El señor del fin






Ni la muerte, ni la fatalidad, ni la ansiedad, pueden producir la insoportable desesperación que resulta de perder la propia identidad.”
H. P. Lovecraft


Marcos Hernández es un fracasado. Un hombre vacío que no tiene motivos para vivir. Pero hoy es diferente, Diana le ha dejado un mensaje donde le pide que pase por casa. Se ha aseado y puesto una camisa limpia; casi parece decente.

La casa es sencilla, dos plantas y una fachada blanca. Acaba de timbrar y espera a que se abra la puerta. Por un momento la ve abrirse y tras ella está su esposa, recién duchada y con nada más que una toalla. Luego regresa a la realidad, y recuerda que no están juntos, que no lo va a recibir del mismo modo. Está sudando y limpia las manos contra el vaquero. La puerta se abre de verdad y se encuentra a su esposa, radiante, y envuelta en un sencillo vestido azul. Intenta sacarle una sonrisa empática pero no logra más que una mueca de indiferencia. La mujer entra en casa dejando el espacio de la puerta vacío en forma de invitación silenciosa. La sigue hasta el salón donde lo espera sentada en el sofá.

La casa sigue igual. –Intenta entablar conversación marcando lo obvio.

Casi igual. –Un matiz agrio.

Bueno –se sienta en el otro sofá, ante ella–, supongo que querías hablarme de algo.

Ha llegado un paquete para ti. Lo tienes ahí al lado, sobre la mesa. –Estás no son las palabras que esperaba. Desde que vio el mensaje se había imaginado docenas de escenarios y en todos se reconciliaban. Recoge el paquete y se vuelve a sentar.

Gracias por avisarme. Y... ¿Cómo lo llevas? –Lo dice señalando con la cabeza la barriga que destaca bajo el vestido.

Bien, aunque algo cansada estos días.

Tienes buen aspecto, pero si necesitas algo...

No hace falta. Bueno, estoy ocupada; si no te importa. –Se levanta dejando todo claro.

Marchan en silencio los pocos metros restantes hasta la salida. Habría sido mejor no recibir un mensaje, no haber ido.

Por cierto. –Se gira esperando un último desvío hacía sus ilusiones.

¿Sí?

Cambia la dirección para tu correo, no tengo tiempo de andar avisándote de todo.

Sí, claro.

El camino al apartamento (que no se le puede llamar hogar) es realmente rápido. Ventajas de moverte pensando, antes de darte cuenta llegas a tu destino, y últimamente Marcos lo sabe muy bien.

El complejo de apartamentos “Buena vista” es el reflejo de la humanidad, tiene una buena superficie, pero en el fondo está destartalado. Atraviesa la mirada del conserje, el cual siempre le mira con un aire de desprecio y deseo. Lo primero porque es cliente de un detestable lugar como ese, el segundo porque él se marchará al terminar su estancia. Sube hasta su apartamento por el ascensor, solo está en la segunda planta, pero si no fuera porque de cada dos semanas este se avería jamás habría conocido las escaleras. Se cruza con su vecina vigoréxsica y la ignora para entrar en su apartamento.

Es una vieja ratonera dividida en una habitación y un baño. Mantiene toda la mugre que tenía antes del alquiler, más la que Marcos trajo con él. Deja el paquete al lado de la televisión y va al baño. Frota los ojos hasta que ve chiribitas y en ese punto se lava la cara. Se pone ropa más cómoda y observa desde el lado de la cama la habitación, no está seguro de lo que siente, por una parte quiere gritar y por otra llorar; se decanta por resistir.

Decide abrir el paquete, así que lo coge para llevarlo a la cama y nota que pesa mucho para su tamaño (no es más grande que una caja de zapatos). Rompe el envoltorio y hay una caja más una carta. Se decanta por abrir primero la carta, ya que dice ser de su tío Adrián, lo cual es extraño teniendo en cuenta que no se ven desde su infancia. La abre.

Hola sobrino.

