Al ritmo del final

 


Es la primera vez que sonríe en todo el año.

Sus pies se mueven sin que ejerza control alguno, siguen el ritmo de una canción que no conoce, permitiendo que las cadenas comiencen a ceder. Viviendo su propio apogeo de liberación y acordes entre los pasillos de un lugar muerto. El día de la demolición lleva semanas marcado en su calendario y al fin ha llegado. El escenario está montado y ya no puede contener la sonrisa, la que precede a la intensidad, la que llama al resto del reparto para que acudan a escena. Sabe que no deberían tardar y que con los auriculares no será capaz de escuchar sus voces, pero eso es lo que busca, una final sin oírlos. Tan solo ser la persona que había soñado ser desde que tiene memoria. Aquel héroe que habitaba en las historias de su madre, el que plantaba cara a los flotantes, el que vivía sonriendo. Lo que olvidó hacer desde que ella se fue.

De sus mortecinas manos recibió un falso obsequio, el colgante con forma de búho que siempre colgaba de su cuello, y que ahora cuelga también del suyo. Pero no era un regalo de amor, no estaba cargado del recuerdo de una vida, sino de una obligación no deseada. De la carga que ella misma había portado: Proteger la anhelada respuesta.

¿De qué se trata? Pues debería ser tan solo parte de una historia para dormir. La que el joven escuchó tantas veces antes de conciliar el sueño. Aquella que nacía de la inventiva de una madre cariñosa, que le hablaba de un valeroso héroe que protegía al mundo de los temidos flotantes. Criaturas de otro mundo que se movían al límite de la vista humana, buscando una respuesta que les diría como entrar por completo a nuestro mundo. Y que estaba guardada en la mente de un objeto, porque estos pueden contener todo aquello que le otorguemos, desde el valor de una joya hasta el amor de un recuerdo. Eso era el colgante que ahora debía proteger, una verdad que él no quería, pero que aceptó por cumplir el deseo de su moribunda madre. Cierto es que pensó que eran los delirios próximos de la muerte, pero el primer vistazo a una de esas chillonas criaturas, caminando con su cuerpo de sombras a dos palmos del suelo, dieron una verdad a las historias de su infancia que borrarían toda ilusión de futuro.

Si ya es duro vivir el duelo a una madre, que te persigan criaturas que solo tú puedes ver, digamos que no lo hace más sencillo. De la infancia recordó las dos únicas normas que no debería hacer jamás: Darles una orden a los flotantes y entregarles la verdad. Porque estos están obligados a cumplir los deseos del portador, pero hay un pago elevado por ello, uno que impide el cumplimiento del segundo punto. A no ser que encuentres la solución a la contradicción. Deja de bailar para contener una carcajada nerviosa al pensar en ello. Logró esconderse la noche anterior y esquivar la revisión de los trabajadores antes de la demolición. Llega a bailar en los últimos pisos de un edificio con el reloj en su contra.

No es capaz de escuchar nada fuera de su burbuja pero está acostumbrado a su presencia y sabe que ya han llegado. Por ahora son pocos aunque están recortando la distancia. Sigue sus pasos hasta alcanzar la última planta, en donde lo esperan los restos de unas antiguas oficinas, de las cuales son quedan un montón de mesas y archivadores olvidados de cualquier modo. Mira el reloj y la muerte del gigante ha llegado. Sube el volumen de la música en los auriculares y respira con fuerza preparado para romper la primera norma.

Que todos los flotantes del mundo compartan mi destino.

No eleva la voz para dar la orden, pero tampoco lo necesita, sabe que toda criatura del planeta ha escuchado sus palabras. Con la seguridad de que no podrán evitar obedecer sonríe y libera su cuerpo de las últimas cadenas. Hace meses que no se siente tan bien, sus pies se deslizan siguiendo el estribillo, y su cabeza asiente orgullosa de pertenecerle. La forma para terminar con la plaga de los flotantes llegó a su mente antes de tocar fondo. Pero incluso cuando el pánico y el llanto llenaban sus noches no era capaz de reunir el valor requerido. Fue hace unas semanas, con una nueva muerte, que la decisión se tomó sola.

Ahora el sudor hace acto de presencia dando brillo a su piel y tras un salto sube la intensidad. Con cada golpe de cabeza salpica el suelo con saladas gotas consciente de que han llegado. Sigue sin poder escucharles pero el suelo bajo sus pies está vibrando, se acercan en masa a por él, saben bien que tienen poco tiempo antes de perder. Voltea hacia los grandes ventanales que recorren la planta, dedicando ahora los pasos de su último baile a los flotantes que recorren los cielos en su dirección, sonriendo por atreverse a verlos sin temblar. Entre la recortada respiración el miedo que le había robado la sonrisa sale huyendo. De pronto cae en la cuenta que ya no tiembla, que por primera vez deben ser ellos lo que están aterrados, y esa idea genera una carcajada digna de un villano feliz. Gira sobre si mismo viendo la luz desvanecerse por las criaturas acumulándose en la ventana y recuerda la voz de su madre... «No importaba cuantos flotantes existieran en el mundo, no eran suficientes para hacerle temblar», una lágrima desciende como verdadera despedida ante la mujer que le dio la vida, al fin se había convertido en el héroe de su infancia.

Por un lado los cristales ceden, por el otro las puertas hacen lo mismo, la horda ha entrado. Justo a tiempo la explosión hace temblar su mundo. El suelo bajo los pies cede al tiempo que intentan salvarlo de un destino compartido. Cae al vacío sin que la carcajada se silencie siendo el único humano que logra ver el terror en el rostro de estas criaturas. Justo antes de terminar con una vida compartida, siendo así el último portador de la verdad, aquel héroe que nadie llegará a conocer jamás.


Diego Alonso R.

Comentarios