Una marcha a destiempo






La casa de Elvira Nomenta está a cuatro calles de la muralla, lo que significa que es sencilla, pero no por ello exenta de cierto encanto. La habitación principal es una combinación de salón y cocina, donde la decoración de ambas se mezclan hasta crear otra distinta, una donde te creerías todo aquello que una mujer de su porte te diga. Porque lo que Nomenta dice no se suele rechistar. Con el tiempo la gente de la ciudad aprendió que suele tener razón, y que si dejas de lado las supersticiones y le haces caso, las cosas te van mejor. Además es difícil decirle que no cuando la tienes delante, no porque sea bella con las arrugas acechándola, que lo es; sino porque en sus ojos hay una convicción fuera de lo común. Además, si te pasas de tonto tiene la fuerza para tumbarte de un guantazo. Pero como dije, lo importante es que suele tener razón, es la persona a la que uno acude cuando los otros caminos ya no funcionan. Hasta el propio caballero maestre acude a ella, y lo que es más importante, hasta él mismo tiene que esperar.

Lo hace sentado a la mesa, con los codos clavados en ella, y la cabeza hundida entre las manos. Estamos en la última hora del día, y en este punto los temblores son difíciles de controlar, y el sudor se resbala bajo su armadura. Pero espera paciente a que prepare la infusión en un tiempo que se le hace más largo que algunas noches. Antes tan siquiera de levantar la cabeza nota el olor pasar por su izquierda, y acto seguido escucha el sonido de la taza y la jarra contra la mesa, la espera se ha terminado.

Hoy la dosis es algo mayor, te vendrá bien.

Responde bebiéndola tan rápido como puede aun con el vapor saliendo de ella. Él mismo se rellena la taza con una clara mejoría en sus temblores, y comienza a beberla, pero esta vez con más calma.

¿Qué tal estás durmiendo últimamente?

No mucho mejor.

Sé que te asustan las pesadillas, pero tienes que intentar dormir igualmente, se acabaran marchando.

¿Insinúas que el maestre es un cobarde?

Frena la taza antes de beber para mirarla con la carga de una amenaza.

Déjate de tonterías Carlos, aquí no hay nadie más y sabes que te suelto un guantazo y tan tranquila.

La risa explota haciendo que se atragante pero no que llegue a perder nada de la infusión.

Debería venir más a menudo.

Mira, en algo que estamos de acuerdo. No es bonito que solo me visites cuando los síntomas se agravan.

Tienes razón, lo siento. Pero el tiempo me está devorando...

El caballero lleva la mano al rostro para frotarse los ojos cansado, y Nomenta puede sentir la presión de sus hombros hasta con la armadura.

Quédate hoy. Delega en algún otro por una noche y descansa, ¿vale?

Coloca con suavidad su mano sobre la del caballero y él la entrelaza despacio.

Está bien.

Voy a prepararte algo especial, hoy no tendrás pesadillas.

Se levanta decidida y al pasar por el lado de Carlos este la abraza por la cintura y se frena un rato, dejando que apoye su cabeza en ella, mientras Nomenta le acaricia su corto cabello. Terminan cruzando una sonrisa y el candado se suelta con más paz. Busca los ingredientes entre las alacenas mientras su invitado termina la infusión, luego coloca un manojo de flores de manzanilla sobre una tabla y comienza a cortarlos; y entonces lo escuchan. Desde lejos, cruzando la calle, los gritos nacen en muchas voces. Primero escuchan las voces humanas, gritando de miedo y sorpresa; luego llegan los otros gritos, los de aquellos que gritan de ira y gula. Ambos los reconocen rápido, justo a tiempo para escuchar un estruendo mucho mayor, el de su propio techo siendo atravesado. Carlos se pone en pie y hace un gesto de silencio a Nomenta, la cual le responde con un movimiento de cabeza, y ambos se quedan en silencio.

