Otra noche sin descanso


El sonido del cráneo rompiéndose contra el asfalto fue la señal de que necesitaba un descanso. Tan solo llegó a sonar en su imaginación, pero fue consciente de que había dado un paso adelante, el insoportable hombre que ralentizaba la cola estuvo a punto de morir sin saberlo. Intenta recordar su rostro mientras remueve el café, pero por mucho que lo intenta, la única imagen que viene a su mente es la de su cerebro esparcido por el suelo. Agita la cabeza para alejar esas imágenes y se levanta a la ventana con la taza en la mano. Ante él se esparce una visión de verdes capaces de hacerle suspirar. La suya es la cabaña número doce del complejo, con la suficiente distancia entre cabañas para dar la sensación de aislamiento y paz, pero la cercanía como para llegar a pie en caso de necesidad, aunque su intención es ignorar a la humanidad durante todo el fin de semana.

Se ventila el café mientras decide su próximo acto del día, en parte le apetece tirarse a dormir una siesta, por otro lugar quiere salir a pasear el soledad. Esa es la parte clave de cualquiera de sus planes, la soledad, porque es una criatura sociable, pero con todos los límites aplastados desde hace demasiado tiempo. Cede ante un impulso y busca una pequeña mochila, guarda lo necesario, y sale a pasear por los alrededores.

Es un espacio curioso, las zonas de bosque son densas, pero también está plagado de espacios libres de corteza y abiertos al cielo. En uno de estos decide sacar la toalla de la mochila y sentarse a disfrutar de una merienda en la naturaleza. Algo sencillo: más droga negra en termo y un par de sándwiches. Termina cediendo ante todos los planes de su mente, siendo consciente de ello al despertarse en la toalla, se había dormido sin quererlo. Observa a su alrededor entre un bostezo y le parece ver algo moverse al límite de la arboleda más cercana. Fuerza su vista pero el cielo ya está oscureciendo y no logra detallar la imagen, será algún otro inquilino, por suerte su cabaña está en la dirección opuesta. Por lo que recoge y emprende el camino de vuelta, tiene las mismas ganas de socializar como de ser devorado.

Ya en casa deja la mochila cerca del sofá y va directo a la ducha. Un poco de música acompaña la húmeda liberación y sale de ella sonriente. El fin de semana está funcionando. Ahora viene algo de lo que no disfruta desde hace tiempo, una buena cena, no tan solo el placer de disfrutarla, sino de cocinarla. Tiempo atrás era una parte importante de su liberación diaria, pero con las presiones de una sociedad basada en la eficacia fue dejándolo a un lado, hasta que ya no cocinaba por diversión. Busca entre sus listas de Spotify y pone “A Reason to Fight” de Disturbed, ahora está listo para encontrar otra parte de él, siguiendo así la reconstrucción del hombre que fue olvidado en sí. Ni tan siquiera sabe lo que cocinará y tampoco es que le importe en especial. No necesita un gran plato para sentirse satisfecho, tan solo disfrutar el proceso, sentir que hace las cosas porque quiere. Algo tan simple como elegir aquello que de verdad desea. Termina con un plato sencillo pero que degusta con placer. A lo que lo prosiguen unas horas de lectura acompañada de whisky llegando con ello al fin de su primer día libre.

Logra llegar a la cama con el paso difuso y la cabeza pesada. Entre los retazos de realidad le parece escuchar ruidos en el exterior, agudiza el oído tanto como puede y espera, sin duda hay algo afuera. No logra identificar bien el sonido, en parte porque ahora todo pensamiento debe pasar a través de una espesa capa de alcohol, pero lo único que puede asegurar es que viene de algo vivo. Se plantea dejarlo estar, es tarde y está agotado, pero la idea de dormir con algo rondando la cabaña no le hace gracia. Necesita dos intentos para ponerse en pie y acercarse a la ventana. Sube la persiana un palmo y se agacha para mirar... Consiguiendo que la visión lance a su mente contra la borrachera. Con el equilibrio difuso se levanta y deja caer la persiana sin cuidado, con lo que consigue que varios golpes suenen al otro lado, golpeando el cristal con una fuerza perdida. Apoyado en la pared cierra sus ojos con rabia, porque nada más verlos los temblores regresaron, y es que la cabaña está rodeada de muertos vivientes. Los pensamientos siguen llegando con movimientos pesados: «No debería haber aquí», es la única frase nítida que logra formar en su cabeza. No es la primera vez que los encuentra, por eso reconoce los temblores ante su visión, pero sabe lo que debe hacer.

