La melodía de la tierra




Despierta sin saber que se había dormido. Se quita las gafas para refregar los ojos con las palmas de las manos, y tras recuperar su visión comprueba el resto del ferri, parece que nadie a notado su cabezada. Se estira un poco y aprovecha para peinarse la negra melena, que se le ha aplastado un poco mientras dormía. Mira por la ventana del ferri y ve que están mucho más cerca de la isla, ya no debe quedar más de veinte minutos y nota que empieza a ponerse nerviosa. Intenta alejar su mente del motivo de este viaje, así que observa al resto de pasajeros: una pequeña familia formada por una pareja y sus dos niñas, que sin duda intentan formar el recuerdo de unas vacaciones únicas, y un anciano más dormido que ella hace un momento. Sin duda no es el viaje más divertido del mundo, pero es su viaje al fin y al cabo.

Intenta superar a los nervios así que sale a tomar el aire. El exterior de la embarcación es de los mismos tonos de marrón y naranja que el interior, llamativo y propio, pero no querrías que fuese tu barco. Se acerca a la barandilla y nota unas diminutas gotas sobre su rostro, no las seca, más que molestarla le traen recuerdos. Solía viajar a la isla de Clora con su madre, muchos de los mejores recuerdos de su infancia los tiene en ese lugar, pero ahora su madre no está. Ya hace siete meses que no está. Al pensar en ello siente frío y se estira las mangas del jersey de lana gris, se apoya en la barandilla, y espera a que termine el tramo final sin pensar el porqué del viaje.

Es la primera pasajera en bajarse del ferri. El puerto le parece que no ha cambiado mucho con los años, unicamente se ha modernizado, ha cambiado los colores de la madera por los del metal; le gustaba más antes, era más acogedor. Por lo que parece en el resto del pueblo tampoco hay grandes cambios, alguna casa nueva, una tienda con otros productos, caras desconocidas... Pero el mismo pueblo.

Su recuerdo de Clora es poco más que la imagen de un cuento. Una isla que se mantiene en el medio de un inmenso lago, con el tamaño suficiente para sostener un pueblo en una de sus costas, y la belleza para dudar de su origen. El pueblo no era muy grande, antes apenas llegaría a los mil habitantes, y ahora tampoco debe superarlos. Pero tiene la belleza de la naturaleza de su lado. Además sus habitantes siempre fueron amables con Esper y su madre, iban cada cierto tiempo para acampar un par de días juntas, alejadas de todos los problemas, solas madre e hija; como siempre. Igual no es el pueblo lo que ha cambiado. Llega a la calle principal y entra en el mismo bar donde solían desayunar antes de cada acampada. No mucho lo diferencia de cualquier otro bar, sus colores son el azul y el salmón, una combinación un poco extraña a la que terminas por acostumbrarte. Hay varios clientes desayunando de manera que rompen el silencio sin llegar a humillarlo. Esper se sienta en la barra dejando su mochila en el suelo.

Dime cariño, ¿qué te pongo? –Es la vieja Lurdes, la esposa de la dueña, y parece que lleva sirviendo café desde que el pueblo se levantó. No parece acordarse de la joven, y por un momento duda si decirle quién es, preguntarle si recuerda a la niña que fue.

Un café con leche y unas tortitas, por favor. –No puede evitar cerrar la frase con una sonrisa, es imposible no sonreír a la afable Lurdes.

Marchando, no me eches de menos mientras tanto.

Se va con la alegría hasta la cocina para dar la comanda. La joven sonríe de nuevo al ver marchar a la anciana, es increíble el poder que tiene la amabilidad, increíble. Mientras espera saca el móvil del bolsillo y comprueba que apenas tiene cobertura, otra ventaja de ese lugar, pero a ella le interesan las notas que ha apuntado en este; no recuerda con exactitud el lugar exacto donde acampaban, así que apuntó todo lo que recordaba del camino y del lugar en forma de pequeña guía.

Aquí tienes, disfrútalas. –Lurdes ha llegado con las tortitas y el café–. Y lleva un par de tortitas extra.

Muchas gracias, seguro que están muy buenas.

Lo están, lo están.

