El tiempo que dura una vida solo depende de lo que decidas valorar de ella. Algunas personas parecen haber vivido varios siglos sin tan siquiera superar la adolescencia, y en cambio otras alcanzan la vejez sabiendo que todavía no han vivido, y es que solo uno decide a que debe darle valor; y no siempre es sencillo. Y esta vida, la que presentan todas estas palabras, dura casi una semana. Lo vivido por Mateo Aranda no es, ni de lejos, la historia más increíble ni interesante que conocerás en tu vida. Pero es la historia que importa durante los diez minutos que tardes en leer esto. Mientras tanto, el bueno de Aranda rellena la cafetera con cuatro generosas cucharadas de Fortaleza, echa agua en su interior hasta casi llenarla, y coloca la cafetera en el fuego. Mira el reloj consciente de lo que se acerca y saca su móvil unos segundos antes de que suene, casi puede predecirla, y sonríe al pensar en ello. Al otro lado de la pantalla se encuentra la razón de que su vida haya alcanzado varios días de duración, de que no se marche en cero y con demasiados años a en su cuenta.
Responde ilusionado el mensaje y espera la respuesta, luego responde y espera de nuevo, y así hasta que el café está listo. Es lo que lleva haciendo toda la semana, compartir el tiempo con ella. Agarra la cafetera con un paño y la vacía hasta rellenar la mitad de la taza, tres cucharadas de azúcar, y se sienta ante el ordenador. Está nervioso, casi tanto como el día en que al fin le pidió una cita, dando inicio a la gran semana. Era lunes y se dirigía a la cafetería Dahl, lo que ya era costumbre de sus mañanas. Recorrió las ocho calles que lo separan de ella escondiendo la disimulada lluvia que siempre lo acompaña, la capa de cobre de su paraguas esta rota por un lateral, así que el tiempo se filtra siempre mojando su hombro derecho. Entra en la cafetería y se sienta junto a la ventana-lugar que le gusta especialmente-, saca su ordenador, y comienza a editar el podcast mientras espera. Está tan inquieto que tiene que repetir cada arreglo dos o tres veces, y cuando la mitad del capítulo está listo; Anna Rodríguez cruza la puerta. Atraviesa la cafetería ante la mirada brillante de Mateo y lo saluda justo al pasar por su lado. Este admira con disimulo su prominente nariz, cuyo perfil podría dibujar de memoria, y traga saliva para responder al saludo. Bajo la métrica de los falsos poetas se diría que es fea, pero no para la mirada de nuestro observador; para él, con su nariz de esfinge, sus rizos caóticos, y su extraña manera de caminar, es la mujer más bella de todas. También es la razón de que se haya convertido en cliente fijo de la cafetería. Solo entró un día y la vio de casualidad, al siguiente regresó con la esperanza de invitarla a salir pero no se atrevió, probó al próximo día pero tampoco fue capaz... Y así pasaron tres meses. El lunes había hablado a su llegada con la camarera, y esta colocaría una nota en el dulce que Anna pidiera para acompañar su café, una sencilla nota que decía: ¿Puedo sentarme contigo? Así fue como hablaron de verdad por primera vez. Compartieron un buen desayuno y se llevaron varias risas con ellos, eso y una cita para el día siguiente.
Bebe un poco mientras el ordenador se enciende. Y en cuanto puede empieza a hacer las comprobaciones rutinarias, quiere que todo funcione bien durante el directo, en especial en este día. Es domingo, y como en todos toca realizar la emisión en directo de “La voz no apta”. Publica un tuit anunciando que dará comienzo en veinte minutos y continua la revisión. Lleva más de un año haciendo esto, por lo que sabe bien lo que debe hacer y termina antes del plazo anunciado. En estos minutos apura el café mientras duda de nuevo sobre sus intenciones en esta noche, ya tuvo esta conversación con su psique y la decisión fue tomada, será el hombre que quiere ser. Qué sencillo suena decirlo así: será el hombre que quiere ser. Si ignoramos las luchas internas con lo que ya tenía programado sin saberlo ni quererlo, la dificultad de mirar dentro de uno mismo, y el porcentaje al posible fracaso; sí, es de lo más sencillo. Pero estas razones no son excusas para no intentarlo, ni tampoco impedimentos fijos para conseguirlo, así que lo tiene decidido. Se acerca a su Blue Yeti y empieza.
