Latidos en dos vidas

 



Para Eustáquio Vlander hoy es un día de mierda, al igual que al anterior y los siguientes.

Empezará de nuevo con su pie derecho, lo cual no es ningún símbolo de buena suerte, y se irá cabreando más con las horas hasta tener que regresar a la cama frustrado y de peor humor que el día anterior. Ya sabe todo lo que sucederá nada más ver el techo de su cuarto y un agotado suspiro lo resume. Se sienta en el costado de la cama, comenzando con su pie derecho, y luego con el fantasma del izquierdo. Busca entre las sombras la muleta y cruza el cuarto hasta el baño de la habitación. La blanquecina luz lo saluda forzándole a entornar los ojos, se lava la cara hasta reconocerse en el reflejo, y mira la cuchilla como cada mañana. Esta vez la decisión le lleva más tiempo de lo normal.

Otro día más.

Se dice escondiendo el temblor de sus palabras a la vez que la guarda hasta el día siguiente. Regresa a la habitación, y tras dejar que la luz del exterior la inunde, comienza su rutina de ejercicios. Tras cuarenta minutos de sudor y necesaria liberación se marcha a la ducha. Y así termina su rutina del despertar otra vez más. Prepara un rápido desayuno y va al salón cuando sus esquemas se rompen del todo. Sobre la mesa en la que come cada día lo esperan un par de zapatos en un charco de sangre. Se acerca dejando el desayuno en una de las sillas sin perderlos de vista. Son de un marrón ahora manchado, con las costuras visibles y de un acabado elegante. El olor entra hasta golpearle el cerebro provocando que sus ojos se humedezcan, pero ni así los pierde de vista, continua hipnotizado por la sorpresa. Hasta que al agarrar uno de ellos encuentra un pie cortado en su interior. Lo suelta asustado y al caer contra el charco salpica de sangre los alrededores de la mesa y su propia ropa. Esto lo hace volver en sí. Pero su acto instintivo no es limpiar las gotas sobre él, es armarse con un cuchillo de cocina y recorrer la casa en busca de un intruso. Con cada habitación revisada y vacía el temblor de su mano aumenta, es como jugar a la ruleta rusa y ver que la bala no sale, sabes que tus opciones de morir aumentan. Pero al terminar de revisar la casa no encuentra a nadie.

Regresa al salón y desayuna en el sofá ignorando los zapatos. Come en silencio e intentando no desviar su vista. Al terminar de comer regresa a la cocina y lava los platos fingiendo que el problema no sigue allí. No es hasta terminar todo el proceso que se encara a afrontar el asunto: Alguien le ha dejado una sangrienta sorpresa. Pasa una hora sentado junto a la mesa, observando los detalles de los zapatos y pensado en qué debería hacer. La opción mas directa es llamar a la policía y decir que alguien le está amenazando, ¿pero eso es una amenaza? Parece la opción más obvia, aunque no hay nadie con quien esté enemistado, de hecho apenas hay gente en su vida. Podría ser el objetivo de un demente anónimo, pero no le parece una versión plausible. No quiere llamar a nadie sin tenerlo claro, porque los zapatos no vienen solos, sino con un pie y un montón de sangre; son la prueba de un asesinato o tortura. Siempre existe la posibilidad de que todo ello lo salpique como la sangre y acabe en medio de algo que no desea.

Así que termina por tomar una decisión: No avisará a nadie. Si es la señal de que él será el próximo objetivo de un demente, pues bienvenido sea, porque lo estará esperando. Pero hasta entonces eso no terminará con su desganada rutina.

Protegido con los guantes de cocina saca el pie del interior del zapato izquierdo, es de un hombre, lo tira a la basura. Luego deja los zapatos a remojo en un barreño y limpia cuatro veces la mesa y sus alrededores. Cuando considera que todo está limpio tira junto al pie el mantel y los guantes.

