La llamada de Caronte



Un gato muerto. Uno puede ir a por el pan y esperar una sorpresa en la puerta. Seguramente correo indeseado o publicidad. Pero no esto: un gato muerto. Es negro con manchas blancas, de seguro que en vida fue hermoso, pero la muerte se ocupó de quitarle toda belleza. Está tirado sobre el felpudo. Abro la puerta de casa y entro dejándolo atrás, voy hasta la cocina, dejo el pan, y busco una bolsa de basura más unos guantes de fregar. Regreso junto al pequeño cadáver, ¿cómo has llegado tú aquí? El edificio es viejo, con tres plantas y solo un piso por planta, así que de seguro que tienen muchas formas de colarse. Pobre animal. Dejo la bolsa abierta a su lado y agarro al cadáver, al hacerlo la cabeza se mueve y su boca se abre. Tiene algo bajo la lengua, pero espero haber visto mal. Acerco despacio mis manos al pequeño cadáver y vuelvo a abrir su boca, ya lo veo, pero para asegurarme aparto su lengua. Tenía razón, bajo su lengua hay una pequeña moneda de oro.

Miro alrededor de forma instintiva, guardo la moneda en el bolsillo y al felino en la bolsa, luego entro rápido y cierro la puerta. No es casualidad, no puede ser casualidad. Dejo con menos cuidado del que merece la bolsa en la cocina y tiro los guantes a su lado. El animal no vino a morir a mi puerta. Alguien lo ha dejado ahí y con una moneda de oro bajo la lengua. Me estoy poniendo demasiado nervioso, calma, debo respirar y pensar. Abro la nevera buscando algo de agua fría, tengo la boca seca, vacío un cuarto de botella y la devuelvo a su lugar. Saco la moneda de mi bolsillo y la observo con calma: Es pequeña, fina y con los bordes gastados hasta hacerla irregular; tiene un dibujo, pero también está gastado y no acabo de ver bien qué es. Lo que está más que claro es que se trata de una moneda de oro. La dejo sobre la mesa de la cocina y camino despacio pensativo. ¿Puede ser una casualidad? El gato encontró la moneda por alguna parte... No, no vivo en una película. Tal vez el mensaje no sea para mí, se equivocaron de puerta y... ¡Venga ya! Esto no puede ser casualidad y ya está.

Me levanto y empiezo a revisar el piso. No en busca de un intruso oculto, si hubiera uno seguro que ya me habría atacado, busco otra cosa. Cruzo el salón mirando detrás de cada mueble, bajo la mesa, en cada recoveco que se me ocurre. ¿Qué estoy buscando? Tampoco lo tengo claro. Pero me parece extraño que solo hayan dejado el mensaje en forma de cadáver. Llevo tres años de paz y me está yendo bien, tengo un trabajo que me gusta y mi psicóloga me está ayudando mucho. Si alguien descubrió mi identidad, ¿para qué dejarlo en un simple aviso? Lo más fácil sería colarse por la noche y, mientras duermo, aplanarme la cabeza a golpes. Mejor cerciorarme de que todo está en su lugar y de que no haya nada a mayores en mi casa. Paso por el baño y todo está en orden. Lo mismo sucede en las habitaciones. No parece faltar nada, tampoco parece haber cámaras, micros o algo similar. O al menos yo no los encuentro. Entonces solo dejaron el mensaje.

Genial, mi día libre acaba de cambiar.

Lo primero es desayunar. Si voy a tener un día movido mejor tener las energías necesarias. Me preparo unas tostadas con aceite y tomate, escojo las dos piezas de fruta más maduras del frutero, y me hago un buen café. A mis cuarenta y dos años ya no puedo pasar un día sin esta droga negra. Desayuno con calma y en silencio.

¿Qué voy a hacer? Hace tres años decidí cambiar de vida y ahora alguien regresa a decir hola. Mierda, no es que pueda hacer mucho. No tengo ni idea de quién puede ser, ni de sus intenciones. Está bien, pues seguiré con mi día libre; después de enterrar al animal. Recojo los guantes, el saco, y salgo de casa. Bajo por el ascensor hasta llegar al primero. Timbro esperando a que estén en casa. Escucho los pasos acercarse hasta el otro lado de la puerta, unos segundos de espera mientras mira por la mirilla, y entonces abre. Es Julia, una señora mayor y encantadora que recuerda a la imagen de una abuela.

