Tres llamadas



El agua me trae de vuelta. Sube por mis tobillos y hace que mi mente priorice la paranoia y las dudas. ¿Dónde estoy? ¿Cómo he llegado aquí? Ninguna de ellas me importa, la gran pregunta que tengo en mi cabeza ahora mismo es, ¿cómo puedo salir? Palpo las paredes del habitáculo buscando una pequeña rendija, alguna palanca para abrir una salida, lo que sea; pero no hay nada. Solo cuatro paredes de metal liso que apenas me dejan espacio. Este lugar tiene el mismo tamaño que un baño portátil típico de cualquier obra, tal vez hasta sea un poco más pequeño. Un pequeño flexo en el techo me da luz y me permite ver cómo el agua sube; está templada. Y un penetrante olor a moho impregna el ambiente. Al mover la cabeza noto su peso y mi debilidad, supongo que me han drogado para meterme aquí. Vamos, piensa y sal. En la pared, a la altura de mis ojos, hay una frase escrita y a su lado un viejo teléfono de disco rojo.

La frase dice así: Tienes tres llamadas.

Dejo caer mi espalda contra la pared, cada vez me cuesta más respirar. Debo calmarme, calmarme y salir de esta maldita caja de zapatos. Descuelgo el teléfono y da señal. Marco el número de emergencias pero mis manos tiemblan y tengo que volver a empezar.

Da señal.

Emergencias. –Su voz me acelera el pulso. Es una voz de mujer, corriente y común, pero es una voz real.

¡Ayúdeme! El agua está subiendo.

Por favor, intente calmarse y dígame cuál es su emergencia.

Pues que estoy atrapado y el agua está subiendo, mande a alguien y rápido. –Noto que me tiembla la voz pero no me veo capaz de evitarlo.

Está bien, no se preocupe. ¿Dónde se ha quedado atrapado? Enviaré a alguien ahora mismo.

Pues... No lo sé. Me he despertado aquí, creo que me han secuestrado.

¿Está seguro? ¿Ha visto a su secuestrador?

¡Yo solo no me encerré aquí! Claro que estoy seguro.

No es necesario que me grite, intento ayudarle. –Tiene razón, tengo que calmarme. Pero vaya preguntas de mierda, no, cálmate. Me fuerzo a respirar profundo antes de responder.

Lo siento, tiene razón. Pero no he visto al secuestrador, ni sé dónde estoy, solo quiero salir de aquí.

Está bien, mandaremos a alguien. Pero intente ayudarme y dígame qué ve, eso puede ayudar a su rescate. –¿De verdad voy a salir de aquí? Bien, solo tengo que esperar. Voy a salir.

Pues no veo mucho. Estoy encerrado en un sitio diminuto y no tengo mucho espacio para moverme, hay varias hileras de agujeros en horizontal que llegan hasta el techo, y este viejo teléfono. De los agujeros sale agua, pero solo de la hilera de abajo.

¿Y si lo secuestraron para qué pusieron un teléfono ahí? –Y yo qué voy a saber, maldita sea no te hagas la detective y manda a alguien.

No lo sé, ya dije que me desperté aquí. –No responde. Está tardando mucho, pero sé que está ahí, puedo oír cómo respira. ¿Está dudando de mí? Tengo que hacer algo, no puede colgarme ahora–. Sé que lo del teléfono es raro pero yo tampoco lo entiendo, le juro...

¿Entonces está seguro que no puede salir de ahí por usted mismo?

No, no puedo salir.

¿Está seguro?

¡Sí!

Pues entonces elije mejor. Te quedan dos llamadas.

No es hasta que la siguiente línea de agujeros se activa que logro regresar en mí; de nuevo el agua me trae de vuelta. Era mentira, todo era mentira. ¿Cómo pude ser tan estúpido? Estaba claro que no iban a dejar un teléfono aquí para llamar a la policía. Entonces he hablado con mi secuestradora, maldita sea parecía normal, una voz que podría ser de cualquiera. Pero debo centrarme, el agua está subiendo más rápido, pronto alcanzará mi cintura.

Piensa, piensa, piensa.

¿Cómo me secuestraron? No lo sé. ¿Quién lo hizo? No lo sé. ¿Dónde estoy? No lo sé. ¿Por qué estoy aquí? No lo sé. Maldita sea, ¡no sé nada! Golpeo la pared de enfrente frustrado y apoyo mi cabeza en ella. Veo como el agua sube, está templada así que no moriré de hipotermia, seguramente aguante hasta ahogarme. Vaya consuelo de mierda. Tengo que pensar pero todavía siento la mente lenta y la cabeza me duele. Noto los latidos en las sienes y este maldito olor a moho me está taladrando la nariz. La secuestradora es una mujer, pero no conozco a ninguna que quisiera hacerme algo así, nunca hice daño a nadie. Estoy seguro que soy una buena persona. Voy a trabajar al astillero, quedo con mis amigos para cenar, pago mis facturas y no me meto con nadie. Tengo una vida tranquila y sin problemas, no escondo oscuros secretos ni nada por el estilo. Si alguien me está haciendo esto debe ser por casualidad, una de esas sencillas casualidades que te joden la vida.

Tal vez entre en su esquema de víctima ideal o solo me eligió al azar. Pero no la conozco, estoy seguro de ello, no puedo conocer a alguien así. Y todo esto no me está ayudando en nada. El agua ya está pasando la cintura. Tengo que hacer algo y tengo que hacerlo ya. El teléfono. Está aquí para su sádico divertimento o tiene alguna razón. Puede que no solo quiera matarme si no también romper mi mente, si es así lo está haciendo de maravilla. Felicidades maldita sádica. Pero puede que sea alguien que disfruta sometiendo a sus victimas a complejas prueba. Lo que tengo claro es que haciéndome el detective no saldré de aquí, bueno, no saldré con pulso al menos.

Además bien pensado no importa a quién llame. Pongamos que encuentro a alguien que me ayude, el agua está subiendo rápido y no tengo idea de mi paradero, mientras me busca me ahogaré. La única persona que me puede sacar es la misma que me ha encerrado. Voy a morir sin hacer nada. Tengo que intentarlo. Marco de nuevo el número de emergencias y descuelga rápido, pero esta vez nadie responde. Está al otro lado.

No sé quién eres pero detén todo esto. –Mi vida depende de ello y solo digo esto, voy a morir por falta de imaginación.

O al menos dime qué tengo que hacer, pusiste este teléfono por una razón, ¡tuviste que hacerlo por una razón!

Por favor...

Te queda una llamada.

Al colgar el teléfono otra hilera de agujeros se activa. Empiezo a llorar. El agua sube más rápido y pronto alcanzará mi cuello. Ya no hago otra cosa que gritar y golpear las paredes, pero termino por tragar agua y eso hace que me atragante, me detengo y sollozo sin mover más que los hombros. Sé que voy a morir y apenas puedo pensar, debería estar pensando en muchas cosas; en cómo evitarlo, en las cosas que jamás haré, la gente que quiero y voy a dejar... Pero no logro pensar en nada. Es como si todos los pensamientos intentaran cruzar al mismo tiempo. El agua está apunto de alcanzar mi cuello y decido hacer la última llamada.

Marco el número y espero. Salta el contestador, todavía debe de estar en el trabajo. Me habría gustado escuchar su voz una vez más. Escucho el pitido para dejar el mensaje cuando el agua está en mi cuello. Tengo poco tiempo.

Adiós.




Diego Alonso R.

Comentarios