Una colección indeseada

 


Solo soy un muerto contando el camino hasta su suicidio, podría ser que no valiera la pena leer mi historia, un drama moderno con el final desvelado. Pero olvidando la modestia, el hecho es que fue un suicidio magnífico, digno de ser narrado en retrospectiva con la banda sonora que consideres digna. Si pudiera elegir, estaría llena de percusión, creo que mostraría bien como me sentía en el apoteosis final. Pero si quiero hacer las cosas bien, debería retroceder hasta el momento donde mi presentación encaje con el inicio de los hechos, un punto donde el hilo sea fácil de agarrar y desde ahí seguirlo por los años.

¿Qué tal con un...?

Robar al unicornio fue un error, pero destruirlo fue todavía peor.

No era más que otro estúpido adolescente pasando una semana de vacaciones en casa de sus tíos. Vivían en una aldea donde no tenía mucho que hacer, siempre y cuando quisiera socializar con alguien por debajo de los sesenta años, por lo que me pasaba las horas vagando por los caminos del monte buscando rincones de paz. Hasta que un día paseando más lejos de lo común encontré una diminuta casa, con parte del tejado derruido y siendo digerida por la naturaleza, por supuesto entré sin dudarlo un instante. Podría ser un buen lugar para usar como punto de desconexión de la realidad, pero terminó por no ser tan perfecta para ello como esperaba, pero justo al irme vi sobre una carcomida mesa al unicornio de origami. Era pequeño, plateado y brillante. Podría haber ignorado al maldito papel, darme la vuelta y volver para cenar con la familia y aburrirme otro día... Pero esto trata sobre mi muerte, está claro que me lo llevé. Lo dejé sobre mi mesita de noche y ahí se quedó hasta el último día de vacaciones, las cuales tampoco se salieron de la norma por ese simple hecho. Pero en el momento de hacer la maleta y volver a casa llegó la decisión, ¿me lo llevaría a casa? Decidí que no, no era más que un trozo de papel encontrado en un lugar sin importancia, lo aplasté y tiré a la basura. Y esa misma noche, en mi propia cama, recibí la visita del pálido.

Me desperté sin razón aparente, lo que no es extraño en un principio, pero entre la oscuridad y la lentitud del reciente sueño sentí la cama hundirse. Mi mente se despertó otro tanto y lo noté: habían dado otro paso sobre la cama. No me atreví a encender la luz del cuarto, pero era capaz de ver su silueta de pie sobre mí. Podría decir que sentí una presencia con tal poder que no fui capaz de articular palabra, que algo retenía mis cuerdas vocales impidiendo que pidiese ayuda, pero la simple verdad es que me quedé callado del miedo. No sé cuanto tiempo pasamos así, para mí fueron horas, pero terminó por moverse. Ahí pude ver su rostro, pálido y afilado, que me miraba con ojos sin iris. Abrió la boca llenando mi nariz de un intenso olor a moho, y sobre su lengua esperaba otro unicornio igual al primero, que colocó con cuidado sobre la mesita de noche. Sonrío y me quedé dormido. Desperté empapado en sudor y al no encontrar al pálido dude de su existencia, pero la calma tan solo duró hasta que miré a la mesilla, donde el unicornio me esperaba. Me lo llevé conmigo sin dudarlo. No quería volver a ver a semejante ser, y apareció al destruir el primer unicornio, sería mejor no hacer que volviera a entregarme el tercero. El problema es que no entendí bien la situación, porque varios días después desperté con el tercero sobre la almohada, había vuelto a visitarme sin que lo notase.

Sé lo que parece, pero vamos a descartar la idea de mi locura o cualquiera solución por ese camino en este instante, si dudas de la veracidad de mis palabras puedes dejar de leer. Conozco mejor que nadie mi propia historia y todos los intentos que hice durante años para ponerle un final distinto al alcanzado, pero no te contaré cada punto de mi vida porque no es lo que deseo. De hecho la primera vez que lo vi no me marcó tanto, por supuesto que la recuerdo, de la misma forma que recuerdo la primera vez que me operaron. Es algo desagradable y que recuerdas, pero que no tiene porque marcarte de ninguna forma especial, no tiene que alterar el rumbo de tu vida para siempre. Lo que cambió las cosas fueron los malditos regalos, cada pocos días otro nuevo unicornio de origami aparecía. No me atreví a destruir ninguno de ellos, porque temía volver a verle, estaba claro que no le gustó lo que le hice al primero y me negaba a repetirlo. Así que durante años los fui guardando hasta que llegó el día en que me iría a vivir solo. Mis padres no sabían nada de todo esto, sabía bien que no tenía forma de probarlo, y acabarían dudando de mi mente antes que de la realidad que conocían. Así que cuando estábamos preparando todo para mi mudanza, mi madre encontró la gran caja con todos los unicornios y los tiró sin preguntarme pensando que eran basura, o alguna tontería de cuando era más pequeño.

Esa noche aprendí que mi vida dependía de algo tan delicado como una figura de papel.