Se marcha con una mueca de orgullo y deja a Esper disfrutando de su desayuno. Un desayuno que sabe igual que en el pasado. Recuerda uno de tantas charlas en ese mismo lugar, pero no recuerda cualquiera no, recuerda cuando su madre le habló de los mitos de Clora. Es una isla preciosa, en medio de un tremendo lago, está claro que la mente humana crearía mitos e historias a su alrededor, y la primera vez que las escuchó quedó fascinada. Ella devoraba las tortitas mientras escuchaba a su madre, le contaba que desde hace mucho tiempo se dice que bajo la isla se ocultaba un gran tesoro, seguramente uno de los más grandes que una persona vería jamás, y que un extraño ser lo protegía de la avaricia humana. Por eso se construyó el pueblo de Clora, era el hogar de los primeros buscadores de la isla, pero con el tiempo nunca lo encontraron y aprendieron a amar este lugar. Se quedaron. Eso le contó aquella mañana, fue un gran desayuno. Se siente con más fuerzas que al entrar, tal vez los buenos recuerdos ayuden y haya sido buena idea, o tal vez el azúcar extra esté haciendo su trabajo. Deja una buena propina y se marcha en busca de su lugar de acampadas.

El primer paso es seguir el sendero en la parte alta del pueblo hasta dejarlo todo atrás, y dado el tamaño del pueblo no le cuesta mucho. Al principio el camino cumple todos los requisitos de su memoria. Es un camino estrecho y mal marcado, que a los pocos metros se ensancha como para que dos personas caminen a la par, no más. Recuerda que había tres cruces importantes a medida que subía el terreno. El primero lo recordaba más lejano y le sorprende encontrarlo tan pronto, supongo que el hecho de tener las piernas más largas y de ir sola, pues ayudó. Entra en la aplicación de notas del móvil y lee lo que apuntó: en el primer cruce íbamos por donde estaba el árbol tejado. Lo recuerda bien, al lado de uno de los caminos había un enorme y antiguo árbol cuyas ramas apuntaban todas en la misma dirección, por encima del camino, haciendo sobre este una especie de tejado natural. Pero no había árbol alguno. Bueno, había muchos árboles, lo natural en medio del bosque, pero ninguno con ese aspecto. Esper se acerca al inicio de los dos caminos y mira entre la maleza, en el de la izquierda no encuentra lo que busca, en el de la derecha sí, un enorme tronco cortado. Al ver el denominado “árbol-tejado” talado le entra una pena que solo pude expresar apretando los dientes. Hasta los recuerdos pueden ser destruidos, o al menos cambiar tanto que ya no son tus recuerdos, solo una cosa apagada que se les acerca. Continua por el camino antes de ponerse demasiado melancólica.

Hace un buen día, es por la tarde y el sol ilumina el bosque, pero es un sol vago, de los que se limitan a iluminar sin dar calor. Por un momento se plantea sacar los cascos y ponerse algo de música, pero cambia de opinión bastante rápido. Una no siempre puede disfrutar de este ambiente, no logra verlos siempre pero de cada cierto tiempo escucha el canto de algún pájaro, y tras ello el silencio solo es roto por las pisadas de sus botas, al aplastar alguna pequeña rama y hojas caídas. Es algo que vale la pena disfrutar. Tras un largo trecho llega al segundo cruce y lee la segunda nota: busca la casa de las caras y ve al camino contrario. ¡Oh sí! La maldita casa de las caras. Entre la maleza había una pequeña casa abandonada, no era mucho más de cuatro habitaciones muy pequeñas, pero una vez entró con su madre a explorar y no volvieron a querer entrar nunca más. Sus paredes estaban plagadas de caras dibujadas, no por graffitis cutres, más bien parecían hechas por la humedad, pero demasiado claras como para ser todas un montón de paraidólias. Y buscando entre la maleza, al fondo la vio, un árbol se había caído sobre ella derribando partes del techo. Por un momento se plantea entrar y echar un vistazo, a ver si todavía están las caras... Pero ese sentido oculto y antiguo que a veces nos da un toque de atención, le dió un buen toque así que continua el camino monte arriba.