El sonido es claro; primeros el de escombros, luego el chillido, y al final los pasos. Mientras la criatura cruza el segundo piso Carlos coge la espada y le pide por gestos a Elvira que se cubra tras un armario de la cocina. Los pasos son lentos y van acompañados de lo característicos chillidos. El caballero está situado al final de las escaleras, justo a su derecha y con la espada preparada. Desciende escalón tras escalón y se frena a un paso del umbral, repite los molestos chillidos y un instante después da el paso. La espada desciende con todo su peso, y aunque logra apartarse, le rebana parte del hombro y costado. La criatura, calva y con unos colmillos dignos de un gran depredador, cuelga bajo su ligera y salvaje equipación un brazo desgarrado y hasta parte de su costado. Chilla amenazante mientras el maestre la placa de frente cubriendo su rostro con el brazo. Aterrizan sobre la mesa convirtiéndola en un estropicio. Y mientras la criatura se resiente, la espada desciende atravesando su corazón, dejando otra mancha más sobre su grisácea piel y terminando así con su vida.

Malditos manchados, ¿cómo demonios han entrado?

Carlos se pone en pie mientras recupera el aliento, y es consciente de la preocupación en el rostro de Nomenta, la cual ha salido del escondite y se acerca preocupada.

Siento el destrozo Elvira, yo mismo lo …

La sorpresa corta su frase, ya que sobre él, el techo se rompe dejando paso a otro manchado. Este es de mayor envergadura, y sus brazos han crecido y deformado hasta asemejarse a los de un gigantesco murciélago. Aterriza directo sobre el caballero tumbándolo contra el cadáver de su compañero. Desde ahí intenta morder su rostro con toda la agresividad que puede generar uno de los suyos, pero Carlos resiste cubriéndose con sus brazos, y siendo zarandeado en el proceso. Elvira tarda pocos segundos en reaccionar, pero más de los que a ella le gustaría. Corre de vuelta a la cocina y rompe el tarro de ajos, con un cuchillo corta varios de ellos y corre contra el manchado. Este no se da cuenta de ella a causa de su personal cacería, y no logra esquivar el cuchillo que se clava en su cabeza, justo atravesando su ojo derecho. Grita del dolor provocado por el baño del cuchillo y ese momento es aprovechado por el caballero para recuperar su espada y atravesarle el pecho. Pero en esta ocasión falla el golpe mortal y la criatura le responde con un bocado en su cuello. Se quedan en esa posición, soportando el mordisco del mayor perro de presa. Hasta que lograr retorcer la espada todavía clavada, y la plata incrustada en la hoja hace su efecto, generando un nuevo grito de dolor y un olor a carne quemada. Y en cuanto afloja la mandíbula arranca la espada para repetir el golpe, esta vez con un resultado mortal.

Carlos se desploma de espaldas a peso muerto. Antes de poder mirar a su alrededor nota las manos de Elvira taponando su herida.

¡Calla! No te fuerces e intenta presionar la herida, creo que todavía me queda pasta roja y...

La mano de Carlos aprieta su brazo como único gesto necesario. No es una simple herida, su cuello ha sido desgarrado de la manera más bruta posible. Estira su mano hasta poder acariciar el rostro de Elvira y la acerca hasta sí, y cuando están frente contra frente gastas sus fuerzas en hablar lo más claro posible.

Recuerda el puerto.

No son las últimas palabras que se esperaba de Carlos, pero sí las que más le dijeron de él. Le da un pequeño beso, y sale corriendo a buscar la pasta roja en un intento de evitar su muerte, pero al volver a su lado ya ha terminado todo. Se queda un par de minutos observando la escena, en un estado que no sería capaz de calificar de otro modo más que afectada. A varias capas de su consciencia acaban de caerle una bofetada mayor; su casa destrozada, la ciudad atacada, y el caballero maestre muerto ante ella. Creo que tiene bastantes razones para estarlo. Tras este tiempo razonable se levanta con el siguiente paso decidido. Busca una mochila y la rellena con todo aquello que necesite para irse, ni ella está segura de que cosas debería llevar y cuales dejar, pero no tiene mucho tiempo para pensarlo. Así que se decanta por la utilidad; guarda el dinero que tiene en casa, algún ungüento y otras medicinas hechas por ella, un cuchillo, dos libros... Y un collar que ya no es capaz de ponerse. Recorre la planta inferior nerviosa y pensando en otras cosas que debería llevarse, pero logra frenar sabiendo muy bien que no debe llevar nada más, que el problema es que no quiere irse. Usa una manta para cubrir el cuerpo de Carlos, derrama unas cuantas lágrimas por él, y se marcha cerrando con llave.

