Siempre he odiado no saber qué debo hacer. Algunas personas tienen muy claro cual es su destino, a qué van a dedicar sus vidas, o al menos intentarlo; y aquellos que no lo saben, se conforman con hacer lo estipulado. Pero yo no pertenezco al primero grupo, no conozco ninguna habilidad o talento propio, pero tampoco pertenezco al segundo, me ahogo solo de pensar en repetir la vida que nos dictan. Y siempre que me encuentro atascado vengo al mismo lugar, a esta playa.
Es difícil llegar a ella, creo que nadie la conoce, al menos nunca me encontré con otra persona aquí, como mucho algún animal. Para llegar a ella hay que caminar cerca de treinta minutos para salir del pueblo, y tras ello, caminar otros cuarenta minutos por el borde de unos acantilados pequeños pero peligrosos. Nadie suele hacer semejante tontería, así que la playa es mía. El lugar donde relajarme y pensar que debo hacer en todo aspecto de mi vida. He pasado días enteros bajo el sol, he venido bajo la lluvia, y también en días helados como hoy. Y aunque no existe un lugar donde piense mejor que aquí, durante años no hice otra cosa que fracasar, fallar en cuál es mi camino. Hace años, en esa franja de tiempo donde no tenemos ni idea de la vida, pero aún así nos obligan a elegir a qué queremos dedicar esta; intenté ser normal. Y por normal me refiero a hacer lo mismo que la mayoría. Yo nunca he tenido sueños, ni metas, ni nada que me apasione, pero algo tenía que hacer... Por aquella encontré esta playa. Me di cuenta que la estaba en el lado mayoritario. La gente no suele escoger su futuro basándose en cuales son sus sueños, porque no suelen tenerlos, y aquellos que los tienen, no se atreven a saltar hacia ellos. Así que tenía que resignarme al camino normal, escoger un oficio que “tenga salida” y luego a buscar un trabajo para pagarme las facturas, el cual seguramente no tenga nada que ver con mi oficio y además apenas me de para las facturas.
Pero no fui capaz.
Juro que lo intenté, escogí un oficio para pasar el resto de mi vida repitiéndolo, con la esperanza de no llegar a viejo. Pero me apagué. Fue algo progresivo, no es que de pronto fuera andando y mi cuerpo dijera: ahí te quedas. No. Fue algo tan sencillo como despertarme una mañana y antes de levantarme pensar, ¿para qué? Ese fue el principio. No quiero pasar el resto de mi vida haciendo algo que me hace infeliz, solo para pagar las facturas he intentar soportar el paso del tiempo. Se dice que una vida pasa rápido, pero una vida no es poco tiempo.
Si dijera estas palabras en voz alta mucha gente me mandaría a paseo y dirían que soy un creído, un crío, y que no entiendo como funciona la vida. No soy estúpido, sé que tengo que ganarme la vida de algún modo, pero si entender como funciona la vida es aceptar ser infeliz... Pues vaya mierda.
Me acerco a la orilla buscando piedras planas para revotar en el agua. Es algo que suele hacerse en el río, pero es más divertido hacerlo en el mar, jugando con los rebotes y las pequeñas olas de la orilla.
Pues lo que decía, que abandoné ese camino y me hundí. Si no sigues lo estipulado más te vale tener una meta que perseguir, una idea a la que dar forma, algo. Yo tenía muchas dudas y una habilidad para enterrarme en la mierda. Y así pasé dos de mis años, agotando la paciencia de mi familia e intentando saber qué hacer. Entonces descubrí algo que, según mi punto de vista, la mayoría no tiene; alguien que confíe en ti. Que no te presione para que te decidas de una vez, ni que te recuerde todo el tiempo que el tiempo pasa, que en su lugar intente hacerte ver lo bueno que hay en ti, y te recuerdo que las esperas valen la pena.
Alguien me recordó que valía la pena.
Con su apoyo y paciencia encontré algo nuevo, algo que de verdad me apasiona. Y no me refiero a botar piedras, que también, esta última solo hizo dos botes pero más largos que un barco. Descubrí que soy bueno tallando. Sí, tallando. Jamás pensé que viviría de algo así, pero resulta que me hace feliz y además me da dinero, lo suficiente para mudarme, así que debo despedirme de esta playa.
–¿Estás listo? –Al girarme sé lo que me voy a encontrar, a ella. Con su gorrito de lana y la nariz roja por el frío.
–Sí, vámonos.
Creo que es bueno, sea detenerse al borde del camino cuando no estamos seguros o cuando no nos sentimos bien en el camino que una vez emprendimos; sea cambiar dirección y continuar la ruta que nos hace feliz realmente.
ResponderEliminarUn beso.
Muy bien dicho Alma, un saludo.
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