Los problemas acaban de empezar, y mira que han tardado en llegar. Está en medio del tercer cruce completamente atascada. En este punto debería ser fácil, hay de nuevo dos caminos a seguir y en direcciones opuestas, y el camino correcto no era ninguno de los dos, había que continuar por un tercero que no era más que un pequeño surco entre la maleza y la hierba; pero con el paso del tiempo parece que nadie a cuidado esta parte del bosque y el pequeño surco a desaparecido. Y la nota sobre este cruce solo dice: sigue el falso camino. Vaya ayuda recuerdos, muchas gracias. No sabe si el surco comenzaba entre los dos caminos, o si iba al lado de uno de ellos y luego se separaba, ni tan siquiera algo característico para guiarse un poco. Ojalá estuviera aquí su madre. Ojalá. Tras un rato pensando decide probar suerte y seguir el línea recta, caminar sin surco entre los dos caminos, y si está equivocada siempre puede dar la vuelta.

Se perdió.

Tras andar un par de horas decidió que no era el camino correcto, y que si lo era, ya no era capaz de reconocer nada. Así que intentó dar la vuela, pero ya ni siquiera sabía por donde había llegado. En ese punto no se veía caminos ni señales de humanidad, y se rindió, decidió seguir avanzando perdida, ya llegaría a algún lugar.

¡El río!

No pudo evitar gritar al verlo, el río. Eso sí lo recordaba. Siempre que venían tenían que cruzar un pequeño río, era diminuto, su ancho nunca superaba los cinco metros y su profundidad nunca superó las rodillas de una niña. Casi salta de emoción al verlo, de algún modo estaba cerca de su destino. Aunque claro, el río era largo, y a saber en que punto se encontraba ella ahora, así que no lo cruza. En su lugar intenta estrujar su cerebro buscando algún indicativo de dónde debería cruzar.

La roca.

Puede sonar muy genérico como indicativo o punto clave, pero no es tan simple. Era una roca enorme y puntiaguda, muy parecida a un menhir, tal vez fuera un guiño de la naturaleza a la humanidad. Siempre ponían la tienda de campaña a su lado. Desde cualquiera de los dos lados del río la piedra podría verse, así que decide primero seguir río arriba, y si no la encuentra, ir río abajo.

Casi una hora más tarde, cuando la emoción de estar cerca se mezclaba con la preocupación de estar oscureciendo, la ve. Sigue igual de grande, segura, imponente y perfecta que siempre. Es increíble como la mente forma enlaces con todo. A veces una canción nos recuerda a una persona, sin duda una de las mejores sensaciones del mundo, otras un olor nos lleva a otra época de nuestra vida, y hasta una enorme roca puede recordarnos a la familia que amamos. Esper se limpia un par de furtivas lágrimas y se prepara para cruzar. Se quita las botas y los calcetines, se remanga el vaquero hasta las rodillas, y entra en el agua que está helada, como siempre.

Apenas tiene tiempo de montar la pequeña tienda de campaña cuando la noche lo cubre todo. Busca en la mochila el pequeño farol, lo enciende y lo deja dentro de la tienda. Termina de colocar el saco de dormir dentro de la tienda y se siente en la puerta. ¿Qué hago ahora? Ella solo está haciendo este viaje para intentar despedirse de su madre, de una forma un poco retorcida, ya que murió hace meses. Pero no tiene ni idea de qué hacer ahora, normalmente se contaban historias, reían y conocían más, eran momentos donde reforzaban su lazo; pero ya no puede hacer nada de eso. Piensa que tal vez podría hacer una pequeña hoguera, le daría un buen ambiente a la acampada y le ayudaría a superar un poco el miedo. Sí, el miedo. De pequeña jamás lo experimentó en este lugar, pero tras tantos años las cosas son muy distintas. Saca de la mochila una linterna y deja el farol encendido dentro de la tienda. Con piedras del río hace un círculo ante la puerta de la tienda (con un poco de distancia, aunque puede que no la que debería), hace un agujero dentro del círculo y lo llena de ramas rotas, luego con la ayuda de un mechero y unas cuantas hojas secas prende la llama y ya tiene su pequeña hoguera. Vuelve a sentarse donde estaba, está mas caliente y todo empieza a tener mejor aspecto. Nota que está cansada, así que ahora sí decide ponerse los cascos y dejarse caer, solo un ratito...

