El vecino perfecto



La bondad se muestra de muchas formas, y en el pueblo de Coinshadow lo hace en un cuerpo delgado, tembloroso, y con las gafas en caída continua por una larga nariz. Este cuerpo, que corretea por la casa cerciorándose de que la decoración es la ideal, pertenece a Jaime Alvino. Es un hombre sencillo que intenta adaptarse lo mejor posible a cada momento; si estuviera viviendo un atraco, estaría en en suelo y con las manos sobre la cabeza antes de que el atracador dijera una palabra, porque es lo que se debe hacer. Y para él, lo que debe hacer un vecino, es tan solo ser un buen vecino. Si alguien se muda, pues se ofrece a echar una mano en la mudanza; si se encuentra un vagabundo ante el supermercado del vecindario, le compra la merienda y escucha sus problemas; y si encuentra a alguien con el coche averiado, lo lleva a su destino sonriente. En resumidas cuentas: Es siempre lo que cree que debe ser. Esto por supuesto también afecta a las festividades, y el treinta y uno de Octubre no a de ser menos, hasta se podría decir que es una de sus celebraciones favoritas. Para Jaime la noche de Halloween no es una noche de terror, sino una noche para liberar la imaginación y recordar viejas uniones con aquellos que ya no están. Así que se adapta a la noche tan bien como se lo permite su propia mente.

Falta una hora para que los niños más adelantados comiencen a tocar su puerta, así que sube el ritmo de la revisión. Va de una habitación a otra, moviendo pequeños detalles decorativos y sin estar contento del todo, falta algo. Este año la temática elegida son los hechiceros malvados, así que extraños búhos sobrevuelan el techo, largas velas se derriten en las estanterías, cabezas de toda clase de seres ocupan los lugares más sorprendentes, y hasta tres criaturas del averno nacen del propio porche. Toda la casa está plagada de detalles que los visitantes pasarán por alto, pero que se deben hacer de todos modos, he incluso con todo ello no se siente satisfecho. Termina sentándose al inicio de las escaleras con la misma sensación que uno siente al revisar la maleta por tercera vez y no ser capaz de cerrarla. Pedalea con la pierna derecha como indicativo de que está pensando, y mientras se sube las gafas por cuarta vez en el último cuarto de hora, encuentra el agujero en la decoración.

Hace varios días fue a la biblioteca pública en busca de toda documentación posible sobre “hechiceros malvados”, y sin duda encontró datos como para ocupar una parte de su casa esa noche, pero lo mejor lo encontró en un libro polvoriento. Toda biblioteca, sin importar su tamaño, tiene una zona a la que no suelen ir ni los propios trabajadores. Esta zona es reconocible por tres razones: La capa de polvo es más gruesa que en el resto de la biblioteca, los libros no siguen orden alguno, y entre esos libros suelen encontrarse pequeñas reliquias. En esta ocasión Jaime encontró un libro titulado “Trinecolum”, no muy grueso, con las tapas en un relieve desgastado y alguna página en mal estado; pero sigue siendo perfecto. Ya que en su interior cuenta-en un inglés bastante tosco-, como revivir a los muertos, llamar a sus espíritus, invocar demonios, darles un nuevo cuerpo y demás conjuros. Algunos ocupan una página con una ligera descripción del ritual, mientras que otros se extienden detallando los efectos y hasta el origen de su historia. Es el libro perfecto para dar ese toque de realismo que necesita toda gran decoración. Así que se levanta decido a rellenar ese agujero. Busca el libro un buen rato hasta que lo encuentra entre los cojines del sofá, se había pasado horas leyendo y seleccionando los mejores símbolos, pero no pudo evitar dormirse en el proceso. Y con el libro en una mano y una tiza en la otra, recorre la casa dejando símbolos de invocación y hechicería por doquier. Y para finalizar, en la entrada, hace el más complejo de todos, uno que debería ser capaz de llamar a las almas mientras cruzan al otro lado.

