La imagen tras el resplandor


Mi cabeza se sostiene en un precario equilibrio sobre el cuello, y bajo este no está el resto de mi cuerpo, solo un suelo enmoquetado. Porque con el resplandor mi cuerpo fue esparcido. No tengo el coraje suficiente para moverme, temo que si lo hago termine por morir, ya que no sé cuanto es capaz de resistir tan solo una cabeza. Así que espero intentando acallar los gritos en mi mente que solo repiten lo imposible de esto. Gracias a ellos tardo más de lo normal en reconocer el lugar donde me hallo; es la antigua casa de mis padres. La moqueta está sucia y los muebles acumulan polvo, hasta puedo ver las motas cruzar el haz de luz que nace de las rendijas de la persiana. Me pierdo viéndolo flotar y no soy consciente de los pasos que suben las escaleras, hasta que las piernas de una mujer atraviesan mi visión y se sienta ante el escritorio del fondo. Con tan solo ese movimiento la habitación ha dejado de ser la misma. El polvo ya no está, la moqueta parece suave, las persianas están subidas, y algunos muebles fueron cambiados por otros, pero el cambio más importante es que está ella.

Ahora está sentada al escritorio, revisando papeles y tomando notas mientras piensa en voz alta. No necesito escuchar esa voz para reconocerla, ya lo hice por sus andares, por el peinado de moda de hace veinte años, y por la colonia de madre. Pero esa voz me hace sentir un escalofrío recorrer la espalda que ya no tengo. Porque no es posible que mi madre este aquí, tan joven y llena de vida, aunque tampoco es posible ser tan solo una cabeza. Supongo que en la escala de imposibles mi caso está el primero, así que no debería dejar que la emoción me lleve. Si la llamo y me ve, ¿cómo reaccionará? No soy más que una cabeza, ni tan siquiera tengo el aspecto del hijo que conoce, es mejor que...

¡Maldita sea!

El grito de mi madre me trae de vuelta a tiempo para ver varios papeles volar. Tras ello, deja caer su cabeza sobre el escritorio en un golpe seco, y unos segundos más tarde escucho más pasos en la escalera. Unas nuevas piernas cruzan ante mí y se detienen a observar la escena. Lo hace desde más altura y con menos años, pero usando los mismos ojos que yo. Veo como mi predecesor temporal se acerca a ella y se sienta a su lado.

Lo siento, he perdido los estribos.

No te preocupes, ¿qué ha pasado?

Mi madre no contesta, en lugar de eso aparta la mirada hasta los papeles ciscados por el suelo. Se agacha y empieza a recogerlos formando una pequeña torre, veo como me acerco y le ayudo en silencio. Ninguno de los dos cruza palabra hasta terminar la recolecta, luego se quedan ahí, quietos y sin mantener la mirada.

No soy buena en esto, nunca se me dio bien esta parte de la vida adulta. Y si ahora perdemos la casa que tanto le gustaba yo...

Las siguientes palabras se pierden en su garganta y mi versión joven duda en si acercarse o no. Hazlo de una vez, yo no puedo hacer nada desde el suelo, tienes que ser tú.

Si tan solo no fuera tan inútil.

No digas eso.

Por fin me atrevo a acercarme y me quedo un rato en silencio, acariciando su rostro, y con una expresión que habla por sí sola, aunque yo también termino por hablar.

Mira esta casa, ¿crees que se mantiene en pie por mí? Llevas años haciéndolo todo tu sola mamá, soportando el peso de los dos y logrando que no falte nada. Así que no te llames inútil, porque eres increíble.

Pero la casa...

Da igual la casa. Haremos lo que podamos, los dos, y si la perdemos estará bien igual. Sé que quería esta casa, pero nos quería más a nosotros. Así que no te martirices por eso, lo único que importa es que estemos bien.

Gracias.

Se funden en un abrazo tan sincero que hasta yo puedo sentirlo de nuevo. Y entonces mi versión lo corta, se levanta y acerca al sencillo equipo de música de la estantería. Toca un par de botones y empieza a sonar “It´s my life” de Bon Jovi. Luego empiezo a bailar de un modo poco rítmico, pero se nota que disfrutando.

Vamos, arriba.

¿Qué haces?

De pequeño me enseñaste que la música te ayuda a liberar, y ahora es mi turno de recordártelo, así que arriba.