Nada más salir del mundo onírico se quita los cascos y mira la hora, son casi las doce, mierda, no tenía pensado quedarse dormida tanto tiempo. Ve que el fuego casi se ha apagado y además tiene hambre. Primero decide reavivar la lumbre y luego comer, así que se pone una chaqueta y le echa más ramas rotas al regalo de Prometeo. Mientras busca la comida algo tras ella hace que se erice su piel. Se gira de golpe pero no hay nada, la luz de la hoguera solo ilumina unos metros y luego la oscuridad. Pero algo está pasando en el río. Suena como si alguien arrastrase un enorme mueble. Ahora piensa que no debió venir sola, pero pronto borra ese pensamiento de la cabeza, ella puede con esto, sea lo que sea. Coge la linterna de antes y se levanta decidida.

Al menos ocho metros la separan del río y el extraño sonido. Suejta la linterna con ambas manos intentando evitar el temblor y con ello mantener el haz de luz señalando al frente. El sonido se detiene y la mujer con él. Todavía la separan unos metros pero la luz ya llega a su objetivo y puede verlo. En medio del río hay una roca de un metro de alto, aunque está oscuro y no se ve bien, mejor digamos una roca tan alta como una mesa de cocina. Se acerca un poco más y ve que unos símbolos en espiral decoran la piedra, y que desde el frente de ella sale una pasarela que llega hasta la orilla. No sabe qué es, pero sí sabe que eso no estaba antes. Se plantea acercarse un poco más, pero la roca comienza a temblar, y su frontal se abre en dos, como dos viejas puertas de piedra abriéndose al exterior. En su interior no hay más que oscuridad y un sonido que se acerca, un sonido agudo, un sonido... ¿Melódico?

De la pequeña puerta de piedra, ante ella, sale silbando un pequeño ser. Esper retrocede asustada, tropieza con una rama y cae de culo perdiendo la linterna. Ya no ve el río, ni al ser, y una nueva ola de miedo la recorre. Se levanta enérgica y se arma con la misma rama en la que tropezó, se acerca hasta la linterna que está unos pasos más allá, todo el tiempo con la rama en alto. La coge veloz y busca al ser entre la oscuridad, lo tiene delante, a menos de un metro y con una de sus manos en alto. No lo duda un segundo y le asesta un golpe con la rama. El pequeño monstruo se cae y ella intenta golpearlo de nuevo, pero este esquiva el golpe y se levanta, intenta golpearlo un par de veces más pero es difícil atacar e iluminar a la par, además el monstruo es muy ágil. Logra arrinconarlo al límite de la zona de luz de la hoguera, levanta la rama lista para liberar un golpe con todas sus fuerzas...

¡Alto, alto, alto! ¡Para de una vez!

Las palabras salen de la boca del ser, el cual esta inmóvil, y con las manos en alto para cubrirse de un golpe que no llega. La joven, asustada y sofocada, lo mira con incredulidad. No es más alto que un gato de pie, tiene la misma forma que una persona, es un poco rechoncho y con una nariz aguileña, una buena melena blanca, y su piel es gris y rugosa. Pero está vestido como una persona, con un sencillo pantalón, una camisa, y un pequeño abrigo de pelo. No es ni de lejos la imagen que uno tendría de un monstruo, y tampoco la imagen que Esper tiene de uno, no puede dejar de mirarlo.

¿Podrías bajar eso? –No lo piensa y deja caer la rama a un lado, luego se plantea si ha hecho bien en tirarla, lo hizo sin pensar–. ¿Qué pasa?, ¿Tengo algo en la cara o estás pensando con qué golpearme ahora? –El pequeño la mira con recelo y las manos en las caderas.

No voy a pegarte, lo siento. Es que nunca había visto a un... ¿Duende? –Intenta adivinar la raza de la criatura mientras retiene a su propia cordura.

¡¿Duende?! Primero me golpeas y luego me insultas de este modo. –Camina pisando con una fuerza e indignación palpable–. ¿Pero se puede saber qué te he hecho yo?

Es que me he asustado, es la primera vez que veo un... –Lo intenta de nuevo pero se atreve a terminar la frase.

¡Gnomo! Soy un gnomo maldita sea. –Se deja caer de culo entre la hoguera y la tienda de campaña, justo donde ella estaba antes.

Está bien, está bien...