Las calles de Puermarí suelen ser seguras, en la ciudad se comenten algunos delitos, pero puedes pasear por sus calles sin miedo a una paliza. Incluso es una ciudad con encanto, en la que los viajeros las recorren pensando en volver, y al final terminan por hacerlo. Los suelos de sus calles están decorados hasta en las zonas más humildes, las fachadas de piedra se mantienen como el primer día, hasta puedes encontrar sin mucho problema construcciones de tres o incluso cuatro plantas, y por las noches la luz invade todas sus calles. Es una ciudad importante, no es una capital ni pretende serlo, pero su gran puerto la ha convertido en un lugar de referencia. Por eso es tan sorprendente verla en el estado actual. Los desperfectos no son tan grandes, hay hogares destruidos, pero es algo que podría arreglarse, el gran problema es el caos. Los manchados han entrado en la ciudad. Llevan tiempo sometiendo a Puermarí a un extraño asedio, ya que toda la ciudad puede seguir abasteciéndose por mar, pero no pueden apoyar al resto de ciudades y pueblos tierra adentro. Digamos que no es un asedio para derrotar a la ciudad, sino para evitar su apoyo a otras cercanas. Pero ahora han entrado y están formando el caos. Nomenta corre pegada a las casas para evitar la mayoría de los conflictos, está lejos del puerto y aún sin problemas tardará un buen rato en llegar, así que intenta tener sus ojos en todos los sitios. Recorre varias calles sin verse envuelta en una nueva batalla y por el camino se da cuenta de algo. No han derribado la muralla. No están tan lejos de ella, así que si lo hubieran hecho las calles serían testigos de una batalla monstruosa, pero no es así. Por supuesto hay problemas y muertes, pero no hay tantos manchados, así que cómo demonios...

Y la solución le cae del cielo. Mientras se oculta al inicio de un pequeño callejón ve caer a un machado sobre un carromato aparcado. Levanta la vista, y varios metros más arriba ve a otro manchado alado como el de su casa, y cae en la cuenta. Con toda la emoción de antes no había caído en algo obvio, y es que nunca había visto a un manchado con alas. Pero no tiene más tiempo para pensar en ello, porque el machado ya ha salido del carromato y la está mirando. Se gira y corre cruzando la oscuridad del callejón. Es tan estrecho que no podrían pasar dos personas a la par, y no más largo que dos casas, pero esos metros son suficientes para decidirlo todo. Escucha al manchado chillar tras ella pero no se gira para mirarlo, es un tiempo que no puede permitirse perder, solo sigue corriendo. Supera la mitad del callejón y los chillidos están más cerca. Sabe que no llegará, le quedan dos o tres metros de vida, y no puede correr más rápido. Así que sin mirar mete una mano en la mochila que lleva cruzada y rebusca llamando a la suerte. Esta le responde y lo encuentra. Abre el tarro y escuchando su último chillido a la espalda; lo vacía hacia tras en dos golpes. El polvo de ajo cae de lleno sobre la cara del machado, haciendo que grite y se golpe contra las paredes, y dándole la ventaja que necesita. Sale del callejón tropezando contra un hombre y cayendo ambos al suelo. Tarda un par de segundos en darse cuenta que acaba de derribar a un soldado, pero también tarda el mismo tiempo en recordar lo que viene por el callejón.

¡Un manchado!

Grita mientras se aparta del callejón y los soldados lo reciben con las armas en alto. La batalla está en desnivel a su favor pero aun con ello pasan algún apuro. Terminan por eliminar al manchado pagando con un par de heridas. Vuelven su atención de nuevo sobre Nomenta la cual sostiene con fuerza su cuchillo.

¿Estás bien?

Sí, no ha llegado a tocarme.

Bien, bien... ¿Y podrías bajar eso?

Se da cuenta entonces que no solo está sosteniendo en cuchillo, sino que lo mantiene hacia delante, lo baja rápido sorprendida.

Lo siento.

No importa, estas cosas alteran a cualquiera –dice señalando al cadáver.

Sí, debo irme. Y gracias. –Se da la vuelta y empieza a caminar intentando no correr.

¡Espera! No vayas por ahí, es peligroso. –Nomenta continua restando importancia al peligro con un gesto.

No puedes seguir adelante. –La voz de otro de los soldados la hace detenerse. Sabe reconocer ese tono donde sea, es el tono de los problemas.

Solo quiero llegar al puerto, mi hermano trabaja ahí y tengo que encontrarlo. –No le gusta mentir, pero la alternativa es peor.