–Bienvenidos otra noche a La voz no apta.
El directo comienza como siempre, la gente entra poco a poco y Mateo marca el ritmo inicial del programa. Su voz no se mantiene en su tono habitual, pero el matiz es tan pequeño que nadie excepto él es capaz de apreciarlo, pero sabe que ese pequeño desliz está bien, al menos es capaz de hablar. Los oyentes alcanzan el promedio de cada noche y decide hacer el cambio, soltar todo lo que debe y hacerse a las consecuencias, pero no es fácil dar el primer paso.
–Nunca os conté porque esto se llama “La voz no apta”, ¿cierto? –Se queda un par de segundos en silencio antes de seguir–. Es curioso que nunca dijera algo tan obvio, pero es un recuerdo que no sabía como expresar, una de estas pequeñas hostias que nos comemos sin esperarlas. Ya os he dicho alguna vez que la mejor descripción que puedo daros de mí, es que soy como Antonio Banderas; si este fuera más joven, tuviera una buena panza, y perdiera el carisma. Por eso pensaba que mi aura siempre estaba llena de lluvia, una horrenda y continua lluvia, pero en ese punto estaba equivocado, la lluvia significa demasiadas cosas para simplificarla tanto.
»Y de pequeño mis descripciones no eran mejores. No sabía lo que era sentir pasión por nada, mi máxima aspiración era pasar otro día vivo, hasta que el cambio se hizo. Claro, si nada cambiara no os lo estaría contando ahora. El hecho es que mi padre solía escuchar un programa de radio, era una especie de mesa-coloquio con tres personas, donde en cada día trataban un tema distinto y a veces aceptaban llamadas... No era más que entretenido. Hasta que mi padre me contó un día que no eran tres personas, era un solo hombre el que hacía todo eso, usaba su voz para darnos una realidad distinta durante una hora y pico de programa. Y quedé fascinado. Desde entonces decidí que quería trabajar en la radio. Al crecer conseguí trabajar en una pequeña radio local, no era más que un diminuto programa con pocos oyentes, pero era la radio.
»Y la realidad es que no estaba cómodo, no lograba hablar con calma, decir aquello que quería. Y un día el jefe me pilló en privado, y tras soltarme una intensa charla me lo dijo: “Lo siento, pero tu voz no es apta para este trabajo”. Mi voz no era apta, no servía para aquello que quería hacer, no servía. Por eso el programa se llama así, porque soy aquel que rechazaron, el que no es lo suficientemente bueno, soy la voz no apta.
Al decir esto último cambia algo por primera vez en todo el año. Pulsando las teclas justas, activa la cámara y su rostro sustituye al fondo que tanto ha usado durante un año. Tras este momento tan bien presentado el chat se vuelve loco, y los números siguen creciendo, ahora más rápido. Y empieza a contar por primera vez la realidad que le rodea, que su verdadero nombre es Mateo Aranda, como es el pueblo donde se crió y todavía vive, cuenta su realidad a todos. Siente como vibra la mesa, y mientras sigue hablando desbloquea el móvil y mira el mensaje, es Anna. Le dice que va a coger el coche y que no estará con el móvil, pero que esté tranquilo, que el programa saldrá bien. Saldrá bien. Que estúpido suena decirlo sin prueba alguna, y cuantas fuerzas da dicho por la persona adecuada. Y sin duda lo ha dicho esa persona, porque ella todavía no es consciente de ello, pero es la persona adecuada de Mateo. Él ya se dio cuenta en su primera cita días atrás.
