He
creado tantas realidades en mi mente que ya no sé cuál es la real.
Con esto no quiero decir que guarde el poder de un ente supremo,
capaz de modificar lo que llamamos “la realidad” en este mundo,
solo soy otro imbécil más. Un hombre con la imaginación despierta
que se aburre esperando al autobús. Todos los días pillo la línea
ocho para ir al trabajo, a primera y última hora. La vuelta a casa
no interesa a nadie, suelo estar cansado y no hago la gran cosa,
excepto algún día suelto que dedico al ocio. Y bien pensado la ida
al trabajo tampoco, seguramente nada de lo que yo cuente interesa,
pero lo voy a contar igual, porque me da la gana. De lo que voy
hablar es de la espera al autobús de la mañana y de una ventana.
Lo
habitual es que el autobús de la línea ocho llegue unos minutos
tarde, bueno, es lo habitual en todas las líneas. Pero el hecho es
que uno se acostumbra a que llegue quince minutos tarde, los primeros
días pillaba otra línea y me pilló de imprevisto, así que yo
también llegué tarde a mi trabajo. Pero ahora ya tengo en cuenta
este factor y me pasé a la línea anterior, la línea ocho, lo que
significa un madrugón más grande y esperar prácticamente solo en
la estación. Fue esperando el autobús que adquirí esta costumbre
de crear realidades, más concretamente, creo realidades sobre un
piso. Ante la parada se eleva un edificio de lo más simple. Y entre
el aburrimiento empecé a imaginarme las vidas que transcurrían tras
cada ventana, tenía en cuenta todo lo que veía para crear su
realidad, el color de las cortinas, la ropa que secaban colgada de
algunas, las plantas que decoraban otras, algunas veces veía al
propio vecino fumando en la ventana, de todo un poco.
Hasta
que encontré la ventana.
En
el cuarto piso hay una ventana sin ninguna clase de pista. Llevo
semanas imaginando las diferentes realidades que ahí dentro pueden
suceder y en todo este tiempo no conseguí ni una sola pista. Una
ventana limpia con unas cortinas blancas, no sé nada más, y esa es
mi perdición. Así paso cada mañana, mirando a esa ventana de la
cuarta planta e imaginando que sucede al otro lado. En los inicios me
imaginé algo común; una familia donde el padre está en paro, la
madre trabajando por un salario de mierda mientras intentan entender
a su única hija, la cual se lleva mejor con su abuela, que ahora la
tienen en casa para intentar rascar de su jubilación. Pero pronto me
aburrí de los dramas sociales y pasé a otras cosas. En ese sencillo
piso vive un hombre con una afición un tanto peculiar: le gusta
coleccionar pies humanos. Por supuesto no los busca por los bajos
fondos de la red, lo suyo es hacer el trabajo al completo. Espera a
que se haga tarde, esa franja horaria donde en la calle solo hay
gente perdida (por diferentes razones), entonces sale a pasear. Pasea
sin prisa alguna, buscando alguien cuyo calzado le llame la atención,
y al encontrarlo empieza el proceso. Sigue a esa persona hasta
encontrar el momento oportuno, y cuando ese momento llega le inyecta
la dosis exacta de un potente sedante. De su mochila saca una sierra
y corta el pie derecho a la altura del tobillo, luego lo guarda y se
marcha a casa, a veces para a tomarse un café nocturno. Luego
disuelve la carne en sosa y guarda el huesudo pie junto a su
respectivo calzado. Pero tuve un par de pesadillas con ese hombre y
pasé a otras cosas.
Una
realidad un tanto más alegre, la de una mujer con tatuajes hasta en
los párpados, cuyo sueño es vivir de sus historias. Y aunque su
saga sobre una heroína (cuyo poder es adquirir fuerza al ingerir
azúcar) no es un superventas, le paga las facturas y se siente
realizada. Estuve unos días con ella y su realidad, pero una mañana
me dormí en la parada y tuve un sueño con una extraña criatura. El
piso estaba vacío, al menos vacío de humanos, porque lo había
elegido como su hogar una criatura única. Era una enorme bola peluda
y se dedicaba a dar voz a todos los inquilinos del edificio,
literalmente creaba voces por el día y las dejaba en sus gargantas
por las noches . Terminé inventando toda una realidad de monstruos
para ella.
Luego
regresé a las personas y tras cuatro realidades más estoy perdido.
No tengo idea alguna de quién o qué puede vivir en ese piso. Y
aunque al inicio solo era un juego, ya no lo es, no me saco la imagen
de esa puerta abriéndose y visualizo docenas de inquilinos
diferentes. Se está convirtiendo en una obsesión y soy consciente
de ello, por eso he decidido afrontarlo, necesito limpiar esta duda
de mi mente; y luego no volver a jugar a esto nunca. Así que lo he
decidido. Luego, al regresar del trabajo, pasaré por ese edificio y
descubriré quién vive en ese piso. Espero que tras ello sea capaz
abandonar la costumbre de crear realidades.
Deseadme
suerte.
Diego Alonso R.
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