Sé que no nos hemos visto desde que eras un crío y no me arrepiento de ello. Entiéndeme, la clase de vida que llevo no es buena para los niños y la familia. No sé que te habrán contado de mí, o si tan siquiera me mencionan en tu presencia, pero intenta creer las palabras que aquí te escribo.

Mi madre, tu abuela, desapareció ya hace mucho tiempo y los últimos años estuvo demente. Siempre nos han dicho a tu padre y a mí, que a causa de la demencia, debió perderse por el bosque y caer por algún lado. A diferencia de tu padre yo nunca me creí esa historia; porque yo nunca creí que estuviera demente. Bueno, sí lo estaba, pero eso no significa que todo lo que contaba fuera falso. No dejaba de hablar de una caja, siempre insistía en que le habían robado la caja de su señor, la caja del inicio. Todos pensaron que no existía dicho objeto, pero yo siempre tuve mis dudas, y con el tiempo encontré una foto de su juventud donde aparecía junto a la caja.

Desde ese instante me obsesioné con encontrarla y hace unos meses pensé que lo había hecho. Pero me equivoqué; la que yo encontré tenía otro símbolo sobre la tapa. Y otro señor esperaba tras ella. Esta caja es el camino al fin y debo alejarla de ciertas manos, y aunque corro el riesgo de que no me creas, es mejor que no te cuente mucho más. En un par de semanas, un mes como mucho, me pondré en contacto contigo. Hasta entonces, haz caso a este viejo y déjala en cualquier esquina hasta que yo aparezca.

Pero no abras la caja, por tu bien sobrino, y por el bien de todos, no la abras.

Tu tío, Adrián Hernández. “


Su rostro manifiesta el desconcierto de una mente simple. Deja la carta a un lado y acerca la caja un poco más. Es un poco más grande que una caja de zapatos. Parece estar hecha de un latón verdoso, y sobre la tapa hay un símbolo negro y en relieve, un dos hecho con ángulos rectos y con un círculo en cada espacio de este. No sabe mucho de su tío, lo único que le habían contado de él, era que se dedicaba a “cosas raras” y que había heredado la vena loca de la familia. Tiene claro que no es más que una caja, pero parece antigua y pesa mucho, tal vez esté guardando algo valioso en su interior. Y no va a guardarla durante tanto tiempo sin saber que hay dentro; no puede fiarse de un loco al que no conoce. A la mierda.

La abre.

No hay nada más que un marcado olor a moho. Claro ¿Acaso iba haber algo de verdad? Se ríe de si mismo y vuelve a cerrarla. A dormido mal y luego tiene una reunión; así que se recuesta sobre la cama para descansar un poco.

Duerme a pierna suelta sobre la cama, con la boca abierta, y un hilo de baba colgado sobre la almohada. A dos metros sobre su cabeza, en el techo, algo está empezando. La pintura se resquebraja en una larga e irregular línea a lo largo del techo. Si la vieras de cerca, pensarías que es el resultado de miles de diminutas bocas mordiendo por doquier. Comienza a abrirse despacio, dejando hilos de una sustancia gris gelatinosa por en medio del agujero. Al otro lado solo hay oscuridad. Las diminutas bocas continúan su labor extendiendo la grieta, mientras, la sustancia gris cae sobre el dormido Marcos. La oscuridad se mantiene intacta, hasta que se estrecha, como un ojo adaptándose a la luz.

Despierta despacio, con la ropa húmeda, y con un nauseabundo olor a comida podrida llenando el ridículo cuarto. Se sienta al borde de la cama con una mano sujetando su cabeza; la nota pesada. No es capaz de recordar sus sueños, pero con lo mojada que tiene la ropa, deduce que una terrible pesadilla le ha hecho sudar hasta ese punto. Recuerda la cita con su viejo amigo y ve el reloj, no tiene tiempo de ducharse, al menos si no quiere llegar tarde. Así que se limpia para disimular el mal olor y se cambia de ropa. Al salir ve la caja en el suelo, debió tirarla mientras dormía. La recoge cuan liviana es y la deja al lado del televisor.

