Sueño prematuro


Nunca he sido muy hablador, pero algunas cosas deben cambiar. Al menos en esta ocasión quiero que así sea. También está el hecho de ser perseguido por la muerte, eso cambia tu punto de vista, aunque si lo pienso todo el mundo es perseguido por ella. Ya te habrás dado cuenta que esto son las andanzas de un viejo, si no quieres leer una historia así ya sabes por donde irte. Perdona que sea tan brusco pero ya tengo una edad para no andarme con muchos rodeos. Tampoco voy a contarte toda mi vida, algunos puntos son demasiado personales y prefiero quedármelos para mí. Así que me imagino una historia un poco inconexa y simplona. Pero tampoco vamos a pedir mucho a esta menta ¿No crees?

Debería empezar por presentarme, me llamo Augusto Hernández y es probable que antes de llegar al fin de la historia pienses que estoy demente. Comenzaré el relato de mi vida con la parte más significativa, la primera vez que presencié una muerte. No fue algo especialmente trágico, es cierto que estaba aterrado, pero pudo ser mucho peor. Sin recordar como, me encontraba observando a mi vecina desde un ángulo imposible y además mi vista era extraña, como si la viera desde detrás de una cámara. Era una señora mayor y mucho más para un niño de seis años. La recuerdo siempre trabajando, diciéndome que debería comer más y un poco triste (al menos cuando no la miraban). De todos modos se mantenía bastante joven a base de terquedad. Y en ese momento también estaba trabajando, hasta el mismo instante en el que se resbaló. El riego de sangre fue la pista de que algo iba mal. En su funeral se reunió casi todo el pueblo, la gente mayor conocen a muchas personas. Yo no aguantaba más y empecé a llorar, justo en ese instante me desperté. ¿Por qué te cuento un sueño de mi infancia? Porque a los dos días todo sucedió. Así fue como descubrí mi don, aunque la palabra maldición encaja mejor.

Todo esto lo conté en casa y lo que conseguí fue que me cruzaran la cara. Por jugar con los muertos, me dijo mi padre con la mano todavía en alto. Las siguientes veces no dije nada, me quedaba llorando en mi habitación y si me preguntaban el motivo mentía. Hasta que soñé con Clara, la niña con la que siempre jugaba. Estaba sola en el bosque, resbaló y el río hizo el resto. Nada más despertarme corrí hasta la habitación de mis padres y se lo expliqué a gritos. Otra ostia fue mi premio, pero esa vez no me achanté y en la mirada de mi padre vi la duda. No fue suficiente para creerme. Y a los cinco días encontraron su cuerpo.

Aunque estaban criados a la antigua nunca tuvieron miedo, mi madre me consolaba tras cada sueño y mi padre nunca volvió a pegarme, creo que cargó con la culpa hasta el día de su muerte. Los sueños no me perseguían cada noche, solo podía ver a las personas cercanas a mí y tras eso no duraban más de una semana. A día de hoy sigo sin saber que me aterraba más: las muertes o los entierros. Me llevaron a curas y meigas buscando una solución. Al final se quedaron con la versión del párroco del pueblo, según el fue su culpa porque el día de mi bautizo se confundió y utilizó el agua equivocada. No estoy seguro de su historia pero tampoco me importa. Al cumplir mi primera veintena fui a la guerra. No voy hablar mucho de esta etapa, solo diré que pude ratificar algo: no importa lo que haga, al final siempre mueren.


Con los años aprendí a vivir con ello. Algunas veces intentaba avisar a alguien (aunque sabía que no iba a funcionar) pero no solían creerme. Tampoco te imagines que toda mi vida fue horrible, es solo que te estoy contando lo que rompe la regla. También conseguí un trabajo vendiendo máquinas de escribir, con una de esas reliquias estoy escribiendo esto. Y me casé. Se llamaba Marta, me llegaba a la altura del pecho, tenía una larga melena negra y podía hacer de mí lo que quisiera. Sin duda fue la persona más inteligente y valiente que he conocido jamás. Todavía sueño con ella, aunque no la vea morir, eso ya está hecho. Nunca llegamos a tener hijos, le preocupaba que yo viera sus muertes y no lo superase. Ahora puedo decir que tenía razón, otra vez. Ya casi alcanzo los ochenta y todavía no he visto mi final. Estoy seguro que ese es el único que no veré, pero no debe faltar mucho. Lo noto en cada paso que doy, al final el tiempo termina por atraparnos a todos. Supongo que dejaré mi historia por aquí. Si supero esta semana tal vez continúe.

Diego Alonso R.

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