Dicen muchas cosas acerca de la curiosidad, que en la vejez desaparece, que mató al gato, pero lo único importante de ella es una cosa; que te puede arrebatar la vida. La curiosidad en si misma no lo hace, en realidad tener cierta cantidad de ella es positivo y hasta necesario, pero puede llevarte a caminos con un mal final. Por ejemplo yo mismo no soy un ser curioso, ni lleno de inquietudes, o dispuesto a aprender sobre los misterios del mundo. Se podría decir que soy alguien que vive sin preguntas, al menos no las que se alejan de: “¿Qué voy a cenar hoy?”, “¿Contrato este mes Netflix?”, “¿Necesito un abrigo nuevo?”... Nada que se aleje lo más mínimo de lo meramente mortal. He incluso yo, alguien ajeno casi en su totalidad a ella, caí por completo ante sus fuerzas.
Las mudanzas son horribles, y prueba de ello es que esta historia empieza con una. Hasta aquellas que te llevan a un lugar mejor lo son, puedes llevarlas con más ilusión, pero terminan por destrozarte de igual modo. Pero para esta mudanza estoy preparado, sacando producto de toda la experiencia diseñé un sistema para ser más rápido; en el que etiqueto cada caja y saco, y lo coloco en la furgoneta de forma que está separado por habitaciones. Así puedo ir dejando todo en su cuarto al mismo tiempo que descargo. Puede que para los más listos esto sea obvio, pero yo tardé varias caóticas mudanzas hasta descubrirlo. Y lo mejor del todo es que en este piso sí tengo trastero propio, así que ya hay varias cajas para ese destino.
Llevo la mudanza con calma y manteniendo todo el orden que puedo. Hago varios descansos pequeños para beber y descansar un poco. Y logro terminar yo solo en unas tres horas. Recupero fuerzas en el sofá tomando un café de lata y una manzana, pero termino por dormirme del cansancio. Al despertar, la oscuridad se cuela por las ventanas dando a las cajas forma de cordilleras. Me pongo en pie aturdido por el sueño y tropiezo con el final de una pequeña montaña, tras lo cual camino más despierto y con más cuidado. Termino por llegar al interruptor y pongo fin a la magia de las sombras. Luego cierro todas las persianas, y cuando voy a buscar en las cajas las cosas para hoy, lo recuerdo de golpe; las cajas del trastero siguen en la furgoneta. Podría dejarlas allí y terminar mañana, pero entonces tardaría más en desempaquetar todo esto... Venga, lo dejo listo ahora y me queda toda la noche para relajarme.
Ahora hace frío así que me alegro de haber buscado una chaqueta. Abro la furgoneta y cuento las cajas, son doce y de distintos tamaños. Saco unas cuantas y las llevo hasta el portal. Los trasteros de cada piso están todos en dos plantas subterráneas. Así que hay dos accesos; por las escaleras solo para inquilinos, o en el ascensor por sistema de llave. Teniendo en cuanta las cajas escojo esta última opción y meto las cajas en el ascensor, giro la llave, y empieza el descenso. Dos plantas más abajo se abre la puerta y bloqueo el ascensor con una caja. Las saco todas para el frente y esta por último. El lugar es un poco asfixiante. No es más que una pequeña habitación abierta con una puerta a la izquierda, un pasillo a la derecha, y otra puerta en la misma pared que el ascensor. Está pintado de un blanco con humedades e iluminado por unos flexos que lo tiñen de un blanco eléctrico. Se supone que esto debería generar una sensación de espacio, pero el olor a humedad se te cuela hasta en los ojos borrando esa opción por completo. Me acerco a la puerta de mi izquierda, es de metal barato y con dos pequeños respiraderos en lo alto, la abro y las luces automáticas se conectan. Me lleva a un largo pasillo y entro en él buscando la letra y número de mi piso sobre alguna de las puertas. No tardo mucho en encontrarlo, está al fondo del pasillo, justo cuando gira a la izquierda y crece varios metros más. Llevo las cinco cajas y repito el proceso con dos viajes más. Cierro la puerta y miro a mi alrededor, todo es bastante simplón aquí abajo. El edificio tiene buen aspecto tanto por fuera como en su interior, pero parece que se ahorraron todo ese trabajo aquí abajo.