Se acerca despacio hasta sentarse a su lado. El gnomo está mirando al fuego con cara de irritado, y Esper lo mira a intervalos intentando no ofenderle. Eso, he intentando encontrar el sentido a todo esto. ¿Tal vez todavía sigue dormida? Sería un opción pero está bastante segura de estar despierta, se pellizca el brazo con disimulo y confirma que está despierta, o está en el sueño más trabajado de su vida. Intercambian una mirada furtiva y está claro que está ahí, es real y no va a desaparecer por ignorarlo, así que lo mejor será intentar llevar esto con naturalidad; al menos toda la que sea posible.

Soy Esperanza, pero prefiero que me llamen Esper. –Le ofrece la mano como saludo, no sabe si los gnomos dan la mano, pero le pareció lo más adecuado. No está acostumbrada a tratar con seres de la mitología.

Yo me llamo Olten. –Le estrecha la mano, más o menos, como puede con su tamaño–. Siento haberte asustado, hace mucho que no hay gente por aquí arriba.

Oh no, soy yo quien siente haberte golpeado con la rama, y luego perseguido y ...

Da igual, no pareces mala, solo algo asustada. ¿Y qué hace una humana como tú por aquí?. –La mira fijamente y ahora que no parece tan molesto, se le hace un poco adorable. Además, su voz parece que tiene arenilla, eso le gusta.

Estoy de acampada.

Ah...

Sabes lo que es una acampada, ¿no?

No. –Tras pronunciar la “o” deja la boca en la misma posición, pero no parece darse cuenta.

Pues una acampada es... Esto. –Hace un giro con las manos a su alrededor–. Montar una tienda de campaña, hacer una pequeña hoguera, y pasar la noche en el bosque, más o menos. –Olten asiente mientras la escucha con atención.

No parece muy divertido.

Sí es divertido, o al menos lo era, es difícil de explicar. –Por un pequeño espacio de su memoria logra recordar que tiene hambre y eso le ofrece una salida–. ¿Tienes hambre?

La respuesta del gnomo es una sonrisa amplia que hizo desaparecer todo parecido con una roca viviente. Esper entra en la tienda en busca de algo de comida. No tarda más que unos minutos, tiempo suficiente para que el gnomo vuelva a silbar. Es una melodía hermosa pero uno no puede evitar que los ojos se humedezcan. Al ver que la mujer se sienta de nuevo para de silbar. Deja ante él una Coca-cola abierta, parte de una barra de chocolate, y otra parte de un sándwich de queso y mermelada de arándanos.

Esto es todo un manjar. –Olten habla con la boca llena pero se le entiende igualmente.

Me alegra que te gusten, aprendí la receta de mi madre, me los hacía de pequeña. –Muerde su parte de la comida y por un momento se siente agradecida por esto. Esta situación sigue siendo una locura, y nunca podrá contar esta historia sin que la llamen loca, pero agradece no estar sola esta noche.

Pues entonces tu madre es una gran mujer. –Apenas se le entiende con la boca llena.

Era una gran mujer... –Olten deja de masticar al darse cuenta del “era”.

Lo siento, ¿hace mucho tiempo?

Algo más de siete meses. –Mira al sándwich pensativa y le mete otro lento bocado.

Sigue el lazo por los años y volverás a su abrazo. –Esper lo mira extrañada y él lo nota–. Es lo que decimos los gnomos tras la pérdida.

Gracias. –El gnomo se siente satisfecho y regresa a la comida. La joven lo observa con curiosidad, ya no hay pizca de miedo, solo curiosidad por un ser único y aparentemente bueno–. Oye, ¿qué era lo que estabas silbando hace un momento?

Port ert at. –Bebe un buen trago de Coca-cola para tragar la comida y por como mueve la lata Esper se da cuenta que tiene más fuerza de lo que aparenta con ese tamaño.- En vuestro idioma significa “parte de mí”, es una canción que solo cantamos a aquellos que queremos. Por eso la silbo, para que me escuche y sepa que todavía la quiero, para recordar–. Su mirada se pierde un instante entre las llamas.

¿Me puedes enseñar a silbarla?

Esta no es cualquier canción. –Parece dudar un segundo de que decir o hacer, pero nadie entiende mejor la pérdida que él, y sabe que la humana lo necesita–. Es importante para nosotros, ¿lo entiendes?

Lo entiendo. Pensé que me ayudaría a sentirla más cerca, no quise ofenderte... –Baja la cabeza dejando la frase al aire. Entonces nota una pequeña mano sobre la suya.