Buenos días, Arturo, ¿qué te trae por aquí? -Sonríe sin disimulo.

Buenas, Julia. Me preguntaba si tendrían una pala que dejarme, resulta que encontré un animal en el rellano... –Levanto un poco la bolsa de la basura para dejarle claro que lo llevo conmigo.

Ay, pobre animalillo, no quiero ni pensar lo que habrá pasado... Seguro que Manuel tiene una, un momento.

Se va dejando la puerta entreabierta y puedo escuchar de fondo la conversación, pero decido no prestar atención. Tener a esta pareja de ancianos como únicos vecinos es algo maravilloso, siempre tienen unas buenas palabras para ti y nunca molestan. No tarda mucho en regresar y veo que trae la pala consigo.

Aquí tienes. Dale un buen entierro al animal. –Me tiende la pala y la cojo.

Muchas gracias, se la devolveré pronto.

No te preocupes, no la usamos nunca, ni recuerdo por qué la tenemos.

Se despide con una sonrisa y cierra la puerta sin darme tiempo a añadir nada. Tras el edificio hay un pequeño campo abandonado que ahora será su tumba. Paso entre la maleza inicial con esfuerzo, casi me llegan al pecho, y avanzo hasta una zona más profunda. Encuentro un claro de unos pocos metros y decido que será el lugar. Dejo la bolsa con cuidado, me pongo los guantes y empiezo a cavar. No estoy seguro de cuánto debería cavar, si fuera para una persona debería hacer un agujero de unos dos metros de profundidad, pero ¿para un gato? Pues ni idea. Decido cavar un agujero de lo que creo que es casi un metro de profundidad. Por suerte para mí la tierra no está muy seca, pero de todos modos me hace sudar. Dejo la pala a un lado y acerco el saco. Cojo con cuidado al animal, lo dejo en el fondo del agujero y lo cubro del todo. Dudo un segundo si debería decir algo o no.

Lo siento.

No son las mejores palabras, pero al menos no acabará en la basura. De nuevo en casa, tiro los guantes y veo que rompí el pantalón, me lo quito y lo dejo colgado en una silla de la cocina; ya lo arreglaré. Decido darme una ducha antes de salir para hacer algunas compras.

Hoy la tienda está hasta los topes. Por algún motivo los viernes por la mañana siempre se llena, sobre todo una hora antes del almuerzo. Suelo venir a esta tienda porque tienen de todo, es uno de estos macro-espacios dividido por toda clase de secciones, aunque tienes que soportar a bastante gente. Ya hice casi toda la compra y no me quito una idea de encima; me están siguiendo. No puedo asegurarlo porque hay mucha gente y es normal que uno se cruce con alguien varias veces, pero juraría que me están siguiendo. El punto es que ya he visto en varias ocasiones a un joven detrás de mí, no me he cruzado con él, ni me lo encontré de frente, sino detrás. ¿Será el mismo que me dejó el mensaje? No hay otro motivo para seguirme. No soy rico -ni lo aparento-, dudo que sea un ladrón, además sería un sistema de atraco demasiado rebuscado y estúpido. Y tampoco se me ocurren más motivos para que me siga. Ya estoy dando por sentado que me está siguiendo, primero terminaré de hacer la compra y estaré atento.

Mientras peso la fruta observo con disimulo y no logro verlo, tal vez fuera pura paranoia. Tendría sentido. Durante el primer año sin la máscara estaba muy tenso, siempre atento a algún posible problema, a que descubrieran mi identidad o vinieran por venganza. Pero la mayoría de los potenciales problemas estaban muertos, así que no pasó nada. Y me relajé. Guardo los cereales en el carro poniendo fin a mi compra y lo veo al fondo del pasillo. Me está mirando. Ese cabrón me está mirando. Tiene que ser él, tuvo que dejarme el mensaje. Reprimo mis ganas de correr, derribarlo, y hundirle los ojos, pero solo aprieto los dientes y me voy hacia la caja. Mientras espero el turno observo con cautela el espejo del fondo y lo veo, está a unos cinco clientes por detrás. Bien, vamos a descubrir quién demonios eres.