El resto del día se mantuvo en la línea de lo común. Al salir a comprar tiró a la basura la bolsa con los restos y siguió como si nada. Hizo la compra semanal en la ferretería; tras el accidente se mudó a una pequeña casa oculta entre los edificios de Madrid, pero que sin duda necesita muchos arreglos. Como si no quisiera que su vida mejorase, otro día acabó.

De nuevo el techo de su habitación. El pie derecho y luego el fantasma del izquierdo. Esta vez va hasta el baño sin la muleta, apoyándose en la pared, y avanzando con pequeños saltos sobre su única pierna. Continua su ritual y con la cuchilla en la mano vuelve a planteárselo. Duda más que el día anterior y las lágrimas brotan al no encontrar una razón.

Ya no estás solo.

Mira a su alrededor en busca de la voz y termina mirándose al espejo. La voz provino de su interior, pero no era la suya, era más profunda y raspada. Debería estar asustado y lo sabe bien, escuchar voces no es buena señal, pero por la contra está sonriendo. Limpia sus lágrimas y guarda la cuchilla otro día más. Continua con sus ejercicios y a por el desayuno. Y un nuevo par de zapatos lo esperan sobre la mesa del salón. En esta ocasión son unas deportivas, blancas y grises. No tienen ningún pie dentro, ni un charco bajo ellas, pero sí están manchadas de sangre. Vuelve a plantearse las mismas cuestiones que el día anterior y termina haciendo lo mismo. Es consciente que no es la decisión común, pero da igual cuantas vueltas le de, siempre termina llegando a la misma conclusión: No vale la pena implicar a nadie, no vale la pena esforzarse más. Así que tras limpiar la mesa, deja las deportivas a remojo para guardarlas junto a los zapatos, y su día continua de la forma habitual.

No encontró ningún otro inconveniente para seguir con su existencia. Y aunque el misterio de los zapatos se cruzó por su mente en un par de ocasiones, no se llevó toda su atención, se había convertido en un ser pasivo ante la incertidumbre. Llegada la noche solo quedaba limpiar los platos de la cena, dormir para tener sueños que nunca recordaba, y comenzar otro día. Pero al abrir el grifo el agua sale negra y eso lo cabrea. Lleva unos días que el agua sabe extraña, pero es soportable y ya ha arreglado el pozo de la casa varias veces, esto solo lo hace sentirse más inútil. Está apunto de dejarlo pero termina por coger la caja de herramientas e ir a revisar el pozo de nuevo. Ha cambiado la bomba y el sensor de esta hace poco así que no entiende cual es el problema. Lo abre y con una linterna observa su interior donde todo está en orden.

¿Vas a funcionar de una maldita vez? –grita frustrado.

Se agacha y abre la tubería que sale de este, pero con el cabreo olvida cerrar la llave de paso y un chorro brota pillándole por sorpresa. Coloca el tubo con dificultad de nuevo y observa el desastre a su alrededor; todo está empapado. Se levanta maldiciendo pero resbala en el charco cayendo hacia atrás. Intenta agarrarse a algo mientras ve como de forma inevitable cae por el pozo. Su cabeza choca contra la pared y queda inconsciente antes de poder gritar. Vuelve en sí cuando el agua asalta sus pulmones, se siente desorientado y apenas puede respirar. Su cuerpo reacciona tarde a todas las órdenes, hasta que al final deja de recibirlas, comienza a hundirse en la fría oscuridad.

Es consciente de que morirá.

No tengas miedo.

