Vagalume

 




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Felipe Lorenzo podría morir ahora y nadie lo sabría. La estela de su vida se perdería en medio de la oscuridad que tanta calma le genera, pasaría a ser una de tantas voces silenciadas en los últimos años, un cadáver que serviría de alimento a las alimañas. Pero esto no es algo que le preocupe, conoce los montes y hace tiempo aprendió a querer a la oscuridad. Así que esta noche el camino de vuelta a casa no es diferente a cualquier otra. Seguir la ruta entre los seguros pasos de Sucio, un caballo de un negro imperfecto cuyas patas delanteras terminan en un blanco descrito por su nombre, y aprovechar ese tiempo para depurar los daños de algunos recuerdos. Aunque la cosa cambia cuando su fiel compañero se detiene en seco.

¿Qué pasa Sucio?

Pregunta mientras le acaricia el lomo. A lo que el caballo responde con un movimiento nervioso de cabeza y un paso atrás. Mira nervioso alrededor llevando la mano a su bolsillo para sentir el tacto de la navaja que ahí guarda, no sería la primera vez que intentan asaltarlo en los caminos, pero el instante antes de suceder es el peor. Coloca las manos en las riendas dispuesto a picar al caballo, hacer que emprenda el galope y con ello evitar un enfrentamiento, pero justo en ese instante el animal bufa con fuerza y una luz sale bajo ellos. Primero pasa a la izquierda, luego repite a la derecha sin que Felipe logre verla, y tras un último cruce bajo las patas del caballo se detiene junto a un árbol cercano. Es una urraca. O más bien se parece a una, porque no está echa de carne y plumas, sino de luces a varios tonos. El hombre la observa sin desmontar con curiosidad y nota como el caballo se calma, no le importaba la urraca, sino que estuviera bajo sus patas. Y este hecho hizo que él también perdiera el miedo, porque confiaba en el instinto de Sucio más que en muchas personas. Decidió desmontar despacio sin perder de vista al pájaro.

Tranquilo amigo, será solo un momento.

Se lo dice a Sucio sabiendo que también es para sí mismo. Da un paso hacia la urraca y esta reacciona dando un par de saltos hacia él y luego hacia el árbol donde se detuvo. Felipe observa el árbol pero no ve alguna diferencia con los demás, pero al bajar la vista a la urraca ve como intenta escarbar con sus patas sin éxito. Y es consciente por completo que eso no es una urraca, sus patas y contornos se difuminan con cada movimiento, y la luz que desprende no es poderosa, pero en la oscuridad del monte equivale a una pequeña estrella. Da otro paso y la urraca repite el mismo movimiento con más apuro que antes. «¿Qué mierda está pasando?», piensa mientras avanza de nuevo. El pájaro se impacienta y coge el vuelo rodeando al hombre con una maestría envidiable para regresar a los pies del árbol. Felipe duda una última vez y regresa al caballo haciendo que este retome el camino con impaciencia. No sabe qué puede ser esa criatura, pero nunca es buena idea seguir luces en los montes, así que apura al caballo hasta que la luz se pierde a su espalda.

Al entrar en casa ve la luz filtrarse bajo la puerta de la cocina. Deja el saco a la entrada y se dirige a ella en silencio. Ve a una anciana que se ha quedado dormida a la mesa de la cocina.

Abuela, despierta... -dice mientras la acaricia cariñoso.

Solo descansaba la vista –responde sorprendida.

Claro, pero es tarde, deberías ir a dormir.

¿Te preparo algo antes de subir? Tienes que estar hambriento.

Ya me ocupo yo, tú ve a descansar.

Ahora voy –dice levantándose y mirándole por primera vez–,¿ha pasado algo?

No. –Duda un instante–. No he conseguido mucha cera en este viaje, nada más.

¿Estás seguro? No tienes buena cara. –Insiste mientras le acaricia el rostro haciendo que la mire a los ojos.

No te preocupes, estoy cansado –miente desviando la mirada.

