Suelo
tener un sueño.
Estoy
ante el espejo de mi baño, acabo de salir de la ducha y al empezar a
secarme sucede; mi carne se separa de mí como si quisiera huir a
otro lugar, y bajo ella sigo yo, pero por alguna razón soy un
maldito dinosaurio. Me asusto, rujo, y rompo todo el baño intentando
salir.
Justo
después me despierto.
Sé
que puede parecer una tontería de sueño, algo tétrico en parte,
pero gracioso de imaginar para la mayoría. A mí me aterra. No es
porque sienta el dolor mientras mi carne huye, lo peor viene después,
el caos y el pánico que se forman en mi mente al verme de ese modo, y
la sensación de que mi propia consciencia se está borrando. Es
horrible. Y ojalá la cosa se quedase ahí, solo en un sueño que me
jode las noches a menudo, pero no es el caso. Por decirlo de una
forma un poco más refinada, cuanto más se repite el sueño más se
adentra en mi vida. Entiendo que no habrás entendido nada, pero
terminarás por hacerlo.
Al
inicio era lo habitual, cuando uno tiene un sueño recurrente, suele
pensar en él: El por qué uno sueña eso, intentar recordar los
detalles, darle alguna explicación subjetiva más allá de un
“maldita mente”. Pero no eran más que eso, pensamientos comunes.
Sin apenas notarlo alcancé un nivel de obsesión preocupante, cada
vez que me distraía de la realidad más de quince segundos volvía a
su recuerdo, me quedaba bloqueado hasta repetir todo el proceso en mi
mente. Y en cada ocasión descubría un nuevo detalle, era capaz de
ver el color de mis ojos tras la transformación, las pautas de la
sangre sobre las paredes, los pequeños espacios entre las escamas de
mi nueva piel... Al final era capaz de verlo todo. Hasta el más
mínimo detalle. Está claro que yo mismo dudaba de la veracidad de
estos recuerdos, así que comencé a comprobarlo; cada vez que tenía
el sueño, nada más despertarme, apuntaba todos los detalles que
podía. Y poco a poco comprobé que todo aquello que había visto en
mis inmersiones era cierto.
Pero
seguía sin entender algo vital: ¿Por qué?
Y
no me refiero al motivo de ese sueño, sino a todo, tampoco entendía
la repetición, no entendía ningún punto de él. Así que se
convirtió en mi obsesión a sabiendas. Claro está que en ese punto
ya llevaba tiempo obsesionado con mi versión en dinosaurio, pero fue
tras este punto, tras el detallado máximo, que dicha obsesión se
hizo consciente para mí. Sí, sabía que estaba obsesionado con
ello, y de alguna forma estaba bien, o eso me decía. Hasta este
punto todo tiene sentido en mi cabeza, al menos en comparativa a lo
siguiente que vino. En algún punto dentro de esta fijación con lo
onírico todo se rompió. Mi mundo empezó a deformarse hasta que las
brechas no podían cubrirse de ninguna forma. Empecé a verme estando
despierto. Las primeras veces fueron horribles, lo veía en mi
reflejo y respondía con mímica a mis movimientos, era yo mismo en
una piel mucho más antigua. En alguna ocasión grité y actué como
un paranoico de cine, lo que llevó a que algunas personas dudaran de
mi salud mental. Pero lo peor vino después, cuando al ver que eso no
remitía intenté fingir que no estaba ahí, que mi reflejo-en
cualquier superficie-era natural y común.
Pero
alcanzado cierto punto eso se hizo imposible; justo cuando mi voz
cambió. Nunca he tenido una voz digna de mención, no soy el
vocalista carismático de un grupo, ni el narrador de tono
inquietante de una buena historia, no soy más que yo mismo. Lo hizo
en el mercadillo del pueblo, al que voy cada jueves. De pronto,
mientras charlaba tranquilo con el frutero, solté un rugido. La
escena puede recordar a cualquier comedía típica de los noventa,
pero si te pasa algo así en la vida real, pasa de lo gracioso a lo
dantesco en un instante. Intenté concentrarme y hablar despacio,
pero fue imposible, de mi boca solo salían rugidos. Además, puedo
asegurar que una garganta humana no podría emitir semejantes ruidos,
parecía que dicha voz emanara de otro lugar muy lejano a mí. Pero
eso sucedió, y como no hace falta explicar, entré en pánico y salí
corriendo hasta llegar a casa. Pasé dos, tal vez tres, no sabría
decir el número exacto; pasé varios días encerrado en mi casa. Ese
fue el punto de no retorno. Me forzaba a hablar y solo rugía, por
cada reflejo veía al dinosaurio, y mi olfato se desató. Podría
decir en que punto estaba cada vecino del edificio, cuantos días
hacía que no se duchaban, y hasta que habían comido ese día.
Al
final estallé: grité hasta que me dolió la garganta y destrocé
todo aquello en lo que pudiera reflejarme. Y la gran idea llegó a
mí. Si de verdad me estoy transformando, si de verdad tengo un
cuerpo de dinosaurio bajo el mío, tengo que poder encontrarlo.
Coloqué los restos del espejo del baño en su lugar, entré desnudo
en la bañera, y apreté el cuchillo con fuerzas para disipar las
dudas. Rebané mi piel con cortes de todos los tamaños, al principio
pequeños y dudosos, pero luego profundos y con la seguridad de la
desesperación. A cada corté podía verlo, la segunda piel. ¡Las
malditas escamas estaban ahí! Así que seguí cortando y arrancando
partes de mí, llenando la bañera de sangre y carne, liberando entre
rugidos a mi otro ser.
Hasta
que finalmente pude verme en el espejo como lo que soy.
Pude
ver al dinosaurio.
Creo
que he perdido la cabeza.
Diego Alonso R.
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