Mochuelos verdes

 


La humanidad no conoce a todos sus héroes, fue salvada a muchas escalas distintas por personas cuyo nombre se ha olvidado en varias ocasiones. Porque esa es la realidad, la humanidad tiene muy mala memoria para aquellos que hacen el bien; por supuesto conocemos y admiramos varios de estos casos, pero en comparativa a los olvidados son algo ínfimo. Sin ir más lejos, puede que una sencilla mujer de una pequeña aldea, salve a la humanidad intentando salvar a sus propias gallinas.

Nadie se imaginaba que la humanidad, con todo el conocimiento y poder, sería puesta en jaque por unas criaturas tan... Sociables. Aunque dado su origen es natural que nadie estuviera preparado para semejante evento. Porque ocurrió por sorpresa, no fue algo escalado y controlable, pasó de golpe. En un solo día los mochuelos verdes llenaron la Tierra. La gente se sintió fascinada por estos seres, eran algo imposible de creer: criaturas con el aspecto y tamaño de un mochuelo, pero con el cuerpo hecho de hojas, y el pico y las patas de corteza. No tardaron en bautizarlos como mochuelos verdes; un nombre descriptivo y que al mismo tiempo ignora lo más vital de estas criaturas. De igual modo los gobiernos entraron en alerta, de la nada habían aparecidos millones de criaturas que claramente no son de este planeta, así que se advirtió a la gente para mantenerse alejados. Pero la mayoría no hicieron caso porque no sentían miedo hacia estas criaturas, y esto fue provocado por su comportamiento: los mochuelos adoran a las personas, las buscan, se dejan acariciar y juegan con todo aquel que esté dispuesto. Pero tres días después de su llegada la gente empezó a morir y las cosas cambiaron. Porque el problema no eran los mochuelos en sí, sino aquello que portaban: El Fotrín. Algunos lo llaman maldición y otros virus, pero dado su origen y funcionamiento tal vez sea ambas cosas. El fotrín puede ser transmitido por los mochuelos verdes, y sus efectos son simples; en tres días te conviertes en una planta. La especie cambia dependiendo de la persona, pero el punto es que mueres transformándote en una planta. Tras esto la mayoría empezó a obedecer las medidas que sus gobiernos emitían; fue así como dio inicio el confinamiento.

Las normas fueron iguales para todos las zonas del país, pero no todas las zonas se vieron afectadas del mismo modo; porque las criaturas buscaban personas, así que los lugares menos habitados estaban más libres de mochuelos. Y uno de estos lugares es la pequeña aldea de Rexeira; en los buenos tiempos (hace treinta años) estaban habitadas las diez casas que forman la pequeña aldea, pero con el paso del tiempo estas fueron quedando libres hasta que en la actualidad solo una mujer vive ahí. En una aldea de una sola vecina y a ocho kilómetros de caminos hasta el pueblo más cercano. No es una vida para todo el mundo, pero María Lira quería una vida sencilla, y en la aldea la encontró. Cuando vio por la televisión la noticia de los mochuelos verdes no le gustaron, y al conocer días después las nuevas sobre el fotrín y el confinamiento se le escapó un amargo: “Ya sabía yo que no eran buena cosa”. Pero el hecho es que la reclusión no tuvo mucha repercusión en su vida. El mayor de los cambios fue a la hora de hacer la compra, que en lugar de acercarse al pueblo en su 206 rojo, la hace desde casa y se la traen desde un pequeño supermercado de confianza. Por todo lo demás su rutina no fue alterada por una razón muy simple: Todavía no había llegado a su aldea ni un solo mochuelo verde.

Una mañana hace cinco días se levantó temprano como la mayoría de los días. Y tras su rutinario café en cama y la ducha ardiendo salió cantarina. Era hora de alimentar a sus pequeñas maravillas; lo que viene a ser a sus cuatro gallinas: Marta, Juana, Paca y Berta. Con su cubo de comida colgado del brazo y una sintonía en sus labios alimentó a sus queridas gallinas. Pero al salir del pequeño gallinero se topó de frente con su primer mochuelo verde. Se tragó el sonido de su melodía y se quedó inmóvil. Estarían a unos cinco metros y cuando el mochuelo ladeó la cabeza ella repitió el movimiento inconsciente. Primero a la izquierda y luego a la derecha. Y cuando la criatura emprendió el camino hacia ella todas sus alarmas saltaron, y cada una de sus versiones corrió con los brazos en alto por su mente, chocando y descartando toda opción de reaccionar de forma coherente. El mochuelo no fue volando directo hacia ella, más bien avanzaba a pequeños pasos, deteniéndose cada cierta distancia curioso y juguetón. Eso le regaló un cierto margen para lograr que algunas de sus neuronas dejaran de corren para centrarse en el problema.