Lo siento, pero estamos haciendo un cordón de seguridad. Todos los civiles deben ir a los puntos seguros de la zona este. –El primer soldado vuelve a intervenir.

¿Pero por qué?

Los manchados han logrado derribar la segunda puerta del oeste. –Esta noticia la deja pálida–. Pero no te preocupes, la contención ya está en marcha y están sacando a los civiles, seguro que tu hermano está bien.

Espero que así sea... –Recupera la mentira y la compostura a duras pena.

Seguro que sí, ve a uno de los puntos seguros, terminarás por encontrarlo en alguno de ellos.

Sí, eso haré.

Se marcha terminando la frase y con un saludo casi tan veloz como sus pasos. La cosa se acaba de complicar todavía más pero necesita llegar al puerto como sea. Regresa por la calle paralela a la anterior y luego encauza el camino de vuelta a casa sin muchos percances. Saca la llave para entrar y pensar un plan con calma cuando es consciente de que la puerta ha sido forzada. Se detiene dos segundos para decidir qué hacer, si fueran soldados estaría en problemas, pero ninguno de ellos tocarían su casa; así que la decisión está clara. Saca el cuchillo y abre la puerta con tanta fuerza que golpea la pared. A su derecha encuentra a una mujer de mediana edad guardando cosas en una mochila, que al verla se levanta dejando todo a medias y con las manos hacia delante.

Lo siento, solo buscábamos un lugar para escondernos...

Elvira solo escucha las tres primeras palabras, porque sus ojos se clavaron en la escena tras la mujer. Dos hombres, uno joven y otro mayor, han apartado la manta que cubría el cuerpo de Carlos Terras y están intentando quitarle la armadura. La rabia que nace en su interior es la equivalente a la de un ángel cuyas alas hayan arrancado. Corre en línea recta dejando atrás a la mujer, la cual se apartó de su mirada, y descarga una patada en el cuello del más viejo. Acto seguido descarga una segunda sobre el rostro del joven. Se deja caer sobre él, golpeando su cabeza contra el suelo, y coloca el cuchillo en su cuello. Un hilo de sangre comienza a brotar bajo el cuchillo.

¡No! ¡Detente!

Un grito de verdadero miedo hace que su rabia se detenga junto a su mano, pero no que desaparezca, con lo que el cuchillo tampoco se mueve de su lugar.

¿Que demonios estáis haciendo aquí? –Las palabras salen de la boca de Nomenta con las antorchas en alto.

Solo buscábamos un lugar donde escondernos. Por favor, déjale... –La mujer habla despacio, muy despacio.

Claro, robar es una parte vital para esconderse.

Una mujer con un cadáver en casa no debería hablar sobre... –La mujer, que se había acercado lentamente, detiene las palabras del hombre posando la manos sobre su hombro.

No le hagas caso, solo está asustado. Nos iremos de aquí si quieres, pero no hagas daño a nuestro hijo, por favor.

La mente de Elvira trabaja a toda capacidad en este instante. Los rostros ante ella y el sudor frío que los recorre calman un tanto la ira. Y gracias a ello, o tal vez pese a ello, varios puntos logran unirse en su mente convirtiéndose en una idea.

¿Necesitáis mucho el dinero? –La pregunta parece sorprender a los tres, pero la mujer tarda poco en responder.

Varios manchados se enfrentaron a los soldados al lado de nuestra casa, y terminaron por entrar, el enfrentamiento no nos dejó nada. –La pesadez de las palabras marca las caras de la pareja y ve que esto no es mentira.

Está bien. Soltaré a vuestro hijo, pero tengo algo que proponeros. Vais a escucharme y luego os podéis ir si queréis, pero intentad algo, y me veréis cabreada de verdad.

El matrimonio asiente a destiempo y ella suelta al joven. Este corre al lado de sus padres y los cuatro se levantan, pero luego no sucede nada, para su sorpresa están cumpliendo su palabra; están esperando a que ella hable.

Tengo que llegar al puerto y vosotros necesitáis dinero. Así que os propongo una solución para todos; yo os daré el suficiente dinero para empezar cuando todo esto acabe, y vosotros me ayudaréis a ponerme su armadura.

¿Para que quieres ponerte su armadura? –El joven, que todavía acaricia su cuello, pregunta por verdadera curiosidad.

¿Aceptáis el trato o no? –Ignora la pregunta del chico, pero este se conforma con poner una cara de reproche.

