Un platillo de millón y medio


 


Los primeros días fui barrido por la avalancha del fanatismo. Esperábamos que la participación fuese elevada, pero yo no tenía unas expectativas tan altas como el jefe, por lo que fui aplastado en un instante. Desde todo el país nos llegaban testimonios y pruebas que decían asegurar la existencia de un OVNI. Y mientras me arrastraba entre las historias hasta la superficie comprendí que la mayoría de la gente no lo hacía por el dinero del premio, eso tan solo había sido la excusa que necesitaban para hablar, solo deseaban contar una realidad de la que estaban seguros. De hecho estaban tan seguros de tener razón, que no se tomarían bien la negativa, pero de eso ya nos ocuparíamos llegado el momento.

El plazo de «La competencia del Sol Negro» terminaría en tres meses y lo único que me tranquilizaba era la actitud de Hernán. Estaba emocionado por lo bien que estaba saliendo todo, pero no por ello dejaba de ser consciente del futuro problema, para el cual prometía tener una solución que dejaría a todo el mundo contento. Pondría esas palabras en duda si lo dijera cualquier otra persona, pero en boca de Diego Hernán me las creo. Todo aquel que conoce a «Investigaciones Sol Negro» sabe que es un hombre peculiar pero fiable; si te dice que algo saldrá bien, igual se complica mucho, pero para sorpresas de todos menos la suya, termina por salir bien. Por eso cuando nos llegó con la gran idea de la competición lo escuchamos con verdadera atención. Para aquel que tenga la suerte o desdicha de no conocer nuestra pequeña empresa os la presentaré. Se llama Investigaciones Sol Negro como dije hace unos instantes y nos dedicamos a encontrar los brillos entre las tinieblas. Porque lo paranormal llena la mente y aprieta las vidas de muchas personas, pues si nos contratan, nosotros encontramos el brillo entre sus verdades. No prometiendo extender nuestros místicos poderes, sino tirando del telón y mostrando la realidad, desmontamos las pesadillas que las personas están viviendo. A veces el resultado es más duro que la fantasía, pero si tienen una oportunidad de sentir verdadera paz, es tan solo a través de ese camino. Todo evento paranormal puede ser explicado si es mirado de la forma correcta y nosotros sabemos mirar a conciencia. Aunque tampoco negamos la existencia de lo paranormal, de hecho a Hernán le encantaría encontrar algo que lo fuera, pero para ello hay que descartar todo lo demás.

Pues lo que estaba contando: Una mañana llegó a la oficina más emocionado de lo habitual y ordenando una reunión inmediata. Ahí nos contó a los tres la gran idea. Cada cierto tiempo un evento paranormal sufre un pico de popularidad, lo que hace que comiencen a salir más obras de ficción sobre el tema, que los medios no dejen de hablar de ello, y que las personas comiencen a verlo o sufrirlo en cada rincón. Pues en esos años estábamos sufriendo un nuevo pico del evento OVNI y nuestro jefe estaba dispuesto a aprovecharlo. «Haremos que todos los platillos vuelen sobre nuestras cabezas», dijo con la sonrisa que suele preceder a una de sus ideas. ¿Cómo lograríamos tal cosa? Pues con una competencia que anunciaría a la mañana siguiente en el principal periódico nacional. Si alguien podría demostrarnos con pruebas tangibles e innegables la existencia de un OVNI recibiría un premio de un millón y medio de pesetas. Nuestra sorpresa ante tal evento fue mayúscula y para nada disimulada, ante tal cantidad de dinero las preguntas surgieron, y tan rápido como se pronunciaron fueron silenciadas: «Tengo un inversor que se ocupa de la parte económica, así que pongamos nuestra atención en lo demás, vamos a necesitarla». Hubo alguna queja por parte de las chicas, tan solo somos cuatro miembros contándole, y ellas también confían en sus planes pero tienen más cabeza que yo, por lo que suelen insistir algo más.

Esa mañana las llamadas no tardaron en llegar. El revuelo se montó rápido y creció todavía más cuando nuevas noticias confirmaron que la competencia era real y no una extraña broma. Hernán realizaba varias entrevistas a la semana hablando del tema, explicando las razones, quienes eramos y lo que hacíamos en la empresa, matices sobre lo que se consideran pruebas reales de los hechos... Y además ayudaba en la oficina con la atención a la gente y los descartes de historias. Solo recibiríamos testimonios y pruebas durante un mes, tras ello dispondríamos de otros tres meses para comprobar el material, y entonces haríamos público a la persona ganadora (en caso de que hubiese tal persona). Tras la sobrecarga de los primeros días comenzamos a adaptarnos al ritmo, seguía siendo agotador, pero lográbamos avanzar. Para ello repartimos el trabajo en dos equipos: Diego Hernán y Julia Paltra para la atención presencial, Matías Jurado y Ana Lorenzo para la atención telefónica. Yo estaba en el segundo grupo como no hacía falta explicar.