Ahora sí está listo, piensa orgulloso mirando su obra.

El timbre suena indicando que ya están aquí los primeros niños de la noche. La puerta se abre de manos del mago, con la túnica de un azul apagado y el sombrero rasgado. Los sorprende rodeando dudosos las invocaciones del porche.

¿Qué buscáis aquí pequeñas criaturas? –dice el mago forzando su voz en un tono que intenta ser grave.

¿Tiene chucherías, señor?

Tal vez, pero en esta época hay una forma de pedirlas. –El grupo de niños se mira dudoso hasta que uno de ellos, vestido de vaquero zombie, lo dice con poca seguridad.

¿Truco o trato?

Veo que sabéis tratar con un mago, está bien, tendréis vuestras chucherías.

Entra en la casa seguido por los niños, los cuales caminan más despacio de lo que suelen hacerlo. Se detiene justo ante el círculo de invocación, y ante la mirada de los pequeños, gesticula mientras recita el hechizo-copiado del libro y anotado en su mano-. Al final lanza con sutileza una bola de humo y antes de que se disipe, saca de detrás de la decoración una hoya llena de chucherías y la deja en el centro del símbolo. Cuando el humo desaparece los niños se encuentran la hoya ante ellos y sus ojos pasan del brillo de la duda al de la emoción.

Coged los que queráis, pero recordad que hay más niños en el pueblo.

Todos los niños dan las gracias al gran mago mientras recogen su premio, y luego se marchan contentos y con el miedo inicial en un plano muy lejano. Jaime Alvino cierra la puerta satisfecho, la noche empieza con un éxito. Vuelve a esconder la hoya y se acomoda en el sofá para seguir con la maratón de terror clásico. El proceso se repite varias veces mientras dos películas se acaban y las chucherías con ellas. Y eso no puede ser, los niños volverán a timbrar y él no tendrá nada que ofrecerles. Apaga la televisión, se quita la túnica de mago, y sale de casa dejando una sencilla nota en la puerta: El mago está en otra dimensión, volverá con chucherías lo antes posible. Recorre la calle a pie, no le gusta conducir, y menos con niños corriendo como locos por todas partes. No está seguro de conseguir la mercancía que necesita, el supermercado del vecindario está cerrado, así que solo le queda recurrir a la pequeña tienda parecida a un ultramarinos, que además en fechas señaladas suele funcionar como un veinticuatro horas. Continúa su camino saludando amable a aquellos vecinos que lo reconocen, y explicando que va a por más chucherías cuando lo entretienen demasiado. Logra llegar a la tienda y tiene suerte, está abierta y hasta con clientes. Tarda un rato bastante largo pero logra conseguir chucherías, incluso con más variedad de la que tenía prevista, así que retoma el camino de vuelta contento por su éxito.

Quita la nota de la puerta y entra en casa.

Está tan fijado en su objetivo que en un primer momento no lo nota, solo gira a la izquierda para dejar la compra en el salón, y es mientras lo hace que la imagen llega a su mente. Entonces se gira despacio, dudoso de si debería hacerlo. En la entrada, justo en medio del símbolo del suelo, hay un niño de pie. Va vestido de superhéroe, pero está sucio, con barro en los pies y la capa rasgada; no parece feliz. Durante varios segundos ninguno de los dos reacciona, solo se quedan ahí, inmóviles como si fueran parte de la decoración. Es Jaime el que reacciona primero, pero no lo hace moviéndose, sino pensando. Piensa en cómo ha podido entrar un niño en su casa, pero luego se fija más en su deplorable aspecto y piensa en otra cosa; que tal vez necesite ayuda. No le gusta pensar en ello, pero sabe que en estas épocas de festividad siempre hay personas que aprovechan para realizar actos horribles, puede que ese pequeño solo estuviese escapando de una situación así. Tiene que ayudarlo. Da un paso hacia el niño despacio, temeroso de su reacción, pero no sucede nada.

Hola pequeño, ¿necesitas ayuda?