No llevaba protección alguna; vestía un vaquero y una camiseta amplia. La única solución era llegar a casa y cerrarse dentro, pero el problema estaba justo en medio entre ella y la solución, así que habría que pensar un poco más. Miró a su alrededor y se hizo con un pequeño puñado de piedras, no para lanzar al mochuelo, pero tal vez para asustarle. Por lo que comenzó a lanzar las pequeñas piedras cerca de él, a la par que decía cosas como: “Fuera”, “vamos tira ya”, “no, pero no vengas hacia mí”, “maldita sea”, “pero no las traigas, no eres un perro, compórtate”. Lo único que logró fue exasperarse y tener un montoncito de piedras a un metro de ella recogidas por el mochuelo verde. Cuando la criatura empezó a recortar el metro final intentó asustarlo con aspavientos y gritos sin palabras. Era como ver a un espantapájaros sin talento para asustar. En uno de esos peculiares movimientos el pájaro abrió vuelo y ella se frenó asustada cerrando los ojos, tan solo para abrirlos y descubrir que el animal se había posado en el cubo, el cual ella aguantaba con el brazo estirado. Este parecía que iba avanzar hacia ella pero puso un extraño gesto y se alejó de golpe. Oportunidad que María aprovechó para salir corriendo y entrar en casa.

El corazón le latía tan fuerte que pensó que partiría su largo y delgado cuerpo como un viejo trozo de madera seca. Pero tras varios minutos pudo calmarse y repetir todo en su cabeza para asegurarse que no había entrado en contacto con el mochuelo. No que ella recordase, por lo que debía estar a salvo, al menos por ahora. Pero la ruptura de la rutina la había alcanzado. Al día siguiente bajó como siempre para preparar su café mañanero y se negó a mirar por la ventana, regresó con el café a la cama y se relajó como cada día, eso no iban a quitárselo. Pero tras terminar el tiempo de descanso debía comprobar el exterior y así lo hizo. Apartó la cortina de la cocina y allí estaban los mochuelos verdes. Pudo contar al menos diez hasta que la vieron en la ventana y fueron directos a ella; corrió la cortina de nuevo para intentar que se calmaran. Tuvo que sentarse para tranquilizarse. Por lo que sabe está segura dentro de casa, los mochuelos no son agresivos en sí, así que se dedican a esperar todo el tiempo del mundo. En otra época de su vida, cuando su melena todavía era negra, estos seres habrían suscitado una curiosidad insaciable y se habría informado tanto como fuera posible. Pero en la actualidad quiere una paz cercana a lo absoluto, así que no sabe muchas cosas sobre ellos, pero ahora que los tiene en la puerta la situación es diferente; es hora de aprender.

Se prepara otro café y sube al pequeño salón, lo deja junto al sillón y se marcha decidida. Regresa con una mochila gris y se sienta en el sillón con un suspiro. Todo eso no era el plan de ese día. Saca de la mochila un portátil azul, que por seguridad conecta al enchufe vacío tras el sillón. Luego coge una pequeña caja que contiene un módem USB y una libreta llena de apuntes. Puede que no sea una experta en las nuevas tecnologías, y de hecho hace tiempo que no usa el ordenador, pero está bien preparada para ello. Tras unos minutos de readaptación ya estaba informándose sobre los mochuelos verdes mientras disfrutaba de su café. Y la verdad es que le estaba gustando hacerlo, por debajo de una cada vez menos gruesa capa de molestia, le estaba gustando alimentar a la curiosidad. Primero se informó sobre cómo fue el proceso de su descubrimiento, y dado que fue masivo por la mayoría del planeta, esto fue un verdadero caos. También se encontró como demasiados ejemplos de la estupidez humana y de como terminaron muy mal por saltarse todas las reglas; pero estos le generaron tanta pereza que intentó pasar lo más rápido posible sobre ellos.

Las normas eran sencillas de comprender.

. No salir de casa.

. En caso de tener que salir, hacerlo solo en los horarios de distracción [horarios donde el gobierno distrae a los mochuelos para obtener rutas despejadas] y cumpliendo las medidas de seguridad: Llevar cubierto todo el cuerpo y mascarilla.

. No interaccionar con los mochuelos verdes.

. No atacar a los mochuelos verdes ni intentar capturarlos.