Cuando abrí los ojos todavía no era consciente de que la caja estaba vacía, pero al ver su silueta alta y delgada a los pies de la cama, comprendí que algo había pasado. Me agarró por el pie lanzándome al suelo, y antes de que pudiera gritar ya me había tapado la boca, su mano era tan grande que notaba como me rodeaba la cabeza con los dedos. Me levantó en peso y en cuando nuestras miradas se cruzaron el pánico estalló. Intenté patalear y gritar pero frenó mi ridículo intento golpeando mi cuerpo contra el suelo. Una vez, dos veces, tres veces... Y perdí la consciencia. Me desperté con el olor a moho bañando mi cerebro y con su rostro pegado al mío. El pánico todavía seguía vivo aunque el dolor por todo el cuerpo me impedía luchar. De nuevo otra figura estaba sobre su lengua, la cogió con cuidado como la primera vez, pero tras mirarla no la dejó. Apartó la mano de mi boca e intenté gritar aprovechando la oportunidad, antes de que la llamada de auxilio saliese de mi interior, hundió a la fuerza el unicornio por mi garganta. Luego lo hizo con el siguiente...

De su boca no dejaban de surgir figuras que me obligaba a engullir sin descanso, era más fuerte y grande que yo, no podía defenderme y con el tiempo tampoco respirar. Todo terminó cuando mi vista se fue con la oscuridad y pensando que con ella se iba también mi vida. Pero me desperté a la mañana siguiente en el suelo. Tenía el cuerpo hecho un trapo: Moratones, una brecha en la cabeza, marcas de manos sobre el cuello y la garganta dolorida. Pero lo peor fue ver que a mi lado esperaba paciente otro maldita figura de papel.

Logre salir de esa sin que me hicieran muchas preguntas y el proceso de los unicornios continuó, pero ahora las cosas no eran iguales, ya que en cada visita podía verle. Desde entonces mis noches le pertenecían. A veces se quedaba quieto, mirándome sin mostrar expresión alguna; en otras ocasiones me cubría el rostro quitándome el aire, o me golpeaba hasta dejarme inconsciente; aunque también había noches en las que decidía dormir conmigo, odiaba sentir su aliento contra mi cara. Y por supuesto, cada mañana había otra figura que debía guardar. Así pasé varios años, alejado del mundo y sin vida alguna. Apenas me relacionaba con la gente, tenía miedo a demasiadas cosas, además sabía que mis noches eran suyas, no podría compartirlas con nadie jamás. Pero un día eso cambió, conocí a alguien, una persona que lograba entenderme. Compartimos tiempo y la mitad de mi vida que me pertenecía. Hasta que una noche el pálido hizo algo diferente. Se quedó mirándome como otras tantas, se acercó y tendió su mano para entregarme algo, supuse que sería la figura aunque hacía tiempo que no me la daba así... Pero era un mechón de pelo, largo y rubio, era de ella.

La vi al día siguiente y estaba bien, ni tan siquiera había notado nada extraño, pero el mensaje estaba claro. Un mensaje que no pude soportar. Estaba dispuesto a aceptar que solo poseía la mitad de mi vida, que las noches eran suyas y que no podría huir de él, pero no le dejaría tener la vida de nadie más. Era hora de terminar con un camino que ya duraba demasiado. Cuando llegué a casa lo preparé todo. Me di una larga ducha y cené mi comida favorita. Luego llené la casa de gasolina, dejando todo listo para el gran final, e hice que todo se uniera con una habitación: La que usaba para guardar los unicornios de tantos años. Los puse en una enorme pila que empapé en el líquido de mi salvación y esperé con el cuchillo sobre mis rodillas.

Cuando apareció la música llenaba la casa junto con el olor a final. Y ante su fría mirada dejé caer una cerilla prendida sobre el montón de unicornios, el combustible hizo su trabajo y la llamarada emergió con un rugido. Vi como su furia explotaba al unísono que las llamas corrían dejándolo atrás y llenando el piso. Corrí a por él cuchillo en la mano. Un golpe seco frenó mi ataque y cerrando su mano sobre mi cuello como una pinza me arrastró por la habitación. Me golpeó contra la pared con tanta fuerza que el aire se escapó de mi interior y supe que había ganado. Porque en su rostro un hilo de sangre apareció, había logrado rozarle antes de que me golpease, podía sangrar y por tanto morir. Hizo más fuerza sobre mi cuello levantándome en aire, y con la energía que la victoria otorga, hundí el cuchillo en su cuello. Abrió los ojos en una mezcla de sorpresa y rabia. Me soltó dejándome caer mientras retrocedió tocándose la herida. Miré a mi alrededor, las llamas lo invadían todo y el humo apenas permitía respirar, sabía que el gran final iba a llegar ya. Por lo que me preparé para la embestida final, corriendo de nuevo hacía el monstruo que no me había dejado vivir, con el cuchillo en alto. Llegando a tiempo para escuchar la explosión del gran final antes de que el fogonazo pusieran fin a todo.

A mi vida y al monstruo que la había pisado hasta entonces.



Diego Alonso R.

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