La rutina del despertar

 


Desde la oscuridad onírica un grito se aproxima, no tiene la nitidez de la realidad, pero sí arrastra el escalofrío de los recuerdos. Conformando su forma en el pasar de los instantes hasta que la luz del cuarto la baña. Incapaz todavía de dar forma al sonido pero viendo con claridad la misma mirada intensa que ayer, y la sonrisa que enlaza con la de su propio rostro, el rostro de su hijo la despierta de nuevo.

La risa de este borra todo rastro de pena de su rostro y le devuelve el abrazo, suspiran a la par, y empieza el día.

Dentro de la tan bien agradecida rutina la mujer se estira escuchando el crujido de los años, mientras el pequeño corre al cuarto en busca de su juguete favorito para el baño. El agua se templa y rellena parte de la bañera a la vez que la infantil voz narra su sueño. Como se lanzaba al agua y nadando como un pez alcanzaba las profundidades.

  • Para ello tienes que aprender a nadar primero, ¿no te parece?- Dice la mujer sonriente mientras comprueba la temperatura del agua con su mano.

  • Sí, pero él me ayudará mamá, dijo que me enseñará.- Responde el pequeño alzando sobre su cabeza su juguete de un pequeño pulpo violeta.

  • Seguro que sí, pero ahora toca bañarse.

Niño y pulpo entran a la bañera. Y el pequeño continua su charla, sentado y apretando los ojos para mantenerlos bien cerrados, mientras su madre le lava la cabeza. Intenta descubrir el sueño de su madre de la noche pasada, pero al recibir como respuesta que ella no sueña, intenta descubrir la razón de esto. No es justo que no pueda soñar. ¿Tal vez los adultos no sueñan? Eso explicaría porque a veces parecen tan tristes, como si olvidasen porque siguen vivos. Y durante su razonamiento el lavado de cabeza termina y siguiendo la guía silenciosa de su madre se pone en pie.

  • Yo no quiero ser así cuando sea grande.- Declara mientras la esponja enjabona su espalda.- No tendré esa mirada triste.

  • Estoy segura que no la tendrás.

  • Y haré que tú no la tengas mamá.- Asegura sin atisbos de duda en su mirada.

  • Gracias cariño, pero se supone que soy yo la que te tengo que cuidar a ti.-Le levanta el brazo mientras sigue enjabonando.

  • Y lo haces pero yo también te puedo cuidar.

  • Pues gracias por cuidarme también.-Dice antes de darle un beso en la cabeza.

  • De nada.-Su sonrisa vuelve a contagiarla.-Aquí también mamá.-Dice levantando el otro brazo y haciendo que la boca de su madre congele la risa sonrisa un segundo.

Enjabona la zona bajo el brazo hasta que la sequedad escamada desaparece y el baño continua con el aclarado y la charla sin llegar a perturbar el ánimo.

La cocina los recibe como hará por siempre. Preparada para vivir todo lo que ellos decidan y lista para darles lo que necesiten de ella. La radio se enciende por unas pequeñas manos en una emisora musical y la habitación comienza su latido matinal. Madre e hijo recogen todos los ingredientes mientras tararean al ritmo de su banda sonora, y el niño subido sobre la silla observa el proceso de su desayuno favorito. La harina se mezcla con la levadura y él espolvorea el azúcar como si fueran los polvos del mejor mago. Le pasa a su madre los huevos mientras esta prepara la mezcla y a la hora de la mezcla lo reclaman desde su espalda. Al darse la vuelta encuentra un pequeño cormorán negro en la ventana.

  • ¡Has vuelto! ¿Sabes que he soñado hoy?-Es su recibimiento al ave mientras baja de la silla para acercarla a ventana y volverse a subir.

El ave para sorpresa de nadie en la sala le responde como solo un ave puede hacer, y consiguiendo con ello que el niño suelte una carcajada. El batir continua de fondo con una madre que prefiere no observar la situación. La conversación sigue por narrarle su descubrimiento temprano sobre los sueños lo que provoca otra respuesta del alado. Y a la siguiente el niño deja de reírse.

  • Mamá, ya es hora.- Informa tras bajarse de la silla.

  • Ve saliendo, estoy acabando esto y ya voy.- Responde la mujer sin voltearse para ver la seriedad que nota en el tono del pequeño.

Al sonar la puerta de la cocina cerrándose deja de batir y suspira varias veces. Como si el hecho de liberar despacio el aire pudiera liberarla de ciertos matices de su realidad, cosa que en cierta forma sí sucede. Termina de preparar las tortitas, apaga el fuego, y sale por la misma puerta.

Al cruzar el umbral una ráfaga de viento la despeina y hiela el rostro. Se coloca la melena mientras avanza entre la hierba que rodea la casa mientras observa su entorno. La mañana no está fría aunque debería, como todo es culpa del lago que rodea la casa, genera el ambiente que él desea sin importar la época. Encuentra al niño cerca de la orilla rodeado de cormoranes que hablan por turnos y se apartan abriendo un camino al llegar de la madre. Se arrodilla en el suelo y el pequeño camina hasta sentarse en su regazo sin articular gesto o palabra. Al acariciar las mejillas del pequeño las escamas secas que se han extendido por todo su cuerpo se rompen creando una pequeña grieta. Lo abraza con cuidado y suspira una última vez antes de asentir a los ojos que les rodean.

A su alrededor todo cormorán comienza su graznido arrítmico. Elevan su intensidad con la incoherencia de no alterar su volumen hasta que de sus picos liberan el canto. Las voces que nunca han pertenecido a un ave recuerdan a un coro que han encontrado a su Dios. Y al nublarse la vista de la mujer por la humedad sabe que es hora de cerrarlos, sabe que no es más difícil cuando mira, aunque lo sentirá de todas formas. Se pliega sobre el cuerpo de su hijo dejando caer las lágrimas hacia arriba. Ignorando los deseos de la gravedad en pos de los del lago estas se elevan cayendo hasta flotar sobre sus cabezas como un halo de húmedo dolor. Reaccionando a su llamado el agua del lago se eleva en hilos uniéndose a la escena. Creciendo la realidad sobre ellos y tomando la forma de una escena ya pasada que sigue rebotando en su memoria.

Un pequeño cuerpo cayendo al agua.

El pataleo silencioso e inútil.

La carrera de una madre por ganarle al tiempo.

El abrazo a un descendiente inerte.

Los cantos corales se trastocan hasta apoyar el llanto de la madre entre ellos. Respondiendo al lacrimoso llanto de nuevo el lago se eleva dejando salir sus tentáculos violetas. Rodeando al origen del dolor en un abrazo que al no verlo les reconforta. Entre su presión parece que el aire desaparece y algo cruje dentro de ellos, aquí vendría el pánico, aquel que sabes que precede a la muerte. Pero los llantos cesan y el dolor se desvanece.

De nuevo la luz la baña y al abrir los ojos se encuentra la mirada de su hijo. La imagen de él que siempre ha amado, y que enlaza su sonrisa con la de ella. Este se asombra al ver los cormoranes elevar el vuelo a su alrededor como cada vez y le dice que tiene hambre. Sale corriendo al interior de la casa buscando su deseadas tortitas. La madre va detrás tras despedirse de la última ave y del lago que reside en su interior. Es hora de vivir otro día.


Diego Alonso R.


Comentarios

Publicar un comentario