Casi se podrían resumir en no ser un imbécil absoluto. Pero incluso con normas sencillas y claras mucha gente no las cumplía, y aunque los vídeos de personas haciendo imprudencias la exasperaban, después de un par de horas navegando por internet algunos terminaron sacándole alguna carcajada. En el mismo tono exacto en que te ríes cuando alguien se lleva una merecida hostia por pura estupidez. La norma de no interaccionar con los mochuelos era bastante obvia, si ellos transmiten el fotrín es mejor evitarlos. Y la de no atacar o intentar capturarlos trajo consigo muchas sorpresas. Cuando se descubrió la verdad que portaban mucha gente comenzó a eliminarlos, lo cual es sencillo en teoría, ya que se acercan a las personas de forma pacífica. Pero eso fue un desastre por dos razones. La primera es que al morir explotan liberando cientos de esporas, que al contacto con tierra o cualquier material rocoso generan nuevos mochuelos en poco más de quince segundos; la segunda es que todos los mochuelos verdes de la zona se enfadan. Puede que estas criaturas no generen mucho miedo en un principio, pero cuando descubres que tienen un canto capaz de dormir a cualquier ser vivo, y que se lanzan a por ti sin ningún miedo a morir; la cosa cambia. Todo esto se descubrió por las malas y en la actualidad no suele haber muchos casos de civiles intentándolo, pero sigue siendo algo que sucede. Por supuesto el gobierno sí captura mochuelos, pero incluso para ellos es algo peligroso. No les afecta ningún químico conocido, así que no pueden dormirles, y aunque no es muy difícil encerrarlos o atarles, no les gusta estar encerrados; así que en ese momento chillan por ayuda y en poco tiempo estás rodeado por docenas de ellos, puede que más dependiendo la zona. Es una situación bastante tensa.

Con todo esto María confirmó que no es buena idea intentar librarse de ellos por las malas, pero la segunda norma sí genera cierto interés. Si pueden crearse rutas despejadas tal vez podría hacer una para llegar hasta sus gallinas. Porque por ahora están bien, pero en algún punto se quedarán sin comida y ella tendrá que salir. Así que tras otra taza de café se puso al día en este aspecto y la desilusión no tardó en alcanzarla. No hay nada que los distraiga de forma segura. Sí son seres curiosos, pero toda curiosidad que no sea por los humanos dura más bien poco, nada los entretiene tanto como para conseguir el tiempo que necesita. Y todos los sistemas para crear rutas seguras consisten en lo mismo: Sistemas de turnos de carnaza. Varias personas bien protegidas llaman su atención haciendo que los mochuelos sigan cierta ruta, luego estas personas se ocultan en ciertos puntos, y un nuevo equipo surge cerca para seguir distrayendo a los mochuelos. A veces hay problemas, pero mientras nadie ponga demasiado nervioso suelen ir bien. Pero no son sistemas que una sola persona pueda ejecutar. Necesita encontrar otro sistema. Tres horas más tarde se dio cuenta que estaba exhausta, hambrienta y sin ninguna solución. Así que se decantó por usar el resto del día para destensarse. Se preparó una buena comida, se tomó su tiempo para disfrutarla, y utilizó el resto del día para empezar “Médula” de sus torre de libros pendientes.

Al día siguiente el café en cama la llenó de fuerzas y determinación. Buscó por casa todo lo necesario y lo llevó a la cocina para empezar su plan “Malditos pájaros curiosos”; nunca fue buena poniendo nombres. Hizo la revisión mañanera para ver cuantos mochuelos la esperaban y descubrió que el número seguía en aumento: pudo contar treinta antes de perder la cuenta. Pero eso no la desanimó, ahora tenía un plan y eso la mantenía centrada y con energías. A primera hora de la tarde lo tenía todo listo y dio comienzo a la operación. Parecía que todos los mochuelos verdes se acumulaban en el frente de la casa, pero de todos modos debía ir con cuidado. Primero apartó las cortinas para atraerlos tanto como pudo y luego las cerró para que no supieran que ella ya no estaba. Fue hasta la puerta trasera de la casa y la abrió con cuidado, echó un vistazo y descubrió tranquila que estaba despejado. Así que se cargó al señuelo y tras cerrar la puerta dio un buen rodeo tras dos de las casas vacías. Donde ella vivía consistía en un pequeño camino central y ella estaba al fondo de este, solo dos casa llegaban más lejos, y tras rodearlas llegó de nuevo al camino. Asomándose con cuidado pudo ver la orda de mochuelos que esperaba frente a su casa y respiró para tranquilizarse. El plan era sencillo, pero debía ser rápida. Colocó al señuelo (una especie de espantapájaros) al límite del camino para que pudieran verlo pero no demasiado bien. Luego usó varias cuerdas con contrapesos para hacer que sus brazos se movieran arriba y abajo. Y gritó entre los arbusto llamando a los mochuelos verdes. Le dio tiempo a ver como algunos se giraban en su dirección y no esperó más para salir corriendo.