Las llamadas las dividía en cuatro categorías para agilizar el trabajo, y para no volverme loco entre tantas voces al día. El primero de ellos eran los vívidos, aquellas personas que de verdad se creen su historia, este grupo era difícil, ya que para ellos todo era una prueba o no les importaban dichas pruebas. Debía atenderlos haciendo que no divagaran demasiado, mientras intentaba ver si había algo más que una buena historia, algunas veces eran agotadores. El segundo estaría formado por los aburridos, como su nombre indica no eran más que gente aburrida, se inventaban historias para hacerse los graciosos. Lo habitual era que fueran una locura desde el inicio, pero algunos se les podría confundir con los del primer grupo, aunque estando atento podías darte de cuenta como despuntaban demostrando su lugar. El tercer grupo era difícil de tratar, ya que en él estaban los buscadores, los que de verdad querían el dinero ante todo. Podría parecer que en este tan solo habría un montón de mentirosos intentando colárnosla, pero nada más lejos, aunque sí había de esa clase de personas, también estaban otros con relatos que consideran tan sólidos para ganar como el que más e intentaban aportar tantas evidencias como podían. Si hubiera un ganador, no sería mala idea apostar por que estuviese en esta categoría. Y para finalizar el cuarto grupo era un dolor de cabeza. Estaba repleto de gente que no sabrías si están locos o si tienen razón. Sí, de nuevo estos también podrían recordar a los del primer grupo, pero hay una diferencia importante: Estos logran hacerte dudar.

Cada día atendía llamadas y apuntaba los datos de demasiadas personas. Tras el cierre de la oficina a las ocho revisábamos juntos las cartas y paquetes que nos llegaban dividiendo todo por categorías de nuevo. La mayoría de los días terminábamos cenando juntos y hablando de nuestra odisea tan solo un rato, para terminar saliendo por otros temas, liberando así nuestras mentes antes de irnos cada uno por su cuenta.

Pasamos el primer mes y luego vino el trabajo duro: Descartar las historias.

Fue como un proceso de filtrado, el inicio es veloz y simple, pero cuando más debes depurar mayor es la dificultad y el tiempo requerido. Una vez que nos quedamos con aquellos relatos que podrían ser ciertos, o cuanto menos necesitaban un poco más de investigación, empezamos a hacer lo que mejor se nos daba; buscar los brillos en la oscuridad. Para ello nos servimos también de expertos externos, como para el análisis de fotografías y vídeos, análisis médicos y psicológicos, y otros tantos campos que no manejábamos lo suficiente. Fue en este proceso cuando encontramos la fotografía que dio inicio a mi locura. Parecía una prueba falsa o una muy buena. En ella se veía el clásico platillo volante, algo difuminado por el movimiento, pero de forma clara y cercana. Pero no venía acompañada de nota alguna, tan solo en el reverso una dirección, sin historias ni rodeos. Cuando nuestro experto en fotografía nos dijo que no estaba trucada de modo alguno, un peligroso brillo apareció en los ojos del jefe, brillo que las chicas supieron leer antes que yo. Ambas saltaron al instante diciendo que ya estaban muy ocupadas con otros casos, y antes de que pudiera darme cuenta, ya tenía asignado llegar al fondo del asunto. No me apetecía, en mi opinión no era más que un truco, habrían construido un OVNI falso para la fotografía o algo similar. Pero de todos modos fui a la dirección, una cosa es que no tuviera ganas, y otra que hiciera mal mi trabajo.

Se trataba de un pueblo a seis horas y media en coche. Antes de partir intenté recaudar toda la información posible sobre este, ya que era lo único que tenía para comenzar la investigación. El pueblo de Cangros era pequeño y tan solo descubrí alguna noticia sobre su vieja mina, es un pueblo entre las montañas y al cerrar la mina sufrió un duro golpe, pero pocos días antes de mi partida había salido la noticia de su reapertura. ¿Algo más a parte de eso? Pues supongo que sí, de seguro tendría mucho más legado, pero nada que fuera de conocimiento público. Al llegar me encontré justo con lo que esperaba, un lugar normal y tranquilo, al que solo irías si naciste allí o si deseas alejarte de todo. Lo que no encontré por ningún lado fue la maldita granja a la que pertenecía la dirección. Estaba agotado del viaje, y de dar vueltas por caminos de tierra, por lo que decidí parar a comer algo.

