu alrededor. Pero no te preocupes, ya estoy aquí.

  • Está bien.-Dice despacio comprendiendo que algo se le escapa.-Pero sigo sin entender quién eres.

  • Ya te lo he dicho. Soy la Cuarta Reina, traigo la ilusión.- Y otro churro comienza a ser devorado.

El hombre intenta procesar todo. Podría ser una persona cualquiera, pero sabe que no lo es, al escuchar sus últimas palabras lo tiene claro. Igual que tienes claro que quieres a alguien cuando le miras. Está diciendo la verdad.

  • Yo soy Armando.-Se presenta aceptando el momento.

  • Lo sé, estoy aquí por ti.

  • ¿Y eso que significa? Quiero decir, no sé qué tengo que hacer.

  • Para empezar podrías ayudarme a acabar la bolsa.-Se la vuelve a acercar y el hombre pilla uno.-Eso está mejor. Ahora mira a tu alrededor y dime algo, ¿te parece que son felices?

  • Eso parecen.

  • ¿Y cuál es la diferencia contigo?-El crujir de la comida encaja con el suyo propio.

  • Ellos no...

  • ¿No qué?-Le interrumpe poniendo la bolsa ante él para que siga cogiendo más churros.-¿No están sufriendo cómo tú? ¿O ibas a decir que ellos no han perdido a alguien?-El hombre deja de masticar por un momento.-Creer que nadie sufre como nosotros es algo común, que nadie entiende lo que es llorar hasta dormirse, como si fuéramos los únicos en perder.

  • Sé que no soy...

  • Pero tienes razón.-Le corta por segunda vez.-Nadie sufre como nosotros mismos. Eso es un hecho. Hay personas en esta plaza que han perdido gente, otras que tienen el corazón roto, y algunas de ellas sienten que su mundo pesa demasiado. Pero ninguna sufre como tú, porque tu dolor te pertenece a ti. No es mayor ni menor que el de los demás, tan solo es tuyo. Así que en parte tienes razón en lo que estás pensando. Pero te parecían felices, ¿no es así?

  • Que lo parezcan no quiere decir que lo sean, supongo.-Responde tras un rato en silencio.

  • Y supones bien, aunque algunos sí que lo son, pese a que tengan su propio dolor. El hombre que me vendió estos churros lo es, creo que por eso saben tan bien. Pero los demás lo siguen intentando. Y ella también lo intenta.

  • ¿Crees que lo va a lograr?-Pregunta con la esperanza de obtener respuesta.

  • Difícil saberlo, ¿crees que lo hará tras perderte?

No logra responder. Tan solo se quedan mirando a la plaza mientras la bolsa de churros sigue bajando. No conoce la respuesta a la pregunta. Eso es lo que lleva pesándole toda la noche.

  • No lo sé.-Se decide a responder.

  • Claro que no lo sabes. No lo sabe ni ella.-Afirma con la boca todavía llena.

  • ¿Y tú tampoco lo sabes?

  • ¿Yo? No, no tengo ni idea. Pero sí te puedo decir que lo está intentando. A veces eso significa todo, podrías intentarlo también.

  • Ya lo he intentado. Pero es difícil cuando eres tú el que se ha ido, ya no me escucha, ni tan siquiera puede mirarme.-Se calla para frenar el aluvión en su garganta y lo ataca con otro churro.

  • No digo que sea sencillo, lo que sí te digo, es que deberías subir.

  • No me atrevo a verla así, ¿y si no lo soporto?-La voz del hombre ya no tiene sombras, tan solo un húmedo temblor.

  • Pues te estaré esperando aquí mismo con otra bolsa de churros. Pero hazme caso, hoy no es un día cualquiera, no volverás a bajar.

No comprende a qué se refiere pero tampoco lo pregunta. Por alguna razón sabe que va a subir. El miedo no ha desparecido, ni tan siquiera se siente mejor, sigue siendo la maraña de dudas de antes, pero ahora sabe que va a subir. Se levanta y camina decidido. De nuevo ignora la armonía a su alrededor hasta llegar al portal. Atraviesa la puerta y sube las escaleras guiado por los adornos de las puertas. Se detiene en el tercer piso, ante la puerta decorada con un calcetín azul, el mismo de cada año.

La casa está decorada y caliente. Pero también en silencio. Sus pasos no suenan por el pasillo y al llegar a la cocina la ve, sentada a la mesa, con la televisión encendida y mirándola sin verla en realidad. Él no dice nada, tan solo se queda ahí, viendo como intenta avanzar y pensando que no lo logrará. Hasta que la puerta suena tras él y las voces empiezan a acercase. El ruido de sus pasos sí llenan el pasillo y las personas comienzan a cruzar el umbral de la cocina. Saludan a la mujer mientras se disculpan por la espera, esta los recibe con la amabilidad de quien entiende y escucha su historia de como los niños habían querido parar a comprar churros. Los cuales aparecen alrededor de la mujer ofreciéndole hasta que esta acepta. Todos ignoran al hombre mientras dan vida a la cocina. No estará sola, la familia ha venido a verla, las personas que ella quiere. Ve como discuten con la mujer para convencerla de que no haga nada, que se siente tranquila a la mesa, y esta lo hace volteando la silla hacia fuera; no le importa la televisión sino la compañía. El hombre se acerca hasta estar ante ella y sin que lo vea se agacha para tenerla a la misma altura.

  • Gracias por intentarlo, mamá.

No es posible que lo escuche, él lo sabe, no puede escucharse a los muertos. Pero al pronunciar esas palabras los ojos de la mujer se abren como quien recuerda algo añorado. Ve la duda en su mirada y sin pensarlo abre sus brazos, la rodea sintiendo su calor tras demasiado tiempo, siente que esta vez ella lo sabrá. Ha venido a verla y seguirá intentando encontrar esa felicidad.


Diego Alonso R.


 

Comentarios

  1. Lo que pueden lograr unos churros. Insólito, sin duda.

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  2. Con un espectro que te ofrezca churros así, la muerte no suena tan amarga.

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    1. Me alegra aligerar la idea que se puede tener de ella, un saludo.

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