Nadar entre voces



Cada día se despierta antes pero sigue levantándose a la misma hora. Se niega a cambiar la rutina de sus mañanas, está convencido que es una de las pocas cosas que le ayudan a sostener su consciencia, o la masa de polvo que ocupa el lugar de esta. Apaga el despertador al primer segundo de su canto y se levanta a por el desayuno. No enciende la luz de la cocina, sino que la cruza a tientas para levantar la persiana, ve que está lloviendo pero no se queda a disfrutar de un escenario que le habría gustado tan solo unos meses atrás. Pone la cafetera al fuego y deja pasar el tiempo. No se pierde entre sus pensamientos, tan solo mira la pared sin verla, dejando que los minutos transcurran hasta que el café está listo. Aparta la cafetera a un hornillo apagado y saca dos tazas de la alacena, rellena la primera pero se frena ante la segunda. La mira hasta que un amago de brillo llega a sus ojos y la pone de vuelta en la alacena. Toma el café en el mismo sitio, sin azúcar, como cuando era joven.

Con eso su vieja rutina estaría acabada, algo pequeño con el suficiente peso como para mantenerlo a flote. Tras ello se marcha al baño, donde tendrá lugar su segunda rutina, una adquirida hace poco tiempo y que rompe la regla de lo común para la mayoría. Supera sus hábitos de higiene como el resto de la gente, pero tras ello no abandona el baño, sino que saca un cojín y se sienta sobre el váter. Coge la pequeña mesa plegable y la despliega ante él, de una mochila saca un pequeño portátil y una libreta con algunos bolígrafos. Y tan solo espera hasta que las voces comienzan a llegar. La primera vez fue por una jugada retorcida del azar, ese maldito bastardo siempre coloca las cosas donde más lo divierten, y este caso no es una excepción. Por la ventilación del baño las voces del edificio pierden su voluntad y llegan a todos los lugares, pero pasando siempre por su piso, algo de lo que nadie suele darse cuenta y mucho menos darle importancia. Pero la voz que escuchó ese día le recordó que todavía estaba vivo. Desde entonces pasa cada mañana esperando escucharla de nuevo, cerciorarse de que no fue una mala jugada de su desgastada mente, de que era esa voz. Pero esperar tanto tiempo puede ser agotador y antes de darse cuenta estaba prestando atención a todas las voces. Empezó a unir los hilos de cada una de ellas, seguir su historia y encontrar el origen de cada una, pero todo se hizo más complejo y necesitó tomar notas. Sin darse de cuenta terminó descubriendo las vidas de sus vecinos. Pero nunca volvió a escuchar lo que en realidad buscaba, ¿por qué seguía escuchando entonces? Supongo que por negarse a soltar la opción de que sucediera de nuevo.

Cada mañana tomaba notas de lo que llegaba a sus oídos, para pasarlas con calma luego al archivo del ordenador, el cual guardaba de todo. Desde la pareja del cuarto B, la cual mantenía un rol sexual donde ella fingía ser una faraona y él su esclavo; pero que habían mejorado su relación desde que empezó el juego. Hasta el joven del segundo A, que apenas lograba pagar el alquiler con su trabajo de repartidor, y se negaba a volver a casa mientras su madre viviera. De todo se podría encontrar uno en sus archivos, pero un día eso se hizo poco, porque escuchar los problemas de otros no logró que los suyos fueran más amenos.

Solo que la impotencia de no poder cambiar una realidad que odiaba fuera en aumento. Hasta que decidió actuar. Fue cuando la vecina del primero B hablaba con su marido, su volumen era bajo para no despertar a los niños, pero seguía notándose la alarma en sus palabras. El problema era algo tan sencillo como ser una familia obrera. El coche de la casa se había estropeado y lo necesitaban para trabajar, pero no tenían el dinero para arreglarlo, y sin trabajar no podrían conseguir ese dinero. Un laberinto del que no eran capaces de encontrar la salida. Esa tarde salió de casa con las dudas todavía rondando su mente, era probable que si lo hacía alguien llegara a descubrir su secreto, no tenía claro cómo podría llegar a ocurrir eso pero era una posibilidad. De todos modos compró la pieza que necesitaban. No era un hombre rico, pero con los años su carpintería había crecido, aunque con la edad había dejado de dirigirla, pero los beneficios seguían siendo buenos. Por lo que antes de que se levantaran dejó en su puerta una caja con la nota «Todavía tenéis lo que importa», y en ella la pieza y un sobre con dinero suficiente para pagar la instalación y un poco más. La alegría que llegó a sus oídos fue sincera, pero no hizo que sintiera mejor, tampoco lo hacía por eso. No buscaba sentirse más lleno con ese acto, tan solo frenar lo que estaba creciendo en su interior.

Fue la primera de muchas acciones. Ya no escuchaba tan solo esperando, sino buscando aquello que torcía la vida de los demás, y la forma en la que volverla a su lugar. Se convirtió en el seguro de todos los vecinos, los cuales sabían que algo extraño sucedía, porque eso también podía escucharlo, pero la felicidad les opacaba las dudas. Por eso se sentó sobre el cojín con el bolígrafo en la mano, pero no se esperaba que fuera el día donde su voz volviera a alcanzarlo, no estaba preparado para escucharla de nuevo.



Diego Alonso R.



 

Comentarios