Otro día en el bosque


La imperfección caracteriza el despertar del bosque. Húmedo por las temperaturas de la noche y por las respiraciones de las criaturas que ahí habitan. Un nuevo día empieza y los sonidos caóticos y raramente acompasados del ambiente lo invaden todo, a excepción de un simple claro. Al este, donde el bosque no cobija humano alguno, se mantiene un pequeño claro libre de toda maleza. En él se eleva una sencilla casa de dos plantas, que más que construida parece haber crecido del propio suelo. Las hileras de piedra no siguen patrón alguno, crecen plantas por donde les da la gana, y hasta pueden verse algunas raíces que bien podrían confundirse con pilares.

Si saltamos a la segunda planta, y entramos por la circular y amplia ventana, encontraremos una cama. En la cual yace dormido el cuerpo desnudo de una mujer, con la figura marcada por las sábanas y cuyas arrugas delatan ya cierta edad. Se despierta a tiempo para escuchar la madera crujir a pocos metros, y con una inclinación de cabeza ve al otro desnudo habitante de la casa. Avanza con su prominente altura hacía la cama, se inclina y se bañan en un abrazo de buenas días, donde el corto y canoso pelo de Föld se mezcla con la negra melena de Menny.

Tienes el pelo mojado. –Menny pasa la mano por la cabeza de su pareja.

Lo se. Y tú tienes el baño listo.

Gracias, voy ahora. –Le da un sencillo beso y se levantan.

Dividen sus caminos, uno desciende a la primera planta, mientras que la otra continua hasta el baño. Es una sencilla habitación que nada tiene que envidiar a los baños más refinados de la capital. El suelo de madera se mantiene caliente como en el resto de la casa, y las paredes están recubiertas de una extraña corteza blanca y lisa. La ventana es diferente a todas las demás del hogar, el cristal está hecho con un curioso ámbar, que evita que la calor y el vapor se marchen, mientras que permite a la luz del sol invadir el interior. Menny alcanza la larga bañera de piedra, la cual está impregnada de una substancia que hace que dicha piedra se caliente al contacto con el agua, por supuesto hasta una temperatura aceptable. Entra y se despeja mientras lava su cuerpo. Encuentra un par de arrugas nuevas, las cuales no afectan a su autoestima, eso es algo difícil de lograr. Se recuesta en la bañera antes de lavarse el pelo, sabe que hoy tendrán un día movido y no habrá muchos momentos para descansar.

Föld está colocando todo en las respectivas mochilas, algo de comida y bebida, varios frascos y lápiz, un pedernal, cuerdas, cuchillo, lámparas de carga, una piedra de calor...

Hasta que siente las pisadas bajando las escaleras y va directo a la mesa de la cocina, para asegurarse que todo está en su lugar. Y termina de hacerlo con el tiempo exacto para voltearse y verla ante él, con una amplia camisa de manga larga marrón, y un pantalón más resistente que muchos hombres. Por otra parte él lleva una corta camiseta blanca y un pantalón más bien flojo. Se aparta de la mesa haciendo un gesto de presentación con el brazo.

La mesa está llena de comida. Hay toda clase de frutas, desde plátanos hasta melocotones grises, zumo de naranja, algo parecido al café pero con un olor más agradable, y justo en medio una torre de tortitas de frambuesa.

Espera, ¿Eso son...? –Menny no termina la frase y opta por dar un bocado a una tortita para comprobarlo.

Son tortitas de frambuesa, tus favoritas. Se que has vuelto a tener pesadillas y pensé que al menos podrías tener un buen despertar. –Su rostro solo indica que no considera suficiente su propio esfuerzo.

Gracias, has conseguido un buen despertar. –Un beso inicia el desayuno.

Un par de conversaciones banales encaminan el tema principal del día, hay que comprobar los árboles guía. No saben que es exactamente lo que está pasando en el bosque, pero algo no va bien. Es de esto problemas que no suelen percibirse hasta que todo está en su auge y ya no hay manera de evitarlo, por suerte ellos escuchan el lugar donde viven y sí lo han notado. Pero eso no quiere decir que sepan al instante cual es el problema, así que han decidido revisar los árboles guía. Si algo está alterando el bosque de alguna manera, afectará a los árboles, no por nada son depuradores de magia. Pero están muy esparcidos, así que tocará una larga caminata.

