Una maldición confusa



Los muertos tienen muchas formas de despertar. Desde la pasional, llena de gritos y velocidad; hasta la más dramática, culminando con la salida de una mano entre la tierra. Para Anginas el despertar comienza estirando la espalda. No es un muerto complicado, solo asume el papel que le toca con la mayor entereza posible, lo que no implica añadir teatralidad a su papel. Y si tras un sueño normal deseamos estirarnos, con uno de ultratumba mucho más. Y así empieza su día, aunque en el cielo todavía se mantenga la luna. Estira la espalda tanto como su cuerpo se lo permite, se levanta, y luego repite con el resto de partes que lo conforman. Se acerca algo somnoliento al calendario y lo revisa mientras destapona el rotulador rojo, luego cruza los días desde el trece hasta el actual veintiuno, sabiendo que el próximo despertar no será hasta dentro de ocho días. Todo es más fácil de este modo, sabe cuando le tocará despertarse y puede estar preparado para ello. ¡Por favor! Qué difícil era al inicio, sin tener ni idea de como funcionaba la maldición, soportando los dolores y acabando de forma inútil con su vida, solo para despertarse tiempo más tarde sin entender nada.

Tardó casi dos meses en descubrir aquello que le calmaba los dolores, lo único que lo hacía realmente, un buen y sabroso cerebro humano. Cierto es que los primeros bocados no fueron sencillos, nunca fue controlado por un hambre desbordante que le obligaba a ello, fue obligado por el dolor. Porque él y el resto de muertos están pudriéndose como cadáveres que son, pero mientras están despiertos son capaces de sentir cada parte de ese proceso. Y si una buena ración de cerebro te elimina el dolor al menos unas quince horas-la duración varia de un cerebro a otro, pensó que era a causa de la inteligencia, pero resultó que no, así que ahora cree que depende de la imaginación del individuo-, pues terminas por aceptar el único camino que tienes para soportarlo. Abre la pequeña nevera que conectó hace tiempo al servicio eléctrico del pueblo y saca un pequeño táper, lo lleva hasta una sencilla y pequeña cocina que él mismo montó. Luego abre el táper y echa varios trozos de cerebro en la batidora, añade algo de canela, y a funcionar. Bebe su batido anestesiante mientras revisa el archivo, en este guarda y apunta todo aquella respuesta sobre la maldición que pueda serle de utilidad. Ya entiende como evitar el dolor, lo cual es primordial, si no jamás habría sido capaz de construir este pequeño hogar aumentando el tamaño de su propio nicho. Por no hablar de los tiempos de resurrección, ahora que lo entiende es sencillo: todo día tres, o día cuyos números sumen tres, toca resucitar. Pero hasta hacer esta unión le llevó su tiempo. Aunque por supuesto sigue sin entender el porqué de esta norma, o de la maldición en sí misma. Tiene algunos testimonios que le hablaron de un rito de hace ya seis años, donde la mujer que sería el sacrificio escapó y la maldición se quedó a medio camino, pero no está seguro de que esto sucediera. El plan de hoy sería viajar al siguiente cementerio de la lista para recaudar más información, pero sus reservas están bajando mucho últimamente, así que sería mejor aplazarlo para el próximo día. Total, va bien de tiempo.