Recorrió de nuevo las dos casas por la parte trasera y entró en la suya cerrando bien la puerta. Cruzó la casa hasta volver a la cocina y se asomó con cuidado; no había mochuelos verdes. Sonrió triunfante y tras agarrar los dos cubos abrió la puerta en silencio y pudo ver como los mochuelos habían rodeado al señuelo. Siguió caminando con cuidado y deseando que ninguno perdiera el interés y la viera. El plan estaba saliendo bien hasta que llegó a la mitad del camino, en ese punto algunos mochuelos se subieron al señuelo y uno de sus brazos se rompió. Eso les hizo perder el interés a unos cuantos y la vieron. María Lira pudo ver como más de una docena de mochuelos volaban hacia ella. No tuvo otra opción que tirar los cubos y correr de vuelta a casa, llegando con el tiempo justo para cerrar la puerta a su espalda. Un grito de rabia dejó expuesta su frustración y optó por tomarse de nuevo el día para ella. Hizo limpieza y reorganizó la posición de los muebles de una habitación buscando agotar el cuerpo. Luego leyó con calma y tras una buena cena decidió asomarse una vez más a la ventana. Quería saber cuantos dejaba antes de irse a dormir y calcular la diferencia al día siguiente. Perdió la cuenta cuando había superado los treinta pero no le importó. Al fondo, entre todos los mochuelos que le interrumpían la visión logró ver algo que le dejó bloqueada. Salió corriendo hasta la planta de arriba para mirar desde otra ventana. Al verla volvieron a dirigirse a ella, pero esta vez tubo tiempo de verlo claramente. Algunos mochuelos verdes se acercaban a los cubos con la comida, no estaban comiendo, que se sepa no lo necesitan. Era pura curiosidad, pero al acercarse lo suficiente todos hacían un extraño gesto y se alejaban molestos. Y lo recordó muy bien, era lo mismo que había hecho el primero con el que se encontró.

Algo en el cubo los desagradaba lo suficiente como para alejarse.

Regresó a la cocina llena de energías y con el corazón acelerado. Apuntó en una libreta todo lo que llevaban los cubos y pensó cual podría ser el alimento que les molesta. Pero no había forma de saberlo más que comprobarlo. Era hora de hacer un experimento. Cogió todos los alimentos y los separó en parejas. Luego se cubrió toda la piel y se puso una mascarilla que había comprado hace tiempo por si acaso. Llamó la atención de los mochuelos verdes en la ventana de la cocina; luego corrió hasta la ventana del salón y abriéndola veloz lanzó la pareja de alimentos y cerró la ventana. Regresó a la cocina y observó como se acercaban a la comida sin problema alguno. Eliminaba ese par de la lista y a repetir con el siguiente. Así hizo tres rondas hasta descubrir el correcto. Le dio un ataque de risa al descubrir aquello que los molestaba tanto: Berzas. Tras las risas vino la euforia, y tras esta vino el plan.

Cuando llegó la mañana todavía no había dormido. Pero ya lo tenía todo listo. Había vaciado la habitación de invitación de invitados para prepararla para sus gallinas. Si todo salía bien podría cruzar sin peligro alguno, pero si seguían acumulándose en su puerta podría ocurrir una sorpresa en una salida y contagiarse. Mejor hacer una sola salida y traerlas con ella. Había preparado un mono de trabajo para la situación, colgándose hojas de berzas. Además había hervido varios manojos y rellenado un par de pistolas de agua y hasta algunos globos. Estaba lista. De nuevo llamó su atención en la cocina y subiendo veloz dejó caer un par de globos ante la puerta de casa. Al bajar y salir vio emocionada que había funcionando, la puerta estaba libre de ellos, pero estaban cerca y la vieron. Disparó chorros con las pistolas de agua a alguno y tras poner gestos de desagrado se alejaron. Fue repitiendo el proceso hasta llegar con sus gallinas. Entró y mientras las ataba a todas como si fueran perros el gallinero fue rodeado. Nada más salir lanzó otro globo y se alejaron de nuevo. Avanzó despacio hasta la casa intentando que los mochuelos no se acercaran a menos de un metro a las gallinas, si por algún casual estas podían infectarse estaría en problemas. Se concentró tanto en ellas que se olvidó mirar por sí misma y varios mochuelos verdes se acercaron a ella por sorpresa. No tuvo tiempo de reaccionar, pero cuando se acercaron lo suficiente de nuevo pusieron ese gesto que ahora le gustaba tanto a María y se alejaron. Gastó todos los globos que le quedaban contra la puerta de su casa para asegurarse que ninguno entraba por sorpresa junto a ella y entró a salvo. Llevó a las gallinas a su nuevo hogar y pareció gustarles. Luego se quitó el traje y fue directa a la cama: estaba agotada y necesitaba dormir. No tardó en hacerlo apenas se dejó caer, no sería consciente de su logro hasta el día siguiente.

Se había convertido en una heroína para el mundo, aunque todavía no lo sabía.


Diego Alonso R. 







Comentarios