La verdad es que me gusta esta canción...

Se levanta y empieza a bailar y saltar conmigo. Está claro que mi madre baila mejor, pero los dos nos quitamos lastres hasta ser capaces de sonreír de forma espontánea. Y ahí estamos, bailando y riendo hasta que la escena desaparece. El cuarto vuelve a llenarse de polvo, con la única diferencia de que ahora recuerdo ese momento, y que no puedo detener las lágrimas.

Noto la presión bloquearse en mi garganta y como desciende hasta llegar al final del cuello. Y el cosquilleo que nace de este me pone nervioso, porque pronto se transforma en escozor y ello en dolor. ¡Maldita sea! El dolor hace que me mueva y termino por caerme de lado, continua mientras siento algo salir de mi interior y entonces desciende hasta desaparecer. Intento recolocarme y para mi sorpresa hago mucho más que eso; me pongo de pie. Sí, de pie. De mi cuello han nacido dos piernas iguales a las de un bebé, pero con el aspecto decrépito de las de un anciano. Esto no puede ser real, no puede serlo. Me habían dicho que el resplandor era extraño, pero que te ayudaba a arreglar tus problemas, nadie me dijo que me convertiría en un maldito monstruo. Esto no es lo que quería, tengo que recuperar mi cuerpo y salir de aquí. Parece que puedo caminar bastante bien, pero no tengo ni idea de a donde debería ir. Por ahora bajaré a la otra planta. Las escaleras se hacen difíciles, estas piernas son demasiado cortas y tengo que bajar a pequeños saltos, pero no es fácil mantener el equilibrio cuando eres una cabeza. Al final termino por tropezar y bajo las últimas seis rodando. Casi me rompo la nariz, o creo que está bien, porque doler lo hace con ganas.

Escucho un ruido que viene del salón. Espero que no sea haya colado algún animal, porque en este estado mi huida sería lamentable. Camino intentando hacer el menor ruido posible y me asomo al umbral de la puerta. Veo algo moverse entre las sombras y al distinguirlo hace que mis ojos crezcan de la incredulidad. Mis brazos están aquí. Se están moviendo caminando sobre sus manos, como una versión serpenteante de la cosa de los Addams. Pero lo que me bloquea no es esa imagen, es lo que están haciendo: están usando mantas y cojines para convertir la mesa en una guarida secreta. Terminan por verme, aunque no tienen ojos, terminan por notar mi presencia y corren eufóricos hacia mí. Creo que debería tener miedo, pero de algún modo no lo hago, es como si un perro enorme corriera hacia mí pero sabiendo que solo quiere jugar. Con su embestida me tira al suelo, y al recomponerme la habitación ha cambiado, pero en esta ocasión no es solo un rejuvenecimiento estructural.

Ante mi tengo una ventana al espacio. En él una nave del rojo más intenso que mis ojos pueden soportar esquiva los ataques de tres pequeñas naves redondeadas. La persecución continua entre una ola de asteroides nacidos de la nada. Donde la nave roja serpentea hasta en vertical esquivando todo obstáculo y deja atrás al resto de naves estrellándose. Rodea al último de ellos, un asteroide al menos veinte veces mayor que la propia nave, de él sale disparada una gigantesca criatura y atrapa a la nave entre sus fauces. Y la escena se viene abajo, mostrándome entre los espacios de realidad lo que mi invención me permitía de niño, y como esta inventiva aventura terminó conmigo atrapado por mi padre en un ataque de cosquillas.

