El día de la diosa



Es una cocina normal. La luz de los flexos no parpadea sombríamente, no se respira un aire putrefacto, y no recuerda a un escenario de terror. No es más que una cocina de un piso corriente. Con sus azulejos blancos y decorados de forma aleatoria con pequeños grabados en negro, una mesa marrón y sencilla, una nevera alta con el espacio arriba para un pequeño congelador. Aunque también tiene algunas cosas que rompen la regla, digamos que es una cocina y ya está.

En medio de la cocina un hombre permanece impasible sentado en la silla. Todavía lleva puesto el pantalón del pijama y la camiseta negra y vieja que suele usar para dormir, está completamente despeinado y la barba de tres días tampoco falta. Su sangre emana de los cortes en sus muñecas y caen sobre un entramado de símbolos hechos con sal en el suelo. Son dos grandes infinitos cruzados dentro de un cuadro y todo rodeado por un amplio círculo. La pérdida de sangre consigue que se forme un charco bajo él y hace que sus ojos se vayan cerrando. Con todo su mirada se mantiene fija en la silla vacía frente a él.

El tiempo cruza su percepción y se manifiesta a un ritmo diferente. Sabe que se está muriendo a un ritmo calmado y no le importa esperar, ya no le importan muchas cosas. Tras una franja de tiempo indefinido se da cuenta. No está solo. Hay alguien más en esa cocina, sentada en la silla ante él. No la vio llegar, no la vio sentarse, pero ahí está. ¿O tal vez no esté? Lleva un buen rato perdiendo sangre y nada le asegura que esto vaya a funcionar, podría ser la última jugarreta de su mente. Pero ignorando las dudas su visión se hace nítida y no puede negar lo que ve. Sentada ante él hay una mujer. Parece mayor, pero no sabría decir cuanto, porque por momentos sus arrugas parecen cambiar y desaparecer. La melena gris cae sobre su chupa negra, la cual encaja con sus vaqueros y se remata todo con unas impresionantes botas del mismo color. No puede negar que está ahí.

¿Qué has hecho? –La mujer señala sus brazos con un gesto de cabeza.

El libro dice que hay que hacer un gran sacrificio para que el ritual funcione. –Mientras habla se mira sus muñecas y ve que las heridas siguen ahí pero que ya no sangran, tampoco siente pesada su cabeza, está perfecto.

¿Y decides sacrificarte a ti mismo? Debías tener mucha confianza en que esto saliera bien – como respuesta solo recibe un silencio y una mirada esquiva–, o no importarte mucho tu propia vida. Dime, ¿cómo te llamas?

Lucas.

Bien, tú puedes llamarme... Eterna, sí, hoy me llamaré así. –La mira sin decir nada. Tenía esperanzas de que esto diera resultado, pero tampoco es que tenga experiencia tratando con algo que no sea un ser humano, de todos modos tiene que intentarlo.

¿Es cierto que puedes cumplir un deseo? –Parece captar la atención de la mujer.

Soy una diosa, puedo hacer lo que quiera. –Por un momento la diosa le mantiene la mirada y Lucas no puede soportarlo, sus ojos son verdes pero te miran con el peso de cientos, tal vez miles, termina por ser él quien aparta la mirada y ella sonríe.- Si preguntas por ello es que ya tienes decidido tu deseo.

Sí, quiero... –Eterna lo hace callar levantando una mano.

Cálmate, esto no va así. Primero dejemos claro algo, no tengo porque cumplir ninguno de tus deseos y es probable que no lo haga. Si ese es el caso cuando me vaya, eso –hace una señal hacia el charco de sangre bajo la silla– seguirá donde se quedó y te morirás. –Lucas parece reflexionar un segundo.

Está bien, ¿entonces como funciona esto?

No pareces muy asustado con lo de morirte y admito que eso me genera algo de curiosidad. Pero primero tienes que convencerme para que cumpla tu deseo, y si lo logras, ya negociaremos qué me darás a cambio. Así que dime, ¿por qué haces esto?

Lo hago por ella.

Ella. Así que has llegado a esto por una mujer, espero que no me pidas algo que no me guste, o será a ti a quién no le gustará. Pero está bien, cuéntame entonces sobre esa mujer.- Eterna se recuesta en la silla cómodamente.