Cuando salió de casa tenía un aspecto casi decente, incluso había logrado disimular el mal olor con el que había despertado, pero al llegar al restaurante el resultado era otro bien distinto. Está nervioso. Hace tiempo que no ve a su viejo amigo Ricardo; seis meses para ser exactos. Sabe muy bien que esta es, probablemente, la última oportunidad para recuperar su vida. Lleva meses en el paro y eso no ayuda a la imagen que Diana tiene de él. Piensa que si logra un nuevo trabajo, también podrá recuperar la buena imagen que su antigua esposa recuerda.

De ese modo dará el primer paso para recuperarla, y con ella, recuperar su vida. Por supuesto estos pensamientos han atraído a los nervios, y con ellos vinieron el sudor, el mal olor, y la falta de confianza. Entra en el restaurante y ve a Ricardo sentado en una mesa, mientras se acerca le parece notar una mueca de decepción, o de asco; no está seguro. A falta de dos metros para alcanzar la silla comete un grave error, se compara; Ricardo viene con un aspecto intachable, un traje nuevo y limpio, el pelo corto y cuidado, y con una seguridad notable; por otro lado Marcos viene con una camisa arrugada y unos vaqueros algo viejos, el pelo largo y sucio, y con una seguridad que apesta más que él.

Casi se hunde el solo antes de comenzar la comida, pero logra sentarse.

El camarero se marcha con el pedido hecho.

¿Así que estas viviendo en una especie de aparta-hotel?

Sí, pero solo es algo temporal, mientras busco un buen apartamento. –Se da cuenta de la mirada de Ricardo hacía su ropa–. Y siento venir con este aspecto, he tenido un día muy movido y no tuve tiempo de cambiarme.

No te preocupes, nos conocemos desde hace mucho. –Suelen decir que la confianza da asco ¿Por qué no iban a darlo también los propios amigos?

Cierto, desde hace mucho... ¿Y cómo va el favor que te pedí? –Hace cómo dos semanas le llamó para pedirle que buscara un puesto de trabajo para él, Ricardo es la persona con más contactos que conoce.

Respecto a eso, no estoy seguro cómo debería contarte esto... –Come otro bocado del grueso bistec.

Dilo sin remiendos, no puede ser tan malo. –Pobre iluso.

Nadie te quiere.

¿Qué? No puede ser hombre, soy de los mejores. Es imposible.

¿Imposible? Mira Marcos, eres un gran contable, sí. Pero después de lo que hiciste no hay nadie en el sector dispuesto a contratarte.

No lo van a olvidar tan fácilmente ¿Verdad? –Marcos deja los cubiertos sobre el plato.

Entiendo que se te fuera la cabeza. Pero llegaste borracho al trabajo y prendiste fuego al despacho de tu jefe. No, no van a olvidarlo fácilmente–. Ese día Marcos había descubierto, que su entonces esposa, lo engañaba con su jefe y la esposa de este. Y por si fuera poco, había quedado embarazada, cosa que él jamás podría conseguir a causa de un accidente en su adolescencia. Ahora ella mantiene una relación triple.

Debí encerrarlo en el despacho antes de prenderle fuego.

Y ahora estarías en la cárcel.

Pues tampoco suena tan mal. –Ambos meten un gran bocado.

Regresa al Buena Vista resignado a la verdad, no podrá volver de un salto a su vieja vida, deberá empezar por el escalafón más bajo. Abre la puerta y ve de nuevo al conserje. “El escalafón más bajo”, piensa mientras se acerca al conserje.

Perdone ¿Sabe si el dueño de este bello lugar necesita el trabajo de un buen contable?

Claro que no.

Antes de que pueda responder algo, el conserje le da la espalda, y se aleja mientras susurra “bello lugar” entre carcajadas.

