Café. Tarta. Martillo


En cuanto el hombre entra en la cafetería todas las miradas se posan sobre él. Camina ensangrentado hasta la barra descargando un martillazo contra la cabeza de un musculado cliente, repite el movimiento hasta que este deja de moverse, y se sienta en su lugar. El tiempo parece detenerse varios segundos, luego una disimulada avalancha deja vacía la cafetería, a excepción de los trabajadores tras la barra y el hombre junto al recién llegado.

El cocinero susurra a través de la ventana que conecta cocina y barra a la camarera. Le pide que atienda al asesino, y así mientras él llamará a la policía, que tan solo habrá que esperar. La joven se niega con un gesto contenido. Hasta que el hombre del martillo levanta la mano reclamándola, gesto por el que el cliente a su lado hace un amago de cubrirse. La joven va hacia él nerviosa dejando al cocinero dando la voz de alarma.

¿Qué desea? –pregunta tras trabarse una vez.

Un café sin azúcar. –Su voz no es profunda o rasgada, sería normal en otro momento, pero ahora va cargada de cierto peso que le eriza la piel–. ¿Tenéis tarta de almendra?

Sí, la hacemos aquí.

Entonces también quiero una porción de tarta.

Se marcha caminando hacia atrás en busca de la comanda. Ambos hombres esperan sentados a la barra sin mirarse y dejando que la tensión aumente. Tras unos instantes regresa dejando el pedido y retrocede un paso sin marcharse del lugar, insegura si debe permanecer ahí o no. El homicida deja el martillo ensangrentado sobre la barra con un golpe seco y comienza a comer.

¡Oye! Cocinero, deja el teléfono y asómate un momento. –La petición hace a la mujer abrir los ojos por temor a lo que vendrá tras esta petición.

No estaba con el teléfono señor... –dice el cocinero asomándose por la pequeña ventana.

No es buena idea mentir al hombre del martillo. –Su tono ha cambiado al pronunciar esas palabras haciendo que dos bocas se sequen–. De todos modos, solo quiero felicitarte, es cierto que la tarta está buenísima.

Gracias, señor.

De hecho deberías probarla Armando –dice deslizando el plato de postre ante el hombre sentado a su izquierda. El cual no responde de ninguna forma–. Vamos, no hagas este feo al cocinero, está esperando tu opinión. Pruebala.

Está muy buena –confirma tras darle un bocado.

¿Lo ves? A él también le gusta. Y es un hombre de gustos muy estrictos, deberías sentirte afortunado.

Sí, me siento afortunado. Gracias. –Logra responder mirando de reojo al teléfono todavía descolgado.

El ensangrentado bebe el café casi al completo, dejando tan solo el último sorbo, al tiempo que las sirenas suenan a su espalda. Sonríe sin voltearse y se estira con calma en el asiento. Ve que Armando mira de reojo el martillo.

Hazlo. –Vuelve a mirar al frente al escuchar su voz.

Señor, la policía ya está afuera, creo que sería mejor para todos si... –No logra terminar la frase. Poca gente aguanta la presión que ejerce una mirada así. No tan solo por estar bañado en sangre, sino por el falso vacío de su mirada, que oculta una rabia deseosa de conseguir un objetivo.

¿Qué hiciste con los chicos? –pregunta Armando evitando que la atención recaiga sobre la camarera.

Llevo su sangre encima, ¿tú qué crees?

Entiendo, no debí dejarlos a ellos ocuparse de ti.

No debiste hacer muchas cosas.

La voz del megáfono a sus espaldas interrumpe la conversación. Que se entregue sin hacer daño a los rehenes es lo que le reclaman. Y la advertencia de que le dan cinco minutos para tomar la decisión y que salga por sus propios medios. Luego el silencio casi logra llenarlo todo acompañado siempre de la melodía formada por las sirenas de los coches.

¿Lo ve? Creo que sería mejor que se entregue. –Vuelve a insistir la camarera movida por unos nervios que hablan en su lugar.

¿Tienes ganas de hablar? –pregunta agarrando de nuevo el martillo y haciendo que el color de la mujer se emblanquezca–. Está bien, usted hará la pregunta por mí, es muy sencilla: ¿Dónde está Julián?

¿Dónde está Julián? –repite la mujer y el hombre del martillo mira a su izquierda esperando la respuesta.

Vamos, sabes que no tenía otra opción...

Repite la pregunta –ordena cortando la respuesta.

¿Dónde está Julián?

Estabais en el lugar equivocado. –Piensa en girarse pero notando la presión no logra otra cosa que mantener la mirada al frente–. No podía permitir que fuera de justo, tenía que callarlo sin importar la edad. La única forma de mantenerse arriba es dar ejemplo, eso lo sabes...

Repite la pregunta. –Vuelve a cortar mostrando que la rabia está acercándose.

¿Dónde está Julián? –Obedece y controla el llanto al comprender lo que está pasando.

Fueron los chicos, ¿vale? Yo no le hice nada, yo solo...

Repite la pregunta –dice la rabia por él.

¿Dónde está Julián? –Logra preguntar con una temblorosa lengua.

¡Muerto! Está muerto, ¿va...

Un martillazo corta la palabra derribándolo del asiento. Antes de que su espalda toque el suelo el segundo golpe llega partiendo su cráneo. Cae a plomo y la oleada sigue hasta que se puede ver el suelo a través de su cabeza. Tras ello el hombre vuelve a sentarse a la barra. Deja el martillo sobre la mesa, y en un silencioso llanto, espera a que la policía entre. 

Diego Alonso R. 


 

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