Vivir de vacío

 


El hombre que hoy morirá ya ha muerto hace meses. Lo que ahora respira no es más que el cuerpo que uno vez lo representó, invadido por el vacío que todo el mundo porta, pero que en su caso ha logrado extenderse hasta borrar la propia palabra que lo describe. Logra ser él mismo pequeños instantes, en fragmentos de una vida que ya no le pertenece, tan solo para poder caer más abajo. Lleva una hora mirando el mural inmerso en el recuerdo del primer vistazo. A ella le gustó en cuanto lo vieron en el anuncio, fue la clave para decantarse por ese lugar. Y la mujer que vive usando la pared como lienzo parece feliz, con el kimono cayendo, portando una mirada que pocos han sentido en su vida. Dedicada a un hombre que oculta su rostro tras una máscara de tengu, pero que la agarra con una pasión que le delata, sabiendo cualquiera que los vea que ambos están embriagados por el otro. Termina la copa y se sienta en el sofá que lo espera a su espalda, rellenando el vaso de whisky, encontrándose su mirada de nuevo con la pequeña caja sobre la mesa.

Es capaz de cogerla aún notando el temblor generado por su tacto. Ya sabe lo que hay dentro, por eso le cuesta abrirla. Ese no es el lugar donde debería estar. La abre apartando la mirada, dejando que el anillo sea observado por la cabaña, y tocándolo con la esperanza que el sentido del tacto sea incapaz de traerlo de vuelta a la realidad. Se equivoca como un niño en su primer intento, viendo en sus recuerdos el instante donde abrió la caja para otra persona, y como ella entre una sorpresa emocionada dio la mejor respuesta que nunca se podrá replicar. Al fin conecta su mirada con el objeto donde ha guardado los recuerdas de una pareja que ya no está. Fue en ese mismo lugar donde recibió la respuesta que le hizo convertirse en el máximo exponente de la felicidad humana. Esa es la razón por la que también ha logrado ser todo vacío. Lo pone en el mismo dedo que porta el suyo, uniendo así los dos extremos de una unión que sigue vigente. Termina otra copa, la próxima ni la siente y otra más inundando el agujero en el que se ha convertido. Deja caer la cabeza hacia atrás entrando en la semi-incosciencia, por culpa de la cual no ve la sombra caminar a su derecha, perdiendo así la primera oportunidad de salvarse.

Regresa al mundo con la vejiga llena. Pasa la mirada por el lienzo ignorando las diferencias y se encamina por el pasillo, esforzándose por llegar al baño del fondo. Termina el pequeño desastre y sale de allí escuchando un ruido sobre su cabeza. Encajaría con el ritmo de unos pasos para cualquiera con la mente despejada, pero para alguien con la neblina de la autodestrucción, no es más que una llamada inevitable. Logrando superar la odisea de la elevación alcanza la segunda planta, y siguiendo el misterioso ritmo se planta ante la puerta de la habitación. Su mandíbula tiembla ante el intento de controlar un llanto atraído por la memoria. Pero incluso con ello se atreve a empujar la puerta y cruzar el marco. Ve la cama en la que la pasión se desató entre dos cuerpos y almas. Está ocupada. Bajo las sábanas las curvas de una mujer destacan haciendo que el temblor de su mandíbula expire. Dos surcos salados recorren las mejillas del hombre, que aun sabiendo que esa realidad es imposible, frena su lógica para creer que todavía podría abrazarla. Da un paso hacia la cama frenando por el escalofrío que lo agarra por la nuca, trayendo de nuevo a su yo al cuerpo que habita, siendo así consciente de la realidad que lo espera al frente. Retrocede con un paso lento, viendo así que las curvas bajo las sábanas se mueven, mostrando a la mujer del lienzo. Lo observa con una sonrisa de deseo, no como mirarías al amante que deseas sentir, sino el deseo que porta todo depredador ante el primer bocado. El hombre se voltea huyendo entre tambaleos, enfrentándose al miedo y al equilibrio, perdiendo contra estos al caer por las escaleras.

Cuando la vida vuelve a sus ojos se levanta con la realidad nublada. Es obligado por sus nuevas limitaciones a sentarse en el suelo, y tras pasar la mano por el rostro, ve que la sangre brota de una brecha en su cabeza. El poder del alcohol fue diluido por el pánico y ahora el dolor, recordando así a la mujer de la cama, pero que ya no parece estar presente. Lucha por levantarse dispuesto a salir de aquel lugar, porque para el mundo había ido a destruirse, y su intención no era otra que sentir más cerca a una persona que ya no está. Sigue pasillo adelante dejando un goteo de vida a su paso. Deteniéndose por necesidad ante el mural, del cual puede ver el espacio vacío de la dama, y como ahora el enmascarado se gira para mirarlo. Sale de la pared y rodea la mesa que los separa con calma. El miedo grita al hombre que debe huir, que sin importar la razón, ese falso tengu no debe alcanzarlo jamás. Pero la mente que tanto grita olvida que el cuerpo ya no es capaz de seguir el ritmo. Consiguiendo tan solo tropezar y caer a peso contra el suelo, perdiendo la última oportunidad que tenía de huir. Se gira intentando no perder de vista al hombre y se sorprende al notar un cuerpo a su alrededor. Reposa sobre el regazo de la mujer del kimono, la cual agarra su cabeza con una aparente calma, pero con la fuerza propia de una bestia. Incapaz de hacer otra cosa que observar el caminar del hombre, en el que cada paso equivale al avance de varios, recorriendo la distancia hasta estar a pocos palmos de su rostro. Se quita la máscara y aparta rápido la mirada. Porque la misma voz que nos dice que no debemos tocar el fuego, le advierte que mirar ese rostro será lo último que hará, por lo que clava la vista en los anillos de su mano. Sabiendo que murió el mismo día que ella y que su tiempo extra terminará en los próximos segundos.



Diego Alonso R.

Comentarios

  1. Hola, Diego. La primera frase ya es toda una invitación para continuar la lectura. Magnífica para atrapar al lector. Un relato de terror, sensual y con esa ambientación nipona que supone un plus de atractivo. Estupendo relato. Saludos!

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    1. ¡Muchas gracias! Es un placer saber que te gustó. Un saludo.

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