Desconozco lo que pasará si me atrapan, pero tampoco quiero descubrirlo. Lo único que deseo ahora es escabullirme sin toparme con ningún olvidado. Lo cual, siendo sincero, es poco probable. Ya sabía yo que este trabajo no era para mí, ¿por qué no hice caso a mi madre? Si ella no se fiaba del anuncio era por algo. Pero ya es tarde, ahora solo importa salir de una pieza. Tengo que pensar la mejor manera de huir, ¿cómo llegué hasta aquí?
Tenía turno de noche en el almacén. Estaba haciendo la ronda habitual, no para asegurar que está todo bien, sino para luchar contra el aburrimiento. La realidad es que este lugar está en medio de la nada, para llegar al pueblo más cercano hay que conducir durante cerca de una hora por caminos tan secundarios que nadie los conoce. Pero la noche es larga y hay que ocupar la mente de algún modo. Durante la ronda todo parecía estar bien, fui recorriendo cada sección sin ningún problema hasta llegar al fondo del almacén, y fue ahí cuando la cagué. Es la parte donde se guardan las cosas más... Conflictivas, por decirlo de una manera sutil. El guardia que me enseñó el lugar me lo dejó claro, no vengas más de dos veces a esta parte, y no cruces a la zona de los olvidados. La zona está delimitada con una franja roja en el suelo, pero estaba tan absorto en todas las cosas que podrían salir mal que no me fijé en ella, y cuando lo escuché era demasiado tarde.
¿Qué es lo que escuché? Pues el sonido de un olvidado al moverse. Es igual a un arañazo sobre una pizarra. En cuanto reconocí el sonido me escondí tras un montón de cajas cercanas. Los temblores llegaron al instante y tuve que esforzarme para detener el traqueteo de la mandíbula. «Si escuchas a alguno moverse escóndete, nadie puede correr más rápido que ellos. Y si tienes la mala suerte de encontrarte a uno, no te atrevas a darle la espalda», esos fueron los únicos consejos que tengo para enfrentarme a esta situación, y seamos claros, no son suficientes. Ya no escucho nada ahí fuera, tal vez debería aprovechar la oportunidad y salir, si lo recuerdo bien debo estar a no más de ochenta metros de la línea roja. Solo debo cruzar y todo acabará en un final feliz.
Salgo y no veo nada raro, tan solo montones de cajas y trastos, nada que haga la distinción de un almacén común. Vuelvo sobre mis pasos despacio, con calma, solo debo girar a la izquierda y luego seguir recto. Ya no escucho nada, eso es buena señal, puedo lograrlo. Dobla la esquina y continuo sin problemas. Llevo la mitad del camino cuando el sonido vuelve a mi espalda, me giro veloz sin llegar a ver nada, y comprendo que todavía suena distante, por lo que subo el paso. No veo a ninguno, pero no dejo de escucharlos, a un lado y al otro, ¿cuántos serán? Otra cosa que tampoco importa, uno es suficiente para que no logre volver a casa. A la mierda, estoy muy cerca de la salida, me voy de aquí. Los chirridos aumentan en cuanto empiezo a correr, llevo las manos a los oídos pero no logro amparar el estruendo, son demasiados y suenan más cerca.
Ya veo la línea roja pero me veo obligado a frenar. Ante mí está un olvidado. Su aspecto es inofensivo para la mayoría, no parece más que un simple maniquí, pero la realidad es que está muy lejos de esa descripción. Me dijeron que no les diera la espalda, pero no hablaron sobre no acercarme, de todas formas no me atrevo a hacerlo. Un chirrido más cercano que los demás hace que me volteé por instinto y veo otro maniquí. Antes de caer en que acabo de darle la espalda al primero, el sonido de su movimiento me alerta, y al voltearme lo encuentro a menos distancia. Vuelvo a escucharlo sabiendo que esta vez no puedo girarme... No debí cruzar la maldita línea roja.
Diego Alonso R.
Bueno, si sales de esta, seguro que escucharás a los mayores con más atención.
ResponderEliminarTú lo has dicho, si logra salir...
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