Termino de hacer la compra y salgo con calma del establecimiento, giro hacia el aparcamiento y avanzo en línea recta; debo de ser fácil de localizar. Continúo varios metros hasta llegar a la pequeña gasolinera del aparcamiento y giro tras ella, entonces puedo ver que me sigue, y luego nos perdemos de vista. Me muevo rápido y dejo el carrito junto a la puerta del baño, luego giro la esquina que está a poco más de un metro y espero. No tardo mucho en escuchar los pasos sobre el asfalto. Se detienen cerca de donde estoy y me asomo con todo el cuidado que puedo. Es él. Parece dudar sobre si entrar en el baño. No hay nadie más, así que aprovecho la situación. Salgo rápido, lo agarro por la fuerza y lo meto dentro del baño. Le asesto un puñetazo que le hace bajar la rodilla y lo agarro por el cuello. Es joven, no debe tener mucho más de veinte años, y una cicatriz le recorre el perfil de la mandíbula.

¡¿Quién eres?! –Ya está balbuceando entre pequeños sollozos. No parece muy peligroso, ¿tal vez me esté pasando? No, no pienso fiarme–. Más te vale responder pronto o te llevarás algo peor que un simple golpe.

Te... Te... Tengo un paquete para usted.

¿Qué? –Lo suelto, en parte para que pueda hablar mejor, en parte por la sorpresa de lo que escucho.

Tengo un paquete para usted, señor; me dijeron que estaría aquí, hasta me dieron una foto para que lo reconociese –Saca una foto. Es una foto mía tomando algo en una terraza, ¿cuánto tiempo llevan siguiéndome? Me fijo un poco más en el joven y veo un logo en su camiseta, lo reconozco, es una empresa pequeña y bastante discreta. Pero esto sigue siendo raro.

¿Qué paquete?

Lo tengo en la mochila, ¿puedo...? –Hago un gesto con la cabeza y saca un pequeño paquete de la mochila. Lo abro.

¿Un móvil? Para qué... –Al levantar la mirada veo que el joven me muestra un formulario y un bolígrafo tembloroso.

Lo siento, tiene que firmar aquí. –Esto es bastante raro, pero parece inofensivo y apunto de mearse encima. Firmo y le devuelvo el formulario.

Siento lo de... –No le da tiempo a escuchar ninguna disculpa porque sale corriendo como un desertor experto.

Una vez guardada la compra en el coche, saco el móvil: es uno sencillo de marca asiática. No tiene pin ni contraseña. Trasteo un poco en él y veo que tiene un número guardado: Pecador. ¿Qué se supone que significa esto? Le doy a llamar, pero parece que lo tiene apagado. No entiendo nada, pero está claro que están preparándome algo.

Dejo la compra en su sitio y reviso de nuevo el piso al completo. Puede que sea innecesario, pero está claro que me han encontrado y no pienso arriesgarme. Está limpio, igual que antes. Me dejo caer en el sofá. ¿Qué debo hacer? O, mejor dicho, ¿qué puedo hacer? No se me ocurren muchas más cosas que hacer la maleta y huir. Aunque si alguien ha logrado encontrarme tras tres años sin una sola víctima, supongo que podría hacerlo de nuevo. También podría encargarme de él. No. Hace tiempo decidí que no seguiría haciendo eso. Da igual a cuántos elimine, siempre hay más, solo sirve para sacar lo peor de mí y acercarme más a ellos. Además, tampoco sé cuántos son, aunque si atrapo a uno de ellos vivo y... ¡Basta! Decidí que lo dejaba, y punto. Entonces… ¿Qué hago?

El móvil empieza a sonar.

Lo saco del bolsillo y sobre la pantalla puedo leer Pecador. Descuelgo.

¿Quién eres?

Oh, ¿qué clase de saludo es ese? –Es la voz de un hombre–. Además, ya sabes quién soy.

No, no lo sé.

Vamos, lee la pantalla. Soy el Pecador. –Tiene que estar de broma.

Joder, ¿y cuál se supone que es tu pecado? –Me parece oír una pequeña risa.

Pues el que tú me asignaste.

Yo no te he asignado nada, déjate ya de tantos juegos estúpidos. Dime qué quieres. Ya. –Intento contener mi voz antes de gritar.

Claro que lo hiciste, Caronte. –Hacía tiempo que no escuchaba ese nombre. Tardo un momento en notar que estoy aguantando la respiración–. No uso ese nombre.

