Volviendo a la primera historia



Con los años he contado muchas historias, pero nunca la que yo viví, aunque eso está cambiando en este instante. No diré que será mejor, más vívida ni emocionante, tan solo que será real; depende de ti otorgarle a eso el valor que quieras. Para ser sincera no recuerdo con exactitud la edad que tenía por aquella, eso tampoco es la mejor manera de empezar una historia, lo importante es que tan solo era una niña que disfrutaba jugando a los detectives.

A mi padre le encantaba la serie de “Se ha escrito un crimen” donde la escritora Jessica Fletcher resolvía crímenes entre sus páginas y en la vida real, así que tras ver tropecientos capítulos juntos terminé siendo una gran fan. Desde entonces mi sueño pasó a ser convertirme en una escritora de misterio, que mis novelas llenasen el corazón y avivaran la mente del mundo, pero al mismo tiempo me daba miedo intentarlo, cada vez que lo pensaba me parecía algo muy difícil. Hasta que lo hablé con mi madre y me dijo que si lo quería lo intentase, no por quitarlo de mi lista, sino un intento de verdad, de esos que pones tu corazón en juego.

Tras su muerte empecé a tomarlo en serio. Ella fue el primer cadáver que vi, la encontré tras un accidente doméstico, pero no me extenderé narrándolo y tan solo diré esto: Me quedé inmóvil al verla, porque antes de que mi pequeña mente lo entendiera, mi corazón se estaba rompiendo. Tras un tiempo empecé a jugar a los detectives. Por la tarde me iba inventando un misterio sobre la marcha hasta su final, y a la noche lo escribía creando mis pequeñas historias, era mi forma de entender los misterios hasta escribir mi futura primer gran novela.

Mi padre me apoyaba con esto, de hecho me apoyaba con todo. No es que intentara contentarme ciegamente en cada cosa que decidiese, sino que de verdad confiaba en mí, y lo mostraba como podía. Fue él quien me regaló mi lupa, porque claro, una gran detective siempre debe tener su lupa. Y el misterio que viví, en cierta forma, también empezó gracias a él. Ese día tenía que quedarse más tiempo en el trabajo, por lo que no podría recogerme, pero me había dicho que fuera directa al Robles-la pequeña cafetería en la misma calle donde comíamos juntos a menudo-, ahí la cuenta ya iría a su nombre y además me esperaba un regalo. No era para compensar su ausencia en ese día, eso era algo que ambos entendíamos, era tan solo su forma de cuidarme. Al salir fui directa a la cafetería y me senté en una mesa cercana a la ventana. La camarera no tardó en llegar y mi padre ya la había avisado de que iría. Fue muy amable conmigo y cada cierto tiempo pasaba a ver que todo fuera bien. Yo estaba disfrutando de mis espaguetis a la boloñesa y del regalo de mi padre, un ejemplar de “Muerte en el Nilo” de Agatha Christie, cuando al terminar el segundo capítulo lo escuché. A mi espalda, en la mesa más cercana, un hombre hablaba por teléfono. Hasta ahí era todo normal, de hecho no le habría prestado más atención que el par de frases inevitables que me llegaron por cercanía, si no fuera por lo que dijo: Tenías razón, fue fácil atraparla al salir del trabajo. Te la llevaré a las cuatro a donde siempre. Mis pequeños pulmones se olvidaron de respirar y tuve que esforzarme porque no se diese de cuenta. Seguí comiendo en parte para disimular y en parte porque los nervios me daban hambre.

¿Qué debía hacer? Había visto lo suficientes episodios de “Se ha escrito un crimen” para saber que tenía a mi espalda a un delincuente. Un hombre que entendía que, como mínimo, era un secuestrador. Lo más razonable habría sido ir junto a la camarera y decirle que llamara a la policía. Pero una segunda idea cruzó por mi mente; si tenía a una mujer secuestrada lo importante era encontrarla, y si lo atrapaban tal vez no diría nunca su paradero. En cambio, si lo seguía hasta su escondite, entonces la policía podría atraparlo y rescatar a la mujer. Parecía una gran idea, pero está claro que no fue la mejor de mi vida. Mientras terminaba el plato me decantaba por tomar una decisión el hombre se levantó al baño. Fue el momento clave para actuar. Antes de que me diese de cuenta ya me había deslizado hasta su mesa, rebusqué con disimulo en una mochila, y encontré una pequeña factura de la ferretería de ese mismo día. Habría seguido en la búsqueda pero el miedo y los nervios me hicieron cogerla y volver a mi mesa. El hombre regresó y ambos terminamos la comida con total normalidad.