Solo un par de somníferos salvan a Marcos de una noche de llantos. En la habitación hace calor y a su alrededor se mezclan los sonidos de todos los apartamentos. Empero, bajo todos los sonidos, se escuchan a miles de dientes mordiendo de nuevo. Y de nuevo la grieta se abre entre viscosidad; y de nuevo el ojo observa. Pero sigue sin verse más que una pupila, está vez dilatada por la falta de luz. El ojo se aleja de la entrada mostrando por un instante un distorsionado cielo estrellado, pero esta visión es interrumpida por docenas de pequeños tentáculos grises y azulados, los cuales cruzan la brecha hasta la habitación, y clavando los aguijones -que solo algunos poseén- en el techo y paredes; dilatan la brecha a pura fuerza.

Cuando los rayos de la mañana cruzan el umbral de la ventana; la brecha es tan ancha como el propio techo, y tan larga como la cama.

Despierta con un vómito recorriendo su garganta. Empieza su día limpiando su propia mierda; buen resumen de su vida. Se refresca con una buena cantidad de agua y se mira en el espejo, ve a un cuarentón con poco que perder, con el pelo largo y grasiento, la espalda ancha y una fealdad rocosa. Expulsa el aire de los pulmones y se mete en la ducha.

Tras secarse sale del baño sin prenda alguna. Recuerda que tiene un paquete de fideos instantáneos por alguna parte. Rebusca por todos lados hasta que los ve al lado de la televisión. Aparta la caja de su tío y nota por primera vez que es mucho más liviana, pero no le da importancia, él solo piensa en comer. Mete los fideos en un grasiento microondas y espera viendo como gira la comida en su interior. Esta imagen muestra a la perfección como es Marcos. Un hombre sin ninguna aspiración más allá de ver el tiempo pasar. Se hace una coleta y empieza la comida.

Suena el móvil y lo mira con impaciencia ya que es el tono que tiene para Diana. De nuevo usa un simple mensaje para decir que tienen que verse, que antes de cenar tiene un pequeño hueco libre, y que deben dejar eso listo de una vez. Sabe muy bien a que se refiere, del mismo modo piensa gastar la última bala.

Llega la hora y toca el timbre de nuevo. Esta vez no espera imaginándose una bella escena con su esposa, solo espera a que se abra la puerta. Diana abre la puerta y se marcha al salón con una indicación que ya es costumbre. Se sientan en el sofá, él con su arrugada camisa, ella vestida de gala. Los papeles están sobre la mesa, esperando con un único bolígrafo sobre ellos.

Estás muy guapa.

Gracias. Iremos a cenar, así que hagamos estos rápido.

¿Iréis los tres? –Diana pone los ojos en blanco nada más escuchar la pregunta.

Sí, los tres. Sé que no te gusta, pero debes ir haciéndote a la idea.

¿La idea de que me dejas por dos personas o de que estás embarazada de otro?

La idea de que esto está acabado. Así que firmemos el divorcio y punto ¿Vale?

No, no vale. Creo que todavía tenemos una oportunidad. Venga, pasamos cuatro años juntos, está claro que nos queremos. –Se acerca una cuarta a ella–. Yo puedo perdonarte, dejemos los papeles he intentos arreglarlo. –Ahí va la última bala.

¿Perdonarme? –Suelta un bufido y cruza las piernas–. Soy yo la que tendría que perdonarte a ti por cuatro años de mierda. Cuatro años llenos de días aburridos y folladas mediocres. Estoy harta de ti, y cuando firmes el puto divorcio podré borrarte de mi vida. Así que firma y déjame irme a disfrutar de mi nueva vida. –Dice la última frase despacio y poniendo énfasis en cada palabra.

Marcos agarra el bolígrafo y se lo clava repetidas veces en la cara hasta que ya no la reconoce. O eso haría si hiciera caso a sus impulsos, en realidad no hace otra cosa que firmar en silencio e irse intentando no llorar.