Sí, es tarde.

Se despide dándole un abrazo antes de subir a la habitación. Entra en calor ante la cocina de leña y luego cena con calma sabiendo que no dormirá bien.

Despierta empapado en sudor y con la boca seca. Apenas recuerda el camino onírico de la noche pasada, pero tiene claro que fueron pesadillas, y que en ellas la urraca se mezclaba con sus repetidos miedos. «¿Entonces fue verdad?», piensa intentando ponerla en duda y con ello conseguir un poco de paz.

Ni lo intentes, sabes que sí.

Confirma pesaroso al levantarse. Se asea en el baño más cercano a su habitación y baja a la cocina. En las escaleras le llegan las voces y el olor a comida recién hecha. Sabe la escena que se encontrará, sus tíos y madre charlando animados sobre los cotilleos del pueblo, y la abuela soltando bromas sobre cada cotilleo de las que solo se reirá ella. Es un ambiente cómodo pero que no le apetece lo más mínimo, así que intenta poner su mejor cara y entra.

¡Aquí está el hombre de la casa! ¿Qué tal el viaje de ayer? –le pregunta su tío animado.

Sabes que no me gusta que me llames así –dice cansado y sin sonar a reproche–. Y el viaje no fue muy bien, no conseguí suficiente cera, tendré que hacer otro mañana más al centro, por ahí suele ir mejor.

Seguro que mañana ira mejor. ¿Quieres un café? Hay recién hecho. –Intenta animarle su madre que conoce bien su cara y sabe que no quiere estar ahí.

Sí por favor, pero no pararé mucho, tengo que llevar un pedido a la iglesia.

Apenas paras por aquí, ya casi ni te vemos el pelo Felipe.

Lo sé tía, pero tengo mucho que hacer... –esquiva ahogando la frase en el café.

Mañana venid a cenar a casa, tú también, como hacíamos antes.

Sí, sería una buena idea –acompaña su madre emocionada.

Si llego a tiempo iré.

Eso quería oír, quiero una buena copa con mi sobrino. –Logra crear una pequeña sonrisa pero no aguantará mucho más.

Tengo que irme o no llegaré a tiempo. –Coge un trozo de pan con chorizo y se acerca a su abuela–. Adiós abuela. –Le besa la frente y ella le sostiene el rostro un momento para mirarle a los ojos.

Vuelve. –Es apenas un susurro que solo alcanza a escucharlo él.

¡Espera! Pasa por la El Trozo a dejarle su pedido a Lola.

¿No pude esperar al mercado? Solo faltan cuatro días.

Solo será un momento.

Está bien, nos vemos luego.

Logra salir de allí con el rostro de normalidad al límite. Cada vez le cuesta más fingir que todo sigue adelante, porque el mundo sí lo hace y la distancia que los separa sigue en aumento, pero tampoco sabe qué más puede hacer. Prepara los pedidos de velas y cirios y los carga sobre Sucio, aunque él no se monta, sino que se marchan juntos andando. El camino que separa su aldea del pueblo no es muy largo, no llega a los dos kilómetros, pero le viene de maravilla esta mañana. Necesita librar su mente de la carga extra y centrarse en lo que importa: Su familia y seguir adelante. No tiene tiempo para pensar en urracas de luz o cualquier otra cosa. Todos fingen que las cosas vuelven a ser como antes, actúan como si estos años no los hubieran destrozado, pero él no es capaz de lograrlo. Le obligaron a madurar con un fusil en las manos, y al regresar a casa se encontró con que la guerra le había costado más de lo que esperaba, ahora solo intenta hacer las cosas bien. Aceptó el trabajo que tenía su padre antes que él, con ello se convirtió en el único cerero de la zona, aunque sigue siendo difícil mantener la casa en pie.

Es difícil seguir en pie.