Yo terminé un poco antes y tras despedirme de la la camarera salí de la cafetería. Ahí debería haberme marchado a casa, pero me escondí a esperarle. No se demoró y dejando cierta distancia comencé a seguirlo. Todo iba bien, no parecía sospechosa ante el mundo y no se había percatado, hasta que llegó al coche. En cuanto lo arrancó supe que mi gran momento había terminado ahí, no tenía forma de seguir a un coche y menos todavía descubrir su destino, pero se me ocurrió otro gran momento para volver a su búsqueda.

En el breve asalto a su mesa había logrado hacerme con la factura, así que fui a la ferretería dispuesta a obtener más información. Era un establecimiento grande en el que ya había estado alguna vez. Pensé una idea para lograr la información que quería y en cuanto un joven dependiente se acercó me puse a ello. Le solté una pequeña historia. En ella iba de parte de mi tío, al que procedí a describir hasta que él dijo su nombre reconociéndolo, así descubrí que el hombre de la cafetería se llamaba Alberto. Tras ello le expliqué que estaba ocupado arreglando algunas cosas en casa y me había enviado a mí en su lugar, que apuntara las cosas en su cuenta y él se las pagaría al próximo día, de lo que no desconfió. Me inventé una lista improvisada y enorme, algo que yo misma no podría llevar al completo, para poder decirle si hacían repartos a casa. Apenas pude contener la emoción al escuchar que sí, lo cual dio más credibilidad a mi gran plan, el cual llegó a su final cuando el dependiente dijo: ¿A la dirección de siempre? No tuve que hacer otra cosa que decirle que sí y revisarla para confirmarla. Y así, con ingenio, suerte, y el encanto de ser pequeña, había logrado descubrir su nombre y dirección.

La casa estaba alejada del núcleo urbano y tuve caminar cerca de cuarenta minutos para encontrarla. Cuando se cruzó ante mi vista la pasé de largo a sabiendas, no sabía si estaba en casa, así que decidí revisar la zona por si veía el coche. No lo vi por ninguna parte, tal vez se había ido, o puede que lo tuviera en el garaje. De todos modos tenía que descubrirlo, por lo que hice lo único que se me ocurrió, toqué el timbre y corrí a esconderme. Nadie salió, y tras hacerlo dos veces más, decidí que no estaba en casa. Era la hora de entrar y fue la parte más sencilla de todas. Los criminales suelen ser precavidos, pero solo cuando creen que pueden atraparlos, en cuanto piensan que están libre de sospecha se vuelven descuidados. Por eso pude rodear la casa y colarme por una ventana mal cerrada. Pensé en llamar a la policía en ese instante, pero todavía no sabía si estaba la mujer. Revisé la planta principal y la superior sin encontrar nada. Debí darme de cuenta que lo mejor para esconder algo era el sótano, me habría ahorrado tiempo, pero ya era una suerte que lograse pensar algo. No era consciente del verdadero peligro, pero lo suficiente como para que mis manos sudasen de puro nervio.

Abrí la puerta, encendí la luz y bajé decidida. Encontré el cuerpo de una joven encadenada por el cuello. De nuevo no pude hacer otra cosa que mirar. El recuerdo del miedo llenó de lágrimas mis ojos. Comenzaba a ver otro cuerpo diferente y un grito sordo estaba naciendo. Pero todo se detuvo en cuanto movió la cabeza, pasó de ser un símil atroz a una mujer que requería de ayuda. Corrí escaleras arriba, busqué el teléfono que había visto en la cocina, y llamé a la policía. Al hablar fui consciente de que estaba aterrada, apenas fui capaz de explicar lo que estaba ocurriendo, pero el policía logro entenderme y mandar ayuda. Sé que siguió hablándome pero no lo escuché, porque en cuanto supe que venían a camino, regresé al sótano junto a la mujer. Estaba tan sorprendida que al principio no parecía de todo creer que yo fuera real. Pero me dijo donde guardaba las llaves y con ello pude liberarla. Había sido un plan increíble, con una única fisura, el hombre había dicho «Te la llevaré a las cuatro», y yo no había estado pendiente de la hora.

Cuando cerramos la puerta del sótano escuchamos como se abría la de la entrada.