Llega al baño y mete la cabeza bajo un chorro de agua fría. El dolor de la helada lo atraviesa hasta apretar su mandíbula, esto no borrará los efectos del alcohol, pero les pondrá un lastre durante unos minutos. Sale de ahí secándose y ordenando los pasos para sobrevivir al fin de semana, el cual está claro que ha perdido, al menos pudo disfrutar de un día libre. Rebusca entre los recuerdos las claves sobre estas criaturas: El sonido los atrae, son insistentes, nunca se cansan y nada los mata. Más por supuesto lo más obvio de todo, no dejar que te muerdan. Recorre el resto de la planta bajando todas las persianas con cuidado, el movimiento de estas llama la atención de algún cadáver cercano, pero ninguno logra verle en el interior para dar la alarma. Al terminar enciende la cafetera, la noche será larga y aunque el miedo lo está despejando, sigue sin ser suficiente.

Al rellenar la taza el ruido lo alcanza: Algo pasa en la segunda planta.

No la había revisado porque era innecesario, los muertos no son ágiles como para escalar hasta las ventanas superiores, pero está claro que hay algo vivo arriba. Y si no encuentra a un muerto con extraordinarias cualidades, la otra opción es que se encuentre a un vivo, lo que teme más en una situación así. Recorre las escaleras cuchillo en mano y con el oído afinado. Plantado en el pasillo decide que puerta debería abrir, teniendo una habitación a cada lado y el baño al fondo, hasta que un nuevo sonido le da la respuesta. En la habitación a su derecha los gemidos emergen. Exhala con el pomo entre las manos, abre la puerta de golpe y retrocede un paso con el cuchillo en alto. Nada sale a por él, ni tan siquiera hay rastros de la carne pútrida, sino una escena que no desea repetir. La ventana rota, un pequeño rastro de sangre, y una mujer herida junto a la cama. Emite los contenidos gemidos de una moribunda. Al verlo arrodillarse junto a ella sus ojos se abren cuanto pueden, una mano temblorosa se posa en sus piernas mientras los labios hablan sin sonido alguno. El mordisco que muestra en su cuello termina la frase por ella. Al joven inquilino no le gusta lo que está a punto de suceder, porque lo peor de ser mordido no es la muerte, sino una vida interminable de dolor y vísceras. No tiene tiempo de dudar, puesto en cuanto el corazón de la mujer deje de latir, el proceso será irreversible.

Deja el cuchillo a un lado y agarra la mano de la desconocida.

Tranquila, no serás una de esas cosas. Y no te dejaré sola.

La mujer aprieta la mano como gesto de agradecimiento, siendo este también muestra del poco tiempo que le queda en este lado, puesto que no logra apretar más que un recién nacido. Espera a su lado hasta que los ojos comienzan a cruzar el limbo. Ha llegado el momento. Suelta su mano aunque ella ya no parece notarlo, agarra la sábana de la cama, y le cubre el rostro. Apoya la mano izquierda sobre su cuello con un cuidado innecesario, levanta la otra apretando el mango del cuchillo hasta que el temblor cesa, y descarga el golpe atravesándole la sien. Repite el proceso dos veces más en la búsqueda de una seguridad nerviosa y sale de allí dejando caer el cuchillo. Al llegar al pasillo las lágrimas cubren su rostro, es la segunda vez que tiene que hacerlo y todavía no ha olvidado la primera.

Regresa al piso inferior, recupera la taza de café, y se sienta en el sofá. Este no era el plan que quería para su fin de semana, aunque es cierto que ya no está pensando en sus problemas diarios, es lo que tiene que los muertos caminen a tu alrededor. Piensa en cómo esto pudo suceder, no están en la zona más asegura de todas, pero es territorio amarillo. En el tercer nivel de seguridad no debería suceder una aparición como la que está en proceso. Está claro que alguien la cagó a lo grande o la suerte hizo otra de sus famosas cadenas de acontecimientos imposibles. Pero el hecho es que ahora está jodido. Si algo le está ayudando a guiar el miedo es que ya lo conoce, la visión de la carne en descomposición intentando morderle no es nueva para él, de todos modos se aprecia el temblor de la mandíbula. Media taza más tarde empieza los preparativos, el primer paso es poner el aviso en el sistema. Hace unos años el gobierno sacó una aplicación de rescate, en ella puedes dejar un aviso de que estás atrapado, y un equipo acudirá en cuanto pueda. Aviso que debes actualizar cada diez horas para que la prioridad de rescate siga siendo elevada en tu caso. Tras poner el suyo revisa los cercanos, en todo la zona solo hay en tres cabañas más, todas alejadas de la suya.