Te la enseñaré.

Bajo un oído incrédulo podría parecer una canción fácil y simple. Algo que cualquiera podría entonar o tararear, pero al intentarlo te darías cuenta de cuan equivocado estás. No es solo un ritmo o una cadena de notas, es decirle a alguien que le quieres, decirle a alguien que forma parte de ti y que le echas de menos. Y no es simple explicar lo que uno siente al querer. Tu mente va tan rápido que no logras entender lo que piensas, tu temperatura sube junto a tus nervios, y sabes que mientras abraces a esa persona hasta el fin del mundo dejaría de importar. Y esto no es más que un vulgar intento de explicar algo tan complejo que ni uno mismo puede entender, simplemente somos capaces de entender que queremos. Y eso dice esta canción, dice: te quiero.

Y por esa razón, al silbarla juntos, Esper no puede evitar llorar.

¿Estás mejor? –Ha pasado un rato desde que le enseñó la canción y parece que sus corazones se han calmado un poco tras el esfuerzo.

Sí. –Hay un silencio donde no queda claro si los dos prefieren estar en silencio o no saben que decir.

¿Sabes? No eres como las otras personas que conocí. –Olten rompe el silencio y ella lo mira esperando a que continúe–. La mayoría de gente que conocí tenían avaricia y corrupción en su interior. En el tuyo hay dolor, pero también curiosidad y bondad. Eso me gusta.

Gracias Olten. Eres el gnomo más amable que he conocido.

Eso tampoco es muy difícil, solo me conoces a mí. –Se ríe hasta contagiarla.

En serio, gracias. Esta acampada está siendo una locura, pero la necesitaba. –Sonríe sin pensar.

¿Tienes algo de tu madre aquí?

¿Perdón? –La pregunta la pilla por sorpresa.

Si tienes algo de tu madre aquí.

Bueno, tengo esto. –De su bolsillo saca una sencilla cadena de plata–. ¿Por qué lo preguntas?

Sígueme.

El gnomo se levanta decidido y camina hacia la gran roca con forma de menhir y Esper lo sigue con unos segundos de retraso. Cuando está justo ante la piedra, el pequeño acaricia la roca y esta vibra como respuesta. La mujer se asusta un segundo pero no se aparta, de algún modo ya confía en el gnomo, entonces este salta dentro de la roca hundiéndose en ella como si estuviera hecha de agua. Esper se queda sola y sorprendida, pensaba que a esta noche no le quedaban sorpresas, y está claro que se equivocaba. Estira sus temblorosas manos para tocar la piedra y es sólida. Es una piedra común. Pero de ella sale la mitad del cuerpo de gnomo ofreciéndole la mano, ella duda un segundo muy corto y la acepta, nota el tirón desde el otro lado y la cruza del mismo modo; como si fuera de agua.

La caída es bastante larga y hace que todo su cuerpo le grite que va a morir. Pero a un metro del suelo un aire caliente y suave la frena y deja de pie. La experiencia de atravesar una roca, caer a una muerte segura, y sobrevivir mágicamente, hace que tarde un poco en observar el entorno. Pero al hacerlo olvida todo lo demás. La sala es inmensa, seguramente más que la isla, tal vez hasta ocupe todo el lago... Y cientos de diamantes la decoran. Están por las paredes y el suelo, muchos hasta en pequeñas torres de piedra. Pero no son diamantes comunes, son tan grandes como Olten y cada uno se ilumina con colores y tonos diferentes.

Es hermoso.

El tesoro bajo la isla...

No fue más que un susurro y el gnomo no lo escuchó. Pero Esper lo había entendido, estaba en el lugar que todo el mundo habla, ese era el gran tesoro que descansaba bajo la isla; y entonces el pequeño y amable Olten es el extraño ser que lo protege. El gnomo le hace una seña para que lo siga y llegan hasta uno de los pilares de roca que nacen del suelo.

En esto nos convertimos los gnomos al terminarse nuestro tiempo. Yo soy el encargado de cuidar lo que son ahora, de cuidar las almas de todos, y si así lo deseas, también la de tu madre.

Olten hace un gesto hacia el pilar vacío y Esper lo entiende. Deja el collar sobre este, y tras una última lágrima, se marchan para poder terminar la acampada.

Para poder decir: adiós mamá.




Diego Alonso R.

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