Un farol y tres noches


Un fina y vítrea capa lo separa de la oscuridad del jardín. La misma de la que no logra apartar la mirada, no porque esta llame a cierta parte olvidada de su ser, sino por el movimiento que le ha parecido captar en la periferia de su vista. Tan solo fue instante de duda, tan leve e indefinida que no le prestaría atención, pero que fuese en el patio trasero cambia las cosas.

Con las ideas clavadas en un punto indefinido se concentra, como si por hacerlo fuese capaz de bañarlo todo de luz y ver lo que se esconde, en caso de algo se esconda. La idea de una voz pasa por su mente, «Santos» le dice, pero lo descarta con un parpadeo. Sabe bien que no se trata de algo divino, no al menos de su concepto de divinidad. Pero eso no puede ser, todavía es demasiado pronto para... «Santos» de nuevo, la misma línea de voz de antes que...

¿Me estás escuchando?

Perdona, estaba en otro lado. ¿Qué me decías?

Eso ya lo había notado –dice sin recriminárselo–. Decía que si me vendes la calle de los santos, que solo me falta esa casilla para tener todas las verdes. –Baja la mirada al tablero para acabar de entender la petición y volver al juego. Si le vende esa calle le será imposible aguantar en la partida, pero no es que le importe mucho, siempre termina por perder.

Claro, ¿cuánto me ofreces?

Pues... –Mira el resto de tarjetas verdes–. Su valor original más el de un hotel.

Vale, es mejor que nada.

¡Venga ya! Si se lo vendes se pondrá por delante, al menos pídele más –se queja el hombre sentado al otro lado de la mesa.

Tú no te metas, este negocio no va contigo. –Le corta la mujer con una sonrisa de triunfo.

El hombre sigue quejándose sobre el precio de la venta pero su voz ya no llega a toda las mentes. De nuevo la vista se ha posado en la oscuridad. Protegido por un cristal y una conversación sin pesos está petrificado.

Ha logrado reconocer la silueta entre las sombras.

No tardaré mucho, seguid sin mí –dice mientras se levanta con un tono que intenta ser neutral, pero que consigue que nadie quiera preguntar al respecto.

Se aleja de la partida familiar y cruza la cocina hasta la puerta a la parte trasera. Abre el armario a su izquierda con la calma que solo la repetición otorga y saca un pequeño farol de gas, lo enciende con una cerilla y regula a la mitad de su potencia. Fuerza a su mortecina mano a girar el pomo y sale al exterior. Es un jardín amplio, pero cuando la noche lo cubre aumenta su tamaño, una de las habilidades de la oscuridad, difuminar los límites. Camina los treinta y ocho pasos de siempre y se detiene con el farol en alto. Esta noche nota su peso en exceso. Es consciente que está apretando la mandíbula y se fuerza a cerrar los ojos y respirar.

Inspira, espira. Inspira, espira. Inspira, espira.

Un mordisco húmedo lo trae de vuelta. Abre los ojos y encuentra al causante mordiendo su bota: Una babosa negra del tamaño de un ratón. Con una lenta patada al aire logra que se suelte, notando el parpadeo en su forma, y las demás comienzan a mostrarse. El aro de luz que el farol produce no supera los cuatro metros. Pero es suficiente para ver a las babosas arrastrarse a su alrededor, escuchando ese chasquido susurrado cada vez que su forma parpadea, recordándole que tienen la fuerza para cruzar hasta este reino. Una sombra mas densa que la oscuridad a su alrededor cruza ante él, sonando el golpe seco de un cuerpo al caer. Ha llegado.

Ya elegí a alguien, pero todavía faltan tres noches –explica antes de ver al ser ante él.

Sus palabras hacen que el sonido de los pasos se detengan, confirmando así que lo ha oído, pero sin atreverse tampoco a añadir nada más. Se detiene al límite de la luz, permitiendo tan solo ver su contorno: Una masa alta, con un velo que le cubre permitiendo notar el ancho de sus hombros, y un rostro sin definir coronado por una cornamenta con siete picos.

Dentro de tres días lo tendrás.

Un chasquido más fuerte confirma otro parpadeo y tras ello las babosas avanzan en la luz. Parece no gustarles, aunque no haya nada que pruebe esas palabras. Sus pensamientos se disparan. Aún no está preparado para hacerlo de nuevo, es difícil que la gente no note la ausencia de los demás, debe hacerlo bien. Necesita el tiempo, no, lo que necesita es que dejen de acercarse. No puede sentir su tacto de nuevo, no quiere sentirlo de nuevo.

¡Mañana! Lo tendrás mañana por la noche. –Las palabras salen antes de que tome la decisión y acto seguido otra voz lo alcanza.

¡Papá! ¿Entras a jugar? Es tu turno.

Se gira en dirección a la casa y ve a su hija en la puerta. Con la sangre golpeando su cabeza mira a su alrededor descubriendo que las babosas no están. Vuelve a ser un jardín corriente, al menos hasta la noche siguiente.

¡Claro! Voy ahora, ve entrando.


Diego Alonso R.

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