Un
parpadeo dura cincuenta milésimas de segundo, y ese pequeño espacio
en el tiempo me aterra. Sé que si cierro los ojos ese diminuto
margen será mi fin. Todo cuanto soy y creo ser se terminará. Así
que resisto, me niego a cerrar los ojos, sin importar cuan dura sea
la escena que tenga que soportar. Yo siempre he visto el tiempo, como
algo que pasa a través de nuestras vidas sin importancia, algo que
se desgasta de forma ilimitada, algo que nunca he valorado. Jamás
habría pensado que hechos en apariencia aislados me llevarían a
esto, a estirar mi último minuto intentando que dure una vida, aun
sabiendo que es inútil.
La
silueta al fondo del pasillo y mi manía desde niño de dormir con la
puerta abierta; se combinaron a la perfección. Al inicio de dije a
mi mismo que no era nada, una simple pareidolia capaz de erizarme el
bello, así que cerré los ojos. Y la punzante sensación de ser
observado me hizo abrirlos. Estaba más cerca, seguía en el pasillo,
pero más cerca. ¿Acaso eso era posible? Si había algo al fondo del
pasillo que generó esa silueta, ¿como podía estar más cerca? No
tenía sentido. No, tenía que ser cosa mía. Estaba durmiendo y al
despertarme mi cerebro no se activó del todo, tiene mucho sentido,
seguro que hay algo así que puede explicarlo. Eso fue lo que me dije
mientras cerraba los ojos. El sonido de la madera me hizo abrirlos al
instante.
Estaba
dentro del cuarto.
No
me atreví a levantarme, ni me atrevo todavía. Todo sigue en la
misma posición, pero no del mismo modo. En menos de un minuto las
cosas han cambiado de forma drástica. Ya no dudo de esa silueta, de
la sombra que vino desde el fondo del pasillo, o de un lugar mucho
más lejano. Ahora la temo e intento no perderla de vista. Sé que no
estoy durmiendo, lo tengo muy claro, del mismo modo que tengo claro
lo siguiente: si dejo de mirarla, me alcanzará.
¿Qué
pasará si eso sucede? No tengo ni idea, no puedo asegurar ningún
hecho o realidad. Pero lo mismo que me eriza el bello y la piel, que
me hace sudar, lo que provoca mis temblores, me dice que no me va a
gustar saberlo. Pero no puedo hacer nada al respecto. Está delante
de la única salida, y puedo apostar la vida que estoy apunto de
perder, a que no pienso acercarme a ella. Así que mi única opción
es quedarme aquí, pensando en que no debí comprar la casa de mi
infancia, en todo lo que debió suceder aquí desde que nos fuimos, y
en que la conozco.
Sí,
la conozco. La única luz en mi habitación proviene del exterior,
solo unos pocos rayos a través de la persiana, y que caen sobre mi
cama. Dicho de otro modo; el resto del cuarto está a oscuras. Y en
menos de un minuto la vista no se adapta a esta negrura, así que
solo veo su silueta. Pero algo me dice que la he visto antes, que la
conozco, que este miedo lo viví en otra ocasión. ¡Maldita sea! No
soy capaz de recordarla, si supiera donde la vi, como me libré de
ella... Debo darme prisa, mis párpados están cayendo, ya han hecho
la mitad del recorrido. Siguen cerrándose, pero con la ayuda del
miedo, logro mantenerlos abiertos un poco más.
Sé
que estoy acabado. Noto como tiemblan, que se contraen sin control
alguno; están apunto de ceder. Empiezo a ver borroso; creo que estoy
llorando.
No
puedo más y cierro los ojos.
Intento
abrirlos tan rápido como puedo, ignorando el ruido de la madera
crujiendo. Está delante de mí. A menos de un palmo, sonríe más de
lo que una boca humana puede permitirse. Y sigo sin poder recordarla.
Estoy acabado.
Diego Alonso R.
Comentarios
Publicar un comentario