Salen de casa con las mochilas preparadas y el estómago lleno. Con la ropa más funcional que puedas imaginar, y con el paso más decidido que el de un dios entre mortales, entran en el bosque en busca del primer árbol.

Van directos al norte, hacía las montañas. Por una ruta sin sendero alguno, pero todavía libre de maleza y con un avance bastante cómodo. Por lo que no tardan más de cuarenta minutos en alcanzar el objetivo. Ante ellos se yergue un árbol no más grandes que los demás, con una corteza tan fina que parece inexistente y sobre el que ningún animal o insecto osa posarse. Se detienen ante él y se quitan las mochilas. Preparan en un cuenco una mezcla que ayudará al árbol a cicatrizar más rápido. Föld hace una mínima incisión en el tronco y guarda en un frasco unas gotas de sabia blanca. Echan una de dichas gotas en el ungüento y Menny lo esparce sobre la herida en la corteza, mientras él cataloga y guarda el frasco en su mochila.

Continúan pasando las horas y ellos siguen recorriendo el bosque en busca de los árboles guía. Claro está que non pueden coger muestras de todos -el bosque es tan grande como un país- solo pueden permitirse controlar la zona donde viven y eso ya es mucho. Terminan de coger la muestra numero seis y deciden quedarse a comer ahí mismo. Este árbol está junto al río, rodeado de hierba, arbustos y otros pequeños árboles. Todos ellos formando una especie de sendero hacía el árbol guía. Se acomodan y relajan sobre la hierba mientras comen. Empezaron a caminar cuando el sol estaba saliendo y ahora no falta tanto para que vuelva a ponerse; por lo que el cansancio es considerable. Están comiendo cuando un par de nutrias salen chapoteando del río y se quedan tan sorprendidas como la pareja.

Hola, ¿Tenéis hambre?

Menny, sabes que no te entienden así.

Shh, cállate. –Rompe un trozo de las tortitas de frambuesa que les sobraron y se la tira a pocos metros. Las nutrias se acercan dudosas y se comen el trozo–. ¿Ves como me entienden?

Eso es trampa –Ella le sonríe como respuesta.

Poco a poco las nutrias se acercan hasta terminar recibiendo un montón de caricias y comida. Es un buen día para ellas. Este es uno de esos momentos mágicos, de los que pensamos que ya no existen, y que terminamos por recordar en momentos de nostalgia. Como todo momento mágico se termina, cuando la pareja de nutrias levantan las cabezas y salen corriendo. Acto seguido la piel de la pareja se eriza y sus cabezas se vuelven pesadas, entonces se miran entendiendo lo que está acercándose. Apenas tienen tiempo para ponerse en pie cuando sale entre los árboles más lejanos, corriendo hacía ellos con una decisión intimidatoria; una criatura de al menos cinco metros, formada por roca y madera, que apoya sus manos en el suelo para correr cual cuadrúpedo. Abriendo su astillada mandíbula para rugir con una voz que muestra su antigüedad. Pero la pareja no se asusta, solo sonríen al ver como se frena en seca a pocos pasos de ellos. Mira al árbol guía y luego a ellos, con una seriedad que denota una exigencia. Es un guardián y quiere una explicación. Föld es el que se adelanta con la mochila en sus manos.

Lo siento guardián. Le hicimos daño, pero ya lo hemos curado. Algo está pasando y queremos saber el qué para poder ayudar. –Saca de la mochila una redonda piedra de calor y se la ofrece.

El guardián se queda varios segundos mirándole a los ojos, buscando la verdad. Termina por calmarse y acepta la ofrenda, les encantan las piedras de calor. Una familia de pájaros se asoman desde su espalda para mirar que está pasando y luego regresan a su nido móvil.

Recogen sus cosas y continúan su camino satisfechos.