La conocí siendo tan solo unos niños, así que siempre ha estado en mi vida. Recuerdo que de pequeño esperaba con ilusión el día en el que pudiera jugar con ella, eran los mejores días. Siempre ha estado en mi vida... –La mirada de Lucas se pierde mientras que la diosa se pone seria–. Nos vimos crecer, vimos los buenos y los malos momentos. Y yo me enamoré tantas veces de ella. Se convirtió en lo que era inevitable, una mujer fuerte e inteligente, que además era capaz de derretirme con una caricia.

Se queda callado casi un minuto entero, con la mirada fijada en un lugar muy lejano a la cocina. Eterna espera paciente, sabe lo que se hace.

A veces cuando estoy medio dormido me giro esperando poder abrazarla y al no encontrarla me desvelo. Creo que si me concentro podría hacer un mapa con todos sus lunares, pero cada vez los veo mas difusos y eso me da miedo. Y era tan lista... Da igual que problema se presentara, ella sabía que palabras debía decir, era prácticamente un don. –Eterna arrastra la silla acercándose un poco, pero Lucas ni lo nota.

¿Y qué pasó?

Que ya no está.

No, cuéntalo bien. Dime qué paso. –Su voz no suena de la misma forma que antes, parece que tarda en llegar, como si el sonido no viniese de su garganta sino de un lugar más lejano.

Estábamos juntos. Ella sonreía mucho, estaba muy emocionada. Iba a enseñarme el lugar donde haría las prácticas en unos días, siempre se emocionaba cuando hablaba de su carrera. Sin duda era su pasión. Estábamos cruzando la carretera, el semáforo estaba en verde para nosotros, lo recuerdo bien. Ella iba delante de mí, solo un par de pasos, tiraba de mi mano y yo me hacía el lento bromeando. –No dice nada más. Sus manos empiezan a temblar.

Sigue Lucas; sigue.

Entonces un coche la arrolló. Fue muy rápido pero pude verlo. Por un segundo su rostro no supo reaccionar, no tuvo tiempo a entender qué estaba pasando y su rostro no supo que expresión poner. La lanzó varios metros y corrí hacia ella. Cuando llegué ya estaba muerta. Podía sentir el calor de su sangre entre mis dedos pero yo seguía hablándole, sabía que estaba muerta, alguna parte de mi cabeza lo entendía, pero no era la parte que dominaba. –Llora casi con la misma fuerza que en ese instante.

¿Y qué hiciste tú Lucas?

No lo sé. No estoy seguro. He intentando recordarlo bien, lo juro, pero todo está borroso. Recuerdo que el coche se detuvo y se bajo un hombre, lo vi, parecía estar borracho. Pero no recuerdo mucho más. Creo que intenté matarlo. Había mucha gente y me pararon, pero acabé con heridas en mis manos, así que tuve que golpearlo. Luego querían tocarla, querían llevársela, pero no quería que lo hicieran. Solo quería que la salvaran, yo no podía hacerlo. No podía hacerlo. No podía... –Se rompe de tal forma que no es capaz de vocalizar y Eterna agarra sus manos.

Ya está, no digas nada más, ya está... –La mirada de Lucas regresa de dónde estuviera y la mira lloroso y perdido–. Lo siento, tenía que hacer que me dijeras la verdad. –Lo abraza hasta que deja de llorar y luego limpia sus lágrimas.

¿Y qué has decidido?

Cumpliré tu deseo, pero no será gratis.

Lucas tarda un segundo en notar el cambio y al hacerlo se levanta asustado. Ya no están en su cocina. El símbolo del suelo es el mismo, las sillas también, pero todo lo demás es diferente. Están en la oscuridad. La zona de sal está iluminada de alguna forma que no termina de comprender, ya que no hay un foco de luz como tal, sencillamente hay luz. Pero el problema es lo que hay fuera del círculo, o mejor dicho, lo que imagina que hay. Lo único que puede ver es una oscuridad densa y pesada, y una niebla grisácea que bordea el límite del círculo intentando entrar, pero sin éxito. Observa a Eterna que sigue sentada y tranquila pero pronto su mirada se desvía tras ella. A su espalda, fuera del círculo, se erige un menhir descomunal. No tiene luz alguna, pero es capaz de verlo incluso entre la oscuridad, es lo único que puede ver en ella. Es enorme. Tiene un color negruzco como si hubieran quemado la piedra, está agrietado y hasta le falta una parte en el lateral derecho; pero es hermoso y casi siente que la necesidad de tocarlo.