De camino a la cama donde duerme para en un 24 horas a comprar una botella del alcohol más barato; una marca de vodka con un indio en la botella. Entra en la habitación con la mitad de la botella ingerida y se tira sobre la cama. No sabe que hacer, en el fondo sabía que su matrimonio no iba a arreglarse, pero no había gastado la última bala y eso le daba esperanza ¡Terrible esperanza! Ahora tiene nada más que una importante borrachera. Termina por masturbarse medio somnoliento, pero no es capaz de tener una erección decente hasta imaginar a su esposa con su jefe; al darse cuenta termina con un ahogado orgasmo entre sollozos.

Cada vez la brecha se abre más rápido, apenas ha tardado unos minutos en alcanzar el tamaño máximo de la noche anterior. Es tan ancha como el techo al completo, pero apenas es tan larga como la cama. De ella no salen los pequeños tentáculos de la anterior ocasión, sino solo tres; mucho más grandes y gruesos, recubiertos de esa gelatina grisácea. Estos empujan con una fuerza brutal, haciendo que el largo de la grieta aumente rápido y de manera irregular. Hasta que casi alcanza el techo al completo en ambos sentidos. Entonces el ojo regresa al primer plano, pero esta vez se ve al completo. La pupila es tan grande como la cama y está rodeado por un iris de un azul apagado, casi parece estar formado por miles de pequeños seres que no dejan de vibrar. Aunque esto no es más que un intento de nuestra mente por visualizarlo, si lo vieras frente a ti dejarías de creer en Dios, y sabrías que el fin a llegado.

El inmenso ojo deja espacio a una especie de dedo, largo, estrecho, y grabado con símbolos que no soy capaz de explicar. Este rodea el cuerpo del dormido Marcos, mientras se ayuda con uno de los grandes tentáculos, lo acerca tanto como puede hasta el ojo y por primera vez un sonido sale de la brecha; un suspiro.

Marcos despierta con un grito. Sigue sobre su cama, empapado en sudor y con la polla de fuera. Se vista y sale en busca de un bar donde despejar la cabeza o hundirse del todo. Es tarde y entre semana solo encuentra un bar abierto. Más bien una especie de cafetería 24 horas. Con ventanas por todo el frente y un camarero agotado de ese trabajo. Se sienta en la barra y opta por un café solo. Al tercer café se da cuenta que una de los cuatro clientes (el incluido) es la vigoréxsica de su vecina. Tarda un café más en decidirse y se acerca.

Hola, soy Marcos. Aunque somos vecinos nunca nos han presentado. –Ella lo mira sorprendida pero amigable.

Hola, yo soy Ana. Era hora de conocernos. –Ambos sonríen por un instante.

Entran en el cuarto tímidos y emocionados a la par. Ahora piensa que debió limpiar más últimamente. Va al baño para calmarse un poco, no está seguro de hacer lo correcto, pero está emocionado. Al salir la encuentra sentada sobre su cama, con nada más que las bragas puestas. Tiene los hombros anchos y el cuerpo más definido que ha visto jamás, pero el no puede dejar de mirar su melena rubia. Camina hacía ella y la besa. Ella le ayuda a desnudarse mientras Marcos solo piensa en tener una erección. Lo deja para recostarse sobre la cama, ofreciéndole la espalda. Al ver el culo de Ana, por primera vez en meses, es capaz de empalmarse sin imaginar a Diana con otro.

Se han dormido tras hacerlo.

Ana lo deja dormido para darse una larga ducha. Y cuando no hay otro sonido que el del agua caliente, las bocas empiezan a morder. Al otro lado de la brecha él mira de nuevo. No pierde el tiempo y envuelve a Marcos con un largo dedo, lo eleva hasta tenerlo a un metro de si, y usa los pequeños tentáculos para apartar la sábana. Entonces el señor aparta su inmenso ojo y coloca sobre la brecha su boca. Circular, con cientos de dientes en su límite, formando un círculo hacía fuera. Si tuviera que describir el fin, sería algo como eso. Ahora puede verse como docenas de tentáculos grises y azules salen del interior de la boca. Estos se enrollan y clavan en el cuerpo de Marcos. Y mientras lo acercan el simple hombre se despierta sin tiempo para pensar en nada.

Acaba de conocer al señor del fin.

Diego Alonso R.

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