El niño susurra una respuesta, pero Jaime es incapaz de escucharla.

¿Puedes hablar más alto? No te preocupes, te ayudaré a volver a casa si es lo que quieres.

Está a tres metros pero la melena del niño le impide ver su rostro, así que no puede reaccionar según su expresión, pero escucha un segundo susurro.

Yo soy Jaime, si me dices tu nombre tal vez pueda ayudarte, ¿está bien?

Ayúdame...

Esta vez lo escucha claro, justo antes de que el superhéroe salga corriendo a través del pasillo. Él también corre, pero cuando alcanza el símbolo del suelo el niño ya está abriendo la puerta de atrás. Duda si salir tras él o no. No puede solo estar huyendo, si fuera así no le pediría ayuda justo antes de emprender la carrera. Entonces la explicación más rápida es que está intentando guiarlo. Esta es la conclusión a la que llega Jaime antes de salir corriendo tras él. Cuando sale al jardín trasero ve por poco como el superhéroe termina de saltar la valla. No es muy atlético, más bien es un hombre de lectura y calma, pero alcanza la valla y la salta con rapidez. Cae a un callejón entre casas y llama al niño mientras mira a ambos lados, lo encuentra a la izquierda entrando en la calle. Lo sigue de nuevo y aquí es más difícil encontrarlo, está lleno de gente y sobretodo de niños disfrazados. Avanza sin saber si está yendo en la dirección correcta, recorre todos los disfraces con la mirada y hasta pregunta a varios vecinos si vieron a un niño vestido de superhéroe. Está apunto de admitir que lo ha perdido cuando le parece verlo al fondo, tras un grupo de gremlins, así que emprende la carrera sin importarle las apariencias. Alcanza al grupo y entonces está seguro que es el niño, está más lejos ahora, rodeando una casa, pero la capa rasgada lo delata.

Jaime alcanza la casa y la observa con calma. No hay ninguna decoración, ni un coche a la puerta, no hay nada que indique que vive alguien en ella. Y haciendo memoria, casi ni recuerda esa casa, lo cual es de extrañar siendo él lo más cercano al vecino ideal. La rodea siguiendo los pasos del niño y con cuidado de que nadie lo vea, no quiere que lo confundan con un ladrón, y pensándolo bien, la excusa de estar siguiendo a un niño tampoco lo dejaría en una buena situación. Así que avanza cauteloso hasta entrar en el jardín trasero. Está en un estado lamentable, ya no es que carezca de cualquiera similitud con un jardín, sino que está lleno de agujeros de tamaños muy dispares. Pero eso no le importa ahora, solo quiere encontrar al niño, pero no lo ve por ninguna parte. Sigue rodeando los agujeros hasta alcanzar la valla, pero no puede ser que el niño le diera tiempo a saltar esta también, ¿o sí? Se gira buscando otros caminos a su alrededor y entonces lo encuentra, en la casa, en la ventana de la primera planta. Intenta fijarse en su rostro pero está demasiado lejos. Busca como entrar en ella, si el niño lo hizo, alguna manera tiene que haber. Revisa la puerta trasera pero está cerrada y las ventanas también aparentan estarlo. Coloca las manos en arco para mirar a través de la ventana donde lo vio y la casa parece abandonada, la mayoría de los muebles están cubiertos con sábanas y mantas. Piensa en romper la ventana, ya que está claro que nadie se enterará, pero por alguna razón primero intenta abrirla y funciona. La ventana se desliza hacia arriba sin ninguna resistencia y consigue colarse.