Es mejor que no lo hagas, hazte un favor y siéntate. –La voz de Eterna suena como al inicio, aunque el no notó la diferencia.

Se gira para recoger la silla que él mismo tiró pero tarda un poco más en hacerlo. No había caído en que tras él también hay otro menhir, no es tan grande, parece un menhir corriente, pero solo en tamaño porque este sí brilla. Lo hace con un color anaranjado oscuro y parece poseer la superficie más lisa que existe. Pero intenta contener todas las ideas que pasan por su mente y recoge la silla. Está más cerca de conseguir lo que desea, debe contener su cordura un poco más.

Muy bien, parece que ha llegado el momento de negociar, dime que es lo que quieres.

Un día. –La diosa lo mira con la cabeza un tanto ladeada, no es la respuesta que esperaba.

¿No quieres que resucite a la mujer?

El libro decía que tú nunca haces eso.

Y no lo hago, no es bueno robar a la muerte de forma directa, pero me sorprende que no lo intentes.

No quiero perder mi deseo en nada, eso es todo.

Está bien... ¿Un día entonces? Tendrás que ser más exacto. –Lucas parece hacer un amago de sonreír, lleva tiempo pensando en qué debería pedir.

Quiero uno de los días que Amanda vivió.

¿Quieres que te de uno de sus días vividos?

Sí, exacto. –Eterna lo mira con los ojos un tanto entrecerrados.

Eso es muy específico y bastante raro, ¿qué intentas?

Puedes hacerlo, eres una diosa.

No he dicho que no pueda. Solo digo que es raro... Además, ¿qué me darás a cambio?

Mi menhir. –Los ojos de la diosa casi parecen crecer por un momento.

¿Sabes lo qué estás diciendo?

Sí.

No lo creo. Eso no es un menhir como tal. Eso eres tú. Tu personalidad le da forma, tus recuerdos tamaño y tus sueños color. –A medida que habla su voz vuelve a llegar desde más lejos–. Si lo pierdes la comida no sabrá igual, tu ilusión desaparecerá, ni tan siquiera podrás soñar al dormir. Estarás vacío.

Lo vacío puede llenarse. –No está seguro si su respuesta impresiona o enfurece a Eterna.

Hace falta algo muy grande para que vuelvas a sentir si pierdes tu roca.

Eso es cosa mía, ¿aceptas? –La diosa se lo piensa antes de decir nada más.

Está bien, veamos qué pasa.

El menhir tras Lucas empieza a deshacerse en cientos de pequeñas luces. Todas flotan como lentas luciérnagas hasta la palma de Enterna y se compactan en una esfera del tamaño de una bola de billar. Reluce con el mismo color anaranjado que antes. La diosa extiende el brazo ofreciéndole la bola y Lucas la recoge emocionado.

¿Es esto? ¿Esto es ese día?

Sí. Solo tienes que besarlo para poder revivirlo, aunque no sé si has elegido el mejor día para eso.

Entonces Lucas la mira y por primera vez sonríe. Agarra la bola con fuerza y la lanza contra el suelo rompiéndola en cientos de partes. La luz desaparece y Eterna suelta una carcajada; ya entiende el plan del mortal.

La cocina vuelve a ser una cocina corriente. No existen los símbolos en el suelo, ni el charco de sangre, ni tan siquiera los cortes en sus muñecas. ¿Ha funcionado? Es lo único en lo que piensa Lucas. Se levanta dudoso y sale de la cocina; está temblando. No se atreve a decir una palabra por miedo a no encontrar respuesta pero sigue caminando a través del pasillo.

Entra en la habitación y ahí está.

¿Todavía estás así? Pensé que ibas a afeitarte.



Diego Alonso R.

Comentarios

  1. Extraordinario... me ha dejado sin más palabras.

    Un beso.

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    1. ¡Muchas gracias! Es un placer tener lectoras como tú. Un saludo.

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