Bebieron y hablaron en el bar favorito de Anna. Enlazaban los temas sin tan siquiera esforzarse, y rellenaban las dudas del otro con sencillas risas, se sentían ellos. Tanto fue así que tuvieron que dejar el bar porque llegó su hora de cierre, y la cita se trasladó a las calles del pueblo, solitario y dispuesto a la pareja en una noche de martes. Cruzaron por sus calles vacías sintiendo que eran los dueños de todo, que con solo con soplar los edificios volarían, y que ante una palmada las farolas extinguirían su luz. Terminaron la noche en un banco, sobre todo el pueblo, olvidándose de pensar. A la derecha estaba Anna, con la cara caliente y su ligero viento impregnado de arena alrededor; y a la izquierda estaba Mateo, bajo su roto paraguas de cobre, mojándose de nuevo el hombro derecho.
–¿Por qué siempre sales con el paraguas? –le preguntó Anna.
–Para que nadie vea mi aura –responde sincero y con la sonrisa cansada.
–¿Y yo tampoco puedo verla? –Es una pregunta juguetona, pero él no lo nota.
–No creo que...
–Vamos, solo un poquito, estoy segura que será preciosa. –Nota la presión en el rostro de Mateo y pone la mano sobre su hombro mojado–. No tienes porque hacerlo ahora si no quieres, lo decía de broma, de verdad que está bien.
–Deberías apartarte un poco o te mojarás.
Cerró el paraguas de golpe sabiendo que era el único modo para no echarse atrás; y con este gesto su aura fluyó libre. La temperatura bajó y la lluvia empezó a caer en una verticalidad perfecta. Las gotas son finas y débiles, casi podrías pensar que no mojarán a nadie, pero juntas crean un velo que lo separa del resto del mundo. Juntas forman su lluvia disimulada. Desde dentro de su velo mantenía la mirada baja, evitando a toda costa descubrir la cara que ella estaba poniendo, pero no pudo evitar mirarla. Porque sin previo aviso sintió su abrazo, y entre el frío de la lluvia pudo sentir el calor dentro de él, así que se dio la vuelta para verla. Estaba sonriendo con la cara colorada. Y la abrazó también. Su lluvia disminuyó, la arena de ella se esfumó, y lluvia y viento se mezclaron en una espiral, empapando a los dos dentro de un nuevo y caliente velo.
Eso era sentir sin necesidad de hablar...
Pero el timbre interrumpe sus recuerdos y emisión. Intenta ignorarlo suponiendo lo que estará al otro lado, pero se hace insistente hasta que la gente también es capaz de escucharlo. Así que termina aceptando, anuncia una pequeña pausa, y colando un pequeño anuncio se levanta de la silla. Camina nervioso hasta la puerta, y tan solo con esta haciendo de barrera, el timbre vuelve a sonar. Se acerca aguantando la respiración y mira por la mirilla. Su imaginado futuro se hace real, porque puede ver la distorsionada imagen del hombre que acabará con él, justo a quien esperaba. Regresa en silencio a la cocina, y mientras se sirve otro café recuerda la primera vez que vio ese rostro.
Fue la misma noche que salió con Anna. En unas pocas horas su vida empezó y se le otorgó una fecha límite. Al dejarla en casa estaba eufórico, tanto que siguió paseando con el paraguas cerrado, mostrando al mundo y a sí mismo que él también es bello, que debe aceptarlo. Su marcha le llevó hasta el nuevo puerto, el cual está construido sobre el plano del antiguo, y es ese por el que quiere pasear. El viejo y abandonado puerto donde trabajaba su padre. Así que cruzó el nuevo saludando a todo trabajador con el que se cruzaba hasta alcanzar el final. En este, tras subir un número agotador de escaleras, se mantiene intacto el altar de la Virgen Protectora. Se acercó a ella recordando las veces que le pidió a su hermana que protegiera a su querido padre, que le sigue pidiendo que lo cuide en el fondo del mar. Se arrodilló, y tras cruzar sus manos, rezó durante tan solo un minuto. Luego levantó la protección para encender una nueva vela, se giró y caminó por la pasarela que lleva al vacío. Y al límite de esta, con las olas chocando contra la rocas bajo él, dio el paso de confianza.