Frena su voz en un intento de llamarlo. No sabe bien la razón, pero prefiere no hablar en ese lugar. Enciende la linterna en el móvil y cruza el salón despacio. Sale al pasillo y gira a su derecha para subir por las escaleras, pero un par de voces le hacen frenar. Parecen que vienen de arriba, y lo más preocupante, que están bajando. No tiene idea alguna de quién está en la casa, pero solo un pensamiento lo alcanza, no quiere encontrarse de golpe con los dueños de esas voces. Gira en la otra dirección y entra en la primera puerta que encuentra. La puerta al sótano. Baja las escaleras intentando que no rechinen y pensando en que instante la cosa se puso tan tensa. Al llegar abajo se encuentra con un sótano normal, la mitad de este está llena de trastos, y la otra preparada para pasar el rato. No parece el sótano de una casa abandonada. Pero una casa abandonada es el lugar ideal para hacer cierto tipos de actos... El niño, ¿dónde está el niño? Le pidió ayuda y luego lo guió hasta la casa, sin duda tuvo que escapar de la gente de arriba, si lo encuentran vagando... Busca en el lado de los trastos algo que pueda utilizar como arma en caso de tener que luchar, luego saldrá y buscará al niño, lo recogerá y buscarán a la policía. Sí, es un buen plan. Pero este plan ni siquiera llega a iniciarse, porque iluminando el sótano encuentra al niño. Su primer pensamiento es que ha visto mal, pero mantiene la mirada fija hasta admitir que está viendo la realidad, y entonces se acerca.

Se agacha y coloca las manos sobre la jaula. Debe medir un metro cuadrado siendo generosos, y en su interior, retorcido, se encuentra el niño al que ha estado persiguiendo. Ahora puede verlo bien; no debe pasar de los diez años, tiene el disfraz sucio y orinado, el pelo pegado por el sudor, y dos hilos de sangre seca le recorren la cara. El dolor que la imagen genera en Jaime evita que se sorprenda al ver que la jaula está cerrada con candado. Solo piensa en sacar a ese pobre niño de ahí, así que busca veloz algo para romper el candado, y encuentra una pequeña hacha con la que logra romperlo. Sabe que ha hecho un escándalo así que se apura en sacar al niño del interior de la jaula. Pesa muy poco. Lo tumba con cuidado en el suelo y le habla intentando que abra los ojos, pero no lo hace. Su vista se humedece mientras reposa la cabeza sobre el pecho del pequeño. No está seguro de oír latido alguno, y tampoco lo está de que no sea su imaginación la que niega la terrible realidad. Empieza a llorar pero el sonido de la puerta abriéndose lo frena de nuevo. Cierra la jaula y se esconde tras los trastos con el niño en brazos. Los pasos recorren la escalera y al llegar al final, uno de ellos enciende la luz; tenía razón sobre la casa.

¿Estás seguro de que escuchaste algo? Yo lo veo todo igual.

Te digo que escuche ruidos aquí abajo, ve a revisar la jaula.

Está bien...Oh mierda, el niño no está.

¿Qué?

Qué el niño no está joder.

Es imposible que escapara, estaba medio muerto.

Pues lo ha hecho, mira tú mismo la maldita jaula.

Él no pudo romper el candado...

La conversación termina de golpe y la sigue el sonido de los pasos por el sótano. Los están buscando y Jaime lo sabe. Mira al niño en sus brazos y es consciente de que no hará ningún ruido, seguramente ni sea capaz de hacerlo. Están tras un montón de inútiles electrodomésticos, el hombre levanta la cabeza mirando entre uno de los pequeños espacios que estos forman. Espera un rato inmóvil, intentando controlar su respiración, y entonces logra ver a uno de ellos. Habría muchas formas de describir al hombre ante él: Caminante, no-muerto, muerto viviente, aullador, zombie... Casi alcanza los dos metros y le falta la mitad derecha de la cara. Sin duda tiene que estar disfrazado, pero es el mejor disfraz que ha visto en años, o en toda su vida incluso. Si no fuera por lo imposible hasta diría que es real. Camina entre las hileras de trastos ante él, todavía está lejos, pero justo en medio del camino, si girase a la derecha...

Eso no es tuyo.