A la salida de la iglesia ya le espera Isa, la mujer que se ocupa de cuidar la iglesia, es anciana y con más energías que cualquiera del pueblo. Lo habitual sería que se encontrase con el padre Fernando, pero desde su vuelta no se han llevado bien, y ya que a los dos les interesa mantener el negocio hacen por encontrarse lo menos posible.

Buenos días Isa, tienes buen aspecto hoy.

Buenos días Felipe. Vamos adentro.

Coge el paquete y entra tras ella en la iglesia, hace mucho que solo cruza sus puertas para dejar los encargos. Coloca la mercancía en el banco más cercano al altar y la mujer la abre sacando un cirio.

Es precioso, se diría que ya eres tan bueno como lo fue tu padre –dice sonriente tras revisar el cirio.

Gracias, pero nunca llegaré a ser tan bueno como él.

Tal vez cuando te libres de tu carga. –No sabe qué responder a eso y opta por cambiar el tema.

Lo siento, pero tengo que dejar otro encargo...

Claro, toma –dice dándole un sobre que guarda en el bolsillo trasero del pantalón–. ¿No lo revisas?

No, de ti siempre me he fiado Isa. –Logra sacarle una sonrisa a la anciana que parece quitarle años.

Y querríamos otro encargo.

Claro, ¿para cuándo?

Para el día del mercado, el doble a este.

Pero eso es esta semana...

Sí, se acercan las fiestas del pueblo y Fernando quiere tener todo listo con tiempo. Sé que es muy rápido, si no te da tiempo podríamos.

No, está bien – salta cortándola.

Nos vemos en el mercado entonces.

Que tengas un buen día.

No pude perder el poco tiempo que tiene, y ahora todavía menos. Es demasiado trabajo para un plazo tan pequeño, además apenas le queda material con el que trabajar. La situación todavía no se ha normalizado en el país y los precios tampoco, por eso hace los viajes en busca de materia prima, comprando por las aldeas toda clase de cera que tengan. Es más barato que el material de primera y a las familias también les viene bien un pequeño extra, además heredó la habilidad de su padre, es capaz de hacer un producto final de primera con material de segunda. Pero para eso necesita tener dicho material y ahora apenas le queda, perderá un día entero de trabajo por culpa del viaje. Pensando en todo esto se pasa de largo el bar, así que vuelve tras sus pasos para hacer el encargo que le pidió su madre.

El Pozo es como cualquier bar de pueblo, con una zona principal pequeña y llena de recuerdos de la historia del lugar, y un comedor trasero que se llena a la hora de la comida y los días de fiesta. A esta hora del día no hay mucha clientela, los últimos comensales de la segunda ronda de desayunos, y los jubilados que ya empiezan su primera partida de tute. Apenas se apoya en la barra Lola lo aborda como de costumbre.

¿Te has pensado lo de Teresa?

¿Eh? ¿Qué? –Deja de fijarse en la partida para mirarla, no lo hace aposta, no puede evitar mirar a la gente cuando juega.

Teresa, mi prima pequeña, ¿has decidido conocerla? Estoy segura que te encantará, puedo prepararos una cenita mañana mismo.

Ah eso, lo siento Lola pero no...

¡Venga ya! –le interrumpe– No puedes decirme que no a esto, si eres joven, ¿cuántos años tienes? ¿veinticinco? Diviértete y disfruta, coño. –No tiene ningún interés en esa cena, pero sabe bien lo pesada que puede llegar a ponerse, así que opta por otro sistema.

Tengo veintiséis. Y lo que iba a decirte, es que lo siento pero no puedo mañana, me toca ruta y luego cena con la familia.

¡Pues haberlo dicho hombre! El trabajo y la familia son importantes, eso seguro que le gustará a Teresa, ya verás como sí. Ya lo hablaremos para otro día entonces. ¿Te pongo algo?

No, gracias. Solo vengo a dejarte esto y me voy. –aclara dejando un pequeño paquete sobre la mesa.

Oye, ¿tú no eres el de la Carmen? –le pregunta una voz decrépita desde la espalda.

