La leyenda de los tres



Es bien sabido que no se sabe toda la verdad. Que los hechos que trasciende de una generación a otra han sido edulcorados con mentiras y adornos. Pero ya no recordamos la verdad, así que tenemos que aferrarnos a esta historia y esperar ver los restos de realidad que esconde.
Se dice que los Altamiriano eran una familia modesta, que es una forma remilgada de decir que eran pobres como ratas. Y de igual forma que las ratas, ellos no tenían problema con serlo, lo aceptaban y vivían felices con ello. En cierto modo eran envidiables. No tenían objetos de gran valor, pero no estaban atados a la avaricia y no sentían las penurias de la soledad; estaban unidos y eran leales como ellos solos. Todo el mundo sabe que si te haces amigo de un Altamiriano no te falla jamás, serás un miembro más de su familia, y es una familia muy extensa.
Cada generación interviene en algún suceso histórico. Y no es porque estén en medio de todos los problemas, nada más lejos de la realidad, es por el mero hecho de ser muchos y fieles. Su red familiar se extiende por muchos rincones y todos tienen tres cosas en común: la sangre, la pobreza, y la lealtad. Así que siempre hay algún miembro de la familia con algún amigo que se mete en líos y deben actuar; se podría decir que en su caso es pura estadística.
Y de una de dichas generaciones trata todo esto. La quincuagésima generación de Altamirianos (aquí hay discusiones si es esa generación o la anterior, todo depende donde empieces a contar, pero la mayoría la acepta como la correcta) era pobre. Como la anterior y la siguiente. Y aunque eran numerosos como todas las generaciones, debemos olvidar a todos y centrarnos tan solo en una pequeña parte, para que la historia no desvaríe en docenas de vidas. En los Altamiriano que vivián en el pueblo de Nut. Era sin duda alguna uno de los tres pueblos más pequeños de la región, constaba de una calle principal y tres secundarias, todo lo demás eran un montón de casas y edificaciones construidas sin pensamiento previo.
La pequeña familia que protagoniza esta historia no son más que tres miembros, y eso es muy poco para su árbol genealógico, pero cumplen todos los demás requisitos de unos buenos Altamirianos. El padre se llamaba Fastus y estaba entrando en los cuarenta, era un creador de extremidades muy bueno. Si se mudaran a una ciudad más cerca de la capital o de algún mercado ganaría mucho dinero, las piernas de caballo nuevas son caras, y los soldados necesitan repuestos de seguido. Pero le cuesta desprenderse de Nut, es el pueblo donde se crió y donde está la casa de sus difuntos padres. Así que van aguantando con el dinero que dan las extremidades para algunos animales de granja, y las de algún pueblerino algo torpe.
Luego estaba la madre, su nombre era Felina, tenía un par de años más que su marido y aparentemente no tenía habilidad alguna. Pero eso era solo para los tontos que aprendieron a mirar y no a ver; porque si veías con atención notabas que lo que le sobraba era talento: todo lo que ella plantaba crecía más rápido, los animales la seguían sin que tuviera que decir una palabra, tenía una memoria digna de admiración, y la valentía de una caballero.
Y luego estaba el pequeño Presmo (llamado así en honor a su abuelo, al que llamaban Presmo el escudo). Cuando toda esta historia ocurrió estaba en sus diez años y no conocía la palabra miedo. No es que desconociese la palabra, sus padres lo educaban bien y leía siempre que podía. Lo que digo es que no sentía miedo, y aunque suene de maravilla, es un problema serio. Está bien recordar que algunas cosas nos pueden hacer daño, que hay que tener precaución el algunos momentos, y el miedo es el encargado de ello. Pero el pequeño Presmo no lo tenía así que se lanzaba a cualquier situación sin pensar (lo cual le costó alguna cicatriz) pero por suerte para él era resistente.
Vivían en una de tantas casas construidas donde sus antepasados quisieron, o dicho de otro modo, alejada de la calle principal y sin vecinos inmediatos. Era una buena casa, tenía pilares de piedra y había sido construida con la mejor madera (resistente al daño continuo del agua); pero también era una casa pequeña. La cocina era humilde y funcional, las herramientas de Fastus habían sido colocadas para ocupar lo menos posible, y una pared que no llegaba al techo separaba el cuarto. Donde dormían los tres juntos algunas noches, el resto de ellas, Presmo dormía en su pequeña habitación (su padre había hecho una especie de gran repisa, formando una especie de segunda planta donde entraba una cama pequeña y poco más).