Deja el archivo a buen recaudo, prepara una mochila con varios tápers vacíos, y se calza sus zapatos de paseo. Abre la cerradura que instaló en su tumba y sale al carril de su cementerio. Todavía estamos en las primeras horas del despertar, así que al aire libre no hay muchos muertos, algunos madrugadores como él en su mayoría, y algunos caóticos rezagados. Esos son los que le interesan. Los caóticos no son más que muertos enloquecidos por el dolor, en cuanto despiertan corren despavoridos en busca de alguna cabeza que abrir, y desde que lo hacen continúan el proceso para asegurarse que el dolor no regrese. Sin duda son los que más miedo tienen. En general ignoran al resto de muertos, así que solo son una amenaza para los vivos, pero siempre debes tener cuidado por si encuentras a un caótico reciente; esos no saben que el cerebro de muerto no funciona y suelen descubrirlo por las malas. Así que Anginas busca a uno de estos rezagados, en su mayoría no lo son a causa de ganas, si no por lastres físicos. Como el seleccionado de hoy, un hombre cuya musculatura empieza a ser liviana. Lo sigue desde cierta distancia durante unos treinta y cinco minutos hasta encontrar a las primeras víctimas. Lo deja rematando a los heridos mientras él busca entre los muertos, los caóticos hacen muchos daños pero tienen tanta ansia por continuar que no aprovechan bien a sus víctimas, no es de extrañar encontrar alguna hasta con medio cerebro. Así que va rellenando sus tápers con los restos. Tres zonas de encuentro más tarde ya ha rellenado su mochila. Mira el reloj y todavía está dentro de tiempo, así que se da la vuelta y regresa al cementerio.

Llega a una escena mucho más animada que la que dejó al marcharse. Cruza por un hueco en el muro y se encuentra con un pequeño puesto de sesos de caramelo que no estaba en su partida. Es increíble lo rápido que montan estas cosas. Sigue por el carril en dirección a su casa esquivando puestos y muertos de todas clases, hasta acumula varios panfletos publicitarios, los cuales termina tirando menos uno: Repuestos de extremidades. Por si acaso, uno nunca sabe. Ya dentro del pequeño hogar rellena la reserva de cerebros, ahora está al completo y no tendrá que preocuparse en una buena temporada. Mira la hora de nuevo, no queda mucho tiempo. Prepara un segundo batido con canela y cerebro y lo guarda en un termo, luego se carga una pala a la espalda, y está listo de nuevo. Sale al cementerio y continua su camino hasta cuatro carriles y dos cruces más lejos. Tarda un poco más de lo que le gustaría por un pequeño enfrentamiento entre muertos, los hay de muchas épocas e ideologías diferentes, así que han prohibido las peleas en el interior de los muros; pero siempre hay algunos que se quedan al borde de ello. Pero por fin llega a su destino. Estira los dedos, agarra con fuerza la pala, y empieza a cavar. No lo hace durante mucho tiempo, ya que a las pocas paladas una esquelética mano sale de agujero. Tira la pala a un lado y le ayuda a salir. Es un hombre, lo cual reconocemos solo por su ropa, así que igual no lo es. Está temblando y su mandíbula no deja de abrirse y cerrarse con violencia. Anginas lo apoya contra los nichos y le ofrece el termo abierto, el muerto lo agarra con ganas y vacía la mitad hasta que sus temblores cesan.

Luego se deja levantar y avanzan juntos unos cuantos metros hasta llegar a la gran plaza. Que en otros días no es más que el centro del cementerio, pero cuando ellos despiertan se transforma en mucho más. Ambos se sientan en un banco de piedra y se mantienen así durante un rato, observando el ambiente.

Gracias por venir.

De nada Escombros, sabes que me gusta hacerlo.

Hmm... Pero todavía no me acaba de convencer mi nuevo nombre.

¿Acaso crees que a mí me encanta llamarme Anginas?

¿Ah, no? Yo pensaba que lo adorabas.

Joder.

Vamos, vamos. ¿Quieres un trago?

No gracias, yo ya tomé el mío. Pero sí estaría bien que siguieras contándome donde lo dejaste.

Claro, ¿tú recuerdas por dónde iba? Porque yo no tengo ni idea.

Vaya que me acuerdo. Ibas por tus treinta años, justo después de embarcarte en el “Mala Perla II” para conocer más a la capitana y...

¡Aaah! Sí, ya recuerdo. Esa es una buena parte de mi vida, resulta que...



Diego Alonso R.



Relacionado con el relato "No soy una cobarde", también disponible en "Orgullo Zombi" . 


 

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