El sonido de la duda

 


Cada noche una persona se cuela en mi habitación. Rompe el círculo de seguridad que genera el hogar y me observa entre las sombras. Desde ellas me acecha como un espectro sin llegar a dar el paso del más básico depredador, jugando así con la inseguridad y las dudas de su presa, que vengo a ser yo.

Y está aquí de nuevo.

Puedo sentir su mirada erizándome la piel pero no pienso mirar. Desde el primer día que sentí su presencia he sido incapaz de abrir los ojos. Pero hoy todo será diferente, no porque esta noche mire el rostro del intruso reincidente, sino porque mañana tendré pruebas de esta realidad. La cámara sobre el armario se encargara de ello, sé que no es el mejor plan; dejar que una persona entre en mi casa mientras me hago la dormida, pero es sencillo juzgar desde la elevada silla del observador. Me habría gustado no tener que pasar por esto, ¿pero qué más podría hacer? Sería sencillo mencionar varias posibilidades a posteriori, decir las obviedades que ya he pensado y que descarté por alguna razón. Pero para ayudarte a romper tu mirada de observador seguro hagámoslo rápido.

Podría haber pedido ayuda a algún amigo para que pasase la noche conmigo. Pero para eso debería tener amistades de verdad, y cada vez tengo más claro que estoy rodeada de amistades de muestra, tan solo formadas para mostrar a la sociedad que se comportan como deberían pero carentes de toda realidad. Sé que por el hecho de cumplir lo harían, pero no tras juzgarme y sumar esta historia a otra cosa de «La de las pastillas». Y lo siento, pero estoy cansada para aguantarlo. E incluso aunque estuviese dispuesta a aceptarlo, ¿qué me garantiza que esa noche el desconocido entrase? Lleva toda la semana haciéndolo, pero tal vez sea por mi soledad. Lo que me lleva a la próxima opción, esperar pero no como una presa sino como la agresora, pero quiero tener una prueba de lo que hace cuando finjo dormir. Eso no evita que tenga guardado un cuchillo bajo la almohada. Y por último la opción que no aceptaré, pasar la noche fuera, en un hotel hasta encontrar otro lugar en el que vivir. Pero me niego, esta es mi casa.

Así hemos llegado a este punto, espero que ahora lo entiendas mejor, y si no es así esto no se detendrá por ti. Porque como dije hace un instante: está aquí de nuevo. Posee la clase de silencio que funciona con aquellos oídos que se niegan a escucharlo, parece una habilidad inútil, pero es la mayor arma de todo lo que habita en la oscuridad. Las personas no quieren descubrir que aquello que los aterra existe, y mucho menos que está a los pies de su cama, pero yo siempre he poseído la habilidad de ver el mundo. Debo pensar menos, noto que mi respiración se acelera y eso es un problema, debe ser natural. Abro la boca fingiendo que mi cuerpo se relaja y continuo respirando con lentas bocanadas. Estoy preparada para esto, sé que puedo hacerlo. Es como cuando de pequeña fingía estar dormida cuando mis padres venían a comprobarlo a mi cuarto, luego se marchaban y seguía leyendo en cama. Con la diferencia de que no sé quién me está mirando. Siento el impulso de mirar y descubrirlo... Sería sencillo, solo tengo que bajarme el antifaz y adiós al misterio. Tan solo un movimiento rápido y se acabó. Pero no lo haré, debo borrar esa idea de mi mente, podría salir muy mal, no puedo predecir su reacción en caso de que me vea despierta, o peor todavía, podría no haber nadie. Hasta el antifaz es parte del plan, yo no duermo con él pero no quería que notase el temblor de mis ojos fuera del nistagmo del sueño. Espero que no le de importancia a este cambio.