Siguen el camino río abajo, hacía su hogar. Unos kilómetros más adelante se topan con una imagen que no desean ver. Algo ha destrozado una pequeña zona al lado del río y un caballo lanudo a quedado atrapado, mientras, el resto de su familia relincha desesperados a su alrededor. Se acercan con cautela, estos pequeños caballos son hermosos y el mayor problema que suelen causar es que alguno se duerma en tus cultivos, pero hasta el ser más tranquilo es peligroso cuando los suyos están en peligro. Al acercarse a la manada notan que el suelo está húmedo y embarrado. Cuando alcanzan la cercanía suficiente los caballos notan su presencia, y como todo ser en este bosque, los reconocen. Corren hacía ellos y los rodean relinchando y empujándoles con la cabeza hacía su hermano atrapado. Llegan a su lado y corroboran lo que habían visto. Parece que la manada estaba bebiendo en el río cuando todo se derrumbó y uno de ellos no tuvo tiempo a huir. Está al límite del río, hundido hasta el cuello y parece que atrapado por varios restos de madera y un importante tronco sobre él. Parece agotado.

La pareja deja las mochilas en tierra firme y cogen su par de hachas simples. Se acercan al desastre y la familia de caballos los siguen, por lo que Menny regresa hacía ellos.

Tranquilos, quietos. Aquí –hace un gesto con sus dos palmas hacía el suelo–, quietos aquí, lo sacaremos.

No la entienden del mismo modo que lo haría un humano, pero sí obedecen. Regresa con Föld el cual está hundido hasta las rodillas, examinando el problema y calmando al lanudo atrapado.

Lo que más tiempo llevará será librarle del tronco que tiene por encima, es muy grande y está encajado como para moverlo entero, tenemos que cortarlo. Pero no es el único que lo está atrapando, hay muchos pequeños que le quitan movilidad. Ocúpate tú de ellos para que el pobre pueda estar un poco más cómodo, yo iré cortando el grande, ¿Te parece bien? –Se gira para ver la respuesta de Menny y su cara es diferente. Intenta parecer calmado, disciplinado y seguro de su plan, pero apenas puede contener el húmedo brillo de sus ojos.

Sí, vamos a ello.

El lanudo está en medio de una maraña de ramas, troncos de varios tamaños y demás desechos del pequeño desastre. Parece un caballo fuerte así que está resistiendo estoico, y solo relinchando cuando Menny corta una de las muchas ramas que le están quitando movilidad. El proceso es lento, no es fácil moverse por en medio de tal desastre y tampoco pueden cortar sin pensar. Tienen que asegurarse que al quitar algo el resto no se desmoronará, controlar que el resto de caballos no salten nerviosos con su compañero y hacerlo rápido, ya que se está haciendo de noche. Ambos miembros de la pareja están agotados y sudorosos, pero siguen trabajando como si tuvieran diez años menos, o incluso veinte años menos. Pero el inevitable problema sucede, se hace de noche, y los lanudos se ponen nerviosos.

Paran de cortar y regresan a sus mochilas, de las que sacan unas sencillas lámparas de carga, con las que tendrán una hora más de luz segura. Una de ellas la dejan con los caballos para que se sientan más seguros, la otra con ellos al desastre. Han quitado las suficientes ramas para que el caballo pueda sentirse más cómodo, pero el agua sigue llegándole al cuello y cada vez está más agotado. Su cuerpo no tardará mucho en rendirse por lo que deben ser más rápidos. Los dos continúan cortando el tronco principal hasta que por el efecto de su trabajo, se mueve, y el lanudo atrapado se asusta y tira desesperado. Se hunde más y mueve otros pequeños restos de madera, al mismo tiempo que su familia intenta saltar hacía él desesperados. Menny salta al agua junto al lanudo atrapado, lo agarra por el cuello arriesgándose a ser golpeada por él, y su compañero Föld se planta ante el resto de caballos. Logran generar calma en los dos puntos y entonces se dan cuenta. Menny ha saltado al desastre, se está hundiendo. Él corre hacía sus mochilas y saca toda la cuerda de la que disponen, la ata al árbol más cercano con un nudo que haría a los marineros sonreír, y la lanza a su pareja. Esta la agarra y tirando de ella sale del agua.

¿Qué estás haciendo? –Föld ve como ella se ata la cuerda a su cintura.