Con las risas todavía de fondo, la realidad vuelve a su lugar dejándome un extraño regusto mental. Ya no estoy sobre mis diminutas piernas de anciano, ahora me sostienen mis brazos, los cuales se han unido a mí de nuevo. Parece que puedo hacerlo, puedo recuperar mi cuerpo, solo tengo que encontrar el resto de mis partes. No tengo ni idea de donde están y no puedo permitirme pasear por ahí con este aspecto. Si alguien me encuentra, y no se desmaya de la impresión, estaré en serios problemas. Aunque no sé como me permito decir que “estaré en serios problemas”, como si ahora me encontrase en la mejor de las situaciones. Ni tan siquiera sé como logro mantener mi cordura. He sido separado en partes y desperdigado sin morirme, debería estar gritando en un charco de mi propia baba, y no pensando tan tranquilo. Parece que tengo el miedo adormecido, casi puedo notarlo, es como si alguien me llevase de la mano para que no entre pánico. Es una sensación molesta, pero la agradezco, prefiero preguntarme que está pasando con mi miedo, a bloquearme en toda esta situación. Recorro la casa buscando más partes pero no encuentro nada, ni tan siquiera una mísera pista de a donde ir. Lo que está claro es que la solución no está en este lugar, así que debo encontrar una forma de no llamar tanto la atención. Termino por hacer lo más sencillo de todo, intentar tapar la prueba de mi monstruosidad. Cojo un viejo abrigo de mi padre y lo pongo, por supuesto solo relleno el espacio de los brazos, pero mientras esté cerrado, en ciertas circunstancias puedo parecer normal. Camino hasta el garaje y solo encuentro dos opciones; coger el coche o la vieja silla de ruedas. Preferiría usar el coche, pero no puedo conducir sin cuerpo, y crear un sistema de palancas terminaría en un accidente. Así que tendré que ir en la silla de ruedas, atraeré alguna mirada pero puede que funcione. Abro la silla, coloco una caja vacía, y me siento sobre ella dejándola bajo el abrigo. Ya estoy listo.

Salgo a la calle y giro en una dirección al azar para irme rápido de esta zona, hace mucho que no vengo por aquí, pero no quiero arriesgarme a que alguien me reconozca. Pero parece que la suerte me sonríe en la desgracia y salgo sin encontrarme con nadie. Nada más salir del círculo del que estaba preocupado vuelvo a escuchar algo extraño. Son... ¿Golpes? Parece que sí, pero no suenan como un simple impacto, parecen orgánicos. Casi diría que rítmicos. No me jodas, parecen malditos latidos. Esto tiene que ser la pista que estaba buscando. Voy a seguirlos. Puede que sea una decisión demasiado impulsiva, pero parece que de algún modo el resplandor no me ha dejado tirado sin más, intenta guiarme. Me dejó en la vieja casa de mis padres, un lugar que conozco; y mis brazos estaban ante mis narices, gracias a ellos tengo opciones para moverme mejor. No creo que sea una simple casualidad que ahora comience a escuchar latidos lejanos. Me duelen las manos de guiar la silla durante tanto tiempo, no sabía que fuera algo tan agotador, pero los latidos son mucho más fuerte que antes. Y lo que es más importante, ya sé a donde me dirijo. Voy directo a nuestra casa. Conozco estas calles y conozco esta ruta, no puede ser otra opción, los latidos me están llevando a casa.

Alcanzo el edificio y ahora sí que tengo problemas. No puedo dejar que nadie me vea, sería imposible para mí explicar a los vecinos porque de pronto no tengo piernas, más todavía si logro recomponerme y me ven caminando de nuevo a los días. No puede verme nadie. Entro con la silla de ruedas en el portal y dudo en la ruta a seguir. ¿Escaleras o ascensor? En este estado tardaría demasiado en subir hasta el cuarto, y ya estoy agotado del viaje, me arriesgaré con el ascensor. Toco el botón y al abrirse la puerta mantengo la cabeza gacha, está vacío. Subo veloz y alcanzo la cuarta planta, por la cual avanzo tan rápido como puedo sin perder el sigilo. En este punto los latidos son abrumadores, parece que estuviera con los altavoces de un gran concierto a un metro de mí. Pero consigo entrar en casa sin que nadie me vea. Ahora estoy tranquilo, sé que a ella no la encontraré en casa, todavía está en el trabajo. Me bajo de la silla y uso los brazos para caminar hasta la habitación. Por el pasillo el ruido es tan alto que me duelen los oídos, y al entrar en el cuarto sé que no podré pasar aquí mucho tiempo. Pero lo encontré, sobre la cama y palpitando, está mi torso.

Me subo a la cama y no dudo en tocarlo suponiendo lo que pasará.