Lo próximo es comprender del todo el peligro de la situación. Desde las ventanas del segundo piso observa el exterior con cuidado de no ser visto. Hay treinta muertos y un coche cerca de la entrada. En él llegaría la mujer que entró por la ventana, intenta no pensar en ella, sino en que podría ser una vía de escape. Están alterados por los sucesos de la noche anterior, por eso siguen rodeando la casa, con el paso del tiempo se irán calmando y la mayoría se alejará de allí; todo es cuestión de esperar. O podría intentar crear una única entrada para que vayan en fila y poder eliminarlos, o repetir la jugada del baño a lo grande y encerrarles en casa para fugarse con el coche, pero la realidad es que esos planes suelen acabar con la muerte de quien lo intenta. Ni tan siquiera sabe si el coche funciona, lo mejor es asegurar la casa y esperar a que se calmen. Todo parece estar seguro hasta que algo se tuerce, esa es una de las grandes cualidades de estas criaturas, saben aprovechar bien los caprichos del azar. Llegada la noche cena con calma en la propia cocina y vuelve a hacer otra ronda de seguridad. En ella se asegura que no hay ninguna forma de entrar en casa, sube a la segunda planta, y repite el conteo de cadáveres sin ser visto. La situación va mejorando, el número no desciende, pero sí se están calmando y comienzan a ser pasivos de nuevo. Apunto está de volver abajo cuando una visión lo paraliza: Hay luces en la arboleda más cercana.

Sin dar un paso sus ojos siguen la luz, que pronto se convierte en luces, hasta que al límite del bosque siete puntos se muestran con las sombras de supervivientes. Maldice en silencio a sabiendas que más problemas acaban de llegar. Que haya más supervivientes es una buena noticia, siempre y cuando se mantengan lejos, estar encerrado con un montón de desconocidos en una situación de peligro y estrés es algo que prefiere evitar. Suele acabar mal para el que forma la minoría, tenga razón o no, y eso contando que los desconocidos no sean mala gente, lo que ya es suponer. Revisa la planta baja en busca de la cámara de fotos, sabe que la ha visto por alguna parte pero su mente va demasiado rápido para pensar, por lo que se frena en medio del salón. Se fuerza a respirar llenando los pulmones.

Cálmate, ya conoces a los muertos, puedes salvarte de nuevo –susurra como respuesta al sudor frío que le recorre la espalda.

Encuentra la cámara y regresa a la ventana. La enciende para usar el zoom y sus ojos aumentan tres tallas al ver que uno de ellos está acercándose a la casa. Lo hace intentando ocultarse de los cuerpos, pero va demasiado rápido, si sigue acercándose no hará otra cosa que alertarlos más. Lo cual no tendría por qué ser negativo, si van tras él dejarían de asediar la cabaña, pero lo más probable es que lo eliminaran rápido y se quedasen por la zona. Al fin detiene su avance y no parece haber llamado la atención, claramente intenta hacer un conteo, y luego regresa sobre sus pasos corriendo por momentos. Observa la reunión con el resto del equipo, que no parece dispuesto a marcharse, sino prepararse para una mala idea. Está claro, quieren el lugar o el coche, o ambas cosas. Sin importar la opción eso serán problemas para él, ¿sabrán que hay alguien en la cabaña? No cree que lo hayan visto, por lo que no... Mierda, la aplicación. La abre para revisar nuevos avisos en los alrededores y no encuentra ninguno, ¿entre todas esas personas nadie ha puesto una petición de auxilio? Porque duda que sea una de las alejadas. Si ese es el caso, o todos perdieron sus teléfonos en la huida, son tan ingenuos de creer que pueden con todos solos, o no tienen buenas intenciones. Todas las opciones tienen mal aspecto.

En cuanto vuelve a mirar ve que no solo se han levantado, sino que están avanzando en su dirección, la acción no tardará en llegar. Sale corriendo a la planta baja y se cambia de ropa: Botas, vaqueros y sudadera. Necesita estar cómodo y ágil. Refuerza los antebrazos con el sistema más sencillo que conoce, camisetas y cinta aislante, es muy rudimentario pero evita que la mordedura alcance la piel. Repite el mismo proceso en los tobillos, nunca te puedes fiar de los muertos que se arrastran. Espera no tener que salir, pero no puede arriesgarse a dejarlo a la suerte, así que también prepara una mochila con lo que considera necesario para huir. Se arma con otro gran cuchillo de cocina y sube de planta. Respira antes de entrar en la habitación de la ventaba rota y deja la mochila para la huida ignorando el cuerpo.