¿Ya no te gusta? Pues cuando ibas matando, cual justiciero, parecía gustarte–. Maldita sea, me suena su voz, pero de qué...

Ya me has cansado. Dime quién eres o esto se acaba ya.

¿Todavía no me reconoces? Incluso después de pegarme esta mañana...

Eres el repartidor.

¡Bingo! Pero mira que has tardado en darte de cuenta. –Maldita sea, recuerdo su cara de esta mañana, pero no de antes. No tengo ni idea de quién es, ¿se supone que yo le hice la cicatriz? –Ahora falta saber qué es lo que quiero, ¿no?

Dilo ya.

Solo quiero que vengas a verme.

Ha colgado.

Antes de que pueda pensar a qué se refiere llega una foto al móvil. La abro y puedo ver el rostro de un muerto con la moneda bajo la lengua, es Manuel, el vecino. Ese loco está aquí, en el edificio, en la casa de mis vecinos. ¿Qué debo hacer? Todavía estoy a tiempo de huir, será más difícil, pero es posible. ¿Pero qué vida tendría después? Pasar el resto de mis días atento por si vuelve a encontrarme. Tal vez me inculpe del asesinato, o incluso dé las pruebas de mi identidad a la policía; aunque dudo que hiciera algo de eso, parece que quiere ocuparse de todo él mismo. Ha sido capaz de matar a un hombre como Manuel, un hombre del que estoy seguro que nunca hizo daño a nadie, al menos aposta. Cualquiera que lo conociera diría lo mismo. ¡Mierda! Julia... ¿Estará viva? Seguro, ese cabrón querrá tener un escudo. Maldita sea. Ya no quiero ser al que llaman Caronte. Al principio me sentía bien, estaba librando al mundo de la carroña que lo infesta, no me importaba terminar con vidas como esas. Hasta llegué a disfrutarlo. Luego la prensa decidió llamarme Caronte y a partir de ahí nací como héroe para unos, asesino para otros... ¿Para mí? Solo un hombre dedicado a una causa. Pero con los años vi que era una causa estúpida, solo me corrompía sin que nada cambiase, así que decidí dejarlo antes de ir a peor.

Pero no veo otra salida, tendré que llamarme Caronte un día más.

Voy directo al baño, bajo la tapa del váter y me subo a él. Doy pequeños golpes con los dedos en el techo, hasta que por fin encuentro el sonido que busco, encontré la zona falsa. Golpeo esa zona y rompe sin apenas esfuerzo, estiro el brazo por el agujero y saco una bolsa. Tengo que agarrarla con las dos manos por el peso que contiene. Abro la cremallera y veo los recuerdos de mi antiguo yo. Cojo una pechera de cuero curtido, me la pongo y la aprieto desde el lateral. Esta cosa me ha protegido de más de un corte. Todavía me queda bien, me he mantenido en buena forma, aprieto los brazos como un boxeador ante el espejo y me gusta lo que veo. Sigo fuerte, pero estoy oxidado, eso lo sé. Me pongo mi viejo cinturón y de él cuelgo un par de martillos y mi cuchillo. Luego saco la maza. La acaricio con recuerdos sin moral y noto la moneda en relieve que le marqué hace tiempo. No es más que un círculo con una “C” en medio, pero deja una buena marca a quien lo recibe.

Hora de hacer una visita.

Decido bajar por las escaleras, no sé qué me tiene preparado y no pienso bajar por un sistema sin escapatoria. Estoy llegando al segundo piso y escucho que alguien está subiendo por las escaleras, me escondo en el rellano del segundo y espero. Veo por el hueco de la puerta cómo un hombre -armado con una simple pistola- cruza ante ella. Abro la puerta y descargo la maza contra su cabeza. Escucho cómo se parte, no hará falta un segundo golpe. Veo por el rabillo del ojo que hay una mujer subiendo las escaleras, la veo a tiempo para apartarme, lleva una escopeta y está apunto de disparar. Lo hace y me hace daño en el hombro, pero no llega a darme de lleno. Me cubro en el lateral de las escaleras mientras suena otro disparo. Escucho cómo da un par de pasos, despacio, seguro que con el arma en alto. Dejo la maza en el suelo, la agarro por el final del mango y la lanzo escaleras abajo, arriesgando mis brazos al fuego de la escopeta. Tras el pequeño grito de dolor de la mujer salgo para ver cómo cae por las escaleras hasta el descansillo, la maza le dio en todo el pecho. Corro hacia ella e intenta moverse hacia el arma, la cual soltó mientras caía, pero yo llego antes y la golpeo con el puño hasta dejarla inconsciente, o muerta, no estoy seguro.