Su pie no se hundió en el vacío, sino que llegó a la pasarela del viejo puerto, y al terminar de entrar por ella rezó a la otra Virgen Protectora, la que conocía desde niño. El viejo puerto estaba en desuso y ya ni los jóvenes lo usaban como picadero, no todo el mundo era digno de cruzar la pasarela, y pocos se atrevían a descubrir si lo eran. Así que pensando que era todo suyo, paseó recordando otra época muy distinta. De esos años ajetreados y llenos gente ya solo quedaban restos de embarcaciones y edificios ruinosos. Recorrió la piedra entre estos hasta que vio una luz, en este punto debería haber dado la vuelta y estaría más tiempo vivo, pero claro, la historia requería que no lo hiciera. Fue directo a la luz, y cuando iba a saludar pudo ver a alguien de rodillas y una pistola; se escondió tan rápido como pudo. Con todo lo que su corazón se aceleró no daba alcanzado el ritmo de su mente. Estaba oculto tras los restos de una vieja barca, así que miró la escena entre la abertura en una gruesa y vieja chapa. En el suelo había un hombre, a su alrededor el viento soplaba con intensidad y sofocaba su desesperado llanto. Tres personas lo rodeaban; dos compartían un aura y aspecto similar, donde solo el sexo los diferenciaba, y por sus ropas se veía que en su aura hacía una alta temperatura y nada de viento; y el tercer hombre, el que sostenía el arma, acumulaba escarcha en sus hombros. No podía escuchar bien al que estaba en el suelo, pero sí podía escuchar al hombre de escarcha. No debiste vender auras sin nuestro permiso; fue la frase que le dejó helado. Entonces supo lo que debía hacer, la policía no llegaría a tiempo, y él no es un héroe capaz de salvarlo; así que sacó su móvil y grabó todo en silencio. La discusión siguió un poco más hasta que el jefe dio la orden, entonces los dos armarios de camisa se acercaron al hombre. Mientras uno lo sujetaba el segundo sacó un cuchillo, y tras rasgar su ropa lo usó para dibujar un símbolo sobre su pecho, lo tiraron contra el suelo con tanta fuerza que su cuerpo hizo un pequeño rebote; y entonces el tercer hombre disparó. La bala atravesó su cabeza. Primero salió sangre y sesos, después, la tormenta que lo rodeaba pareció ser expulsada por ese minúsculo agujero. Envolviendo con repentina libertad todo a su alrededor, los restos de viejas embarcaciones temblaron por su poder, los tres asesinos cubrieron su rostro para cubrirse de semejante intensidad, y de golpe todo cesó. Sobre el muerto se formó una sencilla bola, similar a una canica, pero con un brillo de advertencia. Mateo logró contener sus gritos, pero no pudo evitar echarse para atrás, golpeando los restos donde se escondía y tirando varias chapas al suelo. El miedo lo rodeó cuando fue consciente de lo que acababa de hacer: se había delatado. Y cuando volvió a mirar el hombre de la camisa iba a por él. Su mente se hizo un borrón y no recuerda como logró correr tan rápido, pero pudo cruzar la pasarela el primero, soplar apagando todas las velas para ganar algo de tiempo, y llegar hasta una zona segura.
Logró salir con vida.
Sus manos tiemblan derramando café por la encimera. Necesita calmarse, ahora no tiene otra opción, y tampoco quiere tenerla. Así que deja todo como está y regresa a su asiento a tiempo para el final del anuncio.