De nuevo escucha la misma voz en su interior: Suena cabreada y preocupada al mismo nivel. Y al instante el dolor comienza tras sus ojos y desciende como una llama hasta lo que sería su pierna izquierda. Se vuelve más intenso para cesar de golpe y deja de hundirse. Intenta mirar a su alrededor pero se da cuenta que su cuello no le obedece, al igual que el resto de su cuerpo, pero este sigue moviéndose. Nota el tacto helado y húmedo de la piedra al alcanzar la pared de enfrente y por un momento le parece que se agrieta bajo sus dedos. Ahora el hecho de estar ahogándose es lo que menos le asusta. Con un par de movimientos su cuerpo supera el límite del agua y llena sus pulmones más de lo que nunca estuvieron. Sigue escalando por la pared del pozo con una facilidad inhumana. Observa aterrado lo que sus ojos quieren mostrarle y comprueba que estaba en lo correcto. No está trepando como un escalador común, está hundiendo sus dedos en en las piedras a pura fuerza. También es consciente de que esos no son sus brazos, son más anchos y largos, no entiende lo que está pasando pero llega al final. Sale sin dificultad y se para de pie. Ve que el agua sobre él se está evaporando, pero aunque no tenga explicación tampoco le importa, porque en cuanto su cabeza mira lo ve. Tiene su pierna izquierda. No es del todo su pierna, de la misma forma que sus brazos tampoco son los suyos, esta es más grande y de un rojo intenso. Y ahora que el temor a ahogarse ya no está, solo queda la pérdida de su propio cuerpo.

Intenta moverse, hablar, cerrar los ojos y gritar. Pero ninguna de las órdenes es acatada. Tan solo puede ver y sentir lo que su cuerpo decida, es un espectador desde su interior. De ese modo ve como camina hasta el baño de su habitación y al encender la luz encuentra su reflejo en el espejo. El terror que le atrapa, le impide hasta gritar. Es su propio rostro al detalle, con la excepción de su boca, que parece haberse deformado hasta alcanzar sus orejas.

Te dije que no tuvieras miedo.

En el reflejo del espejo la boca emite la voz que había estado escuchando. Se plantea la posibilidad de haberse vuelto loco, o incluso de estar muerto en el fondo del pozo, pero también que todo esté pasando de verdad.

Creo que tenemos que hablar, Eusta.

De ese modo solo lo llamaban sus padres y escucharlo pronunciado por ese ser le hace temblar, y se da cuenta de que lo ha sentido aunque su cuerpo no esté temblando, puede hacerlo en su interior. El temblor no tarda en pasar a segundo plano y antes de pensarlo siquiera responde.

Gracias por sacarme del pozo.

No es nada, como ya he dicho, no estás solo. –La imagen ante él lo aterra, pero no sus palabras, se sienten cálidas y calmadas.

¿Y tú eres... Yo?-No es la pregunta más clara que hizo en su vida, pero apenas entiende la situación como para hacer una mejor.

No. Yo soy otra cosa. Soy Quemper.

Quemper... –repite como si eso le ayudara a asimilarlo.

Sí, y tenemos que hablar. Quiero hacer un trato contigo.

¿Qué clase de trato? –El temblor inicial casi ha desaparecido dejando paso a la curiosidad.

Compartir cuerpo es difícil, pero es mejor que pelear por él. Aceptemos vivir juntos. Ya no estarás solo, ninguno de los dos lo estará.

Compartir cuerpo. ¿Cómo ha tardado tanto en darse de cuenta? No está atrapado dentro de este ser, está atrapado dentro de sí mismo, es su cuerpo pero no su turno. Por eso escuchaba la voz en su interior, y por eso salió cuando estaba muriendo; salvó a los dos. Se sorprende a sí mismo aceptado este hecho sin rechistar, sin dudar, como si fuera algo natural y común. Pero siente que así es, de alguna forma, ya no tiene dudas al respecto. Su mente no puede imaginar que sea de otra forma. Ahora lo único que siente es curiosidad y alivio, no se siente con fuerzas para enfrentar a la imagen que ve en el espejo. Pero aceptar compartir tu cuerpo tampoco es una decisión sencilla.

Pero no sé qué eres, o cómo llegaste a mi interior...

Hoy ha sido la segunda vez que salgo del pozo, y la primera lo hice solo, en el agua. Lo demás no importa. Solo quiero quedarme aquí, juntos. –El agua, es cierto que sabía rara desde hace unos días, pero...– Puedo ayudarte, darte lo que anhelas.

¿Lo que anhelo? –dijo saliendo de sus pensamientos.

Sí.