Una tarde en la que se acercaba el invierno Presmo se encontraba en el bosque cercano a su casa buscando aguaneros (una especie de setas redondas y rosas que nacen sobre algunos árboles) para su madre. Siguiendo las setas se había separado del camino habitual que su madre le había enseñado, y entonces se encontró con una escena que un niño como él no soportó. Apoyado contra un tronco había un pequeño ser; más pequeño que el niño, con la piel rosada, dos bocas y dos pares de preciosas alas como una libélula. O así debería ser si estuviera intacto. La realidad es que le habían arrancado las alas, lo habían golpeado hasta formar moratones por su cuerpo, y estaba contra el tronco llorando y gritando de miedo. Lo miraban entre risas e insultos tres jóvenes, que pasaban la edad de la niñez sin llegar a ser hombres.
Presmo debería haberse dado cuenta de que la situación no era controlable por un niño de diez años, pero nunca tuvo miedo. Salió corriendo contra ellos lanzando la cesta de las setas contra uno. Los pillo de imprevisto y antes de que pudieran reaccionar golpeó en los pequeños testículos al más joven, luego intentó pegar a su compañero pero el tercero fue más rápido y lo tumbó de un golpe. Pero nuestro impulsivo héroe no se dejaba amedrentar tan fácil, se levantó y puse entre el trío y el ser. Tras está magistral entrada la batalla se puede resumir en un bucle donde Presmo intentaba hacer algo, le pegaban, se levantaba, y vuelta a empezar. Tras varias rondas el trío decidió renunciar antes de matarlo y se fueron. Dejándolo con la cara hinchada y con la sangre quitándole la visión de un ojo.
En ese estado se giró hacía el maltratado ser para ver como se encontraba. Seguía aterrado y confuso. El niño intentó sonreír aunque le doliera, porque pensaba que al ser todavía le dolía más, que se merecía una sonrisa. De algún modo se dejó abrazar por el niño y este lo llevo en brazos a su propia casa.
Tras el susto de verlo entrar en esas condiciones ambos padres acudieron prestos a cuidarlos y limpiarlos. Al principio la criatura se asusto de ellos, pero cuando vio que no eran peligrosos se dejó cuidar. Y esa noche, mientras Fastus y Felina bañaban a la herida pareja, vieron como el ser empezaba a llorar. Pero esta vez no era como en el bosque, no era un llanto estrepitoso y asfixiante, era leve y casi melódico. Lloraba porque eran los primeros humanos que lo trataban bien. Más tarde, cuando todos estaban limpios y remendados, intentaron hablar con el pequeño ser sin éxito.La prodigiosa memoria de Felina los ayudó, recordó que en su infancia le habían contado un cuento sobre los Frox. Eran unas criaturas como esta, pero grandes como casas y con el poder mágico para dejar estéril la tierra de todo un reino, por lo que supusieron que el ser era una cría de frox. Lo cuál era único, no se había visto uno en varios siglos, se habían convertido en parte de leyendas y cuentos; pero ahí estaba.
Compartieron los días juntos. Aprendieron a comunicarse con él por señas y aprendieron qué comida no le gustaba (la carne) y cuál era su favorita (la madera). Seguían su vida como si tuvieran un segundo hijo, y ambos se recuperaban de sus heridas, mientras Felina preparaba ungüentos y otra clase de medicinas para ellos. Al séptimo día Fastus terminó las nuevas alas para el pequeño Frox, y cuando este las probó, lloró de nuevo abrazando a su segunda familia. Esa misma noche todos comieron y rieron juntos. Y se marcharon a la cama pensando que todo iría bien.
Esa misma noche descubrieron que no.