Los asaltantes se dividen en dos grupos: Cuatro por la izquierda y tres por la derecha. Está claro que su intención es separar a los muertos y con ello conseguir una abertura. No parece un mal plan, excepto por un pequeño detalle, depende de que seas capaz de abandonar a tus compañeros. En la mayoría de ocasiones uno de los grupos suelen caer y entonces hay que tomar la decisión, aprovechar el momento para adelantarte y dejarlos morir, o volver atrás haciendo que todo lo hecho no valga de nada. Lo que no tardan en descubrir porque el grupo de tres es rodeado. Parece existir una discrepancia entre los cuatro restantes, pero una mujer tira del brazo del único que duda, haciéndole obedecer y dejando a los demás entre gritos. En ese instante la pocas dudas que el inquilino podría tener desaparecen, no es un grupo con el que podría tratar, ni al que debería ayudar. Alcanzan el coche con una pequeña ventaja ante los muertos, la mujer de antes abre la puerta y es derribada por un par de cadáveres que descansaban bajo el coche, algunos tienen la fea costumbre de esconderse en lugares oscuros. Intentan ayudarla pero los muertos se acercan y solo uno se queda luchando por ella. También decide abandonarla al final, pero tomando la decisión demasiado tarde para los dos, ya que lo alcanzan a los pocos metros. Pero esta parte no alcanza a verla porque ya ha salido corriendo escaleras abajo. Tan solo quedan dos del grupo, si logra evitar que entren seguirá a salvo, y tras ver su comportamiento no es que le vayan a dar pena.

Llega a la primera planta a tiempo para escucharlos rompiendo la ventana de la cocina. Corre a ver como un par de manos están subiendo la persiana y sin dudarlo da una pasada con el cuchillo obligándolo a soltar. Los gritos al otro lado dejan claro que le irá mal si logran entrar y que los cadáveres ya casi están encima. Espera con el cuchillo preparado y sucede lo peor: Ambos se concentran en la puerta trasera. Lo lógico sería dejarla intacta, porque si derribas la entrada, luego no podrás cubrirla de las criaturas, pero eso ya no parece importarles a estas alturas. Tras un par de golpes la persiana dobla y al tercero cede del todo. Las miradas dejan claro las intenciones, pero los deseos de todos deben esperar, porque los muertos ya están aquí. La pareja intenta cubrir el espacio de la puerta sosteniendo la persiana. Reciben la embestida luchando por cubrir su error. Ambos gritan para que les ayude a resistir, lo primero es librarse de los muertos, luego ya arreglaran sus asuntos. El hombre observa la escena debatiéndose entre dos caminos, mira el cuchillo consciente de lo que ha visto fuera, la decisión está tomada. Corre hundiendo el cuchillo en la espalda de uno de ellos y retrocede veloz.

La frágil barricada cae derribando al herido y dejando así entrar a los muertos en avalancha. El hombre consciente de lo que viene ahora corre hacia la segunda planta con el último superviviente maldiciendo tras él. Sube las escaleras sin mirar atrás y sabiendo que la ventaja es corta. Gira entrando en la habitación sin detenerse a cerrar la puerta, agarra la mochila y mientras cruza la ventana es atrapado. El tirón le hace perder el equilibrio cayendo a peso. Antes de poder reaccionar tiene al hombre encima, el primer golpe lo recibe de lleno, el segundo lo mismo, y al tercero se cubre el rostro. La oleada de rabia recae sobre los antebrazos llegando pronto a su límite. Pero eso lo que menos le preocupa, es la avalancha de carne que escucha acercarse lo que ocupa su mente, y al recordar donde está la solución se presenta sola. Aparta una de sus manos aceptando los golpes y la estira intentando alcanzar el cuerpo de la mujer. El hombre sobre él, cegado por la rabia, no fue capaz de ver el cuchillo todavía abandonado junto al cadáver. Pero nuestro inquilino sí, que logra alcanzarlo clavándoselo en el pecho al agresor y quitándolo así de encima.

Pierde el equilibrio la primera vez que intenta levantarse y a la segunda los muertos ya están entrando en la habitación. Logra ganar unos segundos gracias a que primero atacan al agresor, tiempo que aprovecha para alcanzar la ventana. Baja a las malas cayendo a peso en el exterior. Se aparta sabiendo que están apunto de llover algunos muertos y nota el dolor atravesar su pierna derecha. Prefiere no mirar el estado en el que está o no será capaz de seguir andando. Se esfuerza por avanzar hasta el coche rezando al azar que las llaves estén en el interior. La mayoría de los muertos entraron en la casa, por lo que solo tiene que esquivar a un par mientras huye de los que saltaron tras él. Al llegar al coche el único cadáver que no está devorando el cuerpo de la mujer le presta atención, pero gracias a que ya sabía de su existencia logra zafarse, logrando entrar en el coche. Las llaves no cuelgan del contacto, ni tan poco están en la guantera, o cualquier otro lugar. Golpea el volante liberando el grito de rabia que lleva meses gestando y se deja caer en el asiento. Este no era el fin de semana que esperaba.


 Diego Alonso R.


Versión alternativa: Una noche de descanso

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