Recupero mi arma y sigo escaleras abajo.

El hombro derecho me duele y sangra bastante. Sé que es más impresión que daño real, me cuesta un poco moverlo, pero pronto no será más que una cicatriz. Llego a la primera planta y la puerta está abierta. Entro con cuidado; no sé si ha contratado más matones, no me extrañaría nada. Ni siquiera sé cómo pude pensar que me esperaría él sólo. El recibidor está vacío y el pasillo también. Tal vez haya mandado a los dos únicos matones que tiene para ablandarme antes de llegar a él. Avanzo por el pasillo mirando de reojo a cada puerta que dejo atrás hasta llegar al salón. Entro. En el sillón está el cuerpo de Manuel y, en el de al lado, Julia; todavía viva. Tras ella está el Pecador, tiene una moneda en una mano y un cuchillo en la otra; el cual mantiene cerca del cuello de la anciana.

Veo que has tenido problemas para llegar aquí –dice mientras mira mi brazo ensangrentado.

No muchos.

Claro, qué son dos muertos más para el gran Caronte, ¿verdad? –Se ríe mientras sacude la cabeza de un lado a otro.

Si te quieres vengar de mí, adelante, pero déjala. La mujer no tiene culpa de nada.

Buen intento de hacerte el héroe, pero…: ¿crees que me importa que tenga culpa o no? –La verdad no creo que a este le importe una mierda, es un puto maníaco.

Pero te importa vengarte de mí, ¿no? Es por lo que estás haciendo todo esto, venganza. Pues bien, házmelo a mí. –Dejo la maza en el suelo, con el mango hacia arriba.

¿No quieres que le haga daño? Está bien, haremos una cosa. Dime cuál fue mi pecado y la dejaré. –No me jodas.

¿Tu pecado?

Exacto. Dime por qué me destrozaste y la dejaré libre. –Mierda. No recuerdo quién es, ni siquiera me suena un poco. Podría intentar decir algo al azar, pero no puedo jugarme la vida de Julia. Piensa, no lo maté. Si no quise matarlo, entonces... Espera, ¿no quise matarlo o sobrevivió? No lo sé...

Tu pecado fue... –No puedo acordarme de él.

Vamos, inténtalo. –¿Puedo llegar antes de que la degolle? No lo creo, debo intentar algo, lo hará de todas formas, pero...

¡No lo sé!

Más te vale intentarlo... –Pega el cuchillo más fuerte contra el cuello de Julia hasta que veo un hilo de sangre. Tengo que decir algo. ¡Maldita sea!

¡Tu pecado fue robar!

No.

Corta su cuello de un lado al otro. Y mientras la sangre cae mete la moneda en su boca por la fuerza. Decir que estoy furioso sería mentir. No estoy furioso, estoy hambriento. Llevo tiempo conteniendo lo que he llegado a ser, guardando mis ganas de devorar las vidas de esta clase de miserables, de darle a mi ser lo que de verdad quiere. Quiero quitar otra vida más.

Agarro el mazo y voy hacia él. Despacio, no tiene a dónde huir.

¡Espera! ¿No quieres saber quién soy?

Sigo caminado mientras él no retrocede, solo levanta las manos en señal de rendición. Lo sabía, solo es un cobarde. Otro más que no quiere enfrentarse a las consecuencias de sus actos.

Tienes que recordar a aquella estirada, vamos, estoy seguro de que quieres saberlo...

No.

Levanto la maza y la descargo contra su cabeza. Sé que el golpe ha sido suficiente, pero continúo hasta que cesa el temblor de mis manos.

Dejo la maza sobre sus restos y doy un par de pasos hacia atrás. Miro a mi alrededor algo aturdido y pensando qué voy hacer ahora.

Tal vez debería huir.

Espera, ¿qué es eso? Hay una luz roja en la estantería, entre los libros. Me acerco dudoso y aparto los libros de en medio.

No puede ser, hay una cámara grabando. ¿Quién más ha visto esto?


Diego Alonso R.


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