Quemper mira a su pierna izquierda para que Eusta pueda verla. Había dicho que están compartiendo cuerpo, pero él sí tiene la pierna izquierda, además es de un rojo intenso a diferencia del resto. ¿Tal vez sea porque a uno de los dos le falta? Una marca de que algo no concuerda con sus dos versiones, pero aún así la tiene, puede generarla. Si una de las versiones puede tenerla, tal vez el podría recuperarla. La sola idea de volver a caminar hace que su corazón se acelere, pero una imagen que hasta ahora estaba ignorando se cruza por su mente.

¿Fuiste tú quien dejó los zapatos en la mesa?

Sí, son importantes. –Siente como se forma un nudo en su garganta, pero logra romperlo a la fuerza y hacer la consecuente pregunta.

¿Y la gente a quien pertenecían?

Sacrificados.

La boca se le seca, las pupilas se le dilatan y el ritmo cardíaco aumenta. Están muertos. Es cierto que lo había pensado, y por cruel que pueda ser, no le importa que estuviesen muertos. Lo que de verdad le aterra es que su cuerpo haya sido usado para matar sin tan siquiera saberlo. ¿En que momento perdió el control? ¿Esta entidad puede tomar posesión de su cuerpo cuando lo desee? Hasta ahora solo fue consciente de esta última ocasión. Y si no llega a hacerlo ambos habrían muerto, casi podría decir que no tuvo otra opción. Pero la idea de poder perder el control en cualquier momento y lo que podría hacer esta entidad en su lugar... No debería aceptar, ni tan siquiera seguir hablando, pero quiere saber más.

¿Para qué haces los sacrificios?

Por el poder, cuantas más vidas tengamos, más fuertes nos haremos. –Nota que habla de la fuerza en plural.

¿Y cómo nos turnaríamos? No digo que acepte, pero...

Como hasta ahora, la mayoría del tiempo yo estaré dormido en tu interior, solo intervendré si me lo pides o fuera necesario para nuestra supervivencia. Y cuando duermas, será mi hora para vivir y descansarás en mi interior. Tu vida no dejará de ser tuya.

Permanece un momento en silencio. Pero no es más que una falsa espera, porque sabe que va a aceptar, lo sabe muy bien. Los sacrificios suenan horribles, es algo que no negaría jamás; pero en su balanza no pesan lo suficiente. Ya no solo es poder recuperar la pierna y con ella todo aquello que perdió de sí mismo, es todo lo que podría ganar después de eso. Su codicia y deseo está por encima, tal vez por eso Quemper lo encontró a él.

Está bien Quemper, tenemos un trato.

Ambos sonríen a la par cerrando el pacto de sus vidas.

La rutina de Eustáquio Vlander no sufrió grandes cambios en los siguientes tres meses. Pero que no sean grandes, no quiere decir que no sean importantes, porque sin duda lo son.

Se despierta en la semioscuridad rutinaria de las mañanas. Se despereza disfrutándolo como un gato y se baja de la cama. Primero su pie derecho y luego el fantasma del izquierdo. Pero no llega a levantarse todavía, en su lugar enciende una pequeña lámpara de noche y coge una cinta métrica de costura. Mide su pierna izquierda, la cual ya había pasado de ser un corto muñón, a recuperar incluso la rodilla. Sonríe satisfecho con lo ganado y lo anota en una pequeña libreta. Entonces se levanta y avanza con la muleta hasta el baño. Se lava la cara buscando ser una persona de nuevo, y se marcha sin dudar sobre su día, ya no tiene un límite auto-impuesto. Realiza sus ejercicios con más facilidad que el día anterior y disfruta de una reconfortante ducha. Ahora ya no es momento del desayuno: Lo primero es recoger el trofeo. Sobre la mesa del salón esperan un par de zapatos, unos finos y lujosos de tacón de aguja en esta ocasión. Se pone un par de guantes, deja los zapatos a remojo y comienza la limpieza, la cual es mucho más rápida desde que deja una lona de plástico cada noche sobre la mesa. Es entonces cuando llega la hora del desayuno.