Podría asegurar que ambas sentimos el mismo escalofrío. Me hizo un gesto de silencio con el dedo y pasamos a la cocina intentando no hacer ruido. Con los oídos bien atentos queríamos seguir sus pasos para movernos a su alrededor, cambiar de sala sin que nos viera, mantenernos lejos hasta que la policía llegara. No debería ser mucho tiempo, pero eso no significa que fuera fácil. Estábamos en la cocina escuchando como recorría el pasillo con calma, venía hacia nosotras, y cruzamos la puerta que la conectaba con el salón. Pero fue cuando recordé que el teléfono seguía descolgado, si lo veía la cosa se pondría todavía peor. Avisé a la mujer por gestos y palabras susurradas. Me entendió e hizo gestos para que lo colgara a su señal. El peligro ya había entrado en la cocina, por lo que no debíamos tardar, el tiempo que nos quedaba dependía solo de su nivel de atención. La joven fue hasta la puerta del salón y dio un golpe en la puerta de la entrada. Los pasos se dirigieron hacia ella por el pasillo y yo aproveché para regresar a la cocina, cogí el teléfono con la intención de avisar al agente, pero los pasos regresaban a mí cruzando el salón. Solo pude colgar y deslizarme al pasillo.

¿Dónde estaba la mujer? Ni idea, debería estar en la misma sala que el hombre acababa de cruzar, tal vez se había escondido bien. Ahora salón y cocina estaban conectados por la puerta abierta, ella se suponía que escondida, y yo en el pasillo pegada a la cocina. Escuché la puerta de la nevera abrirse y luego una chapa caer al suelo. El caminar regresar al salón y ahí detenerse. Recorrí el pasillo hasta la puerta donde había dado el golpe, cerré los ojos intentando reunir el valor para asomarme, y eché un ojo. Estaba en el sofá tomándose una cerveza y pude encontrar a la secuestrada, se había escondido entre otro sofá de una plaza y una cómoda, solo tenía que girar la cabeza en su dirección y la vería. Volví sobre mis pasos hasta la cocina pensando qué podría hacer para sacarlo de allí. Tal vez si lograba hacer un ruido en la dirección opuesta llamaría su atención... Y entonces escuché como hablaba un monstruo.

«¡Qué demonios haces tú aquí!», gritó embravecido. Lo siguieron más gritos de ambas voces con tonos muy distintos, los golpes, y el escándalo de algo romperse contra el suelo. Mis puños estaban cerrados tan fuerte que me hacía daño y de nuevo mi vista estaba nublada. Todavía sin saber cómo, emprendí la carrera recorriendo la distancia que me quedaba hasta la puerta entre la cocina y salón. Agarré un vaso de la mesa y lo lancé contra el monstruo mientras le gritaba con todas mis fuerzas. Vi como se giró, primero absorto por la sorpresa, pero esta poco duró y la rabia volvió a su lugar. Ahora yo era su objetivo y las fuerzas que me quedaban solo me permitían gritar. Se acercó sin que nada pudiera detenerlo y levantó su mano sin llegar a descargar nunca el golpe. Porque la policía derribó la puerta llamando su atención. Su ira desapareció cuando dejó de ser el más fuerte, e intentó huir, pero fue atrapado por aquellos que lo esperaban en la puerta trasera.

Nos sacaron a ambas de aquel lugar. La mujer fue llevada al hospital y yo a la comisaria. Cuando mi padre llegó llevaba esa mirada en su rostro y comprendí lo que estaba sintiendo antes de que hablara. Ya era consciente de que había hecho las cosas mal y estaba pensando en lo que podría decir, pero cuando llegó junto a mí no tuve tiempo de decirle nada, tan solo me abrazó con fuerza. Fue ahí, cuando al fin me sentí segura, que pude llorar. Él también lloró y al mirarme de nuevo su expresión era diferente. Sentí orgullo, miedo, y amor. Después de ese día no volví a jugar a los detectives, decidí que mis historias irían directas de mi mente al papel.


Diego Alonso R.

 

Comentarios

  1. Una aventura bastante peligrosa, en la tv estas cosas parecen faciles para Remington Steele o Columbo y muchos otros, pero en la vida real puede ocurrir miles de cosas imprevistas. buen relato

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    1. ¡Gracias! Sí, en la realidad suele ser bastante más peligroso... Un saludo.

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