Muéstranos que de verdad tienes el dinero –pide la esposa tras murmurar un segundo con su marido.

Esperad.

Elvira pasa por su lado haciendo que los tres contengan las ganas de dar un paso atrás, y continua hasta las escaleras, luego entra en la pequeña habitación a la derecha de estas. Tras la pared izquierda tiene uno de sus dos pequeños escondrijos, a los cuales pensaba regresar en el futuro, como siempre regresa a Puermarí. Recoge una pequeña bolsa de tela opaca y lo deja todo camuflado por completo. Abre la bolsa ante los ojos de la familia y de ella saca un trozo de metal morado.

Esto es Medreno. Es un metal sumamente extraño que sirve para ciertos rituales, llevárselo a Agros en el castillo y decidle que vais de parte de Nomenta. Lleva tiempo queriendo comprarlo, podéis negociar el precio con él, pero vale al menos una bolsa de oro.

Los dos hombres parecen dudar un tanto de sus palabras, pero la expresión de la mujer es diferente, es la única de los tres que ha reconocido el nombre de Elvira Nomenta. Hablan en murmullos durante un par de minutos y acto seguido aceptan el trato. Quitan la armadura al maestre, no antes sin pedirle permiso para hacerlo, y dejan el cuerpo apoyado en la pared. Tardan varios minutos más de lo común en colocarla incluso con la dirección de Elvira, ninguno de ellos ha colocado antes una armadura, además no está hecha a su medida. Le queda grande por unas zonas y apretada por otras, pero al final logran ponérsela. Nomenta cumple el trato y les entrega la bolsa, luego se despiden dejándola sola en su casa tan rápido como pueden.

Se arrodilla ante el cuerpo de Carlos con la manta en la mano, lo acaricia con cariño, le susurra unas últimas palabras y lo cubre.

Sale de la casa con el yelmo en su lugar, de este modo no se nota una gran diferencia entre ella y el verdadero Carlos Terras, al menos para aquellos que no tengan un gran ojo para el detalle; que es la mayoría. Se dirige con camino seguro y recto hacia el puerto. Sabe que así se expone a que algún manchado casual la encuentre y ataque, pero el maestre no puede ir escondiéndose por las esquinas, solo espera que los soldados la encuentren antes. Y dos calles más lejos al fin se encuentran con alguien, un grupo de cuatro soldados. Estos se acercan erguidos y serios. Nomenta intenta mantener la postura recta y los temblores a raya mientras terminan de acotar los últimos metros.

Maestre –dice el primero de ellos llevando el puño a su propio mentón, acto seguido los demás repiten el saludo de todo caballero de Puermarí. Nomenta tarda un segundo en devolver el gesto por la sorpresa que le causa la expresión de los soldados. No es que no esté acostumbrada a que la miren con respeto o admiración, es que la mirada de estos hombres hay algo más, una clase de miedo entrelaza todo lo demás–. Le están buscando, señor. Los manchados han entrado en la ciudad y los estamos conteniendo.

Lo sé, ya me encontré con dos de ellos. –Lo dice hablando bajo e intentado imitar la voz que tan bien conoce. Pero para dar más peso a sus palabras las pronuncia cruzando por en medio de ellos, en dirección al puerto y la batalla.

El líder de la muralla oeste se está ocupando de la dirección, ¿lo llevamos hasta él?

Sí.

Caminan durante al menos cuatro calles más, en las cuales varios soldados se sumaron al grupo. Se toparon con dos manchados más (ya apenas quedaban fuera de la zona de conflicto), pero no necesitó intervenir en ningún enfrentamiento. Tampoco cruzó más palabras de las necesarias con ninguna persona, lo cual generó un extraño ambiente a su alrededor, pero en el que sabía que estaba segura. No estaban dudando de su identidad, solo estaban intimidados por el maestre Terras. Al final llegaron al límite de la contención, en la que había una paz relativa, y lo acompañaron hasta el líder de la muralla. Ella ya lo conocía, lo había visto en algunas ocasiones junto a Carlos. Era un hombre apenas en la treintena, con una larga y pulcra melena, y con demasiados pensamientos siempre rondando a su alrededor. Si lograba engañarlo a él logrará su objetivo.

¿Dónde te habías metido? –Es el único que le habla sin tan siquiera saludarlo antes.

