Un día corriente



El lugar de mayor manipulación es un supermercado. Todo está planeado para que intentes llenar tu vida a base de comida; desde la colocación en los estantes, el noventa y nueve en cada precio, la sutil música de fondo y hasta el dibujo de los azulejos del suelo. Y dentro de ese pequeño mundo de consumismo y forzada necesidad hay un rincón más triste que cualquier otro: la zona frigorífica. Siempre está iluminada con esa pálida luz que no sienta bien a nada (ni nadie) con un espejo en la zona superior, apuntando hacía abajo, para que en tu rango de visión siempre tengas uno de sus productos. Por supuesto siempre acompañado de ese sutil y continuo gemido que produce todo frigorífico. Ante este panorama tenemos a un traje y su humano. Con la mirada entre dos sándwiches, y siendo muy consciente, que el dinero restante del mes pesa poco en su bolsillo. Opta por el vegetal y sale con la mirada gacha, al igual que un puritano en un club de alterne.

Termina sentado en el banco de uno de los muchos parques de su ciudad. Cada uno es tan bello como la naturaleza se puede permitir. Lástima que las personas no se fije en nada más que en sus propias vidas, donde por supuesto nuestro acosado no es diferente. Engulle la comida más lento de lo que su estómago le pide. Mientras repasa mentalmente la última entrevista. Estuvo suelto y espontaneo, pero no como el cuñado de fin de año, si no más bien, como el escritor con el que deseas una foto. Su currículum no es el más amplio, pero cada punto lo obtuvo con esfuerzo y sabe lo que hace. Lo hizo bien. Pero la respuesta fue un no; porque no tiene suficiente experiencia, la cual no obtendrá sin la oportunidad. La única opción sería entrar como becario, para ser explotado legalmente y recibir el no más tarde.

¡Marcos! ¿Eres tú verdad? –Otro hombre trajeado está ante él, con una sonrisa más amplia que su rostro.

Sí... ¿Eres Oscar? –Es su compañero de carrera. No tiene ganas de hablar con él, ni con nadie.

Por dios, cuanto hace que no te veo ¿Cómo te va? –dice esto último pegándole un toque en su hombro.

Bien, como ves no tengo mucho tiempo ¿Y tú?. –Levanta su comida como si fuese la prueba de un juicio. Por suerte, en este se puede mentir.

Me alegro hombre, siempre se te dio bien este mundillo. Yo estoy bien, monté mi propia gestoría hace un año ´´K&T´´ y no me puedo quejar... –Muestra su maldita sonrisa, si al menos fuera sincera.

También me alegro por ti, pero tengo que irme. Ya nos veremos en otra ocasión.

Claro, ya nos veremos. –Ambos se fueron sabiendo que mentían, ni tan siquiera se intercambiaron los números. No van a verse más, si el azar no lo desea.

El cerrojo de la puerta grita avisando de su entrada. Por fin está en casa, si una ratonera es digna de llamarse de ese modo. Si llega a ser más alto, no tendría ni donde dormir. Se quita la chaqueta más la corbata, y se sienta en el sofá. Se afloja la blanca camisa mientras piensa que hacer. Hay una torre de facturas sobre la mesa y un montón de vacío en la nevera, necesita dinero si quiere vivir un mes más. Le gustaría llamar a casa y pedir ayuda, pero la charla de la noche pasada no fue la mejor. En apenas en ocho frases le quedo claro lo que ya temía, su padre está harto de él y su madre ya ni le recuerda. No son una opción. Si tuviera algo decente lo vendería, pero solo le queda su vida y duda que alguien pagara algo por ella...

...Agarra el cojín más cercano para ahogar sus gritos hasta que logra dormirse.

Se despierta en penumbras y está vez es de agradecer. Porque si hubiera alguien más se abría asustado de su expresión. No sería como el miedo que produce un lobo enfurecido, si no el de una madre que perdió a su hijo. Se levanta y sale de casa más decidido que nunca. Sus pasos son firmes y rápidos. Apenas se cruza con gente, entre semana no hay muchos nocturnos en la calle. Camina tan rápido que al alcanzar el veinticuatro horas está empapado en sudor. Frío y hediondo. Compra la más barata botella de vodka y se marcha. Continua con sus firme convicción, ignorando el temblor sus piernas. Se detiene ante un negocio, con un aspecto impecable y con un letrero de grandes letras rojas. K&T. Arranca una manga de su camisa y forma un pequeño objeto de ira. Rompe una de las ventanas, prende fuego a su casero molotov y lo lanza al interior. No reacciona mientras las llamas lo invaden todo, solo observa como se hunde la vida de alguien más. Una curiosa manera de terminar el día.


Diego Alonso R.


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