Sí, sí. Es el nieto de Carmen –responde otra similar.

¡Ah sí! El nuevo cerero, lo imaginaba más alto. –Completa la tercera voz.

Oye chico, ¿y qué tal está? Hace mucho que no la vemos por aquí. –Se gira para ver a los cuatro ancianos con la partida de tute detenida por él.

Bien, sigue con más energías que nadie.

Era el zumo de melocotón el que te gustaba, ¿verdad? –Escucha a media voz mientras ve a Lola sirviéndole ya un zumo. Al final siempre hace lo que quiere, así que asiente con la cabeza y bebe un trago.

Dile que venga a jugar algún día. –Vuelve a la conversación con los ancianos.

Se lo diré, igual algún día se pasa. –Sonríe al ver la verdadera alegría en los rostros de los ancianos, ve que sus palabras son sinceras y no por un estúpido cumplimiento social.

¿Ya echas de menos que te desplume?

¡Cállate! Si también juega mejor que tú, la última vez perdiste hasta tu dignidad.

Como si alguna vez hubiera tenido –remata el cuarto entre risas.

Estos cuatro animan lo que sea –susurra Lola a su oído desde el otro lado de la barra–. ¿Y qué te parecería el sábado?

Ya lo hablaremos otro día –esquiva tras apurar el zumo–,apúntalo en la cuenta.

Esta invita la casa.

Se marcha despidiéndose con un gesto de cabeza. Ha logrado mejorar su humor y antes de que la realidad le golpee de nuevo prefiere marcharse, aguantar entre sus manos ese pequeño instante de paz cuanto tiempo pueda. Encuentra a Sucio en el mismo punto que lo dejó, a la sombra del sauce de la plaza, rodeado de niños de nuevo. No sabe bien qué tiene ese caballo, es viejo y brusco con todo el mundo, pero atrae a los niños y bajo su vereda se transforma en el corcel más cariñoso que pueda imaginarse. Tal vez por eso sea bueno con él, porque todavía lo ve como el niño que una vez conoció. Se lo lleva bajo las quejas de los pequeños, que se pasan al prometerles que otro día volverá para que jueguen con el caballo.

Tiene mucho trabajo, debería regresar rápido a casa y lo sabe, pero decide ser un poco egoísta y dar un rodeo. Aunque el hecho es que lo que llama egoísmo no es más que una bocanada antes de sumergirse de nuevo. Se detuvieron bajo el cabezota. Para la mayoría no es más que un manzano, pero para Felipe es una pequeña burbuja en el tiempo, un rincón en el que todavía no ha sucedido nada malo. Siendo pequeños su hermano y él bautizaron al árbol como «El Cabezota», porque pese a estar en un terreno abandonado y asilvestrado, era hermoso y con las manzanas más sabrosas. Así que un día decidieron arreglar el campo en el que estaba, pero solo unos cuantos metros a su alrededor, creando así un pequeño oasis de paz. Y ahora Felipe mantiene la tradición por los dos. Tumbado bajo el árbol y con Sucio disfrutando de las manzanas cierra los ojos. Respira con calma hasta que al cuarto intento logra llenar sus pulmones y comienza a hablar.

Hoy Lola ha vuelto a intentarlo. Sigue insistiendo en que conozca a Teresa, y no sé cuanto tiempo podré seguir dándole largas, creo que al final tendré que aceptar esa cena... Aunque así podría contarte cosas sobre ella, por mucho que te gustase nunca llegaste a declararte, sería como conocerla en cierta forma. O tal vez debería decirle que no y punto. No lo sé... Como de costumbre. Además sigo preocupado por la abu...

Se calla y abre los ojos de forma brusca. Ve a sus pies como una urraca picotea una manzana, pegándola contra su pie para poder comerla mejor. Se queda inmóvil mirándola. La urraca es consciente de que la observa y se detiene para devolverle la mirada con la cabeza ladeada, grazna despreocupada, y regresa a la manzana. Los ojos de Felipe se humedecen ante la idea que cruza su mente y sonríe viendo comer al ave. Pero esta se marcha antes de terminar su pequeño festín, al notar la presencia de otra persona, una pequeña niña que sorprende a hombre y urraca a la vez. Se detiene tan sorprendida como él, mira al caballo y de nuevo a Felipe...

¿Es tuyo? –pregunta a media voz señalando al caballo.

Sí, se llama Sucio. ¿Quieres darle una manzana? Le vuelven loco. –Ya está acostumbrado a la atracción del animal.

Manzana... –repite embobada mientras recoge una del suelo para acercarse a Sucio–. Para ti.

El animal la come en dos bocados y la niña ríe dando una vida al lugar que había perdido hace años. Le ofrece una segunda y el proceso se repite. Antes de que llegue la tercera Sucio baja la cabeza y Felipe ve como la niña es más pequeña que su cabeza.

Quiere que lo acaricies.

Bonito, bonito... –dice mientras lo acaricia con cuidado como si pudiera romperlo–. ¿Puedo subir?

Claro –se levanta y al acercase la niña levanta los brazos para que la suba.

Un grito a sus espaldas hace que se gire poniéndose ante la niña. Pero no encuentra peligro alguno, sino el rostro de una mujer aterrada.

¿Verónica?

Felipe... –Su rostro se calma al reconocerlo–. Más todavía al ver como la pequeña se asoma desde atrás de sus piernas preocupada.

¿Qué pasa? ¿Estás bien? –pregunta Felipe entre preocupado y confuso.

Sí, lo siento. Pensé que... –Deja la respuesta al aire y él lograr unir las piezas.

¡Oh no! Yo no... No, nuca haría...

Lo sé, lo sé –le interrumpe al ver lo nervioso que se está poniendo–. Todos estamos más nerviosos desde lo de Vergo.

Tía mira –dice pillando otra manzana–, se la come de dos bocados.

Ya veo ya. ¿Pero qué te dije de andar por ahí sola?

Que no debo hacerlo...Lo siento –responde con un hilo de voz.

Está bien, pero no vuelvas a hacerlo, ¿vale?

¡Vale! ¿Y puedo subir al caballo?

No, ahora tenemos que irnos a casa, nos están esperando.

Otro día me acerco y podrás subirte –ofrece Felipe al ver la cara de pena de la niña, que se ilumina al escucharlo.

¡Sí! Y tendremos manzanas, ¿verdad tía?

Sí, tendremos muchas.

Ambas se marchan dejándolo de nuevo con sus pensamientos y el manzano. Pero sabe bien que el momento ha pasado, por lo que vuelve a casa sin perder más tiempo. El proceso de mezclar, purificar y blanquear la cera es largo. Gracias a que utiliza el viejo torno de piedra que hizo su padre hace años recorta tiempo y gastos, pero incluso así pasa la mayoría del día preparando los pedidos pendientes. Termina exhausto y sabiendo que debe hacer el viaje para comprar más cera, ya no le queda nada y aún no empezó el pedido de la iglesia, por lo que cierra su día con una cena rápida y dejándose caer como un muerto sobre la cama.

El calmado paso del caballo indica el éxito del día. Ha ido puliendo las rutas desde que regresó de la guerra, hace ya dos años, y esta es una de las más beneficiosas de todas. No solo ha conseguido comprar cera para el pedido de la iglesia, sino para unas tres semanas más, aunque también es larga y no llegará ni de lejos para la cena. De hecho, ya deben estar cenando sin él. «La abuela estará preocupada», piensa recordando la conversación de esta mañana. Encontrarla esperándolo en la cocina antes de emprender el viaje no le sorprendió, es algo que solía hacer cuando tocaban las rutas más largas, pero tenía la misma cara de preocupación que no se había quitado en los últimos días. Y al fin le dijo la razón, «Os vagalumes están a rodearte», le dijo como si fuera suficiente. Pero ante la confusión de Felipe tuvo que continuar hablando. Le contó que hace ya días había venido el viejo Ignacio para avisarle, que si él veía a las luciérnagas rondar a alguien, es que pocos días le quedaban en este mundo. Pecó de soberbia diciendo que eso eran tonterías de viejos, que no le pasaría nada, pero se calló en cuanto una hostia le cruzó la cara. «Non fales do que non entendes. Cando te bautizan ca auga dos mortos pasan cousas, se fixéramos caso antes, ainda estarían aquí». Vio el brillo lloroso en sus ojos y lo entendió. La abrazó disculpándose y sintiendo el miedo en el temblar de sus hombros. La mujer ya había perdido mucho y temía perder lo que le quedaba. Así que Felipe pronunció la idea que volaba por su cabeza desde el día anterior, en parte para calmarla, pero también para darle forma. «Estaré bien abuela, creo que mi hermano me acompaña desde hace días». De alguna manera esa afirmación no generó dudas o preguntas en la anciana, solo la calma que necesitaba, dejándolo ir sin más petición que su regreso.

El frenar de Sucio lo trae de vuelta al bosque. El animal bufa molesto y el hombre comienza a mirar a ambos lados del caballo sabiendo lo que viene. No logra ver su aparición, sino que le sorprende desde el lado opuesto el brillo azulado, la urraca de luz ha vuelto. Observa de nuevo como el pájaro se posa a los pies de un árbol e intenta escarbar fracasando en su intento. Repitiendo el proceso se baja del caballo y termina de tranquilizarlo. Sigue pensando que no es buena idea seguir luces en los montes, pero eso cambiaría si fuera su hermano, de lo cual está cada vez más convencido. Rebusca en una pequeña mochila colgada del caballo y se guarda una linterna de petaca verde. Se acerca con cuidado y se arrodilla junto a la urraca, la cual al verle da pequeños saltos sobre el lugar donde intentaba escarbar, el mensaje es obvio. Felipe aparta las hojas muertas y algunas pequeñas ramas sin encontrar nada, pero ante la insistencia de la extraña urraca sigue rebuscando, escarba un poco en la tierra con sus manos hasta que lo encuentra. Es una muñeca de trapo, tiene el vestido roto y está sucia, pero lo que le detiene el pulso es la mancha de sangre que tiene en la cabeza. Al levantar la mirada ve como la lumínica ave emprende el vuelo a su alrededor y sale disparada hasta la rama de otro árbol monte adentro. Sigue observando la muñeca pensativo mientras la urraca salta sobre la rama.

No estamos lejos de Vergo...

Se levanta con el pulso acelerado ante la posibilidad que se plantea ante él. Coge las riendas del caballo y camina monte adentro siguiendo la azulada estela. Avanzando de árbol en árbol pasa más de una hora pero su motivación no hace más que avivarse. Docenas de recuerdos intentan aprovechar la situación para cobrar fuerza, llenar su corazón de viejos miedos, pero los detiene decidido; esto ya no se trata de él, sino de la niña desaparecida. La urraca comienza a dar vueltas en el aire sobre un pequeño punto, Felipe intenta subir el paso imaginando el final del camino, pero siente el tirón a su espalda. De nuevo Sucio se ha detenido y por mucho que tire de las riendas se niega avanzar. Decide no discutir más con el caballo, el final está a pocos metros, así que le ordena que lo espere y se marcha solo en dirección a luz. Al sexto paso el suelo se termina bajo sus pies y cae ladera abajo. Su cuerpo gira como un muñeco golpeándose contra ramas y piedras hasta llegar al fondo. La cabeza le duele y la consciencia lo abandona de forma intermitente durante un tiempo inexacto. Entre los intervalos donde la vista le responde le parece ver una sombra cruzar el bosque, es grande y parece cargar con algo a su espalda, piensa en pedirle ayuda pero no es capaz. Hasta que al fin la oscuridad logra llenarlo todo.

Se despierta de forma abrupta y confusa entre las cabezadas de Sucio. El animal ha logrado bajar por otro lugar hasta su lado e intenta hacerle reaccionar. Felipe logra recordar lo sucedido y se apoya en el animal para ponerse en pie, el mundo todavía le da vueltas, y al llevar la mano a la cabeza nota una herida y sangre seca. Sale de entre la maleza caminando cada vez con más firmeza y busca a la urraca sin éxito. Está apunto de subirse al caballo para volver a casa pero el recuerdo de una sombra cruza su mente. Estaba confuso por el golpe, pero podría jurar que vio a alguien cruzar ante él, y cargaba con algo a su espalda. Enciende la linterna de petaca y sigue en línea recta desde el lugar donde se despertó. Camina entre la maleza hasta que uno de sus pasos suena metálico y se detiene controlando el temblor de sus manos antes de mirar al suelo. Al ver la trampilla la imagen de la muñeca regresa a su cabeza. La trampilla es gruesa y pesada. Lleva a unas escaleras que se adentran en la oscura tierra, saca la navaja que todavía lleva en su bolsillo y desciende nervioso hasta el final. El túnel es de tierra y el peso se reparte por vigas y postes de madera. Tras varios metros necesita apoyarse en la pared, todavía está dolorido por la caída, y el lugar emite un aura a peligro que conoce demasiado bien. Logra reunir las fuerzas para continuar hasta el final del túnel y llega a una pequeña sala. Es tosca y está llena de trastos, carbón y sacos. Y al fondo un bulto que se asemeja demasiado a una persona. Felipe corre hasta alcanzarlo, es una niña, y al tocarla no reacciona. Siente el frío de su piel y necesita tragar saliva antes de buscarle el pulso. Todavía está viva. Lo comprueba dos veces más para asegurarse que no es su ilusión engañándolo, y aunque es débil, todavía tiene pulso. Se quita el abrigo y la rodea con él intentando darle algo de calor. Es entonces cuando ve que el pie de la niña está encadenado a la pared. Maldice por lo bajo e intenta forzar el candado usando la navaja, hace tiempo que no lo hace y le lleva varios intentos y un sudor frío, pero logra liberarla y la carga para marcharse.

Recorre el túnel de vuelta hasta que sale de nuevo bajo la luz de la luna. Se arrodilla para recuperar el aliento unos instantes y comprobar de nuevo el pulso de la niña. Todavía puede notarlo, del mismo modo que nota el suyo detenerse al reconocer la sombra entre los árboles. Delante de él, a menos de quince metros, lo observa inmóvil. Es inmensa, superando los dos metros sin problema, y aunque es algo vivo sus contornos se difuminan como si no recordasen la forma de una persona. Deja caer su saco generando un estruendo propio de un cañonazo e indicando la fuerza del gigante. Cuando comienza a caminar Felipe es incapaz de levantarse. No es el terror aquello que lo paraliza, aunque sea palpable en él, es otra cosa lo que le roba la movilidad. Es el recuerdo infantil de lo que tiene delante, las canciones y advertencias que escuchó desde niño, las amenazas con que si no eres bueno él vendría a por ti. Cuando apenas los separa cinco metros, sus instintos más básicos toman el control y le obligan a hacer algo fuera de lo común, agarrando la cuchilla de su propia navaja y logrando así que el dolor le haga moverse. Se pone en pie tan rápido como puede y sube a la niña a lomos de Sucio. Escucha los últimos pasos a su espalda y sin llegar a pensar da una cachetada al caballo.

¡Vuelve a casa Sucio!

Grita sintiendo una pesada mano sobre su espalda. Dándose cuenta que acaba de pronunciar lo que serán sus últimas palabras. Y sin tiempo a arrepentirse por romper la promesa a su abuela, ve al caballo perderse al galope entre los árboles, y sonríe triunfante mientras una luciérnaga cruza su mirada.


Diego Alonso R.

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