Hago lo que hace falta. Tenemos que terminar de cortar el tronco, pero si lo hacemos se caerá y el lanudo no podrá salir. Tenemos que apuntalarlo desde abajo usando los restos que tenemos por aquí, de manera que cuando lo cortemos caiga hacía donde nosotros queremos. Y para eso tengo que meterme en el agua.

No vas a ir, te puedes quedar atrapada con él. –Menny iba a cortarlo, nadie le da una orden, pero ve que en el reflejo de su rostro no hay autoridad, si no miedo.

No me quedaré atrapada, porque tú tirarás de mí para sacarme. –Se miran y entienden lo que ambos piensan. Föld asiente.

El proceso es agotador. Apenas se ve ya con las lámparas de carga y moverse entre el agua, el barro, las ramas y todo lo que hay en el fondo pero que no ve; no es sencillo. Termina el trabajo cuando las luces están disminuyendo la intensidad y Föld tira de ella hacía la hierba. Está agotada y respira con dificultad, por lo que se queda en el suelo, vigilada por los lanudos mientras él continua cortado el tronco principal. En el instante que las luces parpadean por primera vez termina de cortar el tronco, y el trabajo de Menny fue excelente porque cayó como tenían planeado. Ambos observan con emoción esperando ver al caballo atrapado salir entre relinchos pero, nada sale del agua. Llevan horas intentando sacarle, más el tiempo que ya llevaría ahí, no le quedan fuerzas para salir aunque tenga la oportunidad.

Antes de que nadie reaccione Föld salta al agua con la cuerda por su cintura. Y Menny se levanta asustada por el posible final, seguida por todos los lanudos. Nadie reacciona al ver el resultado. Menny no habla y los lanudos no relinchan. Solo observan entre los intermitentes focos de luz a un hombre llorando, esforzándose por mantener la cabeza del lanudo fuera del agua, mientras este mantiene sus ojos cerrados.

Föld, déjalo. No lo logramos a tiempo.

¡No! –Intenta tirar del caballo para sacarlo del agua, pero no puede moverlo.

Por favor, para. Hasta los lanudos lo saben, ya es tarde. –Menny intenta contener las lágrimas mientras el resto de la manada se mantiene en silencio a su alrededor.

Ha luchado por salir, lo ha dado todo. No puedo dejarle, no...--Su propio llanto lo interrumpe mientras apoya su cabeza contra el cuello del animal.

Los lanudos no resisten más el llanto del hombre, que en una noche demasiado silenciosa, resuena con más fuerza de la que podemos imaginar. Y entre ellos una mujer les acompaña, formando un unísono lamento que recorre todo el este del bosque. Un llanto conjunto por la perdida de un simple animal, cuya alma vale más las reliquias que los hombres aman. Un llanto rogando a la muerte que mire hacía otro lado. Un llanto capaz de llamar la atención de un guardián. El inmenso ser de roca se presenta tras ellos, haciendo que todo lamento se interrumpa y sea sustituido por una sola petición.

Sácalo, sácalo de aquí por favor.

El guardián apenas necesita mirar los ojos de Föld o de Menny para entenderlo todo. Y con su soberano tamaño saca al lanudo sin esfuerzo alguno, dejándolo sobre la hierba. Antes de que el rocoso salvador se aparte la pareja ya está sobre el animal, examinándolo. Parece que todavía respira, pero apenas está en este lado del mundo. Entre los dos oprimen el punto exacto. Una. Dos. Tres. Y la cuarta opresión el caballo expulsa el agua y da una bocanada profunda y llena de vida. A la que los demás caballos responden con una palpable emoción. El guardián se marcha tras recibir un sincero gracias. Y tras secar y cubrir con el ungüento sus pequeñas heridas dejan que el lanudo se marche con su familia. Las lamparas se apagan antes de que estos se marchen, pero la pareja podría jurar que la manada inclinó su cabeza antes de desaparecer.

Al llegar a casa encienden varias velas y van directos al baño. Dejan la ropa en el suelo y preparan la rocosa bañera para los dos. Se meten en el agua caliente y mantienen el silencio. Ahora no necesitan hablar, un abrazo lo dice todo.

Por fin sus mentes se relajan y ambos pueden sonreír aliviados.

Ha terminado otro día en el bosque.






Diego Alonso R.

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