El trío de maltratadores habían contado en casa la hazaña de derrotar a un monstruo. Claro está que los del pueblo fueron más lentos, primero en creer la historia de sus hijos, y luego en reconocer que se trataba de un pequeño Frox. Pero en cuanto llegaron a ese punto decidieron ir a por él; si capturaban a un ser de leyenda y lo llevaban ante el rey, este les premiaría por su gran hazaña. O eso creían ellos. Así que el pueblo de Nut armado con fuego y herramientas despertó a la familia. Fue Fastus el que salió a la puerta, mientras Felina calmaba al frox e intentaba que su hijo no saltara contra todo el pueblo.
En ningún momento el Altamiriano negó que ellos tenían al ser; no era propio de su familia mentir. Se decantó por decir la verdad: que habían dañado a un ser indefenso y su hijo lo había salvado, que lo habían cuidado y curado, y que si alguien osaba hacer daño a su familia los mataría a todos.
Por supuesto todo con calma y una sonrisa.
Pero lo importante de las amenazas no son el tono, sino la verdad que reposa tras ellas, y esa fue la amenaza más profunda que todo habitante de Nut había recibido. Fastus aprovechó la sorpresa para entrar de nuevo en su casa. Y una vez cerrada la puerta, intentar recoger lo necesario para huir (mientras explica sin pausas que vienen a por el pequeño frox).
Una antorcha entró por cada ventana frenando a toda la familia. Felina les mandó a los pequeños tapar la boca y nariz para cubrirse del humo. Y ella y su marido se miraban pensando en que hacer. Y tras un breve intercambio de susurros se decidieron. Mojaron las sábanas para cubrirse todos y salieron juntos de la casa en llamas. Y mientras los pequeños tosían, Fastus miraba como la casa de su infancia ardía, y Felina miraba como el pueblo los rodeaba.
Ambos dejaron a los pequeños entre ellos conscientes de que la cosa estaba fea.
El pueblo les exigió que les dieran al pequeño frox, que la quema de la casa solo era la muestra de que iban en serio, que no jugaran con ellos. Entonces el pequeño Presmo se despidió de su nuevo amigo y este cogió el vuelo. El pueblo no sabía que había recuperado sus alas, así que observaron pasmados como el pequeño frox se alejaba en el aire. Hizo un gesto de duda en el aire y los Altamiriano lo despidieron desde el suelo, dejando claro que tiene una familia, y que debe huir. Desapareció entre la oscuridad del cielo y dejando una sonrisa en la familia del suelo. Que pronto se borro al ser conscientes de que su problema no se había acabado; tenían que hacer frente a la ira del pueblo de Nut.
Eran vecinos que conocían. Con la mayoría habían comido y reído en los festivales, se habían ayudado cuando era necesario, y algunos hasta se habían visto crecer. Pero la noche muestra la realidad de las personas y los Altamiriano están a punto de conocer a sus verdaderos vecinos. El primero fue el gritón de la cantina, que intentó golpear a Felina, y recibió un golpe por parte de ella. A partir de ahí todo explotó. La gente se lanzó contra ellos y se sorprendieron al ver que eran capaces de defenderse. Nunca debe subestimar el poder de un padre y una madre al defender a su hijo. Pero por mucha fuerza que tuvieran el número hizo efecto y terminaron por caer. Y por primera vez en su vida, al ver a sus padres rodeados de monstruos, Presmo sintió miedo.
Explotó lanzándose contra el pueblo que estaba acabando con sus vidas y un golpe seco lo frenó. Y como hizo en el pasado se abalanzó de nuevo contra los monstruos que esta vez terminaron antes con él.
Y mientras la luz de los Altamiriano se apagaba el suelo tembló.
El pequeño Frox había regresado con su otra familia; su gigantesca familia. Los pueblerinos se apartaron aterrados por la imagen de los seres de cuento que se plantaban amenazantes ante ellos. El pequeño se acercó a los humanos que le dieron sus cuidados y cariño he intento que se movieran. Pero no quedaba vida alguna en esos cuerpos. El pequeño frox lloró. Sus padres lo abrazaron mientras el resto de la familia avanzaba hacía el pueblo.
Cuando los tres Altamiriano despertaron ya era de día y los frox estaban a su alrededor.
Esa es la historia de como los Altamiriano renacieron unidos a los cuentos y sus criaturas. Y la historia de como desapareció el poblado de Nut.



Diego Alonso R.

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