–El hombre que está timbrando es el que acabará con mi vida.
Es la primera frase que dice nada más regresar. Cuenta lo que vio de forma resumida y sobre todo, lo que sucedió días después. Como al intentar denunciarlo solo logró que todo fuera a peor, porque al decir que le pasó algo en el viejo puerto le hicieron esperar y llamaron al superior, y por supuesto: era el hombre de escarcha. Estaba claro que había dado el aviso, lo estaban buscando aunque todavía no sabían quién era. Aunque logró mentir diciendo que fue al puerto borracho y que solo quería denunciar la desaparición de su cartera, supo por su mirada que lo había calado. Y tenía razón, ya que ahora tenía a su matón en la puerta.
Por supuesto no todos le creen, la mayoría de ellos no lo hacen, hasta que hace la jugada. Da el paso que no le dejará retroceder en todo aquello: hace público un enlace de descarga con el vídeo. Les pide que lo descarguen y publiquen tanto como puedan, que se extienda hasta que no puedan tapar ese hecho, y que por favor; graben lo que sucederá a partir de ahora. En este punto la cosa pasa de simple curiosidad a verdadera preocupación, y las voces que lo ponen en duda desaparecen entre el mar de voces que lo creen alarmadas. Y entonces su móvil vuelve a vibrar, es Anna, acaba de llegar a casa y está preocupada; tiene el programa puesto.
Anna Rodríguez: la mujer con la que compartió toda esta semana. Desde que hablaron el lunes han estado viéndose cada día y por primera vez desde hace mucho tiempo se despierta con ilusión. No tiene que esforzarse por levantarse, ni decirse a sí mismo que las cosas van bien. Por ella estuvo apunto de abandonar toda justa contra los ladrones de auras, olvidarse del vídeo, y con el tiempo eliminarlo para seguir con su recién validada vida. Pero también es gracias a ella que está haciendo esto, lo cual no la hace para nada responsable de su muerte, la decisión es solo suya. La noche que durmieron en casa de Mateo hizo un pequeño podcast para ella contándole un sueño. Y Anna le dijo algo de lo que no era consciente: “Cuando hablas ante el micro pareces libre”. Y algo tan sencillo y bello como ese despertó algo en él. No podía esconder el resto de su vida un secreto semejante, pasarse cada noche pensando si lo habrían descubierto, si un día se encontraría con ellos y todo terminaría. Tiene ante él la oportunidad de ser feliz, pero si no hace lo correcto, pasará el resto de su vida encadenado a un error. Así que debe ser libre, con todo lo que eso conlleva.
Los golpes en la puerta atraen su atención, con semejante potencia no tardará en entrar. Queda poco tiempo. Respira intentando centrar su mente y habla.
–Anna. –Mira a la pantalla recordando su rostro–. Sé que no hace tanto que nos conocemos, pero esta semana ha sido la mejor de mi vida. Incluso con este final. Incluso con este final... Has hecho que me sienta libre en mi lluvia.
El estruendo llega a sus oídos, al micro, y a todos los que están viendo el directo. La puerta ha caído. Se levanta tan rápido como puede, apaga la pantalla del ordenador, y se aparta hasta el espacio que había preparado. Cuando el gigante de la camisa entra en la habitación la lluvia disimulada ya ha vuelto. Sin decir nada saca el mismo cuchillo que utilizó la otra noche. Todo el mundo ve el pequeño enfrentamiento entre los dos, como la experiencia y brutalidad ganan la batalla. El pecho de Mateo Aranda es marcado y su cuello sesgado. De él brota la lluvia con tanta potencia que hace retroceder al asesino, el salón entero se inunda en tan solo unos instantes, mientras el viento lanza de un lado al otro todo con lo que puede. Hasta que la lluvia cesa. Y sobre su cuerpo inerte aparece la bola, aquella que esconde una lluvia disimulada, la que pondrá fin a todo.
Diego Alonso R.
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