Vuelvo frente al ascensor y lo llamo. Parece que tiene que bajar desde la cima, así que tardará un poco en llegar, tiempo en el que mi curiosidad se activa. Al principio lo hace de forma secundaria, no es más que una forma de rellenar el aburrimiento; así que paseo por el pasillo de la derecha, pero es muy monótono y regreso pronto sobre mis pasos. Veo que el ascensor ya ha recorrido la mitad del camino, y luego mi mirada se desvía de forma irrefrenable hasta la puerta a su lado. Esta es diferente al resto. De un gris más pulcro y claro, con un grosor notable, y con un ojo de buey a la altura de la cara. Camino con la curiosidad fijando mis pasos y al mirar por el ojo me bloqueo. La vista es cuadriculada por la decoración del cristal, y aunque el interior es sencillo, algo hizo crecer un escalofrío por mi espalda. Es un espacio pequeño y decorado igual que el resto; con una puerta en la pared de la derecha y otra en la del fondo. Hasta aquí nada es muy llamativo, pero hay dos puntos que no me permiten marcharme. El primero, es que sobre las puertas no hay marca del piso alguno; y el segundo, que pegada a la pared de la izquierda hay una nevera. Abro la puerta a la vez que lo hace la del ascensor, me sorprendo al poder hacerlo, ya que veo una cerradura de llave. Dudo por un instante pero decido entrar, el ascensor no se moverá de ahí. Nada más quedarme solo en el interior noto que el ambiente es distinto, todavía huele a humedad, pero parece que el mundo ha descendido varios tonos. Primero compruebo las dos puertas, si la imponente estaba abierta puede que estas también, pero no hay suerte. Intento mirar por los respiraderos o bajo ellas pero tampoco es posible. Así que me queda la nevera. Miro a su alrededor y parece normal. Es de un tono blanco clásico, sobre ella reposa un plástico digno de envolver un cadáver, y parece estar enchufada a la corriente del edificio. ¿Para qué alguien querría una nevera aquí abajo? Si quisieras montarte un nicho en este lugar no dejarías la nevera a la vista. No, no tiene mucho sentido. Me planto ante las puertas y pienso en cual abrir primero. Es un frigorífico estilo combi; así que está la puerta más grande para la nevera, y una encima más pequeña para el congelador. Me decanto por la puerta pequeña, estiro mi mano y...
El ascensor se pone en marcha bloqueando mi respiración con el susto. No es nada, he tardado demasiado y al fina lo llamaron de otro piso, nada más. Vuelvo a estira la mano y agarro la puerta. La abro de golpe para no perder el valor y un intenso olor a meados y podrido me hace retroceder tosiendo. Ahora hasta el olor a humedad me parece agradable. Recupero la compostura tras toser algunas veces y miro el pequeño congelador. Las paredes están llenas de costras marrones de diferentes tamaños, todo está pringado por una especie de pasta rojiza, y justo en medio parece haberse derretido formando un círculo hasta la nevera. Cierro la puerta y me quedo apoyado un momento contra la nevera. Mis piernas están temblando como si supieran algo que yo desconozco, comienzo a escuchar los latidos en la sien, y siento como el sudor baja por mi espalda. Pero la curiosidad crece más que todo los síntomas del miedo y agarro la puerta dispuesto a abrirla.
No logro hacerlo. Mi cuerpo se frena como si tuviera conciencia propia, pero ya es demasiado tarde para detenerme, mi mente no soportaría el no saber. Así que agarro la puerta con ambas manos y la abro. Antes de poder reaccionar a lo que estoy viendo el vómito sube por mi esófago pero logro detenerlo. Parece que eso no me ha visto, y no quiero que se de cuenta de que yo sí lo veo. Encerrado en las mismas costras marrones del congelador se esconde un cuerpo humano, o lo que queda de él, que viene a ser la caja torácica y parte de la cabeza. Y puede que esa sea la parte que incitó al vómito, pero aquella que no me permite moverme es lo que está dentro de él. Una criatura grande como dos gatos anida en su interior. No puedo distinguir bien sus partes, pero puede ver como al menos cinco bocas devoran la carne y los huesos a su alrededor, y como varios tentáculos se clavan en la carne para moldearla sobre su propio cuerpo. Todo esto mientras genera la extraña pasta rojiza y la expulsa por toda la nevera. Pero todavía no me ha visto, o no parece notar mi presencia, porque no creo que este ser tenga ojos. Tal vez esté a tiempo de cerrar la puerta y...
–Oye, ¿sabes que está mal mirar las cosas de otros?
La voz proviene de mi izquierda pero mi cuerpo ya no logra girarse hacia ella.
¡¡Me encanta! Estuve en tensión como si fuera yo misma y encima ese final... Espero más historias así. Y felicidades a la editora de la foto, logra ponerte nerviosa antes ya de leer. ¡Un saludo a los dos!
ResponderEliminar¡Muchas gracias de parte de ambos! Me alegra que te guste y sin duda la editora de la foto es fantástica.
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