Visitando al abuelo



Los golpes en la puerta hacen que la mierda se le atasque antes de salir. Con los pantalones bajados y sentado en el váter no aparta la mirada del frente. Está en el baño de la segunda planta, al final del pasillo, y la puerta apenas está a sesenta centímetros de su rostro. Desde que existe la casa el baño no ha sido restaurado y algunas noches las tuberías hacen un intenso ruido. Es lo más similar a un grito que el metal puede emitir. Como lo hace ahora, pero en este momento es lo de menos, el pobre niño ni se da cuenta por mucho que suela molestarle; ahora hay algo peor. Está al otro lado de la puerta golpeándola sin descanso, pero no lo hace con fuerza, más que querer derribarla parece haberse olvidado de cómo se usa.

No está solo en casa. Esta noche la pasa con su abuelo, solo tiene que esperar a que el ruido de los golpes le lleguen, luego irá en su rescate. «Por favor, ven ya, ven ya», piensa el pequeño incapaz de pronunciar las palabras. Porque no sabe lo que está al otro lado, tampoco sabe si lo está buscando o tan solo intenta entrar, pero es algo que prefiere no descubrir. Es mejor mantenerse en silencio sin confirmar que la criatura lo busca. Aunque una vez se da cuenta de un pequeño detalle mantenerse a la espera se hace más difícil, y es que la puerta no está cerrada, lo que está al otro lado solo debe girar el picaporte y la puerta cederá ante él...

«¿Puedo pasar el pestillo? ¿Y si llega a escucharme? Puede que...» su mirada no se aparta del picaporte hasta que los golpes cesan. Mira al frente, al punto de la puerta que tiene ante sus ojos, como si la madera fuera capaz de chivarle la respuesta, y espera afinando el oído.

Espera.

Espera.

Espera.

Y con cada esperar se relaja hasta que una salpicada bajo él rompe el tenso silencio. Pero no ocurre nada más, tan solo aquello que la naturaleza conoce bien, hasta que al fin termina aquello por lo que está en el baño. Tira de la cadena generando un nuevo lamento de las tuberías y espera hasta que la cisterna se llena. No se atreve a salir hasta que el silencio regresa. No hasta cerciorarse que tras esa puerta no hay nada esperando. Hasta saber que está a salvo. Pero no le llega sonido alguno más que el de su respiración, así que se llena rápido de valor, y tras exhalar con fuerza abre la puerta. Ante él se extiende el pasillo en oscuridad, el mismo simple pasillo que recorrió antes sin problemas. Apaga la luz del baño sabiendo que se quedará a oscuras los próximos cuatro metros, porque el interruptor a su lado no funciona, y el siguiente está en medio del pasillo. Camina en silencio y apretando los puños con fuerza para resguardarse de las falsas advertencias del ambiente.

En el primer metro no sucede nada.

En el segundo acelera un poco el ritmo.

En el tercero respira más fuerte.

Y en el cuarto alcanza el interruptor.

Levanta el brazo relajando la tensión de sus hombros, ya ha llegado a la salvación de la luz, solo tiene que pulsar el interruptor. No llega a hacerlo. Sus dedos se mantienen inmóviles a pocos milímetros de su objetivo. Porque su cuerpo no sabe como gestionar la situación...

Los golpes han vuelto a sonar al fondo del pasillo.



Diego Alonso R.

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