En una relajante oscuridad noto la calor, comienza por los labios y salta hasta mi pecho, desde donde se extiende por todo mi cuerpo. Al abrir los ojos la veo a un palmo de mí, separándose con sus ojos cerrados y los labios todavía con la forma de los míos. En cuanto ella los abre sonríe y siento como en mi boca nace otra sonrisa. De fondo suena una canción de una lista cualquiera, la cual soy incapaz de reconocer mientras siga sintiendo su peso sobre el mío, todo pensamiento trata sobre ella. Vuelve a besarme. Esta vez al abrir los ojos ella ya está mirándome con una sonrisa pícara, y en cuanto abro la boca me da sin aviso una patata frita de bolsa. Mastico sin perderla de vista mientras ella hace lo propio, entonces salta eufórica apoyando a su equipo en la televisión, y al volver a su lugar soy yo quien la besa. Los abro por tercera vez y no la veo mirándome, sino acurrucándose contra mí en la oscuridad. Siento su aliento en mi cuello y sé que no necesito nada más, solo seguir durmiendo a su lado.

Al abrirlos esta vez ya he vuelto a mi cama. He recuperado mi torso pero no me siento feliz por ello; he olvidado lo que es importante. Limpio mis lágrimas y contengo las ganas de llamarla al trabajo. Tengo que encontrar mis piernas primero, después iré a verla. Haré las cosas bien. Todavía sin bajar de la cama veo como empiezan a formarse varias huellas de pies saliendo del cuarto. Las sigo despacio y me llevan hasta la puerta de la salida, tienen que ser mis piernas. El resplandor no es muy sutil, pero en esta ocasión lo agradezco. Vuelvo a la silla de ruedas y salgo decidido, sé que vuelvo a arriesgarme a que me vean, pero no puedo perder más tiempo. Logro salir del edificio y recorro las calles siguiendo las pisadas.

Para mi vergüenza he tardado mucho en darme cuenta de esto: No hay nadie. Llevo varias calles recorridas y no me he cruzado con una sola persona, ni tan siquiera he visto a un coche circular. Y si hago memoria, cuando me iba de la casa de mis padres tampoco vi a nadie. No entiendo como no he logrado darme de cuenta hasta este momento. Es igual que el miedo, debe ser por la misma razón, no estoy solo en mi cabeza. O tal vez esté en mi cabeza, eso explicaría porque sigo vivo aunque esté por fascículos. Debí informarme de cómo funcionaba el resplandor antes de utilizarlo, pero me dejé llevar y ahora estoy metido en esto, por mucho que le de vueltas no conseguiré nada. Tengo que seguir, mierda, otra vez lo mismo. En cuanto intento encontrar una explicación a esto, en cuanto intento razonar lo más mínimo, mi mente se desvía...

He llegado.

Es el árbol favorito de mi madre. Aquí fue donde mi padre le pidió matrimonio, y donde años más tarde ella le dijo que yo venía en camino. Su querido sauce llorón. Y todo mi tren inferior está apoyado en él, haciendo fuerza como si tratase de derribarlo. Me acerco sin la silla hasta quedarme a su lado, sé que lo veré al tocarlo, estoy seguro de ello. Exhalo despacio y lo toco. Estoy cortando con cuidado algunas hojas, iré a ver a mi madre y sé que la animarán, igual con esto intenta levantarse hoy. Es lo que estoy pensando, recuerdo muy bien toda esta escena. Ahora sonará el teléfono. Y ahí está, no lo pilles, es mejor que no lo hagas, no te enteres así.

Hola.

Tenías que hacerlo, ¿verdad?

Sí, soy yo, ¿ha pasado algo?

Ahora estarás escuchando esa voz joven y nerviosa. No tiene la culpa de nada, pero por dentro estás odiando hasta su tono.

Entiendo, estaré ahí en un rato.

Y ya está, ya sabes que has perdido a tu madre. Pero sigo siendo incapaz de tirar las hojas, las había recogido para ella. En lugar de eso las guardo con cuidado como si todavía fuera a alegrarse por la sorpresa. Y solo me quedo apoyado en el árbol, llorando en silencio hasta ser capaz de marcharme.

Al final el recuerdo se termina y vuelvo a estar completo. No noto ninguna diferencia en mí hasta dar el primer paso. Soy más pesado. Pero no es la clase de peso que te provoca una carga, más bien es el peso que sientes al recuperar algo que no llevabas desde hace mucho tiempo. A unos metros la luz del resplandor reaparece y voy despacio hacia ella, porque sé que ahora sí estoy completo, puedo volver a casa siendo yo de nuevo.



Diego Alonso R. 

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