Llega tarde a casa. No suele hacerlo, aunque cada vez se siente más cómodo, sigue manteniendo un horario controlado. Pero sufrió un pinchazo y eso unido a la falta de una rueda de repuesto y la lentitud del mecánico; hizo desaparecer el resto de la tarde. Lleva un humor digno de un inquisidor en un mal día. Solo tiene ganas de meterse en la cama y leer hasta calmar los nervios y llamar al sueño. Pero sabe que todavía le quedan cosas por hacer antes de acostarse y es importante para su convivencia. Coloca la lona de plástico sobre la mesa del salón para el siguiente trofeo, prepara un poco de café para Quemper, y coloca el último par de zapatos (que había dejado secando todo la tarde) en una sencilla mochila gris. Ahora sí puede irse. Camina hasta la habitación pero se detiene ante la puerta cerrada, y su expresión cambia hasta ser abrazada por docenas de nuevas sombras; porque él no había cerrado la puerta al marcharse.

Abre la puerta.

El cuarto está a oscuras pero entra cerrándola a sus espaldas.

Y enciende la luz.

En su habitación hay un hombre, porta un cuchillo y está claramente nervioso. Por su aspecto le recuerda a la clase de valientes que solo lo son en superioridad numérica o de tamaño. Lo más probable es que entrara a robar y lo acaba de pillar en pleno delito.

No grites. Solo haz lo que te digo y todo saldrá bien para ti. –No deja de mover el cuchillo, tal vez intenta ser amenazante, o tan solo esté nervioso.

Aquí los gritos no importan. El edificio a la izquierda está abandonado, y el de la derecha está casi vacío. –dice señalando a un lado y al otro–. Mala suerte.

Sí, parece que has tenido mala suerte. Pero puedes tenerla peor, ahora cállate y tira la muleta al suelto. –Eusta obedece y el ladrón se acerca–. Bien, ahora dime donde guardas todo el puto dinero. Si vives en esta casa tienes que tener bastante.

Mira que podías haber entrado en cualquier momento, pero tenías que hacerlo cuando he tenido un día de mierda. No tienes muy buena suerte. –Al terminar de hablar muestra una sonrisa que solo podrías ver antes de morir. Y el ladrón retrocede sin entender bien la razón.

¡Déjate de mierdas! Dime donde lo guardas o no dirás nada más –repite un par de veces un gesto bastante ridículo con el cuchillo. Pero sigue sin acercarse.

Quemper, puedes salir ya si quieres, quiero acabar mi día.

El dolor tras sus ojos es respuesta suficiente. El cambio ya está en proceso. Mientras su pierna izquierda vuelve a crecer el resto del cuerpo sufre el cambio. Su musculatura aumenta hasta alcanzar una forma de panteón, crece al menos una cabeza, y al fin apoya la rojiza pierna en el suelo. Solo para terminar con la deformación de su mandíbula, para así mostrar la sonrisa irreal de un verdadero monstruo. Ante esta escena el ladrón grita con un terror que jamás imaginó que existía. Luego sigue gritando por el dolor que tampoco había experimentado antes. Al final el silencio y la calma llenan la casa.

Varias horas y algún kilómetro después el ambiente es muy distinto. Ahora la entidad proclamada como Quemper camina entre los restos de las risas de otros. Entre los árboles que vieron y guardan todos los secretos del Retiro, pero que si pudieran mirarían a otro lado cuando pasa cerca de ellos, porque hasta la vida más sencilla comprende el riesgo que implica su presencia. A estas horas nadie camina por el parque más que gente que desea no ser vista, por lo que también hacen por no ver a los demás. Por eso eligió este lugar; por la noche puede permitirse caminar como lo que es, y por el día la vida de la ciudad protege sus trofeos sin saberlo. Al fin llega al límite del Estanque Grande y de la mochila saca dos pares de zapatos, el segundo todavía manchado de sangre. Los observa una última vez y tras suspirar los lanza con fuerza al agua. Observa la superficie del estanque unos instantes, sabiendo que bajo ella oculta docenas de zapatos, los queridos trofeos de todos los sacrificados.


Diego Alonso R.




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