La voz, fría y suave, nace a pocos centímetros de su oído. Y al girar la vista la ve sin problemas; es una mujer, de larga melena negra, con un extraño símbolo marcado a fuego en su mejilla, y con la cuenca del ojo izquierdo vacía. Sale corriendo por donde tenía planeado, pero nada más escapar del pequeño laberinto de trastos, el gigante lo embiste tirándolo al suelo. Cae junto el niño, el cual aterriza de mala manera y sin reaccionar. Jaime se arrodilla dolorido por la caída y ve como los secuestradores salen de las sombras. Antes de que pueda pensar nada el hombre se lanza contra él, lo levanta y lanza en dirección a la jaula, cayendo de lleno con la espalda. Primero pierde el aire, luego el sentido durante dos segundos, y luego se retuerce del dolor.

Dejad al niño –dice sin lograr levantarse.

¿Este niño? Lo siento, pero es nuestro. –El gigante se ríe mientras levanta al pequeño por los pelos.

Además, qué es eso de andar entrando en casas ajenas y llevándote lo que no es tuyo. –La mujer avanza hasta alcanzarlo y se arrodilla frente a él–. Ahora tú también tendrás que desaparecer.

Eso hizo saltar el resorte. Sin ser consciente de sus propios movimientos Jaime coge el hacha del suelo y se la clava en el cuello a la mujer, congelando su sonrisa mientras se desploma contra el suelo. Ve como se retuerce unos segundos hasta que se convierte en un cadáver, es entonces cuando incrédulo acepta lo que acaba de pasar. Se fuerza a levantarse, lo cual le cuesta menos gracias a la adrenalina que acaba de generar, y recoge sus gafas. Están rotas y ya solo ve bien por uno de los lados, pero eso es suficiente para saber lo que muestra el rostro del hombre. Primero la sorpresa, luego la rabia. Cuando la mole corre a por él sabe que no tiene nada que hacer de forma directa, así que lo rehuye adentrándose de nuevo en los pasillos. Y aprovechando que es más rápido termina el pasillo antes, rodea hasta el siguiente y se lanza con fuerza contra la pared de trastos derribándola sobre el gigante. Se pone en pie ignorando sus propios daños y el temblor de sus manos, es la segunda vez que se pelea en su vida y se le está yendo de control. Logra llegar de nuevo hasta el niño, el cual no ha hecho nada en todo este tiempo, y al cogerlo la risa empieza.

Una risa pesada y raspada que proviene de su izquierda, y él sabe muy bien cual es su origen, pero no quiere creerlo. Mira despacio intentando que su mente no salga corriendo y ve el cadáver de la mujer, en el suelo, riendo como solo un monstruo sabe hacerlo. Se mueve despacio hasta terminar de rodillas y mirándolo de frente.

¡No me esperaba que tuvieras el valor para hacerme esto! –dice entre risas, mostrando sus dientes manchados por su propia sangre–. Pero el valor también se paga.

Acto seguido se arranca el hacha del cuello, brotando al instante un chorro de sangre que frena con su propia mano. En este punto la mente de Jaime Alvino ya no funciona. No es capaz de procesar ni entender nada de lo que está pasando sin que el miedo lo devore, ya ni tan siquiera sigue escuchando las palabras que la mujer le dedica. Baja la mirada hasta el cuerpo del chico, y la levanta para ver al gigante lanzarle los restos de una nevera, pero sin tiempo a poder esquivar el golpe...

Despierta en su propia casa, sentado en el sillón, y con las chucherías todavía en la bolsa. Cierto, había salido a comprar y entonces... ¡No! El niño. Mira a su alrededor preocupado pero no ve nada fuera de lugar. Tuvo que ser un sueño, es imposible que fuera real, y si lo fuera ahora estaría muerto y no el sofá de su casa. Se acerca más al borde para alcanzar la bolsa de chucherías y siente un intenso pinchazo en la sien. Al llevarse la mano a la cabeza se cae lo que todavía guardaba en su palma. Lo mira inmóvil mientras su cerebro se bloquea de nuevo. De su mano ha caído un trozo de capa. 


Diego Alonso R.

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