En la imagen se ve a un hombre sentado sobre la cama.
Parece estar cerca de los cincuenta años, no tienes más pelo que la canosa corona, y bajo la camisa arrugada y gris se denota un cuerpo ancho.
La persiana tras él está bajada y la habitación tiene el color naranja que solo nace en las viejas bombillas. Carraspea un par de veces y empieza a hablar.
Quiero dejar claro que esto no es un vídeo de despedida, no empezaré a arrepentirme de lo mal que hice las cosas, ni lloraré pronunciando el nombre de personas que ya no están. No. Esto no es más que una explicación, porque estoy seguro que este no era el final que esperabais. Así que os contaré como lo viví yo para que lo entendáis lo mejor posible. Ya me conocéis, pero no estoy seguro de quien más estará viendo esto, así que mejor me presento.
Me llamo David Ortega, y todo esto empezó con la muerte de mi padre.
Mi padre nunca quiso ser un gran hombre, él decía que se conformaba con ser uno más, que ser especial estaba sobrevalorado. Supongo que por ese ideal fue tan duro con mi hermano y conmigo, nunca nos puso la mano encima, pero se aseguraba de que siempre tuviésemos las alas cortadas. Los sueños son para aquellos que no entienden cómo funciona la vida, es lo que siempre nos decía. En el caso de mi hermano fue más fácil, a medida que pasó el tiempo empezó a pensar solo en el dinero; en cambio yo lo pasé peor, pronto me enamoré de la cocina, y mi sueño era recorrer el mundo y probar sus manjares. Me hizo abandonarlo. Y seguro que alguien escuchará lo que acabo de decir y me gritará diciendo que si tienes un sueño nada te hace abandonarlo, prueba a decirle eso a un niño de diez años, cuyo padre le repite que con su mediocridad se conforme con tener un techo.
Aún así soy cocinero, uno de segunda que trabaja en un restaurante mediocre, pero un cocinero. El hecho es que mi padre murió. No me voy a entretener en esta parte de la historia; lo enterramos y luego a mi hermano le tocaron los terrenos de mi padre en herencia, y a mí el piso donde vivía. Pensé en venderlo u alquilarlo, un poco de dinero extra me venía muy bien, pero no pude. Era el piso que quería mi madre: ella eligió la zona, la decoración, lo hizo todo, porque siempre quiso vivir en este lugar. Lo hizo durante bastantes años y yo diría que logró ser feliz aquí. Y por como hablo es obvio lo que hice, me quedé.
A la semana siguiente me mudé y ese mismo día conocí al primer parásito. Me abordó en el rellano presentándose como el vecino de enfrente, y pensé que sería la clásica bienvenida del vecino cotilla, pero era más que eso. Primero me dio la bienvenida para allanar el terreno, y luego mostró su verdadera cara con una simple frase: Supongo que estarás al tanto de la situación. Lo dijo estirando la última palabra como si así todo se explicase solo. ¿De que situación hablaba? Muy sencillo, al parecer un constructor está interesado en comprar todo el edificio y derribarlo para montar alguna mierda que le de mucho dinero. Pero para eso necesita que todos los vecinos vendan y mi difunto padre era el único que no estaba dispuesto. Así que la gran idea del hombre fue presentarse, dar el pésame, y comprobar si estaba dispuesto a vender. Entré en casa sin decirle una palabra.
Dos días más tarde conocí al segundo parásito, o más bien debería decir parásita, la vecina del cuarto. Me atrapó en el ascensor y en un momento me contó el gran drama de como su marido la dejó con un montón de deudas, que la venta de los pisos le ayudarían muchísimo, y que si yo dijera qué sí... Me deshice de ella tan rápido como pude, y entré en mi casa pensando en lo egoísta que es la gente. Al parecer todo el maldito edificio querían que yo vendiera, y entiendo que todos tenemos nuestros problemas, tal vez hasta fuera yo el egoísta en esta historia; pero acosándome de esa manera no iban a conseguir nada. Y al conocer al tercer parásito consiguieron otra cosa, que me quedase con más ganas en el piso. Que les den, fue lo que pensé.