Apenas logro escuchar los pasos, al igual que el acolchado movimiento de un felino, si no lo ves terminas por dudar si en verdad lo escuchaste. Pero sé que es así, porque el olor le delata: Esa mezcla de barniz y sudor. Está a mi derecha y sé que la cámara está a su espalda, si está mirándome desde ese lado no saldrá su rostro grabado hasta que decida marcharse, tengo que hacer que cambie de lado. Dudo en cómo girarme, ¿cómo debe ser el movimiento? Fluido, eso está claro. Otra cosa es ser capaz de hacer algo así bajo estas circunstancias. Da igual, debo hacerlo y ya está. Me giro rápido dándole la espalda y haciendo por error que el pelo caiga sobre mi cara, por lo que lo aparto tras la oreja sin procesar la idea, y al ser consciente se me tensa la mandíbula. Estoy tan acostumbrada a ello que para mí ya es un movimiento instintivo, pero no sé si es algo que haría dormida. Creo que es algo que le hará dudar... A mí me haría dudar en su situación.

Durante un tiempo no noto nada, luego los pasos mullidos, y está al lado izquierdo de la cama. Ha salido bien, lo he logrado, ahora tan solo debo esperar a que se marche. Es la idea, es el plan. Que flaquea en cuanto siento el peso de su cuerpo al lado. Acaba de sentarse, nunca antes se había sentado... No al menos mientras yo lo haya notado. «Esto no tiene porque cambiar nada, pasará el tiempo y se marchará de nuevo.», me digo mientras empiezo a temblar. Suplico a mi cuerpo que no lo haga, que se niegue a reaccionar ante el miedo de su cercanía, que no necesito su advertencia de que algo va mal. Sé que va mal. Como un intento de disimularlo finjo estirarme un y cambio la postura guardando una mano bajo la almohada. Aprieto el mango del cuchillo buscando la calma que no llega. Decido fijarme en el entorno para ocupar la cabeza. Notar algo distintivo como podría ser el olor antes mencionado, más detalles que me puedan ayudar a futuro, o cambios que me indiquen lo que está haciendo. Para mi desgracia siento como se hunde el colchón a mi lado, ha debido apoyar la mano para acercarse, porque noto el olor más fuerte.

Su respiración es profunda y la noto contra mi piel.

Estoy apunto de gritar, deseo sacar el cuchillo, obligar a quien sea a que se aleje y llamar a la policía. ¿Por qué no lo hago? Ahora no se lo espera, tengo la sorpresa de mi lado... O igual no. Yo tampoco sé quién es, incluso puede que lleve un arma, podría acabar mal para mí. Me moveré fingiendo que tengo el sueño ligero, tal vez si piensa que puedo despertar se marche. Voy a moverme pero su voz me detiene, no está hablando, sino tarareando. Lo hace bajo, tanto que si se alejase un par de metros no podría escuchar nada. El tono es suave y melódico, en otra situación podría decir que es agradable, pero la canción me hace apretar los dientes tan fuerte que me duele. Es la canción que tarareaba mi padre. No puede ser, ¿estoy imaginando todo? No, eso ya no puede ser... Noto que estoy sacando el cuchillo por puro terror, pero me detengo al notar que la presión sobre la cama se desvanece. Afino el oído porque no soy capaz de intuir donde se encuentra, hasta que el sonido de una página rompiéndose le delata, está ante el escritorio. Sus pasos lo llevan hasta mi lado pero algo ha cambiado, ahora puedo oírlos con claridad. Tras detenerse un momento rodea la cama y se marcha de la habitación.

Espero un largo rato. No por asegurarme que se haya ido, sino para intentar calmarme. Ser consciente de que ha salido bien, que estoy entera y en perfecto estado. Que el temblor cese y el vello se baje. Me quito el antifaz de noche y el cuarto está vacío. Extiendo la mano para encender la luz y veo un trozo de papel sobre la cama. Está roto de mala manera, lo agarro y al leer la nota el temblor regresa. Salgo de la cama con torpeza y prisa, necesito ver la grabación, porque la nota decía.

«Está mal fingir que estás dormida, pero mucho peor tener un cuchillo en la cama. Cuando te calmes vente al salón, te espero allí.»



Diego Alonso R.

Comentarios

  1. Una presencia que respeta las reglas del juego. Lo que no sé qué reglas y qué juego.

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