Odio, dolor, sangre.
Si recuerdas al dios correcto es lo único que necesitas para vivir por siempre. Y por desgracia para demasiada gente, hay alguien que todavía recuerda su nombre, que está decidido a darle todo aquello que necesite para alcanzar su objetivo. Escondido en una cueva se oculta y preserva el último culto a esta deidad, cuyo esplendor llegó a su fin con la maldición de toda la humanidad sobre su nombre, quedó sentenciada a la desaparición por el tiempo. Y parecía haber llegado ese momento, pero alguien alcanzó la desesperación suficiente como para adorarlo, y comenzó a escuchar sus palabras. Renunció a su nombre y fue bautizado como Tibio, el último adorador del creador original, K**T.
Es la vigésimo cuarta vez que Tibio resucita pero no termina de acostumbrarse al proceso. De nuevo se encuentra avanzando entre la viscosa oscuridad, anclándose a las paredes con sus garras, y esperando a que sus pulmones se llenen de aire otra vez. Termina por cruzar la última y desgastada muralla saliendo de nuevo a la blanquecina luz de la morgue. Termina de arrastrar su cuerpo fuera de lo que fue su antigua boca y llena sus pulmones de una sola bocanada. Espera sobre su cadáver hasta que los ojos se le acostumbran a la luz y entonces revisa su cuerpo, tal vez tras esta muerte haya otro cambio en él, pero no hay nada distinto. Sigue siendo la misma criatura; con su serpenteante cuerpo, las extremidades delanteras tres veces más largas, con una cola del mismo tamaño que todo su cuerpo, la cabeza ocupada en su mayoría por una serrada sonrisa, y la piel más seca que cualquier otra criatura en el planeta. No hay nada nuevo más que un creciente aumento en su dolor.
Se lanza de la mesa y cruza veloz la sala hasta la salida. Ahora que ha despertado de nuevo sabe lo que debe hacer, debe arrastrar el alma que este mugriento receptáculo lleva hasta uno más duradero, y no tiene más de veinte minutos para ello. Recorre los pasillos de la última planta del hospital, aquella ocupada en exclusiva por muertos y sus cuidadores. Abre la puerta con la desproporcionada fuerza que su dios le otorga en esa forma y sube las escaleras. Entre los escalones piensa en cual de las plantas debería buscar su nuevo cuerpo. Sabe que está apunto de obtener su recompensa, en la próxima vida encontrará al causante de su oscuridad, y acabara con su existencia para siempre. No es fácil acabar con uno de los grandes dioses, aquellos cuyos nombres recorren el mundo a cada instante, pero lleva tiempo guardando el odio suficiente como para intentarlo. Porque no puede olvidar el instante donde una deidad alabada por tantos acabó con todo lo que amaba ante él. Las lágrimas en el rostro de quien iluminaba su vida, los gritos rogando clemencia, el olor a orina y sangre... Se da cuenta de que lleva demasiado tiempo bloqueado, temblando en el mismo lugar, y con las garras hundidas en la escalera. Regresa a su búsqueda con la decisión clara; ya sabe cual será el cuerpo correcto.
Sale al pasillo de la tercera planta y camina sin miedo alguno a los ojos ajenos. Avanza con el tiempo a sus talones descartando a los ocupantes de cada habitación, no cumplen los requisitos que hacen falta para acabar con una vida que debería ser eterna. En su origen cometió muchos errores eligiendo cuerpos, se centraba tan solo en aquellos grandes y fuertes en apariencia, pero los años junto a K**T le enseñaron a observar más allá. Hace falta más que un cuerpo fuerte para soportar el paso del tiempo junto a un dios como al que él adora, no es fácil satisfacer sus tres peticiones. Todavía sueña con su segundo sacrificio aunque fuera hace tantos años. A diferencia del primero, lleno de ira y sin arrepentimientos; el segundo estuvo marcado por los temblores y los llantos. Porque el creador original exige: odio, dolor y sangre. El odio más profundo que un humano sea capaz de sentir, el dolor suficiente para que la mente de otro ser se rompa, y el sabor de la sangre de ambos al unirse en un único lamento. Sabe que desde que acabó con la vida de aquel padre se convirtió en un monstruo, pero está de acuerdo con ello, porque solo un monstruo puede terminar con la vida de otro. Y él aspira a terminar con la vida del monstruo más grande de todos. Mira el reloj en el pasillo antes de revisar la penúltima habitación, asegurando que solo le quedan cinco minutos para que su alma se desvanezca junto a la criatura que es ahora mismo. La encuentra vacía de visitantes y sube hasta la cama sin perder el tiempo, observa a la ocupante de la cama, una mujer de unos setenta años con pocos suspiros por realizar. No es lo que busca, así que se gira para marcharse pero se detiene alarmado, un adolescente lo observa. Está a dos metros de la cama, con la vista fijada en su dirección, y con el rostro con un miedo que no veía desde hace mucho tiempo. El chico se acerca despacio hasta quedarse a los pies de la cama, aparta la mirada dudoso, y cuando la vuelve a su lugar camina decidido los últimos pasos hasta su lado. Levanta la mano en su dirección pero Tibio no puede moverse, el rostro del joven ya lo había visto hace demasiado años, pero por aquella lo miraba con el cariño de un hijo. Cierra los ojos sin saber que esperar pero el resultado tarda demasiado y vuelve a abrirlos sorprendido.
La mano del joven acaricia el rostro de la anciana.
Tibio recuerda lo que la sorpresa había bloqueado, las personas pueden verle, pero nunca son conscientes de que está ahí. Por lo que se calma y sin moverse del lugar observa al chico. Este se sienta en la cama junto a su abuela, agarra sus manos sin que ella sea capaz de abrir los ojos, y mientras le explica porque hoy ha llegado tarde rompe a llorar. Le pide que se despierte y espera. Repite el proceso hasta volver a aceptar que eso no sucederá. Entonces se limpia las lágrimas y se levanta al baño. Ahora queda poco más de un minuto pero Tibio está emocionado, porque ha descubierto que es capaz de llorar con su cuerpo en este estado, y porque sabe cual será el siguiente. El joven se sienta en la cama sin notar nada extraño. Sube la mirada hasta el rostro de su abuela, y nota como un grito nace en su interior, solo para chocar en su garganta y no salir jamás. Al fin es capaz de ver la criatura sobre la cama y la serrada sonrisa de esta. Pero es incapaz de hacer movimiento alguno mientras se acerca a él. Trepa por el cuerpo del chico clavando sus garras y abre su boca sin problema alguno. El joven intenta gritar de nuevo pero el grito no emerge, sino que choca contra el cuerpo de Tibio al entrar en su interior.
Diego Alonso R.
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