Poco tiempo después empezó la verdadera historia que me llevó a grabar este vídeo. La música me despertó en plena noche, a las tres y cinco de la mañana, lo recuerdo porqué me sorprendía que alguien fuera capaz de poner música a esas horas, pero luego me di cuenta de dos cosas. La primera es que conocía la canción, era “Princesa” de Sabina; la segunda es que la música parecía venir de mi piso. Busqué por todas partes y no encontré el origen, pero maldita sea, puedo asegurar que venía de mi propio piso. Cuándo la canción terminó no volvió a sonar, y yo no volví a dormirme. Al día siguiente revisé la casa en busca de algún aparato de música que pudiera estar conectado sin saberlo, porque todavía no había guardado todas las cosas de mis padres, pero tampoco encontré nada. Y no parece para tanto, podía estar equivocado y ser la música de un vecino que pareciera sonar en mi casa, pero lo que me quitó el sueño no fue eso, lo que de verdad me asustaba es que era la canción favorita de mi padre.
Sé perfectamente como suena esto. Me mudé a la casa de mis padres poco después de que él muriera, todavía tenía cosas suyas a la vista, por culpa de los vecinos estuve pensando más en él..., esta es la historia de una gran sugestión. Yo también pensé en eso, pero al día siguiente pasó lo mismo, y al siguiente también. Terminé por preguntar a los vecinos cercanos si habían puesto ellos música tan tarde, y nadie parecía haberlo hecho. Al quinto día de despertarme con: Entre la cirrosis y la sobredosis..., no podía más. No dejaba de darle vueltas, primero eché la culpa a algún vecino enfurruñado, pero ellos no podían saber la importancia de esa canción y era demasiada casualidad. La otra opción era mi padre. Sí, el muerto. Nunca he creído mucho en esta clase de cosas, ¿pero qué podía ser?
A raíz de todo este asunto con la música mi ciclo del sueño se fue al garete, así que aprovechando que cerca hay un gimnasio 24 horas, voy a él antes de empezar el trabajo. Una mañana volvía de entrenar cuando lo encontré. Había estado guardando las cosas de mis padres en cajas y dejándolas en el salón, para ir guardando las mías en su lugar, y con ello hacer que esto fuera mi casa. Las cajas estaban rotas y sus cosas tiradas por todas partes. Esa imagen no me asustó, me dolió. Eran sus cosas, lo poco que habían conseguido con los años, y ahí estaban, rotas y dejadas como si su recuerdo no importara. Ya no quedaba más de ellos que un montón de cosas rotas y mi recuerdo. Me limpié las lágrimas y fui a dejar la mochila en mi habitación, cuando vi que sobre la cama había una foto. Una foto de mi padre.
Joder, necesito un minuto.
Se nota un corte en la imagen y al regresar,
David está de nuevo en la cama.
Lleva una taza de la que salen hilos de vapor en prueba de la temperatura.
Mucho mejor así, ¿por dónde iba? Ah sí, el suceso del salón.
Me afectó tanto que decidí llamar a mi hermano. No es que nos llevemos mal, es sencillamente que no nos llevamos, ¿pero a quién podía contar algo así? Si de verdad mi padre estaba manifestándose de algún modo, tal vez a él también le habría pasado algo. Tomamos un café en un bar cercano a su trabajo, y tras terminar con toda la parafernalia fingiendo interés en la vida del otro, saqué el tema. Debía de tener una cara horrible o tal vez lo conté con mucha emoción, porque aunque al principio dudó y me hizo alguna pregunta, terminó por creerme. Intentó aconsejarme que me fuera de aquí, que me deshiciera del piso. Le hablé de la situación de los vecinos y el constructor, y me dijo que para él era la mejor opción; antes de que me volviera loco o pasara algo peor. Me reconfortó tanto que alguien me creyera y se preocupara por mí. Le prometí que me lo pensaría y nos despedimos con un abrazo de verdad.
Al día siguiente salí del trabajo algo más tarde de lo normal, tuvimos una pequeña reunión en el restaurante y el jefe nos contó que las cosas no iban muy bien. Al entrar en casa dejé de respirar por un momento y casi podría jurar que también se detuvieron mis latidos. En la entrada había huellas de zapatos. Me acerqué despacio y enseguida me llegó el olor de la sangre. Seguí las pisadas intentando no temblar hasta que llegaron a la puerta de mi cuarto, estaba cerrada, y al intentar abrirla mi mandíbula traqueteó tan fuerte que tuve que agarrarla. Necesité unos segundos para reunir el valor. Entonces la abrí y encendí la luz tan rápido como pude. El rastro de pisadas seguían hasta meterse bajo mi cama. Continué andando, me arrodillé ante esta, y miré de golpe sin pensar en lo que podía encontrarme. Y había un par de zapatos negros. Enseguida los reconocí, porque yo mismo se los había regalado por uno de sus cumpleaños, eran los zapatos de mi padre.