Dos manchados me atacaron e hicieron que me retrasara. –Vuelve a intentar el mismo truco que antes, imitar la voz pero hablando algo más bajo de lo común. Parece dudar un segundo al escuchar esa voz, pero continúa.

Al menos ya estás aquí. –Hace un gesto con la cabeza para que se acerque al pequeño mapa desplegado sobre una improvisada mesa–. Nosotros les estamos cortando el paso por el sur, para ello tuvimos que hacer destrozos en varias calles, pero fue lo más controlado posible. Hacia el norte tenemos menos gente, pero tener el mar a sus espaldas les está beneficiando, por alguna razón esos malditos le tienen miedo. ¿Alguna sugerencia, Terras?

No, has hecho un buen trabajo Alacristo.

Soldados, dejadnos un momento. Tenemos que hablar sobre nuestro siguiente paso. –Nadie rechista la orden, y en cierta medida Elvira la agradece, tal vez sea más sencillo si hay menos ojos buscando errores en su actuación. Los soldados terminan de salir de la pequeña habitación y se quedan solos–. ¿Quién eres?

¿Qué? –La pregunta pilla por sorpresa a Elvira y el terror crece rápido en su interior.

Carlos siempre me llama Jorge, odia llamarme Alacristo, ni tan siquiera cuando hablamos de forma oficial. –Empieza a temblar bajo la armadura, ha usurpado la identidad del maestre, y encima durante un ataque de manchados. Está acabada, así que se quita el yelmo sin rodeos–. ¿Elvira?

¿Te acuerdas de mí? –Le sorprende que la recuerde, pero lo hace todavía más su tono despreocupado.

Claro, Carlos suele hablar de ti a menudo. Dime, ¿dónde está?

Estábamos en casa cuando dos manchados entraron... –Es la primera vez que intenta contarlo y se detiene sin poder evitarlo, perdiéndose en las imágenes, dejando que el nudo de su garganta crezca.

Entiendo. –Se acerca a ella y coloca una mano sobre su hombro con todo el cuidado que puede–. Lo siento mucho. –Este sencillo gesto es lo que menos esperaba, estaba preparada para todo escenario, menos uno en que la entendían. Se rompe durante un par de minutos, poco tiempo para todo aquello que lleva dentro.

Lo siento pero, necesito ir al puerto, ¿puedes ayudarme?

Sé quien eras para él, así que sí.

Gracias. ¿Y podrías ocuparte de él? Está en mi casa.

No te preocupes, ya sé lo que haremos.

El camino hasta el puerto fue mucho más sencillo de lo que imaginaba. Casi demasiado sencillo. Los manchados lograron cruzar, pero la ciudad estaba preparada, así que por ahora hay cierta seguridad al límite de esta. Siempre y cuando lleves una escolta de cuatro personas como ella. Ya vuelve a ser Elvira Nomenta. La armadura será llevada por dos caballeros de confianza hasta el cuerpo de Carlos, allí se la pondrán de nuevo y llevarán el cuerpo encubierto hasta Alacristo, él se inventará una historia verosímil donde muera con dignidad. Así que todo estará preparado.

Logran llegar a su destino; una chabola sencilla al límite oeste del puerto. Entra sola, y cumpliendo las órdenes, la escolta regresa. Su interior es tan sencilla como aparenta el resto de ella, parece una taller de carpintería. En realidad es un taller de carpintería; hasta el maestre de la ciudad puede tener gustos más allá de su trabajo. No es la primera vez que Elvira está en él, pero sí recuerda la última vez que lo estuvo. Hace unas dos semanas, estaba tomando una cerveza junto a Carlos cuando le enseñó el gran secreto de su taller. Bajo la mesa de la pared izquierda, la que más vieja y desgastada está: el suelo es falso. Bajo él se oculta un túnel de doscientos cincuenta metros que sale al otro lado de la muralla. No lo construyó él, pertenece a un viejo marino y contrabandista al que le compró la chabola, contrabandista que ya está muerto. Lo que significa que nadie más conoce ese secreto, nadie que se atreva a entrar en las pertenencias del maestre. Esa noche fue una gran noche, fueron a cenar cerca del puerto, y luego pudieron dormir juntos toda la noche. Pero ya en casa se prometieron algo, cuando los manchados entrasen en la ciudad, porque al final lo harían; se irían juntos por el túnel. 



Diego Alonso R.

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