Elegí entre los bares del pueblo según la cantidad de coches que tenían en el aparcamiento, suele ser un indicativo de rica comida y buenos precios, como los camiones en los bares de carretera. Era un lugar sencillo y acogedor. Los colores de la madera y las fotografías llenaban las paredes. Por ellas aprendí más de la historia de Cangros que por cualquier otro medio, como que cada mes celebraban un reñida competición de comida, o que en la plaza del pueblo hay una roca como monumento a la que atribuyen cualidades peculiares. Tras comer el menú del día comprobé que tenía razón, era un lugar con buena comida, además la camarera era agradable. Cuando me trajo el café decidí preguntarle por la granja. Ahí su expresión cambió de la amabilidad a la duda, «¿Por qué preguntas por la granja de Enaldo? Es raro que tenga visitas», preguntó con una sospecha bastante acertada de que algo no iba bien. Le dije que venía de parte del seguro, que habíamos intentando ponerlos en contacto con él a causa de un parte, pero era imposible por lo que me habían enviado a mí. En los pueblos no suelen recibirnos bien al decir la verdad, justo al igual que en las ciudades. Tengo tan ensayada la excusa que cualquiera me creería antes que a un verdadero trabajador de seguros, y aunque pareció dudar, al final cedió y me dijo el camino guiándome por el mapa.

Estaba claro que la foto se había sacado en ese lugar. Los cables eléctricos que salían en la imagen cruzaban el frontal del terreno, además en la parte baja salían cortadas algunas construcciones, para ser más concretos un granero y un depósito de agua. Que teniéndolos delante encajaban a la perfección. La verja estaba abierta, por lo que crucé con el coche, recorrí el camino hasta detenerme frente a la casa. Era de dos plantas, hecha de recia piedra y pese a sus años tenía buen aspecto. A falta de timbre di unos golpes en la puerta y esperé. Me acerqué con la intención de escuchar algo al otro lado y repetí los golpes. Mientras esperaba plantado pasé la vista por el lugar, al fondo a la izquierda podía verse el granero de la fotografía, la puerta estaba cerrada con cadenas. Tanto llamó mi atención que no fui consciente que la puerta estaba abierta, por lo que al encontrar de frente a un hombre con una cabeza de altura más que yo, retrocedí con un grito contenido. No fue el mejor comienzo, pero yo lo intenté de igual modo, aunque tras intercambiar unas pocas palabras con el hombre, estaría claro que ningún inicio sería bueno con él.

Buenos días, me llamo Matías y vengo de parte del Sol Negro, ¿tiene un momento caballero? –dije con mi sonrisa más amable.

No creo en dioses ni mierdas de esas, lárgate a molestar a otro –respondió con gesto de desprecio.

No sé de que está hablando señor...

¿No eres de una secta de esas que convencen a la gente puerta a puerta?

Creo que se está confundiendo. Soy un trabajador de Investigaciones Sol Negro –expliqué mientras le mostraba una tarjeta de la empresa.

Ah. Deberíais cambiar el nombre, es muy raro. Pero sigo sin saber qué demonios quieres. –Parecía concederme un instante más, pero no muy largo, y eso que estaba ahí por la fotografía que él había enviado.

Como bien sabrá estamos ya revisando los testimonios que participan en la competición. Por eso mismo estoy aquí, para hacerle algunas preguntas sobre la fotografía que usted envió para participar.

Ni sé de que competición estás hablando, ni os envié una mierda –dijo mientras buscaba le buscaba la fotografía en la carpeta.

¿Perdón? –Fue lo único que pude responder.

Lo que acabo de decir, yo no envíe nada, así que... –Empezó a cerrar la puerta y tuve que frenarla con el pie.

Espere un momento. Estamos ofreciendo un premio a quien demuestre la existencia de un OVNI y usted envió una fotografía, esta para ser concreto. –Al mostrarla supe que algo estaba pasando, su semblante había cambiado y no me gustaba lo que reflejaba ahora, hizo un gesto para agarrarla pero la aparté con disimulo guardándola en el bolsillo.

Yo no envié eso, así que si no quiere nada más. –Completó la frase con un gesto de cabeza hacia la salida.