Entré en pánico.
Salí corriendo del piso. No me detuve hasta que mi menté fue capaz de pensar, para entonces ya estaba lejos de casa, así que decidí tomarme algo. Algo fuerte. Y ahí estaba yo, bebiendo y pensando qué estaba pasando. No me estaba volviendo loco, los hechos eran reales, pero no había otra manera de explicarlo fuera de lo obvio; el fantasma de mi padre aún estaba en la casa.
Volví a casa borracho. La canción comenzó puntual como siempre. Empecé la búsqueda como tantas veces había hecho ya, y al igual que las otras veces no lo encontraba. No me siento orgulloso de lo que hice a continuación, y pensé en excusarme diciendo que surgió de la mezcla del alcohol y el miedo, pero creo que es algo que en el fondo deseaba hacer desde el primer momento. Cogí un martillo y empecé a romper las paredes. Golpeé con todas mis fuerzas buscando el origen de la música, pero estaba borracho y el esfuerzo me provocó arcadas, así que fui corriendo al baño más cercano para vomitar. Mientras lo echaba todo no me di cuenta, pero sí al acabar, el sonido era un tanto más fuerte ahí. A mi izquierda tenía uno de estos muebles de baño estrechos y altos, lo aparte y tras él había una pequeña ventana. Este hecho debería haberme sorprendido, pero solo seguí adelante. La abrí con esfuerzo, estaba medio atascada por el óxido, se notaba que hacía años que mi padre la había tapado. Daba a un pequeño conducto, una especie de patio de luces diminuto, ni tan siquiera tendría un metro de ancho. Había un pequeño altavoz, del que salían unos cables y entraban en uno de los pisos, ahí estaba el origen de la música.
No lo apagué. Lo volví a dejar todo como estaba, a excepción de la pared rota claro. Me senté en el sofá con una gran sonrisa, no había ninguna clase de fantasma, eran mis vecinos. Mis malditos vecinos. Me preparé un café para despejarme y pensé en ello hasta que todo encajó. Lo primero era lo más fácil; el por qué, estaba claro que por dinero, habían entendido que yo no iba a vender el piso, pero si tenía suficiente miedo tal vez habría aceptado. Y estuve a nada de hacerlo, en serio, casi salgo corriendo. El segundo punto era el más difícil; el cómo, era fácil usar el fantasma de mi padre para asustarme pero, ¿cómo sabían que canción usar o cuales eran los zapatos que yo le regale? Y entonces me di cuenta; mi hermano. Cuándo empezaron las cosas extrañas de golpe los vecinos dejan de molestarme, luego mi hermano me cree algo tan raro casi al momento, y además me recomienda que venda el piso y me largue. Fue entonces cuando decidí comprar una cámara, con la que os estoy grabando esto, y cada día que salía de casa la dejaba escondida grabando.
Hace dos días grabé algo muy interesante. Tres vecinos y mi hermano entraban en mi casa. Luego rompían los espejos y esparcían los trozos rotos haciendo un camino hacia mi habitación, por encima echaban la sangre goteando y luego pintaban un enorme “hijo” en la pared. En serio, eso fue brutal, me habría cagado vivo al verlo.
Pero os pillé, y como dije al principio de este vídeo, esto no es el final que esperabais.
Tras esto decidí irme de aquí, no pienso vivir rodeado de gente así. Pero tampoco quería que os salierais con la vuestra. Así que hice esto.
Muestra ante la cámara un papel y luego enseña el dedo corazón.
¿No sabéis qué es? No, claro que no. Pero os lo explicaré. Busqué al constructor que está tan interesado en comprar el edificio, y resulta que es uno de los más grandes de la ciudad, pero no el único. Tiene una seria competencia y la encontré, el otro gran constructor de la ciudad. Le conté lo interesado que estaba en conseguir este edificio y que solo faltaba mi piso, y de pronto estaba muy interesado en comprarlo. Porque según sus propias palabras, “Le tendré cogido por los huevos”, sí que le vendí el piso. En resumen, estáis jodidos. Y tú, querido hermano, no volverás a verme en tu vida. Ya he recogido mis cosas por la noche y me he ido. Ahora tengo el dinero, así que he decidido cumplir mi sueño; voy a recorrer el mundo y probar sus manjares.
Pero no quería irme sin deciros algo importante, por eso estoy grabando este vídeo.
Que os den.
Diego Alonso R.
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