El falso silencio


 

Un silencio irreal atesora el bosque. Las criaturas que lo habitan se mantienen sigilosas sin comprender la razón y el viento viaja advirtiendo la llegada del sin voz. Hace ya mucho que no resuenan las pisadas de la humanidad en él, tiempo atrás era algo común, pero fueron aprendiendo a evitar el lugar. Por eso ante el peso de nuevas pisadas se les permite romperse con sonoridad a las ramas bajos sus pies. El chico culpable de este cambio no tiene nombre, no para nosotros, no es más que otra persona perdida. Sus razones para cruzar los límites del bosque son varias, pero la que inclinó la balanza a favor del primer paso es simple, hizo caso a la voz que resuena en la espesura.

Su caminar se detiene ante el tocón muerto. Se sienta en el regazo de muchas futuras vidas y espera paciente. No sabe que está esperando, para él solo está huyendo del bullicio del mundo. De las palabras y voces que le rodean, y sobre todo, de la suya propia. Es un pequeño instante de paz sentado en medio de lo prohibido. Y entre en silencio llegan las preguntas, «¿Por qué está prohibido?» es la que cruza su mente. No lo entiende, tan solo es un espacio natural como cualquier otro. La curiosidad sigue despertando y arrastra tras de sí el resto de su adormilada mente. Pasa la mirada a su alrededor en busca de algún punto de rotura, cualquier distintivo de peligro o rareza, pero no ve nada más que maleza y madera. Regresa a la calma dejando las dudas atrás el tiempo suficiente para que el viento traiga la advertencia. El escalofrío le hace temblar hasta los pelos de la nariz. Tanto es así que no se levanta para emprender una carrera desesperada. Tan solo se queda sobre el tocón intentando recordar el momento que cruzó el límite. Había una voz, perdida entre el espacio, era casi inaudible pero estaba ahí... «¿Qué fue lo que dijo? No puedo recordar...», la conversación consigo cesa en cuanto la voz vuelve a llegarle.

Sigue sin recordar las palabras aunque acaba de escucharlas de nuevo. No oye la voz llegando desde una dirección, tan solo está al fondo de su mente, puede entenderla pero no repetir lo que dice. Lo que sí puede oír con claridad es el sonido de sus propios latidos recorriendo las sienes. Sabe que debe hacer algo, pero la respuesta no es correr, de alguna forma comprende que la salvación está demasiado lejos. Mira a su alrededor con un disimulo que no comprende pero sigue sin ver nada llamativo. Es consciente de que ha perdido la noción del tiempo porque para él apenas han pasado unos minutos, pero cada vez llega luz menos entre las copas, eso significa que la noche está llegando.

A falta de una respuesta decide tomar la decisión equivocada. Intenta ponerse en pie descubriendo así que no puede, que la muerte del árbol sobre el que descansa se ha extendido a sus piernas, que por muchas órdenes que reciban ya no son capaces funcionar. El pánico reclama su turno para tomar el control tras el intento fallido de auxilio. Un grito sin voz que el bosque no escuchaba desde hace muchos años. El joven está dispuesto a lanzarse en una huida a rastras. Frena el impulso al percibir que el tocón cambia bajo él, ahora no hay otra cosa que un oscuro agujero. Del que no salen brazos que lo atrapen o arrastren a las profundidades, en su lugar logra escuchar la voz, esta vez no en su cabeza, sino llegando desde el fondo. De nuevo no es capaz de recordar lo que acaba de expresar, pero por la misma razón que decidió cruzar los límites, se deja caer por el agujero en busca de la voz.




Diego Alonso R.

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