¿Está seguro de que no fue usted? Traía su dirección escrita en el reverso.

No volveré a decir que yo no la envié. Y ni siquiera es mi granja. Ahora lárgate. –Pensé en insistir un poco más, pero sus ojos me decían que si lo hacía, no saldría de la granja.

Está bien, habrá sido un error. Siento las molestias.

Volví al pueblo sabiendo que algo pasaba. Hasta ahora la situación era extraña, pero todo podría explicarse de una forma racional, pero estaba molesto sin saber del todo la razón. Intenté ordenar los pensamientos mientras conducía para acallar a la vocecilla de mi mente que empezaba a hablar. La fotografía puede que no la enviara él, de hecho era lo más probable, sino habría aceptado que ese era el lugar. Y siendo así tampoco era extraño que negara ese hecho, de seguro algún vecino lo habría enviado por molestar, pero nada de eso acallaba la voz. ¿Y el granero? Estaba cerrado con cadenas y candado. Parecía ocultar algo, pero puede que solo sea para proteger sus bienes, e incluso aunque estuviera ocultado algo, no tendría porque estar relacionado con el tema del platillo volante.

«Algo no encaja» logró decirme la vocecilla.

Llegué al pueblo molesto porque suele tener razón. Decidí llamar a la oficina para contarles lo que había pasado antes de tomar una decisión. También les pareció extraño, pero no había indicios de que hubiera un gran secreto, aún así ninguno estaba cómodo desechando la posibilidad de estar eliminando una prueba real. Por lo que nos decantamos por la opción propuesta por Julia: Encontrar a quien envió la foto. Para ello iría a la oficina de correos a la mañana siguiente, lo que significaba pasar una noche en el pueblo, lo cual prefería antes de pasarme otras seis horas y pico en la carretera. Me despedí del equipo y busqué habitación en un hotel bastante agradable. Me tomé una buena siesta despertando con la noche puesta. Me hospedaba cerca del bar donde había comido al medio día, por lo que fui caminando dispuesto a cenar, y desde fuera vi que había mucho movimiento. Fue al entrar que descubrí la razón: estaban de celebración por la reapertura de la mina. Había oferta en la cerveza y un trío musical animaba el local. Era un ambiente en el que apetecía quedarse, pero en cuanto lo vi, salí directo del lugar. En la barra estaba el hombre de la granja. Me detuve en la acera, ya que no había salido por miedo, sino por la oportunidad que se planteaba ante mí. ¿Debería hacerlo? Fueron mis pies los que me dieron la respuesta yendo en busca del coche.

Los últimos doscientos metros antes de llegar a la granja los recorrí con las luces apagadas. Tampoco entré con el coche, sino que giré en un desvió justo antes de llegar, dejándolo a un lado para que no llamara la atención. Esperé un rato entre la oscuridad de los árboles observando la casa, cabía la posibilidad que hubiera alguien más, cosa que no había pensado cuando salí disparado. Pero tras la espera no se vieron luces o movimiento de ninguna clase. Cogí la linterna y me decidí a saltar la verja por el lado más cercano al granero. Llegué hasta su puerta y comprobé lo que había visto desde lejos, estaba cerrado con cadenas más un candado, sucio y desgastado por vivir a la intemperie. Encendí la linterna mientras apoyaba la rodilla para verlo más de cerca, era un modelo antiguo y rudo, pero no era algo que mi ganzúa no pudiera abrir con un minuto de trabajo. No soy el mejor de la oficina en este clase de trabajo, pero tampoco se me da nada mal, por lo que derroté al candado. Quité las cadenas y lo dejé todo ahí mismo, abriendo la puerta lo justo para poder entrar, sin comprobar lo que había dentro hasta dejar la entrada a mi espalda. Fue un acto movido por los nervios y la preocupación, no me gustaría tener que tratar con la reacción de un hombre como Enaldo si me encontrase en su propiedad, pero también me arriesgué al adentrarme de vacío.

No había nada. El granero estaba vacío. Y el sonido de un motor llegaba desde el exterior.

Apagué la linterna al instante y antes de cerrar la puerta al completo pude ver el coche del dueño llegando ante la casa. El nudo en la garganta se formó tan rápido que sentí que esta se partía. No tenía por qué darse de cuenta, era tarde y estaba oscuro, podía ser que no viera las cadenas en el suelo, o tal vez entrase directo a la casa sin girar la cabeza al granero. De rodillas sobre la tierra intentaba convencerme de que el destino me apoyaría en este pequeño gesto de suerte, ignorando el hecho de que el protegido granero estaba vacío, hasta que escuché algo moverse a mi espalda frenando todo pensamiento. El cuello rechinó acompasando la tensión del ambiente al girar en dirección al interior. No podía ver nada. Entre la oscuridad del interior no veía movimiento alguno, tan solo la difusa forma de la pared al fondo a través del vacío. Me levanté despacio ignorando que el pelo se me estaba erizando ante una presión invisible. Deseaba encender la linterna y sentirme amparado por la luz que nos da el poder, pero temía que el hombre afuera fuese alertado de algún modo, por lo que me esforcé por escrutar la oscuridad. No somos criaturas nocturnas por mucho que esta nos adoptase, y yo no era la excepción, por lo que no era capaz de ver nada más que la propia oscuridad.

Pero sabía que algo se había movido y no estaba dispuesto a darle la espalda.

«Lo diré solo una vez: sería mejor para todos si salís rápido», fueron las palabras que llegaron del exterior. El destino no había querido que el granjero pasase sin mirar al granero, aunque puede que eso no significase que no estuviera de mi lado, el destino sigue siendo más listo que nosotros. Que hablase en plural era positivo, tal vez eso le haría dudar antes de entrar, pero tampoco creía tener mucho tiempo. No podía salir como si nada, mi única opción era salir por otro lado, tal vez hubiera otra puerta que no viese en un principio. Me volteé encendiendo la linterna, ya no había tiempo para disimular, además mi pelo seguía erizado por el movimiento de antes. Hice un par de pasadas veloces y, en efecto, todo estaba vacío. Entonces escuché las cadenas girar y el candado cerrarse.

Lo siento.

No lo dijo gritando, su tono casi parecía una súplica, una que tan solo logré escuchar por estar pegado a la puerta. En ese momento no entendí la razón, pero mi cuerpo decidió tomar el control lanzándose contra la puerta, intenté abrirla a golpes. Abandoné la idea de que no me atrapase, prefería enfrentarme a él antes que seguir ahí dentro, eran el instinto de supervivencia el que había comprendido la situación primero. Pero no la abrió, ni tan siquiera seguía al otro lado, se había marchado a casa. Seguí golpeando los tablones sabiéndolo, tan solo me detuve al sentir el movimiento a mi espalda de nuevo. Me volteé como un resorte apuntando con el haz de luz a todas partes. Borrar la oscuridad era mi única arma. Era incapaz de encontrar nada que me acechara y eso lo hacía peor. Había preferido que al iluminar el interior me encontrase con un loco armado, una jauría hambrienta, o con un verdadero monstruo, pero ser acechado por la nada generaba en mí una discordancia aterradora. En una de las pasadas me pareció ver una puerta, al fondo a la izquierda, junto a la escalera de mano que llevaba a un segundo piso parcial. Apreté los dientes para frenar el traqueteo de la mandíbula y salí corriendo hasta ella. Habría podido bordear el granero pegado a la pared, con la espalda segura en todo momento, pero el tiempo era más importante que una aparente seguridad.

Pensé que lo lograría sin más problemas que mantener mis piernas en movimiento. Pasando la mitad del camino, a mi alrededor, liberaron sus voces. Nacían a un palmo de mí en todas direcciones, los gritos de súplica más sinceros que jamás escuché, generando un llanto que todavía me quema. Sin frenar la carrera trataba de encontrar el origen de las voces moviendo la linterna a cualquier punto. Al llegar a la puerta dejé la linterna caer y mi cuerpo con ella. Pese a que estaba intacto, sentía un peso tan fuerte que no podía hacer nada más que ceder, retorcerme en el llanto junto a los gritos. Estaba apunto de perder la consciencia cuando vi un rostro. Era una mujer y me estaba mirando desde fuera del granero, por el espacio que había dejado al apartar una tabla junto a la puerta.

La esperanza agarró del cuello al resto de mi ser obligándole a comportarse. Acompañando a las voces con mis propio grito corrí contra el pequeño espacio, no era lo suficiente para salir, pero sí debilitaba la pared lo suficiente para permitirme quitar a la fuerza algunos tablones más. En cuanto salí las voces cesaron como si nunca hubieran existido. Miré a mi alrededor en busca de la mujer o del granjero, pero no había nadie, me levanté y regresé hasta el coche. Conducí lo más rápido que pude para alejarme de aquel lugar, por primera vez había algo que no era capaz de explicar, y quería estar